Al cabo de cinco minutos Alice condujo a Sean por las escaleras de piedra de una gran casa verde de tablones de madera con tejado de listones de cedro y un amplio porche. La siguió al interior hasta un acogedor estudio cuyas paredes estaban llenas de libros. En medio de la estancia había un escritorio con un enorme monitor de pantalla plana encima. Alice señaló con un dedo el sillón de piel gastada mientras se dejaba caer en la silla giratoria del escritorio.
Sean observó interesado cómo ponía la pierna derecha encima del escritorio y se subía la pernera del pantalón. El velcro se soltó a medio muslo y esa parte del pantalón se le quedó en la mano. Fue entonces cuando Sean vio el metal bien pulido y las correas debajo. Soltó las correas de la pierna, aflojó unas cuantas palancas y colocó la prótesis con el mocasín negro encima del escritorio. Acto seguido, Alice se frotó la zona del muñón que había estado en contacto con el aluminio.
Alzó la mirada hacia Sean.
—Estoy segura de que Emily Post y su progenie criticarían a una persona que muestra su pierna artificial a un total desconocido, pero la verdad es que me da igual. Supongo que la señora Post nunca tuvo que utilizar una de estas todo el día. Y a pesar de todos los avances tecnológicos, a veces duele un montón.
—¿Qué te pasó? —preguntó Sean mientras ella se tragaba tres Advil con ayuda del vaso de agua que se había servido de una jarra que tenía encima de la mesa—. Lo siento. Quizá no te apetezca hablar del tema —añadió rápidamente.
—No me gusta perder el tiempo y a veces resulto cortante. Soy matemática de profesión, pero mi pasión es la lingüística. Mi padre era diplomático y viajamos mucho por Oriente Próximo cuando era pequeña. Por tanto, hablo árabe y farsi y varios dialectos que el gobierno de Estados Unidos considera valiosos. Hace cuatro años, me ofrecí voluntaria para trabajar de intérprete en Irak para el departamento de Estado. La cosa fue bien durante dos años, hasta que iba en un Humvee cerca de Mosul y dio la vuelta encima de una bomba improvisada. Recuperé el conocimiento en Alemania al cabo de una semana y descubrí que no sólo había perdido siete días de mi vida sino también buena parte de la pierna derecha. De todos modos tuve suerte. Sólo dos personas sobrevivieron a la explosión, un hombre que me condujo a un lugar seguro y yo. Me dijeron que lo único que quedó del conductor que iba a mi lado fue el torso.
»La trayectoria de la metralla en un recinto cerrado no tiene mucho de ciencia exacta. Sin embargo, mi país me rehabilitó y me proporcionó este maravilloso pertrecho. —Dio una palmadita a la pierna artificial.
—Lo siento —dijo Sean. En su interior se maravilló de la capacidad de Alice para hablar con tal desapego de lo que debió de ser una situación terrible.
Alice se recostó en el asiento y observó a Sean fijamente.
—Todavía no tengo ni idea de por qué te han hecho venir aquí.
—Se ha producido una muerte en circunstancias misteriosas y soy detective.
—A eso llego. Aquí han venido suficientes policías como para que al mismísimo Jack el Destripador le empezaran a temblar las manos ensangrentadas. Pero todos trabajan para el gobierno, tú eres detective privado.
—¿Qué quieres decir exactamente? —preguntó Sean.
—Quiero decir que realmente no pueden controlarte, ¿no?
—No sé. ¿Pueden? —Ella no respondió, así que Sean prosiguió—: ¿No has dicho que tenías cosas que contarme?
—Esta era una de ellas.
—Bueno, ¿quiénes son ellos? ¿Los dueños de Babbage Town? Aquí nadie parece dispuesto a contármelo, o a lo mejor es que no se sabe. Posibilidades, ambas, que me parecen insólitas.
—Me temo que en eso no puedo ayudarte.
—¿El FBI ha hablado contigo?
—Sí. Un hombre llamado Michael Ventris —expuso Alice—. Sin sentido del humor y eficiente.
—Gracias por la información. ¿Qué opinión te merece Champ Pollion? A ver si lo adivino, fue el primero de su promoción en el MIT.
—No, en realidad fue el segundo de su promoción en el Indian Institute of Technology, escuela que muchos entendidos consideran incluso más prestigiosa.
—También parece estar muy nervioso por lo que le pasó a Monk.
—Es científico. ¿Qué sabe él de muertes violentas e investigaciones de homicidio? Vi suficiente sangre en Irak como para tener el cupo lleno durante mil años, pero incluso a mí me ha dejado intranquila lo que le sucedió a Monk. Por lo menos en Irak se sabe quién intenta matarte. Aquí no se sabe.
—Entonces, ¿crees que Monk fue asesinado?
—No lo sé. Eso es lo que resulta inquietante.
—¿Lo encontraron en un terreno de la CIA?
—Cierto —asintió Alice—. Pero si la CIA tuviera algo que ver con su muerte, ¿crees que habrían dejado el cadáver ahí tan a mano? Me refiero a que podrían haberlo lanzado al río York.
—¿Y qué función tienes en Babbage Town? Queda claro que no eres «soldado raso».
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Tu casa es más grande que el resto de los bungalows.
—Soy jefa de un departamento. Champ vive en el lado contrario de la mansión, cerca de la Cabaña número uno.
—¿Y qué hacen en la Cabaña número uno?
—De hecho es mi departamento. Champ dirige la Cabaña número dos. La del depósito de agua.
—¿Y no vas a decirme a qué te dedicas? —preguntó Sean.
—No es nada demasiado emocionante —dijo Alice—. Descomponemos números en factores. Números muy grandes, o por lo menos lo intentamos. Es una tarea bastante difícil. Buscamos algo que mucha gente de este campo está convencida de que no existe. Un atajo matemático.
Sean mostró su escepticismo.
—¿Un atajo matemático? ¿Y eso justifica los guardias armados y las residencias de lujo?
—Sí, si en caso de que lo consigamos el mundo puede dejar de girar. Y no estamos solos. IBM, Microsoft, la Agencia de Seguridad Nacional, la Universidad de Stanford, Oxford y países como Francia, Japón, China, India y Rusia, todos están enfrascados en actividades similares. Quizás incluso alguna organización criminal. Sin duda tienen alicientes para hacerlo.
—No sé si me gustaría competir con la Agencia de Seguridad Nacional —admitió Sean.
—Quizás ese sea el verdadero motivo por el que necesitamos guardias armados. Para protegernos de ellos.
—O sea, ¿que todo Babbage Town se dedica a eso de los factores de los números?
—Oh, no, sólo mi pequeño equipo de la Cabaña número uno y yo. Y, a decir verdad, me siento un poco como la hermanastra desgraciada. Está claro que mi labor se considera una especie de apoyo por si la investigación de Champ no funciona. Pero la compensación sería enorme.
—¿Por hacer que el mundo deje de girar? —dijo Sean repitiendo las palabras de ella—. ¿Qué sentido tiene eso?
—Algunos inventos, como la bombilla o los antibióticos, ayudan a la humanidad. Otros, como las armas nucleares, tienen el potencial de acabar con el género humano. Pero la gente sigue inventándolos. Y también hay personas que los compran.
—¿Por qué será que me siento como Alicia cruzando el espejo?
—No tienes por qué entender nuestro mundo, King. Sólo tienes que averiguar qué le pasó a Monk Turing.
—Llámame Sean. ¿Monk trabajaba en tu departamento?
—No, en el de Champ. Monk era físico, no matemático. Pero lo conocía.
—¿Y?
—Y pasaba ratos con él y Viggie, pero no puedo decir que lo conociera muy bien. Era callado, metódico e introvertido. Nunca hablaba demasiado de su vida privada. Ahora no te cortes y hazme las preguntas obvias. ¿Monk tenía enemigos? ¿Estaba implicado en algo que pudiera haber provocado su muerte? Cosas así…
Sean sonrió.
—Bueno, como ya las has preguntado, sólo me falta esperar las respuestas.
—No las tengo. Si estaba metido en drogas o se dedicaba a robar o tenía alguna perversión sexual que hizo que lo mataran, lo disimulaba muy bien.
—¿Sabes que lo mataron con su propia pistola y que sólo había huellas de él? —le preguntó Sean.
—Entonces, ¿fue un suicidio?
—Todavía no sabemos todos los detalles. Dices que no lo conocías demasiado bien, pero ¿alguna vez te pareció depresivo, con tendencias suicidas?
—No, nada de eso —afirmó Alice.
—¿Era buen padre con Viggie?
Alice suavizó la expresión.
—Muy buen padre. Solían jugar a la pelota horas enteras en el jardín. Incluso aprendió a tocar la guitarra para acompañarla cuando ella tocaba el piano.
—¿Pasabas mucho tiempo con ellos?
—Con Monk no, pero sí con Viggie. Es como la hija que nunca he tenido.
—¿Y a Monk le parecía bien?
—Trabajaba muchas horas; no es que yo trabaje pocas, pero teníamos horarios distintos y por eso iba bien que a veces yo pudiera estar con ella cuando él no podía.
—Entiendo. ¿Y la madre?
Alice negó con la cabeza.
—Ni idea. Nunca la he conocido.
De repente a Sean se le ocurrió una pregunta que probablemente debería haberle formulado a Rivest.
—¿Monk había hecho algún viaje últimamente?
—No, últimamente no. Aquí no nos dan muchas vacaciones. —Hizo una pausa—. Salió del país hace unos ocho o nueve meses, creo.
Sean se animó.
—¿Sabes adónde?
Alice negó con la cabeza.
—Nunca me lo dijo.
—Entonces, ¿cómo sabes que salió del país?
—Recuerdo haberle oído decir que tenía que renovarse el pasaporte. Supongo que ahí constará el destino. En el pasaporte.
«Que está en manos del FBI».
—¿Cuánto tiempo pasó fuera?
—Unas dos semanas —dijo Alice.
—¿Quién cuidó de Viggie?
—Yo colaboré. Y contrataron a unas personas aquí en Babbage Town para que cuidaran de ella.
—¿Y a Viggie no le importó estar rodeada de un puñado de desconocidos?
—Supongo que Monk había hablado con ella. Si él le decía que no pasaba nada, ella le creía. Tenían una relación muy estrecha.
—¿Consigues comunicarte con Viggie, Alice?
—A veces. ¿Por qué?
—Porque quizá necesite tu ayuda cuando hable con ella —dijo Sean.
—¿Qué puede saber Viggie que ayude en la investigación?
—Quizá sepa algo sobre su padre que explique lo sucedido.
—Si habla contigo, no será con un lenguaje que comprendas demasiado bien —advirtió Alice.
Sean sonrió.
—Menos mal que tengo a una buena lingüista para ayudarme.
—A ti te importa un bledo si Monk Turing se suicidó o fue asesinado, ¿verdad? —preguntó ella con condescendencia—. Cobrarás igual.
—Te equivocas. Me importa pillar al asesino.
—¿Por qué?
—En teoría soy investigador privado. Pero en realidad soy policía y los policías piensan así. Por eso hacemos un trabajo que mucha gente no quiere hacer. Has dicho que querías contarme varias cosas. Sólo me has contado una.
Ella lo miró con curiosidad.
—Estoy muy cansada, así que me voy a la cama. Seguro que sabes encontrar la salida. —Se volvió a fijar la prótesis y subió las escaleras lentamente.
Cuando regresó a su dormitorio de la mansión, Sean no hacía más que darle vueltas a una idea en la cabeza: «¿Dónde coño me he metido?»