26

El depósito de cadáveres se había improvisado en una oficina vacía y pequeña del centro del pueblecito de White Feather. El único miembro del personal era un médico forense llegado de Williamsburg que no parecía demasiado contento de estar lejos de su territorio. Extrajo el cadáver de Monk Turing del congelador portátil.

Monk no había sido un hombre agraciado en vida, y la muerte no había mejorado su aspecto. Era bajito y musculoso y tenía la barriga oscurecida por la incisión en forma de Y que lo había rajado desde el cuello hasta el pubis. Sean intentó encontrarle el parecido con su hija, pero le fue imposible. La niña debía de parecerse a su madre.

El forense repasó diligentemente los resultados oficiales con Sean. Monk Turing; edad: treinta y siete años; altura: un metro sesenta y cinco; peso: setenta y siete kilos, etc. No había duda de que el hombre había muerto de una herida de bala en la sien derecha.

—Monk era diestro —comentó Sean—. Eso encajaría con la teoría del suicidio.

—Todavía no había llegado a esa parte —dijo el forense con cierto recelo—. ¿Cómo lo sabes?

—La mano derecha es un poco más grande, está más encallecida. Y vi un guante de béisbol en su casa. No era de zurdo.

Hayes asintió para mostrar su aprobación mientras el forense echaba un vistazo a sus notas.

Sean volvió a fijarse en las manos de Monk.

—Parece que tiene algunos restos en las manos.

—Tierra en la palma y en los dedos. Fragmentos rojizos —informó el forense.

Empleando lo que parecía una lupa de alta tecnología, el forense les mostró los restos y luego soltó la mano del difunto.

—Parecen manchas de óxido. Podrían ser de haber trepado por la verja de tela metálica de Camp Peary —observó Hayes.

Sean miró al forense.

—¿Tienes la ropa que llevaba?

Sacó las prendas y las examinaron. Unos pantalones negros de pana, una camisa de algodón de rayas azules, chaqueta oscura con capucha, ropa interior, calcetines y zapatos embarrados.

Hayes tendió a Sean una bolsita impermeable.

—Encontraron esto cerca del cuerpo. Se ha confirmado que pertenecía a Turing. —Contenía una manta y una linterna.

—Probablemente utilizara la manta para subir por el alambre de espino que corona la verja —supuso Sean al observar que estaba rasgada en algunas partes—. Aunque es una opción arriesgada. ¿El alambre no le produjo cortes en el cuerpo?

El forense negó con la cabeza.

—Me extraña que no encontráramos guantes —añadió Hayes—. Para trepar por la verja y saltar por el alambre.

—Si hubiera llevado guantes sus huellas no estarían en la pistola. Empieza a parecer un suicidio, sheriff —dijo Sean.

El forense alzó la vista.

—Yo no puedo determinar con seguridad si se trató o no de un suicidio. La ciencia forense tiene sus límites.

—En el informe dice que la herida era de casi contacto, no de contacto —puntualizó Sean—. La víctima tampoco presenta heridas defensivas ni indicios de que la ataran. Cuesta creer que alguien se le acercara tanto con una pistola y no intentara defenderse.

—Quizás estuviera drogado —sugirió Hayes.

—Esto es lo que iba a preguntar —dijo Sean—. ¿Cuáles son los resultados del informe de toxicología?

—Todavía no lo hemos recibido.

—O sea, que no podemos descartar el suicidio —declaró Sean—. Y si resulta que se pegó un tiro, ¿por qué en Camp Peary? ¿Tenía alguna relación con la CIA? ¿Había trabajado allí alguna vez? ¿Acaso quiso entrar en la agencia pero fue rechazado?

Hayes negó con la cabeza.

—Todavía no lo hemos averiguado. —Se dirigió al forense—: ¿Sabes ya cuál es la hora aproximada de la muerte de Rivest?

—No pasó demasiado tiempo en el agua. Entre cinco y seis horas, quizá. Tenía en la boca lo que parecía el fluido de un edema hemorrágico, lo cual indica que murió ahogado. Cuando lo abra podré confirmarlo si encuentro agua en los pulmones.

Hayes consultó su reloj.

—Entre cinco y seis horas. Basándonos en el momento del descubrimiento del cadáver, si no estuvo en la bañera tanto tiempo antes de morir ahogado significa que la muerte debió de producirse entre la una y las dos de la madrugada.

—No mucho después de que me marchara —dijo Sean. «Y encaja con la hora en la que me pareció ver que Champ volvía a casa»—. Había bebido mucho —se atrevió a sugerir—. Cócteles y vino tinto.

El forense tomó nota de ello.

—Gracias.

—¿Es posible que bebiera tanto como para perder el conocimiento y morir ahogado? ¿No se habría despertado al notar que el agua le entraba en la boca y en la nariz? —preguntó Hayes.

El forense negó con la cabeza.

—Si estaba inconsciente por culpa del exceso de alcohol, la conmoción del agua pudo no haberlo reanimado.

—Lo dejé totalmente K. O. Me pregunto por qué decidió darse un baño cuando volvió en sí —dijo Sean.

—Quizá vomitara y decidiera lavarse —dijo el forense.

Sean negó con la cabeza.

—Si te vomitas encima, no esperas que se llene la bañera. Vas directo a la ducha. —Sean se quedó paralizado en cuanto hubo pronunciado esas palabras.

—Tienes razón —convino Hayes sin fijarse en la expresión de Sean—. ¿Adónde vamos ahora? —preguntó en cuanto volvieron al coche.

Sean no intentó disimular su emoción.

—Quiero echar otro vistazo a ese cuarto de baño. Se me acaba de ocurrir una cosa.

—¿Qué cosa?

—Sé que Len Rivest fue asesinado.