56

Sean había reservado un coche de alquiler en Williamsburg y condujo hasta Babbage Town tras la cena con Valerie. Atravesó el puente que salvaba el río York y mientras pasaba por Gloucester Point el coche que lo había estado siguiendo toda la noche le dio alcance y lo obligó a desviarse de la carretera. Antes de que Sean tuviera tiempo de salir, había un hombre junto a la ventanilla.

—Sal del coche —le gritó a Sean mientras le mostraba su identificación.

Mike Ventris, agente especial del FBI, no parecía estar precisamente contento.

—¿Puede saberse por qué motivo? —le preguntó Sean con cortesía.

—¡Cierra el pico y sube a mi coche! ¡Ya!

Sean lo siguió hasta el coche patrulla federal. Se acomodó en el asiento del pasajero, y Ventris, en el del conductor. Nada más cerrar las puertas, Ventris se volvió hacia él.

—¿Qué crees que estás haciendo, idiota? —le espetó.

—Conducía de vuelta a Babbage Town cuando me has obligado a salir de la carretera. ¿Te toca el cursillo de repaso de conducción en el FBI o lo haces por diversión?

—Corta el rollo de listillo. Primero, fuiste a ver a Ian Whitfield.

—De hecho, nos llamó al sheriff Hayes y a mí.

—Y luego quedaste con su mujer en un bar —dijo Ventris.

—No, nos conocimos por casualidad.

—Y acabas de cenar con ella.

—Que yo sepa eso no es delito —masculló Sean.

—¿Cuál es exactamente tu relación con Valerie Messaline?

—Nos unió la pasión por un buen mojito.

Ventris le hundió un dedo en el pecho.

—Me falta esto para detenerte.

—¿Acusado de qué? —preguntó Sean.

—Te puedo encerrar durante cuarenta y ocho horas sin tener que dar explicaciones —soltó Ventris—. Mientras tanto, seguramente encontraría algún motivo para detenerte.

—He venido a trabajar, como tú. Trato de averiguar quién asesinó a Monk Turing y a Len Rivest. ¿Recuerdas la pequeña competencia que te mencioné?

—Y te dije que no entorpecieses la investigación.

—No sabía que Valerie Messaline fuera motivo de entorpecimiento —dijo Sean.

—No tiene nada que ver con el caso, al igual que Ian Whitfield. Tiene cosas más importantes que hacer que preocuparse por un detective de tres al cuarto que fisgonea donde no debe. —El tono de Ventris era despectivo.

Sean lo miró con incredulidad.

—¿Desde cuándo el FBI es el perrito faldero de la CIA?

—Por tu propio bien, déjalo. Tenemos entre manos asuntos más importantes que un par de asesinatos.

—¿Por ejemplo?

—Sal de mi coche —ordeno Ventris—. Más te vale que no volvamos a vernos.

Sean bajó del coche y luego dio un golpecito en la ventanilla.

—Por cierto, ¿se sabe algo del «escape de gas» en el depósito de cadáveres?

Ventris estuvo a punto de arrollarlo mientras salía a toda velocidad.

A pesar de la actitud de listillo que había adoptado con Ventris, Sean no sonreía mientras regresaba a su coche. Cada vez estaba más implicado en aquel asunto y seguía sin entender nada. Durante el camino de vuelta a Babbage Town, Sean ya sabía cuál sería el siguiente paso.

—¡No lo dirás en serio! —exclamó Horatio. Los tres estaban junto al coche de Michelle y la Harley de Horatio, aparcados en un camino de tierra a poco más de un kilómetro de Babbage Town—. Monk Turing saltó la valla de Camp Peary y acabó como acabó.

—Créeme, no quiero saltar la valla, pero es nuestra última opción.

Michelle apoyó la espalda en el coche y observó a su compañero.

—¿Cuándo propones que lo hagamos?

Horatio la miró boquiabierto.

—¿Piensas acompañar a este chalado?

Sean miró a Michelle y dijo:

—Iré solo.

—Ni lo sueñes. Si tú vas, yo también voy.

—Si nos pillan la habremos cagado bien cagada —le contestó Sean.

—Reconozco que eres cualquier cosa menos aburrido —repuso Michelle.

—¿Os dais cuenta de lo que estáis diciendo? —intervino Horatio—. Es la CIA, por Dios. Os podrían ejecutar por traición.

—Iremos el sábado —dijo Sean respondiendo a la pregunta de Michelle—, si es que antes no hay novedades en el caso.

—¿El siguiente vuelo programado? —preguntó Michelle, y Sean asintió.

—No sé si lo viste en el mapa de la oficina de South Freeman, pero la…

—La pista de aterrizaje está al otro lado de la hilera de árboles donde encontraron el cadáver de Monk —explicó Michelle—. O sea, ¿haremos un reconocimiento del vuelo?

—Al menos será interesante ver quién baja de ese maldito avión.

—Me estáis asustando, Sean —dijo Horatio, y añadió—: Sabéis que no os puedo dejar hacer algo así.

Sean se volvió hacia él.

—Si no quieres que saltemos al otro lado de la valla, entonces busca la manera de que descubramos la verdad. Eres un experto en eso, ¿no? Has estado trabajando con Viggie y Michelle justamente para obtener la verdad, ¿no?

—Es diferente.

—No para mí —dijo Sean—. Han muerto tres hombres. El instinto me dice que la causa se encuentra en Camp Peary. Alguien de allí trató de matarme. No puedo quedarme de brazos cruzados.

—Pues déjalo en manos de las autoridades.

—Al sheriff Hayes le daría un infarto si supiera lo que estamos planeando. Ventris me pegaría un tiro y fingiría que el arma se le había disparado sin querer. Le expliqué a Hayes lo de la cena con Valerie y el encuentro con Ventris, pero eso es todo. Te lo cuento todo porque confío en ti. Y nunca haría nada para joderte.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Horatio, nervioso.

—Si nos pillan, los polis detendrán a quienquiera que crean que colaboró con nosotros. Es decir, tú. Todavía estás a tiempo de volver a casa. Michelle y yo juraremos que no sabías nada de nada.

Horatio se apoyó en el vehículo.

—Bueno, la mayoría de los criminales con los que he trabajado no son ni la mitad de considerados.

—Si todo sale bien y volvemos sanos y salvos, podrás seguir viendo a Michelle. —Sean miró a su compañera—. Si ella quiere, claro —se apresuró a añadir.

Michelle permaneció callada.

—¿Y si decido quedarme? —le preguntó Horatio.

—No pasará nada si no nos pillan, pero si lo hacen, es posible que los polis comiencen a fisgonear si todavía estás aquí. No puedo garantizarte que no te conviertas en un blanco.

—Si os pillan alegaré que estáis locos de atar —dijo Horatio.

Sean sonrió.

—Cuantas más opciones, mejor.

—Pero corres un gran riesgo, Sean —repuso Horatio.

—¿Y? Me he pasado toda la vida adulta corriendo riesgos.

—Con el tiempo se convierte en algo instintivo —añadió Michelle.

Horatio los vio intercambiar ese tipo de mirada cómplice que sólo se produce entre dos personas que han arriesgado sus vidas con cierta frecuencia.

—Viggie sabe algo. Códigos y sangre. Si averiguamos lo que significa, tal vez resuelva el caso sin que tengáis que saltar esa maldita valla.

—Cualquier buen investigador sigue varias pistas porque la mayoría no llevan a ninguna parte —explicó Sean—. Es cuestión de números. Pero ahora mismo mi objetivo es ese trozo de tierra al otro lado del río.

—Mientras tanto —dijo Michelle— probaré suerte con Champ.

—Y yo hablaré con Alice —dijo Sean.

—¿Cuál es la previsión meteorológica para el sábado por la noche? —preguntó Michelle.

—Nublado y frío.

—Al menos tenemos tiempo para prepararnos. Necesitaremos varias cosas.

—Ya las he pedido —dijo él.

—¿Joan no te preguntó nada?

—No se las pedí a Joan, no confío en ella, al menos no en este caso.

—No quiero saber nada más —intervino Horatio, fingiendo que se tapaba las orejas—. Tal y como están las cosas, ya soy cómplice.

—No te preocupes. No te delataremos —Sean sonrió—, salvo que nos ofrezcan un trato mejor si te traicionamos.

—¿Qué he hecho para merecerme unos amigos así?

—Horatio, necesitamos que sigas la pista de Viggie. Códigos y sangre. Tienes razón, seguro que significa algo.

—Podría probar de nuevo durante otra sesión —replicó Horatio.

—Nos hemos hecho amigas —intervino Michelle—. Déjalo en mis manos.

Horatio la miró.

—¿Te dijo que le caías bien?

—Sí, y me dijo que tú le caías mal.

—Tomo nota del gran placer que te produce comunicármelo —comentó el psicólogo con calidez.

—Hay otra cosa que me desconcierta, y es que si tengo razón y mataron a Rivest, nadie lo vio salir de la casa, que está en la calle principal. Alguien tuvo que ver algo —planteó Sean.

—¿Estás seguro de que tu colega el sheriff hace las preguntas adecuadas a las personas adecuadas? —preguntó Michelle.

—Supongo que sí, pero tal vez me equivoque. Quizá deberíamos ocuparnos nosotros.

—Entonces, ¿qué hago mientras os preparáis para que os maten? —intervino Horatio

—¿Significa eso…? —Sean comenzó a formular la pregunta, pero Horatio le interrumpió:

—Sí, me quedo —anunció Horatio—. Debo de estar tan chalado como vosotros. Pero la buena noticia es que tendré tiempo de sobra para proporcionar apoyo psicológico en la mansión después de que nos trinquen. Así que encomendadme una misión antes de que recobre el juicio, me suba a la Harley y me largue como alma que lleva el diablo.

—Ve a ver a un tipo llamado South Freeman en Arch, Virginia. Dirige un periódico y conoce bien la historia de la zona. Dile que vas de nuestra parte. Averigua todo lo que puedas de esta zona.

Mientras comenzaban a separarse, Horatio le susurró a Michelle:

—¿Te has pensado lo de la hipnosis?

—Hagamos un trato: si salgo viva de esta, te dejaré que me hipnotices.

—El mero hecho de que os planteéis esto en serio significa que estáis pirados. Lo sabes, ¿no?

—Deséame buena suerte, Horatio.

—Buena suerte —le dijo de mala gana mientras ella cerraba la puerta del coche.