30

Sean había esperado encontrarse con una niña tímida y callada, sin embargo, Viggie Turing estaba llena de energía y daba la impresión de que sus enormes ojos azules captaban todos los movimientos que se producían a su alrededor. Llevaba una alegre camisa roja, pantalones pirata e iba descalza. Después de que Alice se la presentara, Viggie cogió inmediatamente a Sean de la mano y lo condujo al piano.

—Siéntate.

Sean se sentó.

—¿Tocas? —preguntó ella observándolo con unos ojos tan intensos que resultaban incómodos.

—El bajo. Sólo cuatro cuerdas, no es tan difícil. Y cuando uno pierde millones de neuronas al día como yo, no está mal. —Viggie no se molestó en comentar la bromita y se limitó a sentarse y tocar una melodía desconocida para Sean—. Vale, me has pillado —reconoció—. ¿De quién es?

Alice le respondió.

—Vigenère Turing. Es una composición original.

Sean observó a la muchacha impresionado.

—¿Te gusta? —le preguntó ella.

Sean asintió.

—Eres una compositora de gran talento.

Viggie sonrió y Sean vio que afloraba la niña de once años de su interior, dado que se trataba de una expresión de timidez y de deseo de agradar. Y aquello lo asustó. Quizá confiara en personas poco dignas de confianza. «Aquí hay espías», había dicho Rivest.

—Viggie, ¿quieres…?

Empezó a tocar otra canción. Cuando acabó, se levantó y se acercó a una silla junto a la mesa de la cocina y se puso a mirar por la ventana. Mientras Sean la observaba, sus ojos grandes y vivarachos se convirtieron en meras hendiduras.

Sean se levantó.

—¿Viggie?

Sean miró a Alice, quien le hizo una seña para que se sentara con ella en el sofá.

—A veces se retira a una especie de mundo interior. Si esperamos, ya volverá en sí —dijo con voz queda.

—¿La ha visto algún experto? ¿Toma medicación?

—No sé si la ha visto algún experto pero no toma medicación. Ahora que soy su tutora, me encargaré de ello inmediatamente.

—¿Qué sabes de la madre de Viggie?

—Monk dijo que se divorciaron hace años. Él tenía la patria potestad.

—Eso es lo que me dijo Rivest —apuntó Sean—. Pero, Alice, supongo que sabes que si la madre de Viggie aparece, es muy probable que los tribunales le otorguen la custodia a no ser que esté en prisión o incapacitada para cuidar de su hija.

—Pero Monk me nombró tutora.

—Eso queda invalidado si aparece la madre.

—No voy a preocuparme por eso hasta que ocurra —dijo Alice.

—18.313 y 22.307.

Se giraron para mirar a Viggie, que los estaba observando.

—Son los factores primos de 408.508.091 —explicó la niña—. ¿Verdad?

Alice asintió.

—Eso es. Si multiplicas 18.313 por 22.307, obtienes 408.508.091.

Viggie aplaudió y se echó a reír.

—Pero si apenas hace una hora que te dije el número. ¿Cómo has sabido los factores tan rápido? —preguntó Alice.

—Los he visto en mi cabeza —admitió la niña.

—¿Estaban en fila? ¿Estabas haciendo cálculos mentales otra vez? —preguntó Alice con impaciencia.

—No. Se me han ocurrido de repente. No he tenido que hacer cálculos.

—Al menos no los cálculos que sabemos hacer los pobres mortales —dijo Alice con aire pensativo—. Viggie, me parece que el señor Sean quería preguntarte una cosa. —Viggie lo miró expectante.

—Sólo quería que supieras que vendré a verte de vez en cuando. ¿Te parece bien?

Viggie miró a Alice, que asintió.

—Supongo —dijo Viggie—. Pero debería preguntárselo a Monk.

—¿Llamas a tu padre por su nombre de pila?

—Él me llama por mi nombre. ¿No es eso lo que se hace?

—Supongo que sí. No he conocido a tu padre, pero me parece un tipo genial.

—Lo es. Tocaba en una banda de rock en la universidad. —Viggie volvió a mirar por la ventana y Sean temió que estuviera a punto de sumirse en una de sus «retiradas», pero se limitó a añadir—: Ojalá venga pronto a casa. Tengo que contarle un montón de cosas.

—¿Como qué? —preguntó Sean quizá precipitándose.

Viggie se levantó inmediatamente y empezó a tocar el piano otra vez, cada vez con más fuerza.

Cuando paró durante unos instantes, Sean le habló:

—Viggie, ¿cuándo viste a tu padre por última vez? —La pregunta provocó que se pusiera a tocar más fuerte todavía—. ¡Viggie! —exclamó Sean, pero Alice ya lo estaba empujando hacia la puerta principal mientras Viggie aporreaba las teclas antes de salir corriendo de la habitación.

Al cabo de unos segundos oyeron un portazo. Enseguida apareció la mujer que Sean había visto dormida en el sofá la noche anterior.

—Volveré dentro de unos minutos para ver cómo está, señorita Graham —dijo Alice antes de acompañar a Sean al exterior.

—Bueno, ya veo qué pasa con Viggie —dijo él mientras se rascaba la cabeza.

—Creo que en lo más profundo de su ser sabe que le ha pasado algo a su padre. Siempre que alguien le menciona el tema, se encierra en sí misma.

Sean vio a Viggie observándolos desde la ventana de su dormitorio y entonces, igual que una idea que se escapa de la cabeza, desapareció.

Sean se volvió hacia Alice.

—Los números que te ha dicho. ¿No puede haberlos averiguado con una calculadora?

—Sí, pero habría tardado un día entero. El 18.313 es el número primo dos mil, es decir, tendría que haber comprobado todos los que le preceden para ver si divididos por 408.508.091 dejaban decimales. Lo vio en la cabeza, tal como ha dicho.

—Cuéntame por qué es tan importante.

—Sean…

—Maldita sea, Alice, ha habido un par de muertes. He aceptado proteger a Viggie porque crees que corre peligro. Lo mínimo que puedes hacer es empezar a decirme por qué.

—De acuerdo. El mundo funciona con información que se manda electrónicamente. Cómo trasladarla de A a B de forma segura es la clave de la civilización. Utilizar la tarjeta de crédito para comprar cosas, sacar dinero del cajero automático, enviar un mensaje de correo electrónico, pagar facturas o comprar por Internet. Hoy en día la encriptación se basa estrictamente en los números y su longitud. El sistema más potente se basa en la criptografía asimétrica de clave pública. Es lo único que garantiza que las transmisiones electrónicas del gobierno a los comercios y a los particulares sean seguras y, por tanto, viables.

—Creo que me suena. ¿RSA o algo así?

—Eso. La clave pública estándar suele ser un número primo muy largo de cientos de dígitos que exigiría que cien millones de PC trabajaran en paralelo varios miles de años para descubrir los dos factores. Sin embargo, si bien todo el mundo conoce el número de la clave pública, o por lo menos el ordenador sí, la única forma de leer lo que se envía es desvelando la clave pública utilizando dos claves privadas. Esas claves son los dos factores primos de la clave pública y sólo el software del ordenador sabe lo que son. Por poner un ejemplo sencillo, el número cincuenta podría ser la clave pública y diez y cinco serían las claves privadas. Si sabes los números diez y cinco puedes leer la transmisión.

—¿Como los números que Viggie te dio? —preguntó Sean.

—Sí. Teniendo en cuenta que los ordenadores son cada vez más rápidos y que la práctica de hacer funcionar cientos de millones de ordenadores en ataques masivos en paralelo es cada vez más frecuente, los estándares de encriptación son cada vez más complejos. Pero, de todos modos, lo único que hay que hacer es añadir unos cuantos dígitos a la clave pública y el tiempo necesario para descifrarla se multiplica por mil, por no decir millones, de años.

—Pero tu investigación puede no ser más que una especie de llave inglesa para todo esto, Alice.

—La comunidad de encriptación cuenta con que no existe ningún atajo para la descomposición en factores porque en dos mil años de búsqueda nadie lo ha descubierto. Sin embargo, Viggie es capaz de hacerlo de vez en cuando. ¿Podría hacerlo con cifras mayores? Si es así, como he dicho, ninguna transmisión electrónica resulta segura y el mundo cambiará de forma drástica.

—¿Volveremos a las máquinas de escribir, los mensajeros y a las latas unidas con un cable?

—Se acabarían los negocios y el gobierno; el pobre consumidor no tendría ni idea de cómo actuar. Y los generales ya no podrían comunicarse de forma segura con sus ejércitos. Dudo de que mucha gente sea consciente de que hasta los años setenta, antes de que se inventara la criptografía de clave pública, las empresas privadas y los gobiernos tenían que emitir miles de mensajes constantemente con libros de códigos y contraseñas nuevos. Nadie quiere volver a esa época.

—Es increíble que la civilización entera se base en no ser capaces de descomponer en factores números grandes con rapidez —dijo Sean.

—Hemos hecho la cama y ahora tenemos que acostarnos en ella —comentó Alice.

—Supongo que la opinión pública no es consciente de nada de todo esto.

—La gente se llevaría un susto de muerte.

—Entonces, ¿crees que existe un atajo?

—Viggie me hace pensar que existe uno. Pero, a pesar de eso, mi mayor preocupación ahora mismo no son los números, sino Viggie. No puedo permitir que le ocurra nada.

—¿Crees que alguien sabe que Viggie podría tener la llave del parón del mundo? —indagó Sean.

—Has dicho que Len pensaba que aquí hay espías. Su padre conocía su habilidad y está muerto. No sé. La verdad es que no lo sé.

Sean volvió a reconfortarla poniéndole una mano en el hombro.

—No va a pasarle nada. El FBI y la policía están aquí y este sitio está repleto de guardias.

—Lo que acabas de decir ya era cierto antes de que mataran a Len —recalcó Alice.

—Pero ahora yo investigo el caso.

—¿Y qué sugieres exactamente para proteger a Viggie?

—¿Cuántos dormitorios tiene tu bungalow? —preguntó Sean.

—Cuatro. ¿Por qué?

—Uno para Viggie, uno para ti, uno para mí y sobra uno.

—¿Te vienes a vivir conmigo?

—Si me alojo en la casa principal es imposible que llegue a tiempo si le pasara algo a Viggie.

—Tendré que conseguir la aprobación de Champ y hablar con Viggie. Mañana estoy libre a partir de las seis de la tarde. ¿Qué te parece entonces?

—¿Por qué no te vas a vivir a la casita de Viggie?

—Allí hay demasiados recuerdos de Monk para ella. Pensé que alejarla de eso sería mejor.

—¿Cómo se lo explicarás a Viggie?

—Ya se me ocurrirá algo —reveló Alice.

La mujer se marchó.

Sean estaba mirándola cuando le sonó el móvil. Miró el número y se quejó. Era Joan Dillinger. ¿Cómo iba a explicarle que había asumido no una misión, sino dos nuevas misiones? La respuesta estaba clara. No pensaba responder al dichoso teléfono.

Regresó a su habitación caminando con pesadez y se preguntó cómo era posible que estuviera haciéndose más profundo el agujero en el que se encontraba.