19

Después de dejar plantado a Horatio, Michelle se saltó la comida. Se dedicó a hacer unos ejercicios tan intensos en el gimnasio que acabó empapada de sudor. Se sentía mejor. Era obvio que las endorfinas habían conseguido lo que a Horatio Barnes le había resultado imposible. Poco a poco se estaba convenciendo de que lo ocurrido en aquel bar había sido una equivocación debida probablemente al exceso de alcohol. Pronto saldría de allí y volvería con Sean para resolver los problemas de otras personas. Horatio podría regodearse en las desgracias de otros pacientes.

Regresó a su habitación para ducharse. Tras peinarse el cabello húmedo, se envolvió en una toalla y salió del cuarto de baño. Se sentó en la cama y empezó a aplicarse loción en las piernas. Entonces se dio la vuelta tan rápido que la toalla se le cayó al suelo.

Barry llevaba un rato detrás de una cómoda de un rincón de la habitación.

Ahora estaba sonriente en un lugar visible para ella.

—¿Qué coño estás haciendo aquí? —gritó ella.

—Cheryl no se ha presentado a la sesión y me han enviado a buscarla —respondió Barry rápidamente sin apartar la mirada del cuerpo desnudo de Michelle, quien tiró de una sábana de la cama y se cubrió antes de levantarse.

—¡No está aquí, así que largo!

—Siento haberte molestado —se disculpó Barry con la sonrisa todavía en los labios.

—Voy a informar de esto, hijo de puta —dijo Michelle, enfurecida—. Sé exactamente de qué vas.

—Me han enviado aquí a buscar a una paciente. No es culpa mía que te pasees desnuda. ¿No has leído la sección sobre información del centro donde dice que durante el día las habitaciones de los pacientes se consideran espacios públicos y que el personal puede entrar y salir en cualquier momento? También dice que, por consiguiente, los pacientes que deseen intimidad tienen que vestirse en el cuarto de baño.

—Parece que te has estudiado bien esa sección. A ver si adivino por qué, don Pervertido.

Él retrocedió hacia la puerta sin apartar la mirada de las piernas largas y desnudas de Michelle.

—Si me denuncias, tendré que defenderme.

—¿Qué se supone que significa eso exactamente? —preguntó Michelle hecha una furia.

—Significa que otras pacientes han decidido seducir al personal masculino para obtener un trato preferente, pequeños favores, drogas, cigarrillos, caramelos, incluso vibradores. Me refiero a que, según mi versión, yo he venido aquí y tú has empezado a desnudarte para mí. ¿Quieres un vibrador, guapa? Pero como soy un buen trabajador, no puedo tratarte de forma distinta a los demás. Lo siento.

Michelle había apretado los puños presa de la furia.

—¡No te he visto, cabrón! Estabas escondido en el rincón.

—Tú dices que estaba escondido y yo digo que no. Que pases un buen día. —Barry le dedicó una última mirada penetrante antes de girarse y marcharse.

Michelle estaba tan alterada que le temblaba todo el cuerpo. Respiró hondo varias veces para tranquilizarse, cogió la ropa y acabó de vestirse en el cuarto de baño. La puerta no tenía cerrojo por motivos obvios, por lo que se quedó de pie con la espalda apoyada contra la misma, por si el hombre volvía para algo más que devorarle el culo y las tetas con la mirada. Se sentía ultrajada en lo más profundo de su ser.

Michelle acabó de vestirse y se estaba planteando si denunciar a Barry o no cuando entró una trabajadora.

—Vengo a buscarte para la sesión —dijo la mujer.

—¿Qué sesión? —preguntó Michelle.

—Horatio Barnes te ha apuntado a una sesión de grupo esta tarde.

—No me lo ha dicho.

—Está en tu programación. Estoy aquí para asegurarme de que vas.

Michelle vaciló. «Maldito sea.»

—¿Cuántas personas hay en el grupo?

—Diez. Estoy segura de que te resultará muy provechosa. Y sólo dura treinta minutos.

—Bien, pues cuanto antes empiece antes acabaré —espetó Michelle.

—Esa actitud no es la más recomendable —la reprendió la mujer.

—Ahora mismo es la única actitud que tengo.

Un médico que Michelle no conocía dirigía la sesión. La única salvación para Michelle era la presencia de Sandy. Fue directamente hacia ella y se sentó a su lado. En cuanto se hubo sentado, se abrió la puerta y apareció Barry. Se quedó de pie apoyado en la pared.

Cada vez que Michelle notaba que la miraba, sentía un hormigueo en la piel. Ese cabrón la había visto desnuda. Eso la atormentaba. Ni siquiera Sean la había visto en cueros.

Mientras el médico les pasaba algunos materiales, Sandy miró a Michelle y advirtió su expresión desgraciada.

—¿Estás bien?

—No, pero ya te lo contaré luego. ¿Cómo funciona esta sesión? —susurró.

—Síguele el rollo. Todo irá bien. Este loquero no está mal. Tiene buenas intenciones, pero no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo real.

—Pues qué estimulante —dijo Michelle.

Al término de la sesión, Michelle empujó la silla de ruedas de Sandy hasta más allá de Barry.

—Que pasen un buen día, señoras —dijo Barry, aguantándoles la puerta y con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Vete a tomar por culo! —espetó Michelle suficientemente fuerte para que lo oyeran él y todos los demás.

Sandy hizo una mueca.

—Oh, querida, por favor, esa frase me hace pensar en una escena muy desagradable y acabo de comer.

Barry dejó de sonreír.

Camino de la habitación de Sandy, Michelle le contó el incidente con Barry.

—He oído decir que espera a oír el sonido de la ducha en las habitaciones de las mujeres que están de buen ver y entonces entra a echar una ojeada.

Michelle estaba indignada.

—Si ese cabrón tiene la costumbre de hacer eso y se sabe, ¿por qué no lo despiden?

—A la gente le da miedo hablar. Piénsalo, la mayoría están aquí porque son personas confundidas y vulnerables. No están en la mejor situación para defenderse de un gilipollas como él.

—Me encantaría pasar unos minutos a solas con ese tío. Le dejaría la cara más fea de lo que ya la tiene.

—Pues mira que es difícil —repuso Sandy.

Michelle entró con Sandy en la habitación y vio un gran ramo de flores en la mesita de noche.

—¿Tienes un admirador secreto? —preguntó Michelle.

—¿Acaso no lo tienen todas las mujeres? —Sandy tocó un pétalo de rosa—. Hablando de admiradores, ¿quién era ese hombre alto y guapísimo con el que te vi hablar cuando llegaste aquí?

—Sean King. Somos compañeros.

—¿Compañeros? O sea, ¿que todavía no hay anillo?

—No, somos compañeros de una agencia de detectives.

—¿Eres detective?

—Y exmiembro del Servicio Secreto —dijo Michelle.

—Pues nunca habría dicho que fueras policía federal.

—¿Por qué? ¿Se supone que tenemos una pinta específica?

—No. Pero sé diferenciar a los buenos de los malos —dijo Sandy.

—¿Has tenido mucha experiencia con ambos?

—Digamos que tengo un montón de experiencia, punto. —Le dio una palmadita a Michelle en la mano—. ¿Y ese tal Sean King y tú… ha pasado algo fuera del trabajo?

—Ahora hablas como el loquero —dijo Michelle.

—¿Está tan bien por dentro como por fuera?

—Incluso mejor, la verdad.

—En ese caso, querida, ¿puedo preguntarte por qué no llevas un anillo en el dedo?

—Somos compañeros de trabajo, Sandy.

—Hay muchas formas de ganarse la vida. Pero por experiencia sé que los hombres guapos con un corazón de oro escasean tanto como las mujeres que se van de un bar sin que les hayan manoseado el culo. Cuando encuentres a uno de esos, mejor que le eches el guante u otra lo hará.

Michelle pensó en que Sean y Joan habían vuelto a trabajar juntos mientras ella estaba ahí metida luchando por su alma con Horatio Harley Davidson Barnes y siendo el objeto de las miradas lascivas del gilipollas de Barry.

—No es tan fácil —dijo al final.

—Oh, las mujeres se dicen eso constantemente. En parte se debe a que para las mujeres no hay nada fácil. Sólo es fácil para los hombres y eso se debe a que los cabrones gozan del favor de Dios y no ven más allá de a lo que meten mano.

—Sean es distinto —aclaró Michelle.

—Entonces me estás dando la razón. Déjate de complejidades y ve a lo fácil. Un anillo en el dedo. No hace falta más.

—Suponiendo que yo lo quisiera así, ¿qué pasa si él no quiere?

Sandy repasó a Michelle con la mirada.

—Entonces, sinceramente, él es quien necesita estar internado y no tú. Quizá sea mejor que la mayoría de los hombres, pero doy por supuesto que tiene cremallera y algo detrás.

—Basarse en la atracción física no funciona a largo plazo —opinó Michelle.

—¡Por supuesto que no! Pero les haces picar el anzuelo con las curvas, los pescas y empleas el tiempo que tardas en deteriorarte en educarlos como es debido.

—¿Te has casado alguna vez?

—Sí. Y duré unos diez minutos —dijo Sandy.

—¿Divorcio exprés?

—No, me dispararon el día de la boda y así acabé. Mi marido durante diez minutos no tuvo tanta suerte.

—Dios mío, ¿lo mataron? ¡Durante la boda!

Sandy asintió.

—La organizadora de la boda se quedó muda. Estaba preocupada por las gambas y la escultura de hielo. No tenía ni idea de cómo establecer prioridades.

—¿Cómo ocurrió?

Sandy se levantó con agilidad de la silla y pasó a la cama. Llevaba una camisa de manga corta y Michelle vio cómo se le marcaban los tríceps y las venas de los bíceps. Sandy se sentó recostada en la cama.

—Lo que sucedió fue hace mucho tiempo. Oficialmente, sólo tuve al amor de mi vida durante diez minutos. Pero mentiría si dijera que lo habría cambiado por pasar la vida con otra persona. Así que piensa en tu señor King. Piénsatelo bien y sé consciente de que no siempre estará ahí. Porque hay muchas mujeres por ahí a quienes les importan un bledo las complicaciones. Cogen lo que quieren, querida. Cogen lo que quieren.