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Uno de los policías se llevó la mano al arma.

—¡No! —gritó Sandy, que agarraba la pistola con ambas manos—. No —repitió—. Sólo quiero hacerle daño a él —añadió, señalando a Barry con la pistola. Lo miró fijamente—. No me reconoces, ¿verdad? No tienes motivos para ello. No fuiste allí ese día para matarme, fuiste a asesinar al padrino. Pero fallaste y te cargaste al novio. ¡A mi marido! —Barry se quedó sin aliento, y Sandy desplegó una amplia sonrisa—. Oh, ya te vas acordando. —Negó con la cabeza—. Qué mal tirador eras. Mataste a mi marido, me dejaste inválida y fallaste tu objetivo. Tus jefes de la mafia debieron de enfadarse mucho contigo por eso. —Entonces Michelle dio un paso adelante y Sandy desplazó la pistola para apuntarla—. Michelle, no te hagas la heroína —dijo Sandy—. No quiero hacerte ningún daño. Pero me obligarás a ello si intentas impedir que dé su merecido a este pedazo de mierda.

—Sandy, no tienes por qué hacerlo. Han arrestado a Barry por tráfico de drogas. Va a pasar mucho tiempo en la cárcel.

—No, no es cierto, Michelle.

—Sandy, tenemos pruebas, no tiene escapatoria.

—Está en un programa de protección de testigos. Lo encubrirán igual que hicieron en el pasado —dijo Sandy.

Michelle se giró para mirar a Barry y luego volvió a centrarse en Sandy.

—¿Protección de testigos?

—Delató a sus jefes de la mafia y no cumplió pena en prisión por matar al hombre que yo amaba; los federales miraron para otro lado porque ayudó a hacer caer una importante banda de criminales. Y en este caso también mirarán para otro lado. ¿Verdad que sí, Barry? ¿O debería llamarte por tu verdadero nombre, Anthony Bender?

Barry sonrió.

—No sé de qué estás hablando —dijo—, y si me disparas tú también acabarás en la cárcel.

—¿Te crees que me importa? Me quitaste lo único que me importaba en la vida.

—Oh, qué penita tan grande, pobre lisiadita —se burló Barry.

—¡Cállate! ¡Cállate! —gritó Sandy acercando el dedo al gatillo.

Los policías no apartaban la vista del arma de Sandy. Michelle lo notó, se giró y les indicó algo moviendo sólo los labios. A continuación, se colocó entre Barry y Sandy.

—Sandy, dame la pistola. Esta vez irá a la cárcel, me aseguraré de ello.

—Ya. —Barry se echó a reír.

Michelle giró en redondo.

—Cállate, imbécil. —Se dirigió de nuevo a Sandy—. Irá a la cárcel, te lo juro. Dame el arma.

—Michelle, sal de en medio. Me he pasado años buscando a este cabrón y ahora pienso acabar con él.

—Te quitó a tu marido y también las piernas. No permitas que te quite la vida que te queda.

—¿Qué vida? ¿A esto le llamas vida?

—Puedes ayudar a otras personas, Sandy. Eso es muy válido.

—Ni siquiera puedo ayudarme a mí misma, ¿cómo voy a ayudar a los demás?

—A mí me has ayudado. —Michelle dio otro paso hacia delante—. Me has ayudado —añadió con voz pausada—. No eres una delincuente. No eres una asesina. Eres buena persona. No permitas que te quite eso.

La pistola vaciló un poco en manos de Sandy, pero luego la puso bien rígida y habló con voz más calmada.

—Lo siento, Michelle. Tienes razón, no puedo matar a este pedazo de mierda aunque se lo merezca.

—Es verdad, Sandy. Ahora dame la pistola.

—Adiós, Michelle.

—¿Qué?

Sandy se colocó la pistola contra la sien y apretó el gatillo. El clic resonó en toda la habitación. Sandy apretó el gatillo una y otra vez, pero no salió ninguna bala para acabar con su vida. Se quedó perpleja mientras Michelle se le acercaba y le quitaba suavemente la pistola de la mano.

—He quitado las balas.

Sandy la observó anonadada.

—¿Cómo? ¿Cómo lo sabías?

—Tierra en los dedos y tierra en el suelo. La gente no suele hurgar en la tierra de un cesto de flores. Sabía que allí había algo, Sandy.

—¿Por qué no cogiste la pistola? —se quejó uno de los policías—. Si no nos hubieras avisado de que estaba descargada, quizá le habríamos disparado.

Michelle tomó una de las manos temblorosas de Sandy.

—Pensé que tenía que vivir esta escena para seguir adelante con su vida. Para ver de qué era capaz y de qué no. —Michelle sonrió con ternura a la mujer—. A veces esa es la mejor terapia que existe.

—¿Sabías lo de Barry? —pregunto Sandy.

—No se me había ocurrido que fuera él quien disparó a tu esposo, pero te veía observándolo e intuí que te interesaba por algo. Pero no sabía que era testigo protegido.

—Por cierto —empezó a decir Barry con tono seguro—. Llama a mi contacto del servicio de justicia. Se llama Bob Truman, y está aquí en Washington.

Michelle se animó.

—¿Bobby Truman?

Barry la miró desconcertado.

—¿Lo conoces?

—Desde luego. Gané una medalla de plata en los Juegos Olímpicos con su hija. Cuando le cuente lo ocurrido, tendrás suerte si vuelves a ver la luz del sol antes de cumplir los ochenta años. Hoy debe de ser mi día de suerte.

Se llevaron a Barry entre patadas y gritos. Los policías insistieron en presentar cargos contra Sandy, pero Michelle acabó disuadiéndolos.

—¿De verdad queréis rellenar todo el papeleo por esto? Además, todas las esposas de Norteamérica os considerarán unos capullos —añadió, mirando con toda la intención la alianza que llevaba uno de los agentes.

—La pistola estaba descargada —le dijo el agente, nervioso, a su compañero.

—A la mierda, no quiero líos. Pero nos llevamos el arma —respondió el otro.

Michelle condujo a Sandy a su habitación y charló con ella un rato. Cuando Michelle regresó a su habitación, oyó un gimoteo. Abrió la puerta del baño y Cheryl estuvo a punto de desplomarse.

—Cheryl, perdona. Me he olvidado de ti. —Michelle llevó a la trémula mujer hasta la cama y se sentó con ella. Entonces vio la pajilla en el suelo, la cogió y se la dio. Para su sorpresa, Cheryl no empezó a succionarla, sino que se agarró con fuerza a los hombros de Michelle, quien notó lo huesuda que era. Michelle suspiró, sonrió y abrazó a la mujer—. Me parece que esta noche hay una sesión muy buena sobre trastornos de la alimentación. ¿Qué te parece si vamos juntas? Después de cenar.

—Tú no tienes ningún trastorno de la alimentación —susurró Cheryl con voz trémula.

—¿Estás de broma, Cheryl? He tomado filete ruso, ración doble. Y encima me ha gustado. Si eso no es un trastorno, que venga Dios y lo vea.