Un mes más tarde
Kat se acurrucó al lado de Sin en la cama. No había nada mejor que sentir sus duros músculos contra su cuerpo desnudo. Si pudiera, se pasaría toda la eternidad así.
No obstante, llevaban en la cama casi catorce horas y tarde o temprano tendrían que levantarse para atender los asuntos del casino… y para atender otros asuntos como salir a la caza y captura de demonios gallu.
Todavía no habían encontrado a la Dimme que se había escapado. Aunque de momento el demonio no había hecho de las suyas. El problema era que no tenía muy claro si era una buena señal o no. Se alegraba de que la Dimme no estuviera matando humanos a diestro y siniestro, pero era obvio que tenía que matar a alguien para sobrevivir. Y seguiría haciéndolo hasta que la localizaran.
Kat suspiró al escuchar que el teléfono móvil de Sin sonaba de nuevo.
—Damien —dijo ella, al reconocer el tono de llamada.
—Seguramente —replicó Sin al tiempo que se giraba para frotarle la nariz con la suya.
Lo rodeó con los brazos y las piernas y gimió por la maravillosa sensación de tenerlo encima.
—¿No vas a contestar?
—Un día de estos. Quiero hacer otra cosa primero.
—Y yo que creía que ya lo habías hecho —dijo al tiempo que le regalaba una sonrisa traviesa.
Esos ojos dorados la atravesaron mientras la devoraban.
—Todavía no —murmuró él antes de apoderarse de sus labios.
Kat suspiró al sentir su sabor hasta que la atravesó la descarga eléctrica de los poderes que él estaba traspasándole. Intentó apartarse, pero Sin la sujetó con fuerza hasta que recuperó sus antiguos poderes al completo.
Sin esperó a que hubiera finalizado el proceso para soltarla y la estudió de arriba abajo como si temiera haberle hecho daño.
—¿Ha funcionado? ¿Has recuperado tus poderes?
Asintió con la cabeza, a lo que él respondió con un suspiro aliviado.
—Bien. Llevo dándole vueltas al asunto desde que me los diste. Que sepas que no es fácil controlar todo ese poder.
—Sí, lo sé. —Le acarició la mejilla—. Por eso cuando era muy joven le arrebaté todo su poder a cierto dios sumerio y estuve a punto de matarlo.
—Eso era lo que temía que te pasara. No quería hacerte daño, pero deseaba que volvieras a ser como antes.
—¿Por qué?
—Porque adoro esa parte de ti y no quiero arrebatarte nada. Solo quiero hacer de tu vida algo tan maravilloso como tú has hecho de la mía.
La alegría la inundó al escucharlo.
—Supongo que esto quiere decir que ya has abandonado todos tus planes de venganza contra Artemisa, ¿no?
Un brillo malicioso apareció en sus ojos. Un brillo que solo aparecía cuando tramaba algo.
—No, no del todo.
—¿Qué quieres decir?
Sin se encogió de hombros antes de mordisquearle los labios.
—Acabo de encontrar una venganza mejor.
—¿Cuál?
Un brillo tierno iluminó sus ojos cuando la miró.
—Quiero ver la cara que pone cuando le digas que va a ser abuela.
Su respuesta le arrancó una carcajada. Era malo, malísimo, pero eso era lo que adoraba de él.
—Cariño, vete vistiendo, porque vamos a hacer que tu día sea redondo.