Michelle volvió a oír pasos, exactamente a la una de la madrugada. Se levantó y salió por la puerta. Ahora tenía un aliciente añadido para averiguar qué tramaba el mirón de Barry. Rezó para que al menos fuera un delito grave. Bajó por el pasillo a oscuras, calibrando el ritmo de los pasos que se oían ligeramente por delante de ella. Llegó al final del pasillo y echó un vistazo más allá de la esquina. Había una luz encendida al fondo. Fue avanzando hasta que distinguió de dónde venía. Era la farmacia. Había alguien dentro. Cuando el hombre se movió delante de la ventanilla de cristal de la puerta, se dio cuenta de que no se trataba de Barry sino del hombre bajito que había visto ahí mismo antes. «Un poco tarde para estar administrando fármacos», pensó.
Mientras se encontraba allí apareció otra silueta cerca de la puerta de la farmacia. Barry miró en derredor con cautela antes de entrar y cerró la puerta detrás de sí. Michelle se echó hacia delante al máximo para ver mejor. Y entonces cayó en la cuenta. Para empezar, ¿por qué estaba Barry ahí a esa hora? Había hecho el turno de día. Durante su estancia en el centro, Michelle se había percatado de que el personal hacía turnos de doce horas y llegaban por la mañana o por la noche a las ocho en punto. Hacía cinco horas que el turno de Barry había acabado. ¿Acaso estaba haciendo unas cuantas horas extras para dedicarlas a asuntos personales?
Michelle oyó antes de ver: era el ligero crujido de la goma en el linóleo. En un principio pensó que eran las zapatillas que llevaban las enfermeras. Pero entonces apareció la silla de ruedas. Sandy iba totalmente vestida y se impulsaba por el pasillo con las manos. En un momento dado se detuvo y se puso a vigilar la puerta de la farmacia. Michelle retrocedió rápidamente cuando Sandy giró la cabeza de repente y miró en su dirección. Al cabo de un minuto, Michelle se atrevió a volver a mirar por la esquina, pero Sandy ya no estaba. Transcurridos unos minutos, Barry y el otro hombre salieron de la farmacia y este cerró la puerta con llave. Por suerte, se fueron por el pasillo en dirección contraria a la de Michelle.
En cuanto el sonido de sus pasos se amortiguó, Michelle se acercó sigilosamente a la farmacia. Lo que le extrañaba era que ambos hombres hubieran salido de la farmacia con las manos vacías. ¿Qué estaba pasando?
Entonces desvió la atención hacia el otro pasillo, en dirección a la habitación de Sandy. Se desplazó lentamente y pegada a la pared, dando pasos cortos y lo más silenciosos posible. Llegó a la habitación de Sandy. Estaba a oscuras. Se asomó al cristal y la distinguió tumbada en la cama. Estaba claro que la mujer fingía dormir. Pero ¿por qué había ido a mirar la farmacia? ¿Se hallaba implicada en la trama de Barry? Michelle no quería creer tal cosa, pero tampoco podía descartar esa posibilidad.
Michelle regresó a su habitación pero le costó conciliar el sueño. Se revolvió en la cama durante varias horas sin dejar de aventurar posibles teorías que explicaran lo que había visto, a cual más improbable.
Se levantó temprano y bajó a desayunar. A continuación asistió a otra sesión de grupo a la que Horatio la había apuntado. Luego tuvo una sesión de terapia individual. Cuando acabó, Michelle fue directa a la habitación de Sandy y se la encontró allí. Con otras personas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Michelle.
Un médico, dos enfermeras y un guardia de seguridad rodeaban la cama de Sandy. La mujer estaba tendida, agitándose con violencia y gimiendo.
Una enfermera se volvió hacia Michelle.
—Vuelve a tu habitación ahora mismo.
El guardia se acercó a ella con las manos estiradas.
—Ahora mismo —repitió.
Michelle se giró y se marchó, pero no se alejó demasiado.
Al cabo de unos minutos su permanencia se vio recompensada cuando el grupo salió de la habitación de Sandy y pasó por su lado. Sandy estaba atada a una camilla con una vía de suero inyectada en el brazo. Parecía dormida. Puso en práctica la formación recibida en el Servicio Secreto y siguió recorriendo el brazo de la mujer con la mirada hasta llegar a las manos. Lo que vio la dejó muy extrañada porque Sandy siempre había cuidado mucho su aspecto.
Michelle esperó hasta perderlos de vista y entonces entró a toda prisa en la habitación de Sandy y cerró la puerta tras de sí. Se sentía un poco culpable por aprovecharse de la enfermedad de Sandy para registrar su cuarto. Pero sólo un poco.
No tardó demasiado, porque la mujer había traído pocos efectos personales. A Michelle le extrañó no encontrar fotos ni de la familia ni de los amigos. De todos modos, Michelle tampoco había traído ninguna foto. Pero, a juzgar por el cariño con el que Sandy había hablado de su difunto esposo, Michelle habría pensado que por lo menos tendría una foto de él. No obstante, teniendo en cuenta el terrible final que había tenido, quizá no quisiera ningún recordatorio.
Miró a su alrededor y se fijó en el ramo de flores. Inspeccionó la mesa en la que estaba el ramo y recorrió con el dedo el laminado con finas partículas de tierra. Bajó la vista al suelo y también vio restos de tierra. Eso era lo que le había extrañado de las manos de Sandy. Las tenía llenas de tierra. Como si…
Michelle cruzó la habitación y se pegó a la pared situada junto a la puerta. Había alguien fuera. La puerta se abrió lentamente. Michelle se agachó para que la persona no la viera por la abertura de cristal.
Cuando la persona entró y se acercó a la cama, Michelle salió a hurtadillas por la puerta. Miró hacia atrás y vio a Barry acercándose a la cama de Sandy. Corrió pasillo abajo hasta el puesto de enfermería.
—Un hombre acaba de entrar en la habitación de Sandy, creo que no debería estar ahí porque Sandy está enferma —le dijo a la enfermera que estaba de guardia.
La mujer se levantó inmediatamente y recorrió el pasillo con rapidez.
Michelle volvió enseguida a su habitación y casi chocó con Cheryl, que salía con la pajilla en la boca. Michelle no quería estar sola en ese momento por si Barry volvía para vengarse de ella por haberlo delatado. Estaba claro que no podía contar con que la enfermera mantuviera su identidad oculta. De hecho, quizás estuviera enfadada con Michelle por haberla hecho ir corriendo a la habitación de Sandy y encontrarse con Barry. Como había dicho el cabrón, podía entrar y salir a su antojo.
—Hola, Cheryl, ¿quieres charlar un rato? —Cheryl dejó de succionar durante unos instantes y miró a Michelle como si fuera la primera vez que la veía. Michelle empezó a hablar rápido—: Quiero decir que compartimos habitación y la verdad es que no nos conocemos. Y creo que en algún punto del manual de los pacientes pone que debemos intentar relacionarnos entre nosotros como una forma de terapia. Ya sabes, podemos hablar de mujer a mujer.
La sugerencia de Michelle era tan falsa que Cheryl se limitó a dejarla allí plantada y a darle un sonoro sorbo extra a la pajilla. Michelle entró en la habitación y se colocó contra la puerta.
Transcurrieron veinte minutos y no hubo ni rastro de Barry. No temía al hombre físicamente. Ya se había dado cuenta de que era un intimidador que se daría la vuelta y echaría a correr la primera vez que le devolvieran un golpe más fuerte del que él había dado. Pero podía perjudicarla de otro modo, acusándola de cualquier cosa. O quizá le introdujera drogas robadas en la cama. Si la gente le creía a él en vez de a ella, ¿qué pasaría? ¿Se quedaría encerrada en ese sitio en contra de su voluntad? ¿Iría a la cárcel? Hundió el mentón en el pecho presa de una terrible depresión.
«Sean, ven a rescatarme de este sitio, por favor.» Entonces recordó algo obvio. Estaba allí por voluntad propia. Se había ingresado porque así lo había querido, pero podía marcharse con las mismas. Podía marcharse en ese mismo momento. Podía ir al apartamento que Sean había alquilado para ellos, relajarse durante un día y luego ir a su encuentro. Seguro que en esos momentos necesitaba su ayuda. Siempre la necesitaba en algún momento preciso durante la investigación de un caso.
Salió disparada por la puerta y casi chocó con la enfermera que había allí.
Michelle parpadeó y dio un paso atrás.
—¿Sí?
—Michelle, Sandy quiere verte.
—¿Se encuentra bien?
—Está estable —dijo la enfermera—. Y quiere hablar contigo.
—¿Qué le pasa?
—Me temo que no puedo hablar del tema.
—Por supuesto que no —farfulló Michelle mientras seguía a la mujer por el pasillo. Pero entonces aceleró el paso. Quería ver a Sandy. Tenía unas ganas enormes de verla.