Al día siguiente por la tarde, Sean estaba haciendo la maleta cuando llamaron a la puerta de su dormitorio.
—Adelante.
Champ Pollion asomó la cabeza por la puerta.
—¿Alice ha hablado contigo? —preguntó Sean.
—¿Sobre el traslado? Sí. No tengo ningún inconveniente en que hagas de ángel de la guarda de Viggie. Sólo te advertiría que procures no acabar muerto —añadió con firmeza.
—La supervivencia siempre ha sido una de mis mayores prioridades. —Sean cerró la maleta y la dejó en el suelo—. ¿Sabes? Nunca llegamos a hablar de tu trabajo aquí en Babbage Town.
Champ entró en el dormitorio.
—Contaba con que Len entrara en detalles.
—Como Len no puede hacerme el honor, ¿te importaría llevarme de visita? Si quieres podemos ir ahora mismo a visitar la Cabaña número dos.
—Entonces sabes lo de la Cabaña número dos, ¿no?
—Y siento una gran curiosidad por ese aparatejo que tenéis, el que hará que el mundo olvide a Edison y a Bell.
—A veces me acusan de usar demasiadas hipérboles.
—¿Por qué no dejas que lo vea?
—Mira, no quiero que pienses que no quiero cooperar… —empezó a decir Champ.
—Entonces coopera —espetó Sean.
—Hay que mantener ciertas reservas —dijo Champ con arrogancia.
—Permíteme que te explique la situación, Champ. Para empezar, estoy trabajando con el sheriff Hayes en el caso y él puede obligarte a enseñármelo si me fuerzas a tomar esa vía. Para continuar, hay dos muertes relacionadas con Babbage Town. Dudo de que quieras que pasen a ser tres, sobre todo si resulta que tú eres el tercer cadáver.
—¡Yo! ¿Crees que corro peligro?
—Yo sé que corro peligro, así que seguro que tú también —manifestó Sean.
—Oye, ¿esto no puede esperar? Estoy muy ocupado.
—Eso es lo que me dijo Len Rivest. Y fíjate dónde ha acabado.
Champ se puso tenso y luego se relajó y dijo:
—No sé, todo esto es muy raro.
—Por experiencia sé que las personas que no quieren cooperar tienen algo que ocultar.
Champ se sonrojó.
—No tengo nada que ocultar.
—Bien —gruñó Sean—, entonces no te importará decirme dónde estabas entre la medianoche y las dos de la madrugada la noche que Len Rivest murió.
—¿Fue entonces cuando lo mataron? —preguntó Champ.
—Responde a la pregunta.
—No tengo por qué responder —replicó con tono desafiante.
—Cierto. Llama a tu abogado, cierra el pico y deja que el FBI investigue todos los detalles de tu vida desde antes del parvulario. Y si hay algo que caracteriza al FBI es su minuciosidad.
Champ pareció plantearse la situación durante unos instantes.
—No podía dormir, así que bajé a la cabaña para repasar los resultados de unas pruebas.
—¿Te vio alguien, Champ?
—Por supuesto. Siempre hay gente trabajando. Funcionamos las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
—¿Estuviste allí todo el rato? ¿Desde las doce hasta las dos? ¿Y después? Verificado por testigos.
«Venga, Champ, miénteme. Venga.»
A Champ se le formó un tenue velo de sudor.
—Que yo recuerde sí. Pero no me pidas el minuto exacto.
—Yo no puedo, pero otras personas sí pueden y te lo pedirán. Ahora vamos a echarle un vistazo a tu cabaña. ¿Tenéis personal de limpieza? —preguntó Sean por el camino—. ¿O tu gente limpia y se encarga de su propia colada?
—Las mujeres de la limpieza vienen a diario en distintos turnos. En un mismo momento hay unas doce personas encargadas de la limpieza. —Señaló a una mujer con uniforme blanco de asistenta que empujaba por la calzada un carro rebosante de ropa—. Los servicios de lavandería se encuentran en una parte de la Cabaña número tres, cerca de la sede central de seguridad. Todo el personal de limpieza ha sido investigado, llevan el mismo uniforme y tienen pases de seguridad intransferibles. ¿Te parece suficiente?
—No, no me lo parece. ¿Qué tipo de detergente utilizan?
Champ dejó de caminar y se lo quedó mirando.
—¿Cómo dices?
—Es broma, Champ, es broma.