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Horatio detuvo la motocicleta junto al todoterreno de Michelle. Ella había salido de la carretera y había aparcado bajo unos árboles, cerca del río. No estaba en el coche, y Horatio siguió un sendero de tierra que conducía hasta el río; Michelle se encontraba sentada sobre un tronco caído que se extendía en parte sobre el río. No se percató de la presencia de Horatio mientras se sentaba en la parte del árbol que estaba en tierra firme.

—Buenas tardes —le dijo mientras arrojaba un guijarro hacia las rápidas aguas del York, que arrastraba restos de una tormenta hacia la bahía de Chesapeake.

Michelle permaneció callada durante unos minutos, contemplando el agua en silencio de tal modo que Horatio temió que acabara saltando.

—Una vez limpié el coche —dijo finalmente; esas palabras le llamaron la atención—. Lo hice por Sean.

—¿Porqué?

—Porque me gustaba y él estaba pasando un mal momento.

—¿Te costó limpiar el coche?

—Mucho. Todo parecía pesar una tonelada. Pero no es más que un coche, ¿no? —Se volvió por completo hasta mirarlo de frente—. No es más que un coche —repitió.

—Coche, dormitorio, estilo de vida. Supongo que te costó mucho.

—No pude mantenerlo limpio, y eso que lo intenté. Bueno, en realidad ni lo intenté —reconoció Michelle—. No podía, y punto. Volví a llenarlo en menos de un día.

—Sean dice que tu scull de carreras está inmaculado y que el casco está siempre reluciente.

Michelle sonrió.

—Típico de él, aunque no puede decirse que no tenga sus manías. ¿Has conocido a alguien tan ordenado y limpio? ¡Venga ya! —Rompió una ramita del árbol caído y la arrojó al río—. No sé por qué cambié, Horatio —reconoció mientras la observaba desplazarse río abajo—, de verdad que no lo sé. Si te soy sincera, ni siquiera recuerdo haber cambiado, pero si hay tantas personas que lo aseguran supongo que tengo que aceptarlo.

—Bien, es positivo que lo admitas, Michelle. Sin embargo, he visto que te afectaba que mencionara el macizo de rosas. ¿Por qué?

Michelle volvió a estremecerse. Permanecieron en silencio varios minutos. Michelle tenía la vista clavada en el tronco sobre el que estaba sentada; Horatio la miraba de hito en hito sin mediar palabra. No quería echar a perder el primer avance real desde que había empezado a tratarla. Su paciencia se vio compensada con creces.

—¿Es posible temer algo y no saber qué es? —le preguntó.

—Sí. Es posible que se encuentre en el subconsciente y sólo percibas el miedo sin saber a qué responde. El mecanismo de seguridad que el cerebro emplea para protegernos consiste en reprimir en el subconsciente hechos pasados a los que no supimos enfrentarnos en su debido momento. Los olvidamos, eso es todo.

—¿Así de fácil?

—Así de fácil, pero es como tener agua en el sótano y poner remiendos aquí y allá para impedirle el paso. Al final, el daño es tan grave que toda la casa corre peligro, ya que el agua comienza a filtrarse por lugares inesperados, lugares que ni siquiera se ven hasta que el daño es irreparable.

—O sea, que soy una casa medio podrida… —dedujo Michelle.

—Y nunca encontrarás a un albañil tan preparado como yo.

—Pero ¿cómo vas a ayudarme si no recuerdo por qué tengo miedo?

—Existe un método fiable: la hipnosis —respondió Horatio.

Michelle meneó la cabeza.

—No creo en esas tonterías. Nadie puede hipnotizarme.

—Normalmente, las personas que creen eso son las más fáciles de hipnotizar.

—Pero hay que querer que te hipnoticen, ¿no?

—Eso ayuda, desde luego. Pero quieres sentirte mejor, ¿no? —le recordó Horatio.

—No estaría aquí hablando contigo de estas cosas si no lo quisiera. ¡Nunca había hablado de esto con nadie!

—Me lo tomaré como un cumplido, Michelle. ¿Me dejarás hipnotizarte?

—No me gusta perder el control, Horatio. ¿Y si te cuento algo que me supere? ¿Y si es tan terrible?

—Por eso he estudiado tanto y tengo tantos diplomas en la pared. Soy el profesional. Déjame hacer mi trabajo, es lo único que te pido.

—Pues pides mucho, quizá demasiado —comentó ella de forma brusca.

—¿Te lo pensarás?

Michelle se levantó, descendió por el tronco con destreza y se plantó junto a Horatio de un salto.

—Me lo pensaré —le dijo mientras pasaba junto a él.

Horatio la siguió con la mirada, exasperado.

—¿Adónde vas?

—Tengo que cuidar de Viggie.