20

El sonido que reverberó por la caverna recorrió a Kat como una descarga eléctrica. Artemisa y ella se tambalearon y cayeron sobre Kish, que tenía los ojos como platos mientras las paredes que los rodeaban se sacudían. Del techo comenzaron a caer rocas a medida que el sonido aumentaba de intensidad. Miró a Sin a los ojos y vio la confirmación de sus peores temores.

Soltó una carcajada nerviosa.

—Por favor, dime que la caverna solo tiene indigestión.

Sin embargo, sus temores se confirmaron cuando una nueva vibración los sacudió justo antes de que escuchara el alarido procedente del interior de la tumba.

Las Dimme estaban a punto de salir.

Al ver los dedos femeninos que aparecieron por una grieta se tensó, preparada para la lucha. Tenían las uñas largas y negras, e intentaban agrandar la grieta.

—Retroceded —les ordenó Sin a todos.

—No tengo poderes —dijo Artemisa—. No puedo luchar contra los demonios porque se los presté a alguien temporalmente —protestó, lanzándole una mirada asesina a Kat—. Al menos espero que sea algo temporal…

Kat asintió con la cabeza. Le había devuelto sus poderes a Sin y también había cogido algunos para ella, pero nunca le arrebataría los poderes a su madre. Tal vez discutieran de vez en cuando, pero en el fondo la quería con locura.

Sin sonrió al tiempo que le lanzaba a Artemisa una mirada elocuente.

—Creo que ya hemos dado con nuestro sacrificio.

—¡Por favor! —exclamó Simi, enfurruñada—. No podemos permitir que la foca muera. Akri también se morirá si no puede beber de ella. —Se interpuso entre Artemisa y la tumba echando chispas por los ojos… literalmente—. Vamos, Xirena, tienes que ayudar a Simi a proteger a la foca.

Xirena soltó un gruñido asqueado cuando se colocó junto a su hermana.

Kish se acercó a la diosa.

—Creo que es el lugar más seguro para un humano que no quiere acabar de merienda.

Artemisa lo miró con desdén al tiempo que Xypher se colocaba entre Sin y Kat.

—¿Algún plan maestro? —le preguntó Xypher a Sin.

—Seguir con vida.

—Me gusta. Sencillo, atrevido. Imposible. Me va.

Kat frunció el ceño por el comentario.

—¿De qué te quejas, Xypher? Tú ya estás muerto.

El skoti soltó una carcajada.

—Vaya, por una vez me alegra estar en mi pellejo.

Ojalá estuviera en su misma posición, pensó ella. Miró a Sin.

—¿Algún consejo para matar a estas cosas?

—Nada. La última vez tuvimos que estar tres para encerrarlas… Encerrarlas, que no matarlas, porque nunca hemos sabido cómo hacerlo. Son unos bichos asquerosos.

Genial. Se moría de ganas por conocerlas.

De repente, se escuchó un estrépito a su espalda. Se giró a tiempo de ver cómo Aquerón entraba en la cámara, acompañado de Zakar y del resto del grupo.

—Sella la puerta —le ordenó Ash a Deimos.

Kish frunció el ceño.

—Esto… no es por llevar la contraria ni nada parecido, pero ¿no hemos tenido que luchar para abrirla?

Una Dolofoni lo miró con sorna.

—En fin, si quieres dejarla abierta para que entren todos los demonios…

—Ciérrala, por favor.

La Dolofoni sonrió.

—Ya sabía yo que me darías la razón.

Deimos y Fobos, su hermano gemelo, se apoyaron contra la roca que había sellado la puerta. Jadeaban y sangraban, al igual que el resto.

—Bueno —dijo M’Adoc al tiempo que se limpiaba la sangre de la frente—, al menos estos bichos solo son siete.

—Que son veinte veces peores y más fuertes que los otros —puntualizó Sin.

—Genial —replicó ella—, me encanta estar en igualdad de condiciones… —Harta de tonterías, extendió las manos e hizo aparecer dos espadas.

Zakar se acercó a ellos y Sin le dio el Cetro que habían recuperado de la tumba de Ishtar.

—Simi —dijo Ash con sequedad—, lleva a Artemisa al Olimpo.

Simi resopló, molesta.

—A ver si dejas que Simi se la coma un día de estos.

—Simi…

—Simi ya se va, ya se va… —gruñó antes de cumplir con la orden.

Sin miró a Ash con desdén.

—¿Por qué?

Ash se encogió de hombros.

—Las Dimme te parecerán lindos gatitos si ella muere, porque tendrías que vértelas conmigo en mi verdadera forma. ¿Estás preparado para eso?

—Hoy no, estoy un poco cansado.

Sin hacerles caso, Zakar colocó el Cetro en la cerradura. Cuando intentó sellarla, el Cetro se rompió.

—Creo que hemos esperado demasiado. No hay forma de detener la cuenta atrás.

Kat miró los dedos de las Dimme, que seguían ensanchando la grieta.

—Están despiertas y empiezan a hacer mella en la piedra.

—¿Cómo coño se mata a una Dimme? —preguntó Xypher.

Se miraron entre sí a medida que los iluminaba el resplandor verdoso que salía de la tumba. Los gallu que había al otro lado de la puerta siguieron con sus intentos de echarla abajo. Las Dimme empezaron a chillar con más fuerza mientras arrancaban trozos de piedra.

¿Cómo se mataba a una criatura invencible? Kat siguió dándole vueltas y más vueltas a la pregunta hasta que ya no pudo más. De repente, volvió a mirar la tumba y se le ocurrió una idea.

Se giró hacia Sin.

—Creo que estamos abordando mal el tema. Olvídate de matarlas. ¿Cómo las encerrasteis la última vez?

—Con tres dioses sumerios y un cántico.

Kish suspiró.

—Lástima que nos falte uno.

—No —corrigió Ash—. Tenemos tres. Zakar, Sin y Katra.

Sin se quedó pasmado al entender lo que decía. Era brillante. Al salvar la vida de Kat, cabía la posibilidad de que también hubiera salvado el mundo.

—El intercambio de sangre.

Ash asintió con la cabeza.

—Kat comparte tu sangre sumeria. Puede ocupar el puesto del tercer dios.

Sonrió al ver la expresión esperanzada de Kat. Miró a Zakar y por primera vez tuvo la sensación de que tenían la oportunidad de sobrevivir.

—¿Recuerdas cómo las encerramos la última vez?

—Sí, pero el Cetro se ha roto. Necesitamos utilizar otra cosa como llave.

—¿Servirá la esfora? —le preguntó Kat a Sin—. Puede moverse a través del tiempo.

No estaba seguro, pero valía la pena intentarlo.

—Creo que servirá. Solo hay una manera de averiguarlo.

Kat se quitó el colgante y se lo tendió a Sin.

—¿Qué hacemos ahora?

Después de darle la esfora a su hermano, Sin colocó a Kat en el centro de la tumba mientras que él se ponía a la derecha y Zakar a la izquierda.

En cuanto estuvieron en sus puestos, comenzó a cantar en sumerio:

—Yo soy el elegido, la guía de los demonios de esta tierra. Convocamos a las fuerzas que nos crearon y nos dieron la vida. Hay un ahora y un antes para todo. Protegemos y guardamos con todo nuestro ser. Nos entregamos por las vidas de los demás. Protegeremos por siempre la vida de los vivos.

Repitió el cántico dos veces antes de que Zakar se le uniera.

Kat contuvo el aliento mientras intentaba retener las palabras sumerias con la vista clavada en la mano de una Dimme que se deslizaba por el agujero. La carga del ejército de Kessar contra la puerta resonó con más fuerza cuando ella se unió al cántico.

En cualquier instante aparecería delante de ellos alguno de los dos grupos o los dos.

La esfora adquirió un color rojo intenso.

—¡Zakar! —La voz de Kessar resonó en la estancia—. ¡Libera a las Dimme!

Zakar titubeó.

—Sigue conmigo, hermano —dijo Sin con una voz increíblemente tranquila.

Kessar siguió ordenándole a Zakar que los ayudara.

Zakar bajó el brazo que sujetaba la esfora y su voz perdió volumen al tiempo que se escuchaban las carcajadas de las Dimme.

Kat miró a Sin.

—No te muevas —le dijo él—. Tenemos que quedarnos donde estamos para que funcione.

Zakar respiraba con dificultad mientras Kessar seguía ordenándole que liberase a las Dimme.

—No voy a dejar que sigas controlándome —masculló de repente. Tenía la frente perlada de sudor—. No te pertenezco. No traicionaré a mi hermano. No lo volveré a hacer.

Vamos, Zakar, lo animó Kat en silencio. No nos falles.

Aunque sobre todo rezaba para que no se fallara a sí mismo.

Saltaba a la vista que el demonio que llevaba dentro aunaba fuerzas para apoderarse de él, y eso la aterró.

Más rápido que el rayo, Ash se colocó detrás de Zakar y comenzó a susurrarle al oído. De repente, los ojos de este se volvieron blancos y levantó la mano que sujetaba la esfora al tiempo que retomaba el cántico con renovado fervor.

Aunque se moría por saber lo que estaba sucediendo, Kat no se atrevió a interrumpir su propia letanía.

Un fuerte viento comenzó a soplar en la cámara. Era tan fuerte que los Dolofoni se tambalearon y chocaron entre sí. Xirena plegó las alas. Y ella sintió el azote del pelo en la cara.

Tenía la sensación de que estaba clavada al suelo, de que aunque el viento le agitara el pelo y la ropa, no podría moverla del sitio. Las Dimme buscaban la libertad a golpes, y sus gritos se entremezclaban con el cántico.

La luz inundó la estancia cuando los gallu echaron la puerta abajo.

—¡Al ataque! —gritó Deimos, que corrió hacia los demonios.

Se desató el caos más absoluto mientras Zakar, Sin y ella intentaban retener a las Dimme.

La esfora soltó un destello cegador antes de que una de las Dimme escapara.

La criatura pasó por encima de su cabeza, obligándola a agacharse, pero se mantuvo en su sitio.

—Olvídala —dijo Sin—. Sigue cantando. Primero tenemos que sellar la tumba con las demás dentro. Ya iremos a por ella después.

Siguió concentrada en el cántico mientras los demás se le echaban encima, en mitad de la pelea. Vio cómo la tumba por fin volvía a sellarse poco a poco. El tiempo pareció detenerse hasta que los gritos de las Dimme se silenciaron por fin.

Empapado de sudor, Zakar colocó la esfora en la cerradura y la selló antes de caer al suelo.

Estaba a punto de acercarse para ayudarlo cuando vio a Kessar por el rabillo del ojo. El líder de los gallu apartó de su camino a uno de los Dolofoni y se abalanzó sobre Sin por detrás, clavándole una espada que le atravesó el corazón.

La escalofriante escena la dejó sin aliento.

—¡No! —gritó.

Kessar soltó una carcajada cruel.

Sin puso los ojos como platos justo antes de caer de rodillas. En ese momento se dio cuenta de que Kessar se había apoderado de la espada de Sin, la misma que había forjado su pueblo. Era lo único que podía matar a los gallu, pero también lo único que podía matar a Sin…

Se le nubló la vista y le lanzó a Kessar una descarga astral. Y volvió a lanzarle otra, y otra más, hasta que lo tuvo contra el suelo. Estaba tan concentrada en su objetivo que no vio al demonio que la atacó por la espalda y la tiró al suelo. Se puso en pie de un salto y se giró hacia el atacante al tiempo que hacía aparecer un puñal en su mano para defenderse. El gallu esquivó su ataque e intentó morderle, pero ella le asestó una patada en las piernas y luego le clavó el puñal entre los ojos.

Volvió a girarse en busca de Kessar, dispuesta a matarlo… Por desgracia, no lo vio. Aunque sí vio a Sin en un charco de sangre.

Corrió hacia él presa del pánico.

—¿Sin? —Lo abrazó temblando de la cabeza a los pies—. Ya te tengo, cariño —murmuró al tiempo que le colocaba una mano sobre la herida. Susurró unas palabras mientras intentaba curarlo, pero no se cerró. ¿Cómo era posible?—. No entiendo…

—Es un arma sumeria —explicó Ash, que se arrodilló a su lado—. Diseñada para matar a sus dioses.

Miró a su padre e hizo algo que jamás había hecho hasta el momento. Suplicar.

—Cúralo, por favor. Haré cualquier cosa.

—No puedo, Katra. No está en mis manos.

—No puede morir. ¿No lo entiendes? Por favor… ¡Por favor, papá, ayúdalo!

A Ash se le rompió el corazón al escuchar la desesperación y el amor de su voz. Kat estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a Sin. Recordó una época en la que él había sentido lo mismo por Artemisa. Pero el objeto de ese amor lo había traicionado y le había arruinado la vida. Lo había dejado destrozado y vacío. Perdido y condenado.

Podría decirle a Kat la forma de salvar a Sin, pero ¿acabaría Sin como Artemisa, rompiéndole el corazón? ¿Echaría Kat la vista atrás en algún momento y se arrepentiría de ese instante como él hacía con su propio pasado? ¿Se odiaría más adelante por ese momento de desesperación en el que solo tenía cabida el hombre que amaba, en el que solo importaba retenerlo a su lado?

No interfieras con el libre albedrío, se recordó. Kat quería a Sin. ¿Quién era él para evitar que se sacrificara por él?

Controlaba el destino, sí. Pero el corazón humano no tenía más dueño que sí mismo, tuviera razón o no. Fuera bueno o malo.

El miedo, la agonía y el amor se debatieron en su interior mientras apretaba los dientes. ¿Cuál era su deber? ¿Proteger a su hija de un futuro incierto o darle lo que más deseaba en ese mundo?

Sin embargo, en el fondo sabía que no le quedaba alternativa. La decisión era de Kat, no suya. La vida era una sucesión de decisiones y de consecuencias.

Por favor, que esto no le haga daño. Que no se arrepienta de su amor como yo me arrepentí del mío. Por favor…, rogó en silencio.

Inspiró hondo.

—Dale tus poderes, Kat.

—¿Qué? —Lo miró con el ceño fruncido—. No tengo el poder para curarme a mí misma.

—Lo sé. Pero tus poderes provienen de los panteones atlante y griego. No son sumerios. Esos poderes contrarrestarán el de la espada. Lo salvarán. Confía en mí. Pero tendrás que dárselos de forma permanente.

Kat se quedó sin aliento al escucharlo. Nunca había vivido sin poderes… eso la dejaría indefensa. Vulnerable.

—No lo hagas, Kat —dijo Sin, a quien le castañeteaban los dientes por el dolor—. No te debilites por mí.

Esas palabras la ayudaron a tomar una decisión. Con el corazón desbocado, se inclinó sobre Sin y lo besó. Y mientras lo hacía, hizo acopio de sus poderes y los canalizó a través de su cuerpo hasta él.

El roce de los labios de Kat y el poder que lo inundó de golpe hicieron que a Sin le diera vueltas la cabeza. Se quedó tendido sin poder respirar mientras su vista y su oído se agudizaban. Sabía que Kat era poderosa, pero la magnitud real de sus poderes lo asombró.

Pensar que había renunciado a todo eso…

Por él.

Pensar que no había abusado de ese poder ni lo había utilizado para hacerle daño a nadie… Era una idea abrumadora que aumentó el amor que sentía por ella.

Kat se apartó para mirarlo.

Él le cogió la cara entre las manos y la miró maravillado. Era el alma más hermosa con la que jamás se había encontrado.

—Te quiero, Kat.

Un brillo juguetón iluminó esos ojos verdes.

—Lo sé.

Se puso en pie con renovadas fuerzas. Kat se colocó a su derecha y Ash, a su izquierda. En cuanto estuvieron de pie, los demonios retrocedieron. Aquellos que fueron capaces, se teletransportaron.

—¡Por favor! —se burló él—. ¡Cobardicas!

Pero no había ni rastro de los demonios.

Deimos se limpió la mejilla con la mano mientras sus hermanos remataban a los demonios heridos o ya muertos.

—¿Alguien ha visto adónde ha ido esa Dimme?

Nadie lo había hecho. Uno a uno acabaron admitiendo que no se habían dado cuenta de que una se escapaba.

Deimos soltó un suspiro.

—La hemos cagado.

Kish resopló.

—Pues a mí no me lo parece. Si estamos vivos, es un día maravilloso.

Xypher asintió con la cabeza.

—Ahí lo ha clavado. Hacedle caso al único de los presentes que sabe lo que es estar muerto de verdad.

Sin se acercó a su hermano, que seguía temblando y sudando aunque había logrado mantenerse en pie.

—El demonio sigue dentro de mí —susurró Zakar.

—Lo sé. —Abrazó a su hermano—. No vamos a dejar que se salga con la suya.

Kat observó la carnicería que la rodeaba. Había demonios muertos por todas partes. Los Dolofoni heridos se cauterizaban las heridas. Menos mal que habían logrado reducir el campo de batalla a esa cámara.

La pregunta era si podrían hacer lo mismo la próxima vez.

—¿Una Dimme es capaz de destruir el mundo ella sola?

Sin se apartó de Zakar.

—No con la misma facilidad que siete. Además, no creo que nos cueste dar con ella. No sabrá relacionarse con la gente y está hambrienta.

Ojalá tuviera razón.

—Cuando atacan, ¿convierten a quienes muerden?

Sin negó con la cabeza.

—No. Solo matan.

—Menos da una piedra.

M’Adoc se acercó para decirle a Sin:

—Vigilaremos los sueños en busca de algún gallu.

—Y yo avisaré a los Cazadores Oscuros, a los dioses ctónicos y a los Escuderos para que estén al tanto —añadió Ash.

Kat suspiró al ver la carnicería.

—Supongo que es lo único que podemos hacer. Aparte de curarnos las heridas.

—Sí —dijo Kish—, pero hoy hemos salvado el mundo. Debes sentirte orgullosa por eso.

—Yo lo estoy —admitió Sin—. Pero me sentiré muchísimo mejor cuando encontremos a Kessar y a su pandilla, y cuando demos con la Dimme y eliminemos esa amenaza de una vez por todas.

—Todos nos sentiremos mucho mejor entonces —le dijo ella al tiempo que se apoyaba contra él.

Sin entrelazó sus dedos antes de dirigirse a Ash.

—¿Puedes localizarlos?

—No, no aparecen en mi radar. La mejor defensa contra ellos eres tú.

Sin pensar en lo que hacía, rodeó la cintura de Kat con el brazo. Nada más hacerlo, vio la mirada que le lanzó Ash.

—Si alguna vez le haces daño —dijo al tiempo que se acercaba a ellos con los brazos cruzados por delante del pecho—, te daré una buena paliza, y me da lo mismo que seas un dios.

Sin soltó una carcajada al escucharlo.

—No te preocupes. Antes muerto que verla sufrir.

—Mientras no se te olvide, tendrás una vida muy larga y tranquila.

Kat sonrió, abrumada por el amor que sentía por los dos.

Uno a uno, los Cazadores Oníricos y los Dolofoni se marcharon.

—¿Xypher? —dijo Kat cuando lo vio a punto de irse. Esperó a que la mirase para añadir—: Hablaré con Hades de inmediato para que te deje libre.

Xypher torció el gesto.

—Humano por un mes. Me muero de ganas.

Sin embargo, bajo el tono desdeñoso, escuchó la esperanza y la emoción que la idea le provocaba.

Tras despedirse con un gesto de la cabeza, Xypher se desvaneció.

Ash le tendió la mano a Xirena.

—¿Estás lista para volver a Kalosis?

—Y tanto. El mundo humano tiene demasiados humanos para mi gusto, lo que no estaría mal si pudiera comerme a alguno. Pero tal como están las cosas, es cruel atormentarme de esta manera. Mejor volver a mi sala de compras.

—Vendré a veros cuando pueda —dijo Ash antes de marcharse—. Pero ya sabéis dónde encontrarme…

Sin se giró hacia Zakar.

—Vamos, hermano. Volvamos a casa.

El aludido negó con la cabeza.

—Creo que necesito estar solo por un tiempo.

—¿Adónde vas a ir? —le preguntó él con el ceño fruncido.

—No lo sé. El mundo ha cambiado mucho… igual que yo. Tengo que volver a encontrar mi sitio. No te preocupes. Me mantendré en contacto.

Kat sintió la tristeza que lo invadió cuando su hermano desapareció.

—Lo ha dicho en serio. No va a hacerle daño a nadie.

—Lo sé. Pero me cuesta verlo marchar de esta manera. —Apoyó la cabeza sobre la suya—. Solo espero que encuentre lo que necesita.

Kat le dio unas palmaditas en los costados antes de apartarse para coger la esfora. La apretó entre los dedos. Parecía muy pequeña e insignificante, pero había evitado la destrucción del mundo.

—En fin, hemos evitado esta crisis. Me muero de ganas por saber qué viene a continuación.

Kish salió de las sombras.

—Esto… Chicos, ¿os importaría que nos fuéramos ya a casa?

Sin la cogió de la mano.

—Sí, nos vamos a casa.

Kessar contemplaba desde la distancia lo que quedaba de su gente. Habían recibido un terrible golpe ese día. Pero no los habían derrotado. Aunque estaban en un aprieto, todavía quedaba esperanza.

Y la esperanza lo había ayudado a sobrevivir en circunstancias peores.

Dejó a su gente para que se curara las heridas y estableciera sus guaridas, y echó a andar por las cavernas que habían localizado previamente por si surgía la necesidad de buscar un nuevo refugio.

Ya estaba cansado de tener que esconderse. Aunque si querían establecerse en el exterior, necesitarían un aliado. Uno del que pudieran fiarse, uno que estuviera tan cabreado y sediento de sangre como él.

Uno que odiara a los humanos tanto como él, o tal vez más…

Al llegar al corazón de la caverna, el antiguo dicho acudió a su cabeza: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo».

Dibujó un círculo en el suelo con la imagen de un dragón… el antiguo emblema de una raza maldita que antaño fue su enemiga.

La guerra hacía extraños compañeros de cama.

—¡Strykerio! —gritó para invocar a un demonio muy diferente y sacarlo de su hogar.

Una densa humareda brotó del círculo para crear la imagen de un hombre a quien hacía siglos que no veía. Alto, fuerte, con el pelo negro y corto, y un cabreo que igualaba al suyo.

Stryker lo miró con gélido desdén.

—Creía que estabas muerto.

Kessar soltó una carcajada antes de quitarse las gafas de sol para mostrarle a Stryker sus brillantes ojos rojos.

—Estoy vivo… y tenemos que hablar.