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—No he tenido tiempo de buscar la habitación secreta —le dijo Sean a Michelle cuando se vieron más tarde—, ¿quieres que la busquemos juntos?

Al cabo de varios minutos, estaban en el vestíbulo principal de la mansión. Esperaron a que no hubiera nadie para comenzar la búsqueda. Habían recorrido media docena de habitaciones y habían terminado de rebuscar en la biblioteca cuando, al salir de la misma, una voz les sobresaltó.

—No lo estáis haciendo bien.

Se dieron la vuelta y vieron a Viggie sentada, con expresión de superioridad, en un sofá recargado junto a la pared en el vestíbulo.

—¿No deberías estar en clase? —le preguntó Michelle.

—Estoy enferma.

—No pareces enferma.

—Ya he acabado todo lo que tenía que hacer, hasta los deberes. Os he visto fisgoneando.

—No estábamos fisgoneando —se quejó Sean.

—Estáis buscando la habitación secreta de la que me hablasteis, pero no lo estáis haciendo bien.

—Vale, ¿cómo lo harías tú? —le preguntó Sean.

A modo de respuesta, Viggie sostuvo en alto varias hojas de papel repletas de números y ecuaciones.

—Ya lo he solucionado. Después de que me lo preguntarais, me pasé un buen rato midiendo las dimensiones internas y externas de la casa y las comparé con la configuración física real.

—¿En serio? —dijo Sean, asombrado—. Sólo tienes once años.

Viggie no le hizo caso.

—Y he descubierto algo muy interesante.

—¿El qué? —le preguntó Michelle.

—Que hay un espacio de unos dos metros cuadrados que no concuerda. —Les enseñó los papeles, pero los cálculos eran demasiado complicados para Sean y Michelle.

—Vale, pequeña Einstein —dijo Sean—, ¿dónde está?

—Tercera planta, pasillo oeste, junto al último dormitorio a la derecha.

Sean trató de ubicarse.

—Es decir, junto al dormitorio en el que yo me quedaba.

Viggie puso los brazos en jarras y lo miró de hito en hito.

—¡Anda! ¡Mira que no haberte dado cuenta, don Einstein!

Sean corrió escaleras arriba y Michelle y Viggie lo siguieron.

Al cabo de unos instantes, estaban en la tercera planta, observando lo que parecía una pared normal.

—Vigilad —les dijo Sean mirando hacia el pasillo. Comenzó a palpar la pared con los dedos para buscar un hueco en la madera o un cerrojo oculto como en la otra mansión. Tras unos diez minutos, se dio por vencido—. No encuentro nada, ¿quieres probar? —le preguntó a Michelle.

—Nada —anunció Michelle al cabo de otros diez minutos.

—Viggie, ¿estás segura de que es aquí? —preguntó Sean.

—Por supuesto —respondió ella con sequedad.

—Bueno, pues entonces es un espacio desperdiciado y no hay habitación secreta o la puerta se abre de otro modo.

—Sean, has dicho que estaba junto al dormitorio en el que te quedabas, ¿no? —dijo Michelle—. Probemos desde allí.

—¡Claro! —Sean las condujo hasta el dormitorio y comenzó a dar golpecitos en la pared—. Suena hueco —dijo. Tanteó la pared buscando una palanca de algún tipo pero no encontró nada. Se dirigieron hacia la habitación que estaba al otro lado del espacio vacío, pero la puerta estaba cerrada con llave.

—Vale, ¿y ahora qué? Si agujereamos la pared se darán cuenta —dijo Michelle—. ¿Y qué más da si hay una habitación secreta? Seguramente estará vacía, como la que había en la otra casa.

—Michelle, ya hemos hablado de esto. Si Rivest tenía razón y aquí hay espías, tal vez usaran la habitación por algún motivo.

—¡Espías! —exclamó Viggie.

—No se lo cuentes a nadie —le advirtió Sean.

—¿Y para qué usarían los espías la habitación?

—Si lo supiera, no intentaría entrar ahí —respondió Sean.

—Bueno, parece que ahora no hay nada que hacer. —Michelle se volvió hacia Viggie—. Gracias por ayudarnos. Sean y yo no lo habríamos averiguado en la vida.

A Viggie se le iluminó el rostro.