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—Un escape de gas —dijo el sheriff Hayes mientras contemplaban el montón de escombros chamuscados de lo que fuera el depósito de cadáveres improvisado.

—¿No es eso lo que siempre se dice? —apuntó Michelle.

—¿Y dices que el forense ha muerto? —preguntó Sean.

Hayes asintió.

—Estaba en el interior trabajando en el cadáver de Rivest. No han quedado restos suficientes de él para practicarle una autopsia.

—¿Lo mismo con los cadáveres de Rivest y Monk?

—Reducidos a hueso y cenizas.

—Me parece demasiada casualidad, ¿no crees? —dijo Sean.

—Pensaba que te había dicho que te alejaras de mi camino —dijo una voz retumbante. Cuando se giraron, los tres vieron al agente especial Ventris del FBI acercándose a ellos a grandes zancadas. Se paró a escasos centímetros del rostro de Sean—. ¿Tienes problemas de oído?

—Está trabajando conmigo, agente Ventris —se apresuró a decir Hayes.

—Me importa una mierda, como si trabajas para Dios Todopoderoso en persona, te dije que te apartaras de mi camino.

—He venido aquí como respuesta a una llamada del sheriff Hayes —dijo Sean, tan tranquilo—. ¿Y te importaría explicarme cómo es que el FBI tiene jurisdicción sobre una muerte local que no guarda relación con ninguna persona o asunto federal?

Ventris parecía estar a punto a darle un buen puñetazo a Sean. Michelle se colocó entre los dos.

—Mira, Sean King y yo también hemos sido federales, agente Ventris. Nuestro principal contacto era Len Rivest y ahora está muerto. Sean encontró el cadáver; es natural que queramos mantenernos informados sobre el asunto. Pero de ninguna manera nos inmiscuiremos en la investigación federal. Lo único que pretendemos es saber la verdad, igual que tú.

Las palabras de Michelle parecieron bajarle un poco los humos a Ventris.

—Sean, quizá sería buena idea que compartieras con el agente Ventris tu teoría sobre Rivest —dijo Hayes rápidamente.

—No quiero que piense que me inmiscuyo —masculló Sean.

—Suéltalo —espetó Ventris.

Sean explicó a regañadientes la ausencia de toallas y de la alfombrilla de baño, además del desatascador, y su teoría sobre cómo podían haber asesinado a Rivest.

—Le habíamos pedido al forense que comprobara si había indicios en el cadáver de que eso había ocurrido.

Ventris se quedó mirando el suelo unos instantes.

—Ya me di cuenta de que no había toallas —dijo—. Y la alfombrilla de baño, pero no sabía lo del desatascador.

—O sea, ¿que también sospecháis que fue un asesinato?

—Yo siempre sospecho que es un asesinato —afirmó Ventris—. Voy a traer a un equipo para que examine todo esto.

—Y la muerte de Rivest te interesa porque crees que está relacionada con la de Monk Turing, que se produjo en territorio federal —dijo Sean.

—Entonces quizá deberíamos unir esfuerzos —sugirió Michelle.

—Eso es imposible —respondió Ventris—. Si queréis compartir información conmigo, adelante, pero yo no voy a hacer lo mismo. En el FBI las cosas se hacen de un modo determinado.

—Pensaba que el modo de hacer las cosas incluía la colaboración con la policía local —dijo Sean.

—Y ese soy yo —añadió Hayes.

—Pero ellos no —replicó Ventris, enojado y mirando enfurecido a Sean y a Michelle.

—¿Acaso el objetivo no es descubrir quién hizo todo esto? —intervino Michelle.

—No, el objetivo es que yo lo descubra —espetó Ventris.

—Te lo pondré fácil —empezó a decir Sean—. Lo convertiremos en una competición. El que lo consiga antes se lleva el mérito. Pero eso es para que sepas que te vamos a dar una paliza. —Se giró y se marchó airadamente.

Ventris se dirigió a Hayes.

—Si entorpece mi investigación, ¡caerás con él, Hayes!

—Yo sólo intento hacer mi trabajo —replicó Hayes.

—No, por lo que parece intentas hacer «mi» trabajo.

Ventris se dio cuenta de que Michelle lo miraba fijamente y sonreía.

—¿Qué coño estás mirando, guapa?

—Tenías que haber aceptado mi oferta de cooperación, Ventris. Porque cuando resolvamos este caso, vas a quedar como un completo idiota. —Se giró y se marchó.

—¡Puedo detenerte por decir gilipolleces como esas! —le gritó Ventris.

Michelle giró la cabeza.

—No, no puedes. Se trata de ese concepto tan arraigado llamado libertad de expresión. Que pases un buen día, Ventris.

Al cabo de un minuto, Hayes se reunió con Sean y Michelle delante del todoterreno de ella.

—Perfecto, hemos conseguido cabrear a la CIA y al FBI. ¿A por quién vamos ahora? ¿La DEA? —dijo Hayes.

—Suponiendo que alguien hiciera explotar el depósito de cadáveres a propósito, la cuestión es por qué —dijo Michelle.

—Y la respuesta parece obvia —comentó Sean—. Había algo en esos cadáveres que el forense iba a encontrar y que nos indicaría la dirección adecuada.

—Ya le había hecho la autopsia a Monk —señaló Hayes—. Así que lo que les preocupa no podía ser el cadáver de Monk.

—Cierto —convino Sean—. La quema del cadáver de Rivest significa que no podemos saber si mi teoría sobre cómo lo mataron es correcta.

—¿Sabemos si el forense ya lo había comprobado? —añadió Michelle.

—Si así fue, no tuvo ocasión de decírnoslo —dijo Hayes rápidamente—. Le pedí que me llamara en cuanto descubriera algo, pero no llamó.

—Podemos seguir una pista que Ventris no tiene —dijo Sean con seguridad.

Michelle lo miró.

—¿Cuál?

—Valerie Messaline.

Hayes gimió.

—Maldita sea. Temía que fueras a decirlo.