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La península de Beale es una cuña de tierra que sobresale hacia el río York en el condado de Gloucester, a medio camino entre Clay Bank y Wicomico en la pintoresca marisma de Virginia. Al igual que buena parte de Virginia, Beale fue una de las primeras zonas a las que llegaron los colonos. Estaba llena de las primeras glorias del nuevo país que más de un siglo después se convertiría en Estados Unidos. A menos de quince kilómetros al sur, en Yorktown, en 1781 el general británico Cornwallis entregó tanto su espada como a miles de humillados «casacas rojas» al variopinto ejército continental de George Washington. Eso puso fin a la guerra de la Independencia norteamericana con muy buena nota para los yankis victoriosos, quienes, hasta ese momento, apenas habían librado una batalla en la que no acabaran derrotados.

A partir de los campos abiertos de los primeros tiempos habían surgido magníficas plantaciones, con casas de ladrillo y tablones de madera, que dependían de legiones de esclavos para su buen funcionamiento. Menos de cien años después, los terrenos agotados y la guerra de Secesión pusieron fin para siempre a aquella época letárgica de la aristocracia sureña.

La llegada de los nuevos ricos gracias a la revolución industrial trajo consigo una renovada oleada de prosperidad a ese tranquilo punto de York; llegaron atraídos por las aguas limpias, buenas oportunidades de pesca, clima templado y entorno bucólico. También se consideraba un lugar reconstituyente para los tísicos gracias a la baja altitud, las brisas fluviales y la abundancia de pino amarillo de hoja larga, recomendado para los pulmones tísicos. Y en cuanto una o dos de esas familias de categoría empezaron a echar raíces con materiales caros, otras las siguieron rápidamente.

Por este motivo, en su momento álgido, seis líneas privadas de ferrocarril desde el norte y tres más desde el oeste terminaban en este puño pastoso de arcilla roja de Virgina regada continuamente por las brisas fluviales.

En la actualidad, años después, unos cuantos de esos palacios se habían convertido en casas de turismo rural o pequeños hoteles. No obstante, la mayoría, igual que las plantaciones sureñas antes que ellos, habían quedado en ruinas, lo cual por lo menos ofrecía lugares llenos de aventura en los que los niños podían jugar en las marismas durante los largos y húmedos días del verano.

Justo al otro lado del río, en la orilla del condado de York, el gobierno de Estados Unidos había dejado su impronta bien clara con Camp Peary, situado al lado de un centro de suministros navales y un centro armamentístico. Este triunvirato ocupaba toda la orilla desde Yorktown hasta más allá de Lightfoot, Virginia. Decían que la gente de Camp Peary, un centro de formación ultrasecreto para los agentes de la CIA también llamado «la Granja», disponía de tecnología capaz de distinguir el color de ojos de una persona desde el otro lado del ancho río en plena noche. Los lugareños también daban por hecho que toda persona que hubiera estado en un radio de seis kilómetros del lugar había sido espiada desde el espacio exterior. Nadie había podido demostrarlo, pero era totalmente cierto que ningún visitante se marchaba de la zona sin oír esa historia por lo menos tres veces.

Beale había sobrevivido a los altibajos de la economía y a los caprichos de los ricos, mientras que sus habitantes más moderadamente acomodados seguían con sus vidas, igual que buena parte del resto del país. Esta era la realidad salvo por una novedad reciente en la zona: un lugar llamado Babbage Town.

La avioneta de Sean King aterrizó con suavidad en el asfalto de la única pista y se paró cuando las hélices dobles fueron dejando de girar. Un Hummer color azul grisáceo se detuvo junto a la avioneta y un joven negro y larguirucho ataviado con el uniforme de una empresa de seguridad privada se apeó y ayudó a Sean con el equipaje.

Cuando el Hummer se puso en marcha, Sean se recostó en el asiento y pensó en la visita que le había hecho a Michelle antes de partir hacia Babbage Town. Había llamado a Horatio para asegurarse de que no había problema para ir a verla antes de su marcha. Y, a su vez, el psicólogo le había dicho que quería echar un vistazo a las pertenencias de Michelle en el apartamento que Sean había alquilado para ambos. Horatio también había querido ver el coche de Michelle.

—Ponte mascarilla y guantes —le había advertido Sean— y asegúrate de que todavía estás cubierto por la vacuna del tétanos.

Sean había quedado con Michelle en la sala de visitas y se había animado al ver su aspecto saludable. Incluso le dio un fuerte abrazo, escuchó lo que le decía y le respondió directamente a las preguntas que él le formuló.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en ese tal Babbage Town? —le había preguntado en cuanto le contó lo de su nueva misión.

—No lo sé seguro. Voy a ir en una avioneta privada que Joan ha contratado.

—¿Y qué tal está la paranoica y esquizofrénica zorra de tu ex?

Sean se tomó el comentario como muestra de su recuperación.

—Bueno, no va a venir conmigo. Hay un tipo allí llamado Len Rivest que es el jefe de seguridad de Babbage Town. Trabajó en el FBI, conoce a Joan y recomendó su empresa. Él será mi principal contacto sobre el terreno.

—¿Dices que han matado a un hombre?

—No se sabe con certeza. Se llamaba Monk Turing. Trabajaba en Babbage Town.

—¿Qué es exactamente Babbage Town?

—Me lo han descrito como un gabinete estratégico cuyos cerebros trabajan en algo importante.

—¿Quién lo dirige? —preguntó Michelle.

—Según el expediente, un tipo llamado Champ Pollion.

—¿Monk? ¿Champ?

—Lo sé; todo suena muy raro. Pero cobraré una buena pasta si descubro qué le pasó a ese hombre —dijo Sean.

—¿Así es como podrás pagar esta clínica? Sé que mi seguro no lo cubre.

—Lo único que tienes que hacer es recuperarte. Yo me encargo del resto.

—Me estoy recuperando —afirmó Michelle—. Me encuentro bien. —Bajó la voz—. Y aquí pasan cosas raras.

—¿Raras? ¿A qué te refieres?

—Por la noche se oyen ruidos. Hay personas que van a sitios en los que no deberían estar.

Sean respiró hondo antes de hablar con tono ligeramente severo.

—¿Me prometes que no te meterás en eso, sea lo que sea? No estaré por aquí para ayudarte.

—Tú te largas en un avión a no se sabe dónde a investigar un asesinato sin mi ayuda. Yo debería ser quien te apretara las clavijas, Sean.

—Te prometo que iré con cuidado.

—En cuanto salga de aquí iré a ayudarte —apuntó Michelle.

—Me han dicho que tú y Horatio os caéis muy bien.

—No soporto a ese cabrón.

—Bien, eso quiere decir que os lleváis bien.

Al cabo de unos minutos, Sean se disponía a marcharse cuando Michelle lo agarró del brazo.

—Si la situación se desmadra, llámame. Iré corriendo a ayudarte.

—Me cubriré las espaldas —indicó Sean.

—Me parece que no puedes cubrirte la parte de atrás y la de delante a la vez.

Sean la señaló con un dedo.

—Lo más importante es que te pongas bien, Michelle. Entonces podremos volver a ser la pareja de detectives estelares y perfectos del tipo «los opuestos se atraen».

—Me muero de ganas.

—Yo también.

Ahora se dirigía a Babbage Town, solo y lamentando más que nunca que Michelle no estuviera allí. De todos modos, su socia tenía un largo camino por delante hasta recuperar la salud y a él le preocupaba constantemente la posibilidad de que no lo consiguiera.

Mientras circulaban siguiendo el río York, unos cuantos pájaros alzaron el vuelo al mismo tiempo que media docena de ciervos cruzaba rápidamente la carretera. El conductor apenas dio un toque al freno. El costado del último ciervo se quedó a pocos centímetros de chocar contra el alto guardabarros del monovolumen. Sean no veía más que cornamentas que atravesaban el parabrisas y lo empalaban en el cuero grueso y lustroso del Hummer.

—Esto es habitual en esta época del año —dijo el conductor con tono aburrido.

—¿Qué es «esto», la muerte instantánea? —espetó Sean.

Miró a la derecha y vio el río entre las extensiones de campo. Más allá le pareció distinguir la verja de tela metálica coronada con alambre de púas que rodeaba el terreno situado en la otra orilla del río York.

—¿Camp Peary? —preguntó, señalando.

—El terreno de los agentes de la CIA. Llámalo la Granja.

—Se me había olvidado que estaba aquí. —Sean sabía perfectamente que estaba allí, pero fingió ignorancia con la intención de obtener más información de las fuentes locales.

—A la gente que vive por aquí nunca se le olvida.

—¿Por la noche desaparecen los animalillos y los niños? —preguntó Sean con una sonrisa.

—No, pero ¿sabes ese avión en el que has venido? Seguro que un misil tierra/aire de la Granja te apuntaba al culo hasta que has aterrizado. Si el avión hubiera entrado en el espacio aéreo restringido, habrías caído del cielo mucho más rápido de lo imaginable.

—Seguro. Pero supongo que dan mucho trabajo a la zona.

—Sí, pero también se llevaron cosas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sean.

—Los de la Armada fueron los primeros. Cuando llegaron echaron a todo el mundo.

—¿A todo el mundo? —Sean estaba confundido.

—Sí, aquí había dos pueblos: Magruder y Bigler’s Mill. Mis abuelos vivían en Magruder. Durante la guerra los trasladaron a James City County. Después de la guerra la Armada se largó de aquí pero volvió a comienzos de los años cincuenta. Desde entonces es una zona prohibida.

—Interesante.

—Sí, pero para mis abuelos no lo fue tanto. Los militares hacen lo que les da la real gana.

—Bueno, ahora debería consolarte el hecho de que sólo esté la amable CIA observándote con los prismáticos —comentó Sean. El hombre se rio entre dientes y Sean cambió de tema—. ¿Conocías a Monk Turing?

El hombre asintió.

—Sí.

—¿Y?

—Era igual que el resto de la gente de Babbage Town. Demasiado cerebrín. No puede decirse que habláramos el mismo idioma.

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas aquí?

—Dos años —dijo el hombre.

—¿Por qué necesita un servicio de seguridad este lugar?

—Trabajan en asuntos importantes.

—¿Como por ejemplo? —preguntó Sean.

—No soy la persona adecuada para explicarlo. Algo relacionado con números y ordenadores. Probablemente te lo cuenten si les preguntas. —Sonrió—. Oh, sí, te lo contarán de forma que no entiendas nada, pero aquí estamos. —El conductor señaló hacia delante—. Bienvenido a Babbage Town. Espero que disfrutes de la estancia entre nosotros —añadió con una amplia sonrisa.