5

A la mañana siguiente, Sean llamó a un viejo amigo, Horatio Barnes, psicólogo del norte de Virginia. Tenía más de cincuenta años y llevaba coleta de pelo cano y una perilla bien poblada. Su ropa preferida eran los vaqueros desgastados y las camisetas negras y se desplazaba en una Harley antigua. Se había especializado en ayudar a los agentes de los cuerpos de seguridad federales a superar un sinnúmero de problemas provocados por el estrés laboral, situación en que Sean lo había conocido.

Sean relató a Horatio el incidente del bar y la conversación que había mantenido con Rodney sobre la pelea. Concertó una cita y llevó a Michelle a verlo con el pretexto de ir al médico para examinarle las lesiones.

La consulta de Horatio Barnes, situada en un almacén medio abandonado, era aireada y espaciosa, con una serie de ventanales sucios y libros apilados en el suelo. El escritorio estaba hecho con caballetes que parecían sostener una puerta grande. La enorme motocicleta Harley negra del psicólogo se encontraba aparcada en un rincón.

—En este barrio, si la dejara fuera, no duraría ni media hora, ¿a que no? —explicó con una amplia sonrisa—. Bueno, Sean, lárgate de aquí. A Michelle no le hace falta que estés de oyente compasivo mientras me cuenta su vida.

Sean los dejó sin rechistar y esperó en una antesala pequeña y abarrotada de cosas. Horatio salió al cabo de una hora mientras Michelle se quedaba sentada en la consulta.

—Pues tiene unos cuantos problemas serios —declaró Horatio.

—¿Cómo de serios? —preguntó Sean, con prudencia.

—Lo suficiente como para recomendar un ingreso.

—¿Eso no es lo que se hace cuando se considera que la persona supone una amenaza para ella misma o los demás?

—Creo que fue a ese bar con la intención de morir, por lo menos en parte.

Sean se estremeció.

—¿Michelle ha dicho eso?

—No —dijo Horatio—. Mi trabajo consiste en leer entre líneas.

—¿Dónde está el sitio?

—Reston. Es una clínica privada —dijo Horatio—. Pero no es barata, amigo.

—Ya me las apañaré para conseguir el dinero.

Horatio se sentó en una caja de embalar vieja e hizo una seña a Sean para que hiciera lo mismo.

—Cuéntame, Sean. Dime cuál crees tú que es el problema.

Sean habló durante media hora y le explicó lo que les había ocurrido a los dos en Wrightsburg.

—Sinceramente me sorprende que no estéis los dos haciendo terapia —dijo Horatio—. ¿Seguro que estás bien?

—Nos afectó a los dos, pero Michelle se lo tomó mucho más a pecho.

—Es obvio que considera que ya no puede fiarse de su buen criterio y, en su caso, eso es muy grave.

—Además, el hombre le gustaba. Y encima se enteró de qué tipo de persona era en realidad. Supongo que eso deja hecho polvo a cualquiera.

Horatio lo miró fijamente.

—¿Y tú cómo te lo tomaste?

—¿Un tío que se carga a un montón de gente? ¿Cómo coño quieres que me lo tomara? —preguntó Sean.

—No. Me refiero a que Michelle saliera con otro hombre.

Sean adoptó una expresión más controlada. Dijo:

—Oh, bueno, en aquel momento yo también tenía una relación.

—No me refería exactamente a eso.

Sean lo miró sin entender, pero su amigo no le dio más pistas.

—¿Crees que puede mejorar? —preguntó Sean.

—Si realmente quiere, sí. Si no está muy segura de querer mejorar por lo menos podemos enseñarle los pasos que tiene que dar para llegar a hacerlo.

—¿Y si no quiere mejorar?

—Entonces la situación es muy distinta. —Horatio hizo una pausa—. Pero ¿recuerdas que he dicho que había ido a ese bar a morir, por lo menos en parte? Pues el hecho de que Michelle fuera ahí y buscara pelea con el mayor hijo de perra que encontró puede ser el mejor indicio de que realmente quiere recuperarse.

Sean lo miró con expresión extrañada.

—¿Por qué lo dices?

—Fue una forma de pedir ayuda a gritos, Sean; una forma rara pero un grito de todos modos. Lo curioso es por qué decidió hacerlo ahora, porque, obviamente, hace tiempo que acarrea estos problemas.

—¿Se te ocurre algún motivo? —indagó Sean.

—Como he dicho, considera que ya no puede fiarse de su instinto. Acto seguido, va a ese bar y se deja machacar por el puño de ese tío. Una forma de castigarse.

—¿Castigarse? ¿Por qué?

—No lo sé.

—¿Y si no quiere ingresar en el centro? —preguntó Sean.

—Nunca conseguiremos una orden judicial para ingresarla. O ingresa por voluntad propia o tendré que tratarla como paciente externa.

—Entonces conseguiré que la ingresen como sea.

—¿Cómo? —dijo Horatio

—Ejerciendo de abogado y mintiendo como un bellaco.