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Cuando Horatio Barnes regresó a casa de Linda Sue Buchanan aquella tarde, su hombre, Daryl, no estaba muy contento que digamos con los planes de la mujercita. Era un individuo corpulento y desaliñado, la camiseta grasienta estaba a punto de reventar tanto en el pecho como en la barriga. Sostenía al bebé con una de sus manazas y tenía una lata de cerveza en la otra.

—Ni siquiera conoces a este tío, Lindy —bramó Daryl—. Vete a saber si no es un violador sexual.

—Si te paras a pensar, la mayoría de los violadores son violadores sexuales —dijo Horatio haciéndose el simpático—. De hecho, he visto a unos cuantos en la cárcel.

—¿Ves lo que te digo? El tío ha estado en el trullo —declaró Daryl.

—No, he hecho de asesor para varios sistemas de prisiones estatales para tratar a los internos. Pero, a diferencia de mis pacientes, podía marcharme al acabar la jornada.

Linda Sue sacó las llaves del bolso.

—Vamos en coches separados, Daryl, y llevo mi Mace y tal. —Cogió un revolver compacto.

Dio la impresión de que Daryl se sentía aliviado al ver el arma.

—Bueno, si intenta algo le pegas un tiro y se acabó.

—Esa es la idea —dijo Linda Sue, impasible mientras comprobaba la munición del arma.

—Un momento, amigos —dijo Horatio—. Para empezar, nadie va a disparar a nadie. Y, por cierto, ¿tienes licencia para eso?

Daryl resopló.

—Tío, esto es Tennessee, aquí no hace falta licencia para llevar pipa.

—Pues a lo mejor tendrías que comprobarlo otra vez —declaró Horatio—. Y lo único que quiero es hablar con la abuela de Linda Sue. Le he dicho que podía indicarme cómo llegar a la residencia y que ya iría yo sólito.

Daryl se giró en redondo para mirarla.

—¿Es verdad eso? Entonces, ¿por qué vas?

—Voy para cobrar, gilipollas —espetó ella.

—¿Sabes qué? Te doy los cien dólares ahora mismo y te puedes quedar aquí con tu gallardo esposo —propuso Horatio mientras Daryl lo miraba con expresión confusa.

—Ni hablar. Lo que yo he entendido es que los cien pavos eran el mínimo y que, si la información que la abuela tenía era realmente buena, cobraría más. Quizá mucho más.

—Pues eso no es lo que yo he entendido —dijo Horatio.

—¿Quieres ir a ver a la abuela o no?

—¡Cien pavos! ¡Joder! —exclamó Daryl cuando por fin asimiló la cifra en su turbia cabeza.

—Vale, tú ganas. Vamos —dijo Horatio.

—Pensé que tenías la misma idea que yo —dijo Linda Sue con una sonrisa complacida.

—¡Oye, Lindy, si acabas disparándole, asegúrate de pillar antes la pasta! —les gritó Daryl desde el porche.

—Bueno, si me disparara, podría llevarse todo mi dinero, puesto que difícilmente estaré en situación de oponer resistencia —dijo Horatio muy servicial.

—Anda, pues es verdad —convino Daryl, emocionado—. Nena, ¿has oído eso?

Horatio levantó la mano a modo de advertencia.

—Pero entonces tendría que pasar el resto de su vida en la cárcel por homicidio y atraco a mano armada. De hecho, aquí en Tennessee quizá le caiga la pena de muerte. Y eso podría aplicarse a los cómplices implicados en la preparación del crimen. Espero que te des cuenta de tu papel.

Daryl se limitó a quedárselo mirando porque era incapaz de formular una respuesta.

Horatio se dirigió a Linda Sue.

—Más te vale que no te dispares a ti misma.

—Tengo el puto seguro puesto —espetó.

—Pues eso sería todo un logro, porque los revólveres no tienen seguro.

—Oh —dijo Linda Sue.

—Sí, oh.