Len Rivest acompañó a Sean por las instalaciones de Babbage Town. Tras la mansión había una serie de edificios de distintos tamaños. Sean se fijó en que todas las puertas contaban con un panel de seguridad contiguo.
Uno de los mayores edificios ocupaba unos mil metros cuadrados y estaba circundado por una alambrada de más de dos metros. Tenía una especie de silo adjunto.
Sean señaló el silo.
—¿Qué hay ahí?
—Agua. La necesitan para refrigerar ciertos equipos.
—¿Y en los otros edificios?
—Otras cosas.
—¿En cuál trabajaba Monk Turing? ¿Y a qué se dedicaba?
—Esperaba no tener que decirlo —admitió Rivest.
—Len, tenía la impresión de que nos habíais contratado para ayudar a descubrir cómo murió Monk Turing. Si no quieres que lo hagamos, dilo y vuelvo a casa y dejo de hacer perder el tiempo a los demás. El tal Champ se ha pasado media hora hablando y no me ha dicho nada y no tengo intención de repetir la situación contigo.
Rivest se introdujo las manos en los bolsillos.
—Lo siento, Sean. Sé que trabajaste en el Servicio Secreto con Joan y no me gusta jugar al gato y al ratón con un compañero. Que quede entre nosotros, pero creo que los que mandan se están repensando lo de traer aquí a investigadores privados.
—¿Y quiénes son los que mandan?
—Si lo supiera te lo diría.
Sean se quedó boquiabierto.
—¿Me estás diciendo que no sabes para quién trabajas?
—Con el dinero suficiente es fácil no dejar rastros —concluyó Rivest—. En mi nómina dice que trabajo para Babbage Town. Una vez me picó la curiosidad e intenté averiguar algo más sobre la identidad corporativa y me dijeron que si volvía a intentarlo me pondrían de patitas en la calle. El sueldo que tengo es con diferencia mucho mejor que los que he tenido jamás. Tengo a dos hijos en la universidad. No quiero echarlo todo a perder.
—¿Y cómo sabes que se lo están repensando? —preguntó Sean.
—Todos los días recibo comunicados privados en el ordenador. Les dije que ya habías cogido el avión y que por lo menos debías tener una oportunidad. Porque existen ciertos riesgos.
—¿Debido a la implicación del FBI y de la CIA?
Rivest frunció el ceño.
—Camp Peary nada más y nada menos. Pero si solucionas esto rápido y, esperemos, demuestras que Babbage Town no tiene nada que ver, entonces quizá se acaben nuestros problemas.
—Pero ¿y si tiene relación con Babbage Town?
—Entonces probablemente tenga que ponerme a buscar otro trabajo.
—Champ Pollion piensa que tiene que ver con alguna conspiración a gran escala orquestada por el complejo militar/industrial.
Rivest se quejó.
—Por favor, ya tengo suficientes problemas sin perder el tiempo en teorías estúpidas ideadas por ese lelo.
—Bueno, centrémonos en lo básico. ¿Cómo murió Monk Turing?
—Herida de bala en la cabeza. El arma estaba al lado del cadáver.
—¿En qué lugar exacto de Camp Peary fue encontrado?
—En el extremo este del complejo que da al río York. Habrás visto la zona al venir si has mirado hacia la otra orilla del río.
—¿La zona cercada? —inquinó Sean.
—Sí, su cuerpo estaba justo dentro. Todo apunta a que trepó por la valla. Estoy convencido de que la zona está vigilada, pero, por lo que parece, no las veinticuatro horas de todos los días de la semana. Camp Peary abarca una superficie de varios kilómetros cuadrados y buena parte de la misma está sin explotar. Ni siquiera la CIA tiene dinero para vigilar cada centímetro cuadrado. Monk se las apañó para entrar en el recinto.
—¿Dónde está ahora el cadáver?
—En White Feather, un pueblo cercano, abrieron un depósito de cadáveres provisional. Un forense de Williamsburg realizó la autopsia. No hay duda sobre la causa de la muerte. He visto el cadáver y el informe. Pero adelante si quieres echar un vistazo.
—De acuerdo —asintió Sean—. ¿Turing estaba casado?
—Divorciado. Estamos intentando localizar a su ex. No hemos tenido suerte por el momento.
—¿Hijos?
—Una. Viggie Turing, de once años.
—¿Dónde está ahora?
—Aquí mismo. Vivía con su padre en Babbage Town. —Rivest inclinó la cabeza hacia unas casitas—. Los edificios de esa zona son viviendas para los empleados. Algunos viven en la mansión.
—¿Viggie es un apodo o un apellido?
—Es una abreviatura de Vigenère o eso tengo entendido.
—¿En honor a Blaise de Vigenère? —preguntó Sean.
—¿Quién?
—No importa. ¿Turing tenía algún enemigo conocido?
—Pues por lo menos tenía uno desconocido.
—Pero ¿y la teoría del suicidio? ¿Herida de contacto muy próximo, arma encontrada al lado?
—Podría ser —reconoció Rivest, lentamente—. Pero tengo la corazonada de que no fue eso.
—A veces las corazonadas fallan —dijo Sean.
—Pues no me fallaron en los veinticinco años que trabajé en el FBI. Y algo me dice que aquí hay gato encerrado.
—Me gustaría hablar con Viggie.
—Pues te va a costar sacarle algo a esa niña.
—¿Y eso por qué?
—Si no es un poco autista, es algo parecido. Monk era capaz de comunicarse con ella pero prácticamente nadie más puede.
—¿Sabe al menos que su padre está muerto?
—Digamos que nadie sabe realmente cómo darle la noticia. Pero no será agradable.
—¿Por qué? ¿Es una niña violenta?
Rivest negó con la cabeza.
—Es callada y tímida y una excelente pianista.
—Entonces, ¿qué problema tiene?
—Vive en su propio mundo, Sean. Estás hablando con normalidad con ella y de repente es como si desapareciera. No se comunica al mismo nivel que tú y yo.
—¿La ha examinado algún profesional?
—No sé.
Sean pensó en Horatio Barnes.
—Llegado el caso, conozco a una persona que podría ayudar. ¿Quién cuida ahora de ella?
—Alice Chadwick entre otros.
—¿Y quién es?
—Trabaja en uno de los departamentos de aquí. He dicho que Monk era el único capaz de comunicarse con ella. Pero parece que Alice también lo consigue, aunque de forma más limitada.
—¿Quién encontró el cadáver de Monk?
—Un guardia que patrullaba por Camp Peary.
—¿Alguna prueba forense en la escena del crimen que sugiera alguna pista?
—Que yo sepa, no —comentó Rivest.
—¿La pistola?
—Era de Turing. Tenía la licencia correspondiente.
—¿Sus huellas estaban en el arma?
—Parece ser que sí.
—¿Parece ser que sí? ¡O estaban o no estaban!
—Vale, sí estaban. Tampoco había nada que sugiriera que lo hubieran atado y no presentaba heridas defensivas. Mira, a lo mejor un puto guardia de Camp Peary apretó el gatillo —espetó Rivest.
—¿Con el arma de Turing?
—Monk había entrado sin autorización. Un guardia le disparó y ahora intentan encubrirlo.
Sean negó con la cabeza.
—Si hubiera entrado sin autorización, el guardia habría tenido un buen motivo para matarlo. Encubrirlo no hace más que agrandar el hoyo. Y no iba a utilizar el arma de Monk para cumplir con su obligación.
—Con la CIA nunca se sabe —protestó Rivest.
—El segundo motivo es incluso más fuerte. Monk murió de una herida de contacto próximo. Si un guardia estuvo lo suficientemente cerca para hacer eso, podría haberlo detenido sin matarlo.
—¿Se enzarzaron en una pelea y el arma se disparó sin querer? —sugirió Rivest.
—Pero has dicho que no había indicios de pelea.
Rivest suspiró.
—Vete a saber qué sucedió en realidad.
—¿Cuál es la postura de la CIA? —preguntó Sean.
—Que saltó la valla y se pegó un tiro.
—Está claro que eso no es lo que tú crees, ¿no?
Rivest miró en derredor inquieto.
—Aquí estamos a la vista de mucha gente.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que en un lugar como este puede que haya espías.
—¿Espías? ¿Por qué lo crees?
—No tengo pruebas. Es otra corazonada.
—¿Ha aparecido algo entre las pertenencias de Turing? —preguntó Sean.
—El FBI se lo ha llevado todo. Su ordenador, documentos, pasaporte, etc.
—¿Quién fue la última persona que vio a Monk con vida?
—Es posible que fuera su hija —dijo Rivest.
—¿El FBI no dispone de expertos que puedan ayudar en el trato con la niña?
Rivest pareció agradecer ese cambio de tema.
—Trajeron a una de esas supuestas expertas y no consiguió nada con la niña.
Sean pensó otra vez en su amigo Horatio Barnes montado en su Harley y decidió llamarlo más tarde. Sin embargo, no estaba del todo convencido porque quería que se centrara en la recuperación de Michelle.
Rivest continuó:
—Lo vieron a la hora de cenar la noche antes de que encontraran su cadáver. Después de la cena se fue a trabajar un rato a su departamento.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sean rápidamente.
—Según el registro informatizado, salió de allí a las ocho y media. Sus movimientos a partir de esa hora son pura especulación.
—¿Cómo llegó a Camp Peary? ¿Fue nadando o en barco? ¿En coche?
—No creo que pudiera ir en coche. No se puede llegar a esa parte del recinto sin pasar por la entrada principal. Y no sabemos si fue nadando o no. Debido a la lluvia, el cuerpo y la ropa estaban empapados. Pero cruzar el río es un buen trecho.
—Por eliminación, entonces probablemente fuera en barco. ¿Encontraron alguno cerca?
—No.
—¿Aquí se guarda alguna embarcación?
—Oh, por supuesto —explicó Rivest—. Algunas barcas de remos y kayaks, hay un velero grande y unos cuantos sculls de carreras. Y Babbage Town es titular de un par de motonaves.
—O sea, ¿que hay muchas embarcaciones disponibles pero no se echa ninguna en falta?
—Cierto. Pero si alguien lo llevó allí, pudo volver a dejar el barco en su sitio y nadie se habría enterado.
—¿Dónde se guardan? —preguntó Sean.
—En un cobertizo junto al río.
—¿Alguien oyó una motonave la noche que Monk murió?
Rivest negó con la cabeza.
—Pero el cobertizo está bastante lejos y hay un bosque de por medio. Es concebible que nadie oyera nada.
—Tengo la impresión de que chocamos con un muro en algún sitio —comentó Sean.
—¿Te apetece beber algo? —preguntó Rivest.
—¿Crees que necesito una copa?
—No, pero yo sí. Venga, vamos a cenar, bebamos un poco y mañana te contaré de Babbage Town más cosas de las que habrías querido saber.
—Dime una cosa, ¿vale la pena que por ello maten a una persona?
En la tenue luz del ocaso, Rivest miró más allá del hombro de Sean hacia la mansión.
—Joder, Sean, vale hasta el punto de hacer entrar en guerra a varios países.