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A la mañana siguiente, Michelle hizo una sesión de ejercicios duros, se quejó a una de las enfermeras sobre el desaparecido Horatio Barnes, regresó a su habitación y arrancó de un tirón la pajilla de la boca a Cheryl después de que la mujer emitiera seis sorbidos espantosamente largos.

Entonces oyó el correteo de unos pasos en dirección a ella y se dio cuenta de que había llegado el momento de la verdad. Agarró a Cheryl, que protestaba en voz bien alta, y la metió en el cuarto de baño.

—¡No salgas hasta que oigas que un cuerpo cae al suelo! —le gritó Michelle a la cara. Comentario que hizo que Cheryl dejara de chillar por no encontrar la pajilla.

Michelle cerró el baño de un portazo, se giró y se preparó.

Barry abrió la puerta de la habitación de una patada, armado con una tubería metálica.

—¡Hija de puta! —gritó.

—¡Traficante de drogas! —chilló ella fingiendo estar enfurecida antes de echarse a reír—. A ver si lo adivino, han trincado a tu compinche esta mañana y te ha delatado.

—¡Hija de puta! —volvió a bramar.

Michelle hizo un gesto con las manos.

—Ven a por mí, Barry, guapo. Seguro que lo estás deseando. Y después de darme una paliza podrás pasártelo a lo grande conmigo.

Barry dio un salto hacia delante, con la tubería bien levantada para asestarle un golpe mortal.

Brincó hacia atrás igual de rápido cuando el pie de Michelle le golpeó de lleno en la cara. Ella no esperó a que se recuperara. Le clavó el puño en la barriga y luego dio una vuelta rápida y le propinó una patada demoledora en la mandíbula que lo lanzó a la cama de Cheryl. Barry intentó levantarse, aturdido por la fuerza de sus golpes. Le lanzó la tubería, pero ella se agachó y la esquivó a escasos centímetros de la cabeza. Acto seguido, Barry cogió una silla y también se la lanzó, pero Michelle era demasiado ágil. Saltó de la cama y la embistió, pero sólo se encontró con aire y con una impresionante patada lateral en los riñones que pareció dejarlo fuera de combate.

Cayó de rodillas gimiendo mientras Michelle se cernía sobre él y le hincaba el codo en la nuca. Eso lo dejó tendido en el suelo.

—Estoy esperando, Barry. Si quieres acabar con esto, más vale que te des prisa; la policía no tardará en llegar.

—¡Hija de puta! —gimoteó con un hilo de voz.

—Sí, eso ya lo has dicho. ¿No se te ocurre nada nuevo?

Barry intentó levantarse y Michelle se preparaba para darle un golpe que lo dejara fuera de combate cuando dos policías de Fairfax asomaron la cabeza por la puerta con las armas desenfundadas.

Michelle señaló a Barry.

—Él es a quien buscáis. Soy Michelle Maxwell, ayer avisé al agente Richards.

—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó uno de los policías al ver la habitación destrozada.

Barry gimió desde el suelo.

—¡Idiota! Yo soy quien está herido. Necesito un médico. Me ha agredido.

—Esta es mi habitación. Ha venido aquí con la tubería de plomo, tiene sus huellas —declaró Michelle—. Ha intentado vengarse por fastidiarle la operación de tráfico de drogas que había montado con el farmacéutico. Mi teoría es que amañaban los registros informáticos del inventario de fármacos para que no se notara el robo y el amigo Barry los enviaba a su banda callejera a nombre de los pacientes recluidos. —Bajó la mirada hacia el hombre apaleado—. Como veis, las cosas no salieron exactamente tal como las había planeado.

Los policías levantaron a Barry a pesar de que decía que estaba gravemente herido, lo esposaron y le leyeron sus derechos.

—Necesitaremos tomarle declaración, señora —dijo uno de los policías.

—Oh, será un placer.

Habían enfundado las armas y estaban sacando a Barry cuando todos se quedaron petrificados. Sandy estaba en la puerta en la silla de ruedas. De todos modos, no se fijaron en la mujer, sino en la pistola que sostenía.