19

Una cosa era planear un ataque y otra muy distinta llevarlo a cabo.

Kat los detuvo un momento antes de que se desplegaran en dirección a la cámara donde estaba situada la tumba.

—Voy a hacer un reconocimiento rápido. A ver si saben que el sello se está rompiendo y nos están esperando.

Sin le cogió una mano y la miró un buen rato con el corazón en los ojos, expuesto a su escrutinio.

—Como dejes que te hagan daño…

Kat esbozó una sonrisa juguetona.

—Si sigues hablando así, voy a acabar pensando que te gusto y todo.

—Te quiero, Katra, y no quiero tener que enterrarte.

Kat sabía lo mucho que le había costado decir esas palabras. Y que lo hubiera hecho delante de tantos testigos… Nada la había conmovido tanto en la vida.

—No te preocupes, volveré para atormentarte antes de que te des cuenta siquiera.

—Eso espero. Si no estás a mi lado, podría convertirme en un egocéntrico… Los dioses no lo quieran. —Le dio un beso fugaz y la soltó.

Kat adoptó su forma de Sombra a fin de moverse por las serpenteantes galerías de la caverna sin ser vista ni oída. No parecía haber mucha actividad en ningún sitio. No daba la sensación de que los demonios estuvieran reuniendo un ejército.

—¿Cuándo empezamos a traer humanos?

Esa voz femenina y brusca la dejó petrificada. Procedía justo de una cámara situada frente a ella. Se acercó despacio y al asomarse vio a Kessar, tumbado junto a una mujer delante de la chimenea.

—A finales de esta semana —contestó el gallu—. No hace falta traerlos antes. Odio escucharlos gemir y llorar. Son unas criaturas patéticas y lloronas.

Sintió una repentina oleada de alegría al oír el comentario. Kessar no sabía que el sello se había roto. Bien, muy bien. Por fin la suerte los favorecía un poco.

Sonrió mientras retrocedía.

Hasta que se chocó con algo sólido.

El corazón le dio un vuelco cuando extendió un brazo hacia atrás y tocó un brazo.

Por favor, que sea uno de los nuestros, por favor…

Se volvió muy despacio con la esperanza de encontrarse a Xypher o a algún otro.

No fue así.

Era un demonio macho muy alto que la observaba como si fuera un pavo asado el Día de Acción de Gracias. Aunque no debería verla ya que era una Sombra, lo hacía.

—¡Kessar! Tenemos una espía —anunció al tiempo que extendía un brazo para agarrarla.

Se desvaneció al instante y se materializó en el lugar donde la esperaban Sin y los demás.

—Houston, tenemos un problema. Uno de los gallu me ha visto y ya ha dado la voz de alarma.

Sin soltó un taco.

—Pero… —se apresuró ella a añadir—, las buenas noticias son que no saben que se ha acelerado la cuenta atrás.

Deimos miró a Sin.

—Con suerte, pensarán que Kat estaba sola.

Sin asintió con la cabeza.

—Tenemos que dividirnos para evitar que descubran cuántos somos. —Se giró hacia Kish—. No te separes de Simi y de Xirena, y síguenos a Kat y a mí. Iremos a la tumba a detener el temporizador.

—Nosotros distraeremos a los demonios —dijo Deimos—. Armaremos gresca.

—Gracias.

Deimos asintió con la cabeza.

—¿Preparados? —les preguntó a sus hermanos, que parecían estar contentísimos por la idea de luchar. Con un grito de guerra espeluznante, los Dolofoni se internaron en las cavernas.

Menos mal que no estaban debajo de una montaña nevada, pensó Kat. Con ese ruido seguro que habrían provocado un alud.

M’Adoc se llevó un dedo a una oreja y esperó hasta que los Dolofoni desaparecieron por completo.

—No soporto su histrionismo… ni sus decibelios.

Acto seguido, M’Adoc, D’Alerian y M’Ordant los siguieron a un paso mucho más tranquilo.

Kat echó un vistazo a su alrededor.

—¿Dónde está Xypher?

—Fue detrás de ti para echarte un ojo.

—No lo he visto.

—Porque estaba haciendo un reconocimiento por mi cuenta.

Se giraron y descubrieron que estaba muy pálido.

—¿Dónde te has metido? —preguntó Sin.

—He ido a buscar a Zakar. Ya sé por qué se ha activado la cuenta atrás y no te va a gustar ni un pelo. Le han incrustado el temporizador en el pecho.

Se le revolvió el estómago al escuchar las noticias.

—Estás de coña.

Xypher negó con la cabeza.

—Supongo que el hechizo gracias al cual funciona el temporizador…

—Ha hecho que la cuenta atrás se acelere. Zakar es mitad demonio y mitad dios. La mezcla ha acelerado el mecanismo.

Xypher hizo un gesto afirmativo.

Kat se estremeció al pensar en el dolor que debía de estar padeciendo Zakar.

—¿No podemos quitárselo?

—Podemos echarle un vistazo, pero me da que no.

La expresión de Sin era furiosa, fría y feroz.

—Kessar me la está devolviendo por haber matado a su hermano.

—No —lo contradijo Xypher—, se la está devolviendo a Zakar por haberme ayudado. Menudo cabrón.

Kat le colocó a Sin una mano en un brazo para reconfortarlo, aunque sabía que era imposible. ¿Cómo iba un simple roce a aliviar el sufrimiento que debía de estar padeciendo?

—Guíanos hasta él —dijo Sin con voz quebrada.

Xypher lo hizo.

Sin sintió que se quedaba blanco al ver a su hermano de rodillas al lado de la tumba donde las Dimme estaban encerradas. Vestido solo con unos vaqueros, estaba apoyado contra la piedra y tenía los brazos encadenados a la pared y separados del cuerpo. Se acercó a él corriendo.

—¿Zakar?

Su hermano lo miró con el rostro demudado por el dolor. La compasión se apoderó de él. Daría cualquier cosa por liberarlo.

—¿Te das cuenta de lo que han hecho? —preguntó Zakar.

—Sí.

Los ojos dorados de su hermano lo atravesaron.

—Entonces mátame y acabemos con esto.

Sin meneó la cabeza. Jamás lo mataría.

—No puedo matarte. Eres mi hermano.

—Mátame, Sin —insistió Zakar entre dientes—. Mi vida no merece la pena. Pon fin a mi sufrimiento.

—No.

Zakar, que respiraba con dificultad, miró a Kat.

—Díselo, Katra. No tenemos tiempo para discutir. Los demonios ya están luchando contra los demás y no tardarán en llegar hasta aquí. Los oigo. Dile que me mate y que detenga la cuenta atrás.

Titubeó sin saber qué hacer. ¿Cómo iba a decirle a Sin que matara a su gemelo? Sería la mayor de las crueldades… De ahí que se le hubiera ocurrido a Kessar.

Matar a Zakar acabaría con Sin. Con todos los poderes que ella tenía, pensó, ¿por qué no podía contar con uno que detuviera el…?

De repente, se le ocurrió algo.

—Esperad un momento. Tengo un plan.

Se acercó a Zakar para examinar de qué forma le habían incrustado el mecanismo que servía de cerradura y temporizador en el pecho. La imagen la estremeció. Kessar lo había hecho de manera que resultara lo más doloroso posible.

Tragó para librarse del sabor amargo de la bilis y se enfrentó a la mirada esperanzada de Sin.

—Simi puede sacarle el temporizador y yo lo curaré al instante.

—¿Estás segura?

Asintió con la cabeza.

—Segurísima.

Sin tomó la cabeza de su hermano entre las manos y lo miró a los ojos.

—Hermano, confío en ti. Si te quedas conmigo, saldremos de esta.

La esperanza iluminó los ojos de Zakar mientras Simi se acercaba para coger la cadena que sobresalía por su espalda.

—Esto va a dolerte muchísimo. Lo siento. —Y tiró para liberarlo.

Zakar soltó un aullido que reverberó por la caverna antes de desplomarse en los brazos de su hermano. La sangre manaba por su boca y por su espalda.

Acongojada por los dos, Kat se acercó a Sin y tomó a Zakar entre sus brazos.

—Lo tengo. Encárgate de detener la cuenta atrás.

Tan pronto como Sin soltó a su hermano, Kat cubrió la herida de la espalda con una mano y cerró los ojos para detener la hemorragia. No contaba con mucho tiempo para curarlo y corría el riesgo de que muriera.

Antes de que Sin pudiera insertar el Cetro en la cerradura, esta salió volando de sus manos.

Kat soltó un taco al comprender que sus poderes tampoco funcionaban. La herida de Zakar no estaba sanando.

El miedo se apoderó de ella. Algo no iba bien.

Y en ese momento comprendió lo que había pasado.

Kessar.

Se volvió y lo descubrió de pie en la entrada, con el mecanismo en la mano.

—¿Pensabais que iba a ser tan fácil ganar? ¿Que si mandabais a vuestros amigos en busca de mis demonios me distraeríais y no os encontraría? ¡Por favor!

Sin corrió hacia él, pero Kessar lo lanzó al suelo sin tocarlo siquiera. Lo mismo le pasó a Xypher cuando intentó atacarlo.

—Tengo la Estela del Destino y vosotros habéis perdido vuestros poderes.

—Y una mierda —masculló Xypher—. Te la quité —le recordó, sacándose el medallón del bolsillo.

Kessar se echó a reír mientras levantaba un brazo para mostrarle un medallón idéntico que colgaba de su muñeca.

—¿En serio me crees tan imbécil? Si de verdad me la hubieras quitado, te habría perseguido hasta las mismísimas puertas del Olimpo para recuperarla. Reitero lo dicho: no tenéis poderes.

Xirena resopló y dijo:

—Yo sí.

—Simi también tiene los suyos.

Sin embargo, antes de que pudieran lanzarse a por él, Kessar retrocedió y cerró la entrada de la cámara. La piedra que la sellaba chirrió al moverse hasta encajarse en el hueco con un fuerte golpe que resonó en el interior. Kat corrió hacia la puerta, pero la losa era maciza y se necesitaría un elefante para moverla.

¡Era imposible apartarla! ¡Maldita sea!

—Esto es increíble —dijo, después de soltar un suspiro asqueado—. Estamos aquí atrapados con las Dimme y la cerradura está fuera. —Se volvió para mirar a Sin—. ¿Cuánto se tarda en recuperar los poderes?

Sin estaba tan decompuesto como sugería su apariencia.

—Unas cuantas horas si todo va igual que el otro día.

—Genial —replicó ella con sarcasmo—. ¿Cuánto nos queda hasta que estas zorras se despierten?

—Menos de dos horas.

—Niños, niñas —dijo Kat—, repetid conmigo: estamos bien jodidos.

Sin pasó de ella y se acercó a Zakar. En su mentón apareció un tic nervioso mientras tiraba de su hermano para apoyarlo en él.

Kat estaba al borde de las lágrimas. Se acercó a él con el corazón en un puño y comenzó a masajearle los hombros.

—Lo siento muchísimo, Sin. No se me pasó por la cabeza que las cosas podrían acabar así.

—Lo sé.

Sin embargo, las palabras no cambiaban nada. Zakar estaba muerto y ellos, atrapados. Se arrodilló para abrazar a Sin por detrás mientras él abrazaba a su hermano.

—¿Akra Kat?

Volvió la cabeza para mirar a Simi.

—¿Qué quieres, cariño?

—Simi va a ir a por akri para que arregle las cosas.

Ojalá fuera tan fácil. Sin embargo, su padre estaba atrapado en el Olimpo de la misma forma que ellos lo estaban allí abajo.

—Ya lo he intentado.

Kish observó a Simi en silencio.

—¿Por qué no mandamos a los demonios en busca del Cetro?

—Es imposible que puedan enfrentarse a todos los gallu —le recordó Xypher—. Son dos contra miles. Las masacrarían.

—Simi va a por akri. —Y se esfumó.

Sin no dijo ni una sola palabra. Se limitó a abrazar a su hermano sin más y parecía que a él también le hubieran arrancado el corazón.

—No sé por qué estás enfurruñado.

Ash puso los ojos en blanco y se plantó delante del diván de Artemisa mientras ella lo miraba furiosa.

—No estoy enfurruñado, Artie. El cabreo siempre me acompaña cuando estás cerca. No creo que te pille de sorpresa.

Antes de que Artemisa pudiera replicar, apareció Simi.

—¡Sácala de mi templo antes de que se mee en la alfombra! —exclamó Artemisa con cara de asco.

—No tienes alfombras —le recordó él, a quien no le había hecho ni pizca de gracia el comentario.

—Pues antes de que se mee en el suelo.

Simi siseó mientras la miraba.

Decidió no hacerle caso a Artemisa y le preguntó a su demonio:

—¿Qué pasa, nena?

—Akra Kat está en peligro, akri. Los demonios la han atrapado y no tiene poderes. Van a dejar que otros demonios malísimos se la coman.

Artemisa se puso en pie y se acercó a ellos con la cara blanca.

—¿Qué quieres decir con que no tiene poderes?

—Hay un demonio con un medallón que le quita los poderes a los dioses y lo han usado con akra Kat. Y ahora van a matarla.

Antes de que pudiera impedírselo, Artemisa desapareció. Aunque reapareció al cabo de unos segundos.

—Sería mejor que me acompañaras.

—¿Tú crees? —Sin la haría pedazos si no iba con ella. El problema era que necesitaba que Artemisa se lo dijera abiertamente—. ¿Me liberas de la promesa?

—¡Sí, y ahora ayúdame a proteger a mi hija!

Kat alzó la mirada al notar la sombra que se cernía sobre ella. El corazón le dio un vuelco cuando descubrió a Aquerón.

—Has venido.

Ash señaló con el pulgar a Artemisa, que estaba a su espalda.

—No hay nada como una osa preocupada por su cachorro. —Frunció el ceño al ver a Sin con su hermano en brazos. Y, aunque dejó a Zakar en el suelo nada más percatarse de su presencia, el hecho de que no se abalanzara sobre Artemisa decía mucho sobre su contención—. ¿Qué ha pasado?

Kat tragó antes de contestar:

—Kessar lo ha matado. Iba a curarlo, pero no tengo poderes.

La mirada de Ash se topó con la de Sin, que estaba destrozado.

—No te preocupes, Sin. Ya has perdido suficientes seres queridos. No voy a permitir que vuelva a pasarte. —Se arrodilló en el suelo junto al cuerpo de Zakar y le colocó las manos en el pecho.

En un abrir y cerrar de ojos Zakar jadeó y su cuerpo volvió a la vida. Se inclinó hacia delante, tosiendo.

El alivio de Sin fue más que evidente.

—Gracias, Aquerón.

Correspondió a esas palabras con una inclinación de cabeza antes de recorrer el resto de la cámara con la mirada.

—¿Puedes contener a las Dimme? —preguntó Kat, esperanzada.

Él se frotó una mejilla mientras consideraba la situación en su totalidad.

—No puedo controlar el Cetro. No es un objeto atlante. Solo Sin o Zakar pueden detenerlas.

Sin ayudó a su hermano a ponerse en pie. Zakar parecía tener dificultades para respirar, pero estaba vivo y eso era lo único que importaba. Además, cada bocanada de aire parecía fortalecerlo.

Sin se enfrentó a la mirada de Ash.

—Necesitamos nuestros poderes.

Ash se volvió hacia Artemisa y ella se hizo la tonta.

—¿Qué?

La irritación de Ash resultó más que evidente.

—Kat es un Sifón, y por tanto es capaz de transferir poderes aunque esté débil. Uno de los dos tiene que compartir sus poderes con ella mientras que el otro va en busca de Kessar para arrebatarle el Cetro del Tiempo.

Artemisa puso cara de asco.

—No pienso tocar a ese demonio. Es asqueroso.

—Entonces tendrás que cederle algunos poderes a Kat… y a Sin.

Eso la sacó de quicio. Todo el mundo sabía que a Artemisa no le gustaba compartir nada.

—Vale. ¿Y quién la protegerá si no consigues volver con el Cetro?

—Simi. Y créeme que volveré. Ya lo creo que volveré.

Kat no lo tenía tan claro.

—¿Y si Kessar te deja sin poderes antes de que le quites el Cetro?

Ash esbozó una sonrisa malévola.

—Tengo la esperanza de que la Estela no debilite todos mis poderes. De todas formas y si eso sucede, todavía me quedarán ciertos truquillos para darle caña.

—¿La esperanza? —La respuesta de su padre no le hizo ni pizca de gracia—. No es momento de tener esperanza.

Ash le guiñó un ojo.

—Es un momento perfecto para tener esperanza. Cuanto más difícil sea la situación, más esperanza se necesita.

Sin resopló.

—Sabes que algo va a salir mal.

—Es muy posible. —Los ojos plateados de Ash relucían como si estuviera encantado con la idea—. Siempre falla algo.

Artemisa cruzó los brazos por delante del pecho.

—No me gusta este plan. Quiero uno donde todos mis poderes sigan conmigo.

—No hay ningún otro plan y tampoco hay tiempo para sacarse uno de la manga. —Ash señaló la tumba con la barbilla—. Te resultaría más fácil negociar con Apolimia que con ellas. El único que puede contenerlas es Sin y necesita sus poderes para hacerlo.

Kat miró a su madre con su mejor mohín.

—Por favor, te necesitamos. Te necesito.

Artemisa le tendió la mano a regañadientes.

Kat le sonrió, agradecida porque su madre se mostrara razonable por una vez en la vida.

—Te lo agradezco.

—Es lo mínimo que debes hacer, agradecérmelo. —La furibunda mirada de Artemisa los recorrió uno a uno—. Todos debéis agradecérmelo.

Sin tampoco se mostró dispuesto a aceptar la mano de Kat.

—¿Estás segura de que no vas a revertir el proceso y a entregarle a tu madre los pocos poderes que conservo?

Sus temores eran más que comprensibles. Sin embargo, Kat no pudo evitar torturarlo un poco.

—Supongo que tendrás que confiar en mí, ¿no?

Sin titubeó. Le daba muchísimo miedo tocar la mano de Kat. Porque podría matarlo. No solo desde el punto de vista físico. Porque si lo traicionaba…

Sería imposible volver atrás, y sabía que no se recuperaría jamás. En ese momento era más vulnerable que nunca. Las traiciones sufridas a lo largo de los siglos salieron a la superficie, instándolo a huir hacia la puerta.

Sin embargo, cuando la miró, su corazón supo que Kat nunca volvería a hacerle daño. No de forma intencionada.

Ahora o nunca, se dijo.

La cogió de la mano con el corazón a punto de salírsele por la boca y esperó a que Kat lo traicionara.

Kat cerró los ojos e invocó los escasos poderes que conservaba. Sintió el familiar impulso eléctrico mientras examinaba los poderes de su madre en busca de los que le arrebató a Sin siglos antes. En cuanto los localizó, se los envió de vuelta a su dueño.

Artemisa dio un respingo y le soltó la mano.

—Me estás debilitando demasiado.

Sin se quedó de piedra al darse cuenta de que Kat no lo había traicionado. Poseía poderes que había perdido hacía siglos. ¡Y se sentía genial!

Kat acababa de devolverle todo lo que le había quitado. Todo. Volvía a ser un dios. Se llevó su mano a los labios para besarle los nudillos.

—¡Oye! —masculló Aquerón—. Si no quieres que te arranque la cabeza de cuajo, ya puedes ir apartando esa boca de ella.

Sin se echó a reír mientras se alejaba de Kat.

—Lo siento —le dijo a ella antes de hablarle a Aquerón—. Estoy listo para la batalla.

—Bien. Vamos a ello.

Ash sentía la sangre correrle por las venas mientras se dirigía hacia la batalla con Zakar, que había adoptado la vestimenta de Sin para hacerse pasar por su hermano. El olor a sangre permeaba el aire y saturaba sus sentidos. Se lamió los labios, ansioso por lo que estaba a punto de pasar.

La sed de sangre lo dominaba por completo, exigiéndole saborear lo que estaba oliendo. Era una bestia que habitaba en su interior, muy difícil de controlar sobre todo con una batalla en ciernes. Ansiaba alimento, lo que le recordó que había pasado demasiado tiempo desde la última que vez que se alimentó. Debería haberle dado un mordisquito a Artemisa antes de iniciar la búsqueda.

Pero ya era demasiado tarde.

Entró en la cámara principal de la caverna. Los Dolofoni seguían luchando, ya que solo habían caído dos en batalla. M’Adoc estaba en un rincón y en ese momento acabó con dos demonios con un solo tajo de su espada.

Su mirada se cruzó con la de D’Alerian un instante antes de que matara al gallu que se abalanzó sobre él.

Dos demonios corrieron hacia Ash, cuyos colmillos se alargaron en cuanto su cuerpo adoptó el modo de batalla. Agarró al primer gallu por el cuello usando una mano y lo estampó contra el suelo antes de girarse a por el otro. La bestia que moraba en su interior ansiaba abrirle el cuello de un zarpazo. Sin embargo, se decidió por una muerte más humana. Le lanzó una descarga astral que le dio justo entre las cejas.

—¡Kessar! —gritó, abriéndose paso entre la refriega de modo que Zakar lo siguiera hasta el líder de los gallu.

La expresión satisfecha del demonio se transformó en incredulidad cuando lo vio en la cámara. Agarró el medallón que llevaba en la muñeca y comenzó a entonar un cántico en sumerio.

—¿Qué te hace creer que ese antiguo amuleto funcionará conmigo? —preguntó entre carcajadas al notar que su piel se volvía azul. Extendió un brazo para arrebatárselo, y soltó un taco cuando le quemó la mano.

Se le había olvidado que los emblemas de otros panteones tenían ese efecto en él. Aunque no le importó. Lidiar con el dolor no era nada nuevo. Aferró la Estela con fuerza y apretó los dientes para enfrentarse al terrible dolor que le provocaba mientras le quemaba la palma y los dedos.

Estaba absorbiendo sus poderes. Sin embargo, seguía conservando suficientes como para dar caña.

Le arrancó la Estela a Kessar de la muñeca y se la lanzó a Zakar, tras lo cual le asestó al demonio un cabezazo en la frente.

Kessar trastabilló hacia atrás, pero no tardó en recuperar el equilibrio mientras soltaba una diabólica carcajada.

Esa risa le provocó un mal presentimiento.

—¿De qué te ríes? —exigió saber.

El demonio se acercó a él y le susurró al oído:

—Acabas de abrir la tumba de las Dimme al resucitar a Zakar y entregarle la Estela manchada con tu sangre. Felicidades, Apóstolos. Eres el heraldo del Telikos… el fin del mundo.