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—Como mínimo deberías dejar que te cubra, Sean —le dijo el sheriff Hayes. Iban en el coche de Hayes camino de Williamsburg.

—No funcionará porque Whitfield te conoce.

—Pues que te acompañe uno de mis ayudantes. Whitfield no te dejará tontear con su mujer.

—No parece importarle que su mujer vaya de bares y le tiren los tejos. No era la primera vez que estaba en ese local.

—Pero sabe quién eres, King. Si te ve con ella pensará que estás espiando.

—Pero no sabe que sé que ella es su mujer. Si aparece él o su gorila, me haré el loco y me iré.

—¿Crees que un tipo como Whitfield se lo tragará?

—Seguramente no —afirmó Sean—, pero si se te ocurre algo mejor, soy todo oídos. Joder, ni siquiera sé si estará allí esta noche. Tal vez estemos perdiendo el tiempo.

—Pero aunque Messaline sepa algo, ¿por qué iba a contártelo?

—Se me da bien sonsacar información a la gente.

—Pero dijiste que la primera vez te dio largas —recordó Hayes.

—Fue la primera vez.

—¿De veras crees que Whitfield está relacionado con las muertes de Monk y Len?

—Monk murió en territorio de la CIA. Whitfield se aseguró de que nos retiraran del caso e hizo que el director adjunto de operaciones me siguiera. Y me dispararon desde ese mismo lugar; y allí aterrizan aviones en plena noche que vuelan con las luces apagadas.

—¿Aviones? —repitió Hayes.

—Pasan por Babbage Town. Son grandes reactores capaces de realizar vuelos intercontinentales. Nadie sabe quién va en esos aviones. Y el Congreso destinó fondos irregulares para construir una supuesta nueva residencia para agentes novatos en Camp Peary, aunque allí ya hay alojamiento de sobra.

—¿A qué te refieres con lo de «supuesta»?

—Un edificio puede ser muchas cosas, incluyendo un centro para interrogatorios o incluso una cámara de torturas.

Hayes estuvo a punto de salirse de la carretera.

—¿Has perdido el juicio? Eso es del todo ilegal en este país.

—Tal vez Monk viese que aplicaban descargas eléctricas a prisioneros de quienes nadie tiene constancia. ¿Qué mejor motivo para matarlo? —aventuró Sean.

—No puedo creérmelo. ¿Qué hay de Len Rivest?

—Monk se lo contó, o Len lo sospechaba o lo averiguó por su cuenta. Whitfield lo descubrió y adiós a Len Rivest.

—Pero si Len sabía algo, ¿por qué no acudió a la policía? Por Dios, había trabajado en el FBI.

—Quizá no quería enfrentarse a la CIA y a Ian Whitfield. Tal vez haya cargos gubernamentales más importantes que están al corriente de lo que sucede en Camp Peary. Puede que se lo contara a alguien y resulta que se lo contó a la persona equivocada.

—Hablas como si se tratase de una gran conspiración —dijo el sheriff.

—¿Y qué? Son el pan nuestro de cada día. Si lo que está en juego es muy importante, entonces la relevancia de las conspiraciones aumenta para adecuarse a ello. Por cierto, en Washington no se llaman conspiraciones, sino «políticas».

—Esto me supera, Sean, no pienso negarlo —repuso Hayes en tono nervioso—. No soy más que un poli de pueblo que quiere jubilarse dentro de unos años.

—Hayes, déjame aquí y olvídalo todo. Podemos separarnos de forma amistosa, pero no pienso darme por vencido.

Hayes pareció cavilar al respecto unos instantes.

—A la mierda —dijo finalmente—. Si tengo que acabar, que sea a lo grande. Pero sigo creyendo que alguien debería seguirte.

Si alguno de los dos se hubiera dado la vuelta, se habría percatado de que ya había alguien siguiéndolos.