17

—Sabes que podrías matar a Kat sin más, ¿no?

—¡Kish! —rugió Sin, que se moría de ganas por estampar a su ayudante contra la pared que tenía detrás.

—¿Qué? La semana que lleva fuera ha sido horrible. Solo has estado rumiando como una vaca moribunda.

—Las vacas moribundas no rumian.

—¿Y tú qué sabes? ¿Vas por ahí rondando a las vacas moribundas?

Fulminó con la mirada al hombre que se afanaba en limpiar su ático. Llevaba una semana acampado en el sofá, que solo abandonaba para matar demonios y salir en busca de su hermano y de Kessar. Dormía en el sofá, comía en el sofá y se regodeaba en su miseria en el sofá. En un esfuerzo inútil por sacar a Kat de su vida.

A decir verdad, la echaba de menos. Echaba de menos el olor de su piel y de su pelo. Echaba de menos la forma en que fruncía el ceño cuando creía que estaba majara. Echaba de menos el sonido de su voz, la caricia de sus manos.

Aunque sobre todo echaba de menos las risas compartidas. Su agudo ingenio.

Le dolía el estómago por el vacío que había dejado su marcha. Era un dolor tan profundo que le calaba hasta lo más hondo. No quería hablar con nadie. No le quedaban fuerzas.

Solo quería que Kat volviese.

¡La madre que la p…!

Kish recogió la caja de la pizza, que aún estaba intacta, y la echó a la basura.

—Solo digo que una vaca moribunda puede rumiar.

—Al menos di «un toro moribundo» —comentó Damien al entrar en la estancia—. Eso le subirá el ego. Supongo que sería mejor que la nenaza llorica con la que hemos tenido que lidiar estos siete días.

Sin extendió una mano y les lanzó una descarga astral a cada uno. Kish y Damien gritaron antes de salir despedidos por los aires.

—¿Alguna queja más, niñas?

—¡Ay! —se quejó Kish—. Creo que me ha roto el cuerpo.

—¿Qué parte?

—El cuerpo entero. Me duele todo.

Damien se levantó apoyándose en uno de los taburetes del mueble bar y lo fulminó con la mirada.

—¿Tienes un espejo al menos?

Lo miró con el ceño fruncido.

—¿De qué coño hablas?

—De ti. Joder, con razón te dejó Kat. Apestas, tienes el pelo enredado y no te has afeitado en… ¿Cuánto hace que no te afeitas? No va a hacerte falta luchar contra los gallu. En cuanto te huelan, estarán muertos. —Miró a Kish, que también estaba levantándose—. No enciendas una cerilla. Con ese tufo a alcohol saldrá ardiendo a lo bonzo.

—¡Cierra la boca! —rugió él al tiempo que se levantaba para coger la botella medio vacía de Jack Daniel’s que tenía en la mesita auxiliar.

Se fue al dormitorio para no tener que soportar sus quejas. Al menos ese era el plan, pero las paredes eran tan delgadas que era imposible no escucharlos.

—¿Cuándo se cambió de ropa por última vez? —preguntó Damien.

—El mismo día que se bañó por última vez, creo… El día que se fue Kat.

Escuchó el tintineo de los vasos al chocar.

Damien soltó un taco.

—¿Cuánto alcohol se ha metido en el cuerpo?

—Para que te hagas una idea, ahora repongo el mueble bar dos veces al día.

—Joder, ¿cómo puede luchar contra los demonios en ese estado?

—Creo que antes has dado en el clavo: enciende una cerilla y les echa el aliento. Es como un lanzallamas humano.

—Si no fuera tan triste, además de cierto, me reiría.

—Sí, ya somos dos. La verdad es que yo dejé de reírme cuando encontré esto debajo de su almohada.

Sin soltó un taco al darse cuenta de lo que Kish había encontrado. Se acercó a la cama a toda prisa para verificarlo. Justo lo que se había temido… el espantoso pijama de franela de Kat.

¡Qué imbécil y patético soy!, pensó. Lo había puesto debajo de la almohada para poder olerlo mientras dormía. Su olor lo había reconfortado de un modo inimaginable.

Y en ese momento, al ser descubierto, se sentía como un capullo. Aunque esa sensación se desvaneció al caer en la cuenta de que otro hombre estaba tocando la ropa de Kat…

Hecho una furia, salió en tromba al salón y le quitó el pijama a Kish.

—¿Te importa? No es tuyo.

—Lo siento.

Al girarse vio la mueca burlona de Damien.

—¿¡Y tú qué miras!?

—Nada. Solo intento imaginarte con un pijama de franela rosa. Estoy seguro de que el rosa te queda genial.

Kish se echó a reír.

—La verdad es que con su tono de piel es más que posible que le quede bien de verdad. Creo que no me equivoco al decir que le van los colores otoñales.

—Los veraniegos, idiota.

Sin los miró con frialdad.

—Me resulta fascinante comprobar que sabéis que las gamas de colores tienen nombres en el mundillo de la moda. —Se giró hacia Damien—. El hecho de que tú hayas corregido a Kish me acojona.

—Oye, que no soy yo el que duerme con un pijama rosa. Así que no me vengas con esas.

Le lanzó una mirada asesina.

—Menos mal que no me mangas dinero del casino, porque si no, te mataría ahora mismo. —Y volvió a su dormitorio.

Cerró la puerta y se apoyó en ella. De forma inconsciente, se llevó el pijama a la cara y aspiró el suave olor de Kat. No entendía cómo algo tan tonto podía calmarlo y destrozarlo a la vez. Pero era imposible negar lo que estaba sintiendo.

La quería a su lado. Y le estaba destrozando estar solo.

—¿Qué he hecho?

Aunque lo sabía muy bien. Tenía que mantenerla alejada. Era por su bien. Si Ishtar cayó frente a los gallu, ¿qué posibilidades tenía Kat de sobrevivir? Nunca pondría en peligro su seguridad con su egoísmo.

Asqueado por su debilidad, se obligó a arrojar el pijama a la cama y fue al cuarto de baño. En cuanto vio su reflejo en el espejo, entendió las quejas de Damien y de Kish. Estaba hecho un desastre.

Tenía los ojos hinchados por la falta de sueño… Ni siquiera recordaba la última vez que se había afeitado. Tenía el pelo enredado. Kat le daría una paliza por tener esas pintas… y seguramente oliera tan mal como parecía.

Descorazonado, se metió en la ducha para demostrarles a todos que podía seguir viviendo sin ella.

El problema era que no quería hacerlo.

Mientras esperaba que saliera el agua caliente, cerró los puños y los colocó en la mampara de la ducha antes de apoyar también la frente. Si cerraba los ojos, podía ver su imagen en la cabeza… podía sentirla.

—¿Sin?

Se tensó al escucharla pronunciar su nombre. Era como si estuviese detrás de él, aunque sabía muy bien que no era así.

Pero después lo sintió. El suave roce de una mano contra el hombro. Temeroso de que solo fuera un producto de su torturada imaginación, se negó a abrir los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Depende.

—¿De qué?

—De si estarás ahí cuando me dé la vuelta o no.

—¿Quieres que me vaya?

La palabra «no» se le quedó atascada en la garganta.

Joder, tío, mueve la cabeza y dile que se largue. Es por su bien. Es por tu bien, se dijo en silencio.

Su mano seguía acariciándole la piel.

Se obligó a girarse y a abrir los ojos, momento en el que vio lo más hermoso que había contemplado nunca. El rostro de Kat. Incapaz de resistir el impulso, la estrechó entre sus brazos y la besó.

Kat se quedó sin respiración por el feroz abrazo de Sin. Intentó enterrarle los dedos en el pelo, pero se encontró con un sinfín de enredos. Seguro que estaba haciéndole daño, aunque él ni parecía darse cuenta mientras sus lenguas jugueteaban y su espesa barba le pinchaba la cara.

Su aroma, combinado con el olor a whisky, se le subió a la cabeza y le aceleró el corazón. Había temido tanto por la acogida que iba a darle que aquello fue toda una sorpresa.

—¿Esto quiere decir que te alegras de verme?

—Mucho más que eso. —La inmovilizó contra la mampara de la ducha y antes de que supiera qué estaba pasando se encontró desnuda.

Se quedó sin aliento cuando Sin bajó la cabeza y empezó a juguetear con el pezón derecho. La barba le pinchaba y le provocaba un millar de escalofríos al tiempo que su lengua la torturaba. No le dio tregua mientras sus manos y sus labios acariciaban todo su cuerpo.

El éxtasis la consumió. Esa bienvenida era lo último que había esperado cuando pensó en ir a verlo. A decir verdad, creía que iba a echarla de su casa y a decirle que no volviera nunca. O cuando menos que le daría la espalda y se iría sin escuchar ni una sola palabra de lo que le dijera.

Ni en sus más locas fantasías había esperado que estuviera tan desesperado por ella como ella estaba por él. Tan desesperado por tocarla que le arrancó una sonrisa al saber lo mucho que la había echado de menos. Era maravilloso estar en sus brazos de nuevo. Que su aliento le abrasara la piel. La simple caricia de sus fuertes brazos la ponía a cien.

—Te deseo, Sin —le susurró al oído—. No quiero esperar.

Extendió una mano por encima de la cabeza para sujetarse a una de las barras de la ducha cuando la penetró.

Sin gimió al entrar en ella. Todo su cuerpo gritó de alivio. Levantó la vista para ver esa maravillosa sonrisa en su rostro mientras ella observaba cómo se hundía en ella. Le temblaba el cuerpo de placer. Temblaba de pies a cabeza al sentir cómo lo acogía en su interior.

Esperar a que ella alcanzase el clímax fue lo más duro que había hecho nunca, y tuvo la sensación de que pasó una eternidad hasta que por fin le clavó las uñas en los brazos y echó la cabeza hacia atrás mientras gritaba. En cuanto sintió que llegaba al orgasmo, se dejó llevar.

A Kat le daba vueltas la cabeza mientras soltaba la barra metálica. En ese momento se dio cuenta de que el metal se le había clavado en la mano. Aun así, nada le importaba salvo pegarse a él y escuchar su respiración junto al oído.

—Esto ha sido una sorpresa —admitió con una carcajada.

Sin quería reír con ella, pero no le hacía gracia. La había puesto en peligro y había echado por tierra todo lo que había intentado lograr en esa semana.

¿Y para qué?

Por sentir el roce de su mano en mi cara…, se dijo.

Ese hecho lo atravesó como un puñal. Había vendido su alma por pasar un momento con ella. Pero no podía decírselo.

—¿Por qué has venido? —preguntó con una voz pastosa que le sonó rara.

—Xypher me ha dicho cuál es la debilidad de Kessar y creí que te gustaría saberla.

¿Eso era todo? ¿Era el único motivo por el que había ido a verlo? Una parte de él quería que le dijera que lo había echado de menos. Que había sido incapaz de seguir con su vida sin él. Sin embargo, al mirarla se dio cuenta de que estaba genial. A diferencia de él, parecía haber dormido bien. No había indicios de que hubiera estado penando por los rincones ni sufriendo.

Y eso lo cabreó. Mucho.

Kat lo miró con el ceño fruncido.

—¿Estás bien?

—Genial —masculló.

—Pues no lo pareces. Es como si estuvieras… cabreado. Creí que las noticias te alegrarían.

—Estoy que me salgo. —Sí, señor, un poquito de sarcasmo nunca iba mal…

—Eres un capullo —dijo ella al tiempo que le daba una palmadita.

—¿Capullo? —preguntó él—. ¿Es lo único que tienes que decirme después de una semana?

Kat cruzó los brazos por delante del pecho al tiempo que lo miraba a los ojos.

—Sí, eso y que tienes que ducharte.

—Iba a hacerlo cuando te has presentado de golpe.

—Por la pinta que tienes —dijo ella con el ceño fruncido—, diría que tendrías que haberlo hecho hace un par de días por lo menos.

Cogió una esponja del montón que había en la balda.

—¿Has venido para insultarme? Porque si es así, hay dos tíos que se te han adelantado. Y que lo hacen mucho mejor que tú, que lo sepas.

—Lo dudo mucho.

Pasó de ella mientras comprobaba la temperatura del agua.

—Dime lo que has averiguado y lárgate.

—No, no lo haré hasta que me digas qué te pasa.

—No me pasa nada.

—Claro. Vamos, Sin, deja de hacer pucheros y contéstame.

—Yo no hago pucheros.

Claro, claro…

—Tienes el mismo mohín que un crío de dos años.

—De eso nada.

Kat colocó los brazos en jarras, imitando a un niño pequeño, antes de replicar con la voz más infantil de la que fue capaz:

—¡Sí que lo tienes!

La fulminó con la mirada. Aunque quería seguir enfadado, se le escapó una carcajada.

—Te odio. —Pero carecía de la emoción necesaria para que lo tomara en serio.

—Vale —dijo ella, que le dio un cachete—. Allá tú. Ya me buscaré a otro a quien amar.

En cuanto hizo ademán de alejarse de él, la cogió del brazo.

Kat se detuvo al ver la expresión furiosa de sus ojos. Porque era furia lo que estaba viendo, y eso la dejó helada.

—¿Quién es? —rugió Sin.

¿De qué estaba hablando?, se preguntó ella.

—¿Quién es quién?

—¿Con quién te vas?

De repente, todo cobró sentido. Su comportamiento, su furia. Todo.

—¡Madre mía, Sin! Es increíble que de verdad pienses que voy en busca de otro. No he permanecido virgen once mil años para empezar ahora a acostarme con todo bicho viviente. Si soy capaz de algo, es de controlarme. Así que ya puedes atar en corto tus celos. Átalos bien y enciérralos donde no vean nunca el sol. No quiero volver a ver este lado tuyo.

Sin retrocedió.

—¿Y qué querías que pensara? No tienes pinta de haber sufrido mucho.

—¿Cómo dices?

—Olvídalo —respondió él al tiempo que apartaba la mirada.

Lo detuvo antes de que se metiera en la ducha.

—¿Crees que esta semana ha sido un paseo para mí?

Él la miró con desdén.

—No te veo muy afectada.

Kat gruñó al escucharlo.

—Tío, da gracias a que estás para comerte desnudo, porque si no, te habría despellejado por decir eso. He pasado un infierno por ti. ¿Crees que quería venir aquí para que me dijeras que me perdiera otra vez? Sé que te cuesta creerlo, pero yo también tengo mi orgullo, y que sepas que no pienso volver a rebajarme.

Sin esbozó una sonrisa radiante.

—¿Me has echado de menos?

La pregunta consiguió irritarla más.

—¿Es lo único que se te ha quedado de todo lo que te he dicho?

—No, pero es lo que me interesa que contestes.

Kat soltó un suspiro frustrado.

—Sí, te he echado de menos. He llorado tu pérdida. Te he odiado. He estado a punto de mandarte a Simi con salsa barbacoa y solo he pensado en lo mucho que quería abrazarte… Y sí, te he echado de menos al completo, desde ese gruñido que sueltas cuando te enfadas hasta cómo me abrazas mientras dormimos. ¿Ya estás contento?

Sus ojos dorados brillaron de alegría.

—Contentísimo. —Volvió a besarla.

Se apartó de él y meneó la cabeza.

—Me siento como si fuera un yoyó. O me quieres o no me quieres. Deja de jugar conmigo, porque ya no puedo más.

—Te quiero aquí conmigo, Katra. De verdad. Casi no he sido persona esta semana.

Ladeó la cabeza al escucharlo.

—¿Estás seguro?

—Sí —murmuró él—. Me distraes mucho más cuando no estás que cuando te tengo al lado.

No tenía muy claro si era algo bueno o no, pero lo aceptaría tal cual. Complacida porque su olor le daba una excusa perfecta, frunció la nariz y dijo:

—Pues en ese caso, dúchate. Apestas.

—¿Qué dices?

Levantó la mano e hizo un gesto con el índice y el pulgar.

—Solo un poquito.

Sin resopló.

—Vale. —Abrió la mampara de la ducha y entró. Para su alegría, Kat lo siguió y le quitó la esponja de las manos antes de empezar a enjabonarle la espalda.

—¿Qué has averiguado sobre Kessar? —le preguntó por encima del hombro.

—Solo le tiene miedo a una mujer llamada Ravanah.

Sin la miró con semblante serio.

—No es una mujer. Es otro demonio.

—¿Y está viva?

—Según los rumores está viva y coleando, pero han pasado siglos sin que nadie la viera.

—¿Es una gallu?

—No, no. Es única en su especie.

—¿En serio?

—Se alimenta de otros demonios. Por eso Kessar le tiene miedo.

—¡Genial! Eso nos vendría bien.

—Si conseguimos encontrarla. Pero yo no me haría muchas ilusiones. Por no mencionar que cuando no hay demonios cerca, se alimenta de niños y embarazadas. Es un monstruo cruel.

—Parece encantadora. ¿Te parece que la invitemos a cenar una noche? —Lo obligó a girarse para enjabonarle el pecho. Costaba mucho concentrarse cuando estaba tocando su cuerpo desnudo. Se había olvidado de lo mucho que la excitaba. Era tan fuerte y tan poderoso… tan sexy. Apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera echar otro polvo en el que pensaba dejarlo baldado—. Por cierto, también he descubierto dónde está Zakar…

—Encadenado al trono de Kessar, que tiene la Estela alrededor del cuello.

Levantó la vista y captó el brillo ardiente de sus ojos cuando le pasó la esponja por la entrepierna.

—¿Ya lo sabías?

—Me aseguré de conseguir la información de una de mis víctimas más recientes.

—Genial. La información que he recabado no sirve de nada. Me alegra saberlo.

Sin le cogió la mano y se frotó con ella suavemente. Tuvo que tragar saliva al sentirlo contra los dedos, resbaladizos por el jabón. De no ser por la espuma, a esas alturas le estaría lamiendo los pezones.

—Al menos lo has intentado. —Bajó la cabeza para besarle el cuello—. Es más de lo que han hecho muchos.

—Ojalá sirviera de algo más.

—Ha servido para algo.

Le quitó la esponja y le echó más gel.

Kat estuvo a punto de gemir cuando comenzó a enjabonarle el pecho.

—Bueno, hay algo más.

—¿En serio?

Le colocó las manos en los hombros para no perder el equilibrio mientras él la enjabonaba con ternura.

—Seguramente ya sabes que las Dimme no son muy buenas amigas de los gallu. De modo que Kessar está reuniendo a sus demonios alrededor de la tumba.

Eso lo detuvo en el acto.

—¿Sabes dónde está la tumba?

—Sí.

Soltó una carcajada antes de cogerla en brazos y besarla.

—Gracias.

—¡Menos mal! Eso quiere decir que soy útil.

—Sí que lo eres. Ahora solo nos hace falta un plan.

Kat asintió con la cabeza.

—Uno en el que no acabemos todos muertos.

—Es un buen punto de partida.

Separó las piernas cuando él introdujo la mano entre sus muslos y dejó caer la esponja para acariciarla con sus largos dedos. Se quedó sin aliento cuando su dedo índice la penetró.

—Antes tenía tanta prisa que no pude saborearte siquiera.

Ni siquiera pudo replicar mientras Sin la acariciaba. Solo atinó a mirarlo mientras se arrodillaba y le separaba más los muslos para reemplazar sus dedos con la lengua. Se le endurecieron los pezones al sentir el roce de su barba en la delicada piel de la entrepierna, que le provocó otro escalofrío.

Sin gimió al saborear su cuerpo. Quería bañarse en su aroma. Quería saborear su placer. Tenía los muslos húmedos por el agua, y sus gemidos eran música celestial para sus oídos. Jamás había deseado complacer a una mujer tanto como deseaba complacerla a ella. No había nada más gratificante que verla alcanzar el orgasmo. Que escucharla gritar su nombre mientras se corría para él.

El agua caliente le caía por la espalda mientras la acariciaba con la lengua. La penetró con otro dedo más, arrancándole otro grito de placer.

Tras unas cuantas caricias, Kat lo agarró del pelo y se estremeció. Soltó una carcajada mientras continuaba lamiéndola y atormentándola con la lengua y los dedos, hasta que la dejó exhausta.

Cuando notó que los espasmos de placer cesaban, se levantó y la estrechó entre sus brazos.

Kat se volvió a quedar sin aliento cuando Sin la penetró. La sostuvo contra la pared mientras embestía con las caderas. El deseo la abrasaba y verlo consumido por la pasión aumentó su excitación. Lo abrazó con fuerza y le clavó los colmillos en el cuello. Estaba tan débil que le costaba la misma vida seguir en pie. No sabía cómo era posible que Sin tuviera fuerzas a esas alturas. No obstante, no pasó mucho tiempo antes de que lo escuchara gemir al llegar al orgasmo.

—Eres insaciable —jadeó al soltarlo.

—Era un dios de la fertilidad, ¿sabes? Es lo normal entre nosotros.

Kat se echó a reír.

—Ahora entiendo por qué las mujeres te adoraban. —Lo besó en la mejilla—. Pero que no se te suba a la cabeza.

—No te preocupes, te conozco muy bien. En cualquier momento me soltarás alguna que me pondrá en mi sitio.

Le dio un breve apretón antes de apartarse y enjuagarse.

En cuanto terminaron de ducharse, Sin llamó a Damien, a Kish y a los dos demonios carontes.

Simi gritó nada más verla.

—¡Akra Kat, has vuelto!

—He vuelto, Simi. ¿Qué tal te ha ido?

—Muy bien. Simi y Xirena han comprado mucho. —Levantó las manos para enseñarle los anillos que adornaban sus dedos—. ¿Sabes que el casino tiene tiendas? Simi y Xirena han comprado como un buen par de demonios.

Kish resopló.

—Ya lo creo. Su habitación parece un almacén.

Simi se echó el pelo por encima del hombro.

—A Simi le gustan los almacenes. Tienen un montón de cosas buenas.

—Por eso les enseñé la web de The Container Store —añadió Kish con un guiño, complacido por la idea de haberles mostrado la tienda de artículos de almacenaje.

—¡Síii! —exclamó Simi—, a Simi y a Xirena les encanta. Tienen muchas cajas para meter las compras y las cositas brillantes de Simi.

Sin carraspeó.

—Esto… Perdón por interrumpir la conversación, pero tenemos un problemilla más grave que el de guardar la ropa de un demonio. —Se giró hacia ella—. Enséñales la distribución de las cavernas.

—Según Xypher, Kessar duerme aquí —señaló tras dibujar un plano de la caverna en el aire con sus poderes al tiempo que marcaba una X al fondo de una galería—. Da audiencias y planea la estrategia con los demás aquí. —Era la galería más alejada de su habitación—. Las Dimme están aquí detrás. —En una estancia circular bastante alejada de la de Kessar—. El problema es que quiere trasladar a todos los gallu a la zona donde están las Dimme y ofrecerles a cuarenta humanos como sacrificio. Mientras las Dimme se zampan a los humanos, tienen la intención de ofrecerles una alianza. Si las Dimme acceden, vendrán a por nosotros como un solo ejército.

Damien frunció el ceño.

—¿Y si se niegan?

—Planea dejarlas hacer un enorme agujero hasta llegar a la superficie para que los gallu escapen y luego las matará antes de que puedan irse.

Kish imitó el gesto del daimon.

—¿Puede hacerlo?

—No lo sé —respondió ella con un suspiro—. La Estela no afecta a Simi ni a Xirena. —Miró a Sin—. ¿Afectaría a un demonio sumerio?

Él se encogió de hombros.

—Los únicos que sabrían la respuesta son Anu y Enlil, pero están muertos.

—Muy útil, sí —dijo Damien.

Kish resopló, frustrado.

—¿No podemos meterles un bombazo nuclear y enterrar a esos cabrones?

—Las pruebas nucleares fueron el motivo de que empezaran a liberarse —le recordó Sin—. Es como leche materna para estos demonios.

—Pero si puedes quemarlos…

—Quemarlos es un proceso independiente. No es lo mismo que la bomba. Por las diferencias moleculares o no sé qué. Soy un dios de la fertilidad depuesto, no un físico nuclear. Solo sé que las bombas nucleares no funcionan, pero el fuego sí.

—Pues que alguien nos consiga un poco de napalm —dijo Kish.

Kat no le hizo caso.

—Pregunta: ¿por qué no se han establecido en el mundo exterior? Lo pregunto en serio. Si pueden salir en grupitos, ¿por qué no han establecido su comunidad en la superficie hasta ahora?

—Lo han hecho. —Sin se acercó al plano para estudiarlo mientras hablaba—. Aquerón y yo hemos ido a por ellos conforme los descubríamos. Kessar se ha quedado bajo tierra porque allí está protegido. Son más fuertes en su territorio, que es en lo que se han convertido las cavernas.

—Además, la unión hace la fuerza —añadió Damien—. Aquí fuera están controlados porque los matamos en cuanto salen de su territorio. En las cavernas…

—Hay miles a los que enfrentarse —concluyó Sin por él—. Ir a por las Dimme es un suicidio.

Kat soltó una carcajada.

—¿Quién quiere vivir eternamente?

Kish levantó la mano.

—Para que conste en acta, yo.

Sin lo fulminó con la mirada.

—¿Por qué tienes que irritarme tan a menudo?

—¿Porque la tendencia suicida es un defecto de mi especie?

Kat se desentendió de sus pullas mientras contemplaba el plano.

—Es como dijo Kytara, ¿no? Necesitamos un ejército.

Sin meneó la cabeza.

—Pues estamos un pelín cortos de personal. Los Cazadores Oscuros no pueden pelear juntos sin anular sus poderes. A los dioses griegos les importa una mierda y los otros dioses a quienes les importaba están muertos. Solo quedamos nosotros.

Damien asintió con la cabeza.

—Y seguramente moriremos por una buena causa.

—Sí —convino Sin en voz baja—. Kessar lleva acosándome una semana en sueños. No puedo ni con mi alma. Nos hace falta un milagro.

A lo que Kish se apresuró a añadir:

—O al menos un plan en el que yo no muera.

Kessar gruñó mientras apartaba a un encadenado Xypher de su trono, que forcejeó para liberarse. Estaba en forma incorpórea, así que no tenía ni idea de cómo había conseguido atraparlo el demonio. Pero no le gustaba ni un pelo. Si conseguía soltarse, despedazaría a ese cabrón muy lentamente. Miró a Zakar, que se negó a devolverle la mirada.

¿Lo habría traicionado el dios onírico? Justo lo que se merecía por intentar liberarlo. ¿Cuántas veces tenían que traicionarlo para que aprendiera la lección? La gente era gilipollas y solo se preocupaba por sí misma. A la mierda los demás.

Zakar era la única manera de que Kessar lo hubiera encontrado. Zakar era el único ante el cual se había mostrado. Menos mal que había intentado ayudarlo…

Un demonio hembra lo cogió y le clavó los colmillos en el muslo. Siseó de dolor. Intentó apartarla de un empujón, pero Kessar tiró de la cadena que le ataba las manos para que no pudiera llegar hasta ella.

El demonio se apartó con expresión confundida y escupió su sangre en el suelo.

—No sabe bien.

—No estoy vivo, zorra imbécil. Mi sangre es más espesa porque no corre por mis venas como la de un humano.

Kessar le dio una patada en las costillas.

—Gracias por la lección de anatomía.

El demonio se limpió los labios ensangrentados.

—¿Para qué lo queremos? Matémoslo.

Kessar lo miró como si fuera un insecto.

—Ya está muerto, no creo que podamos hacerlo.

Xypher le hizo un corte de manga.

—Premio para el caballero.

En esa ocasión Kessar le dio una buena patada en la espalda. Gruñó, deseando que no se pudiera sentir dolor después de la muerte. Pero ¡qué leches!, ya estaba acostumbrado.

—¿Qué haces aquí? —exigió saber Kessar—. ¿Espías para Sin?

—¿Quién cojones es Sin?

Kessar le asestó otra patada. Sí, iba a disfrutar de lo lindo rajándole el pescuezo.

—No te pases de listo. Estás aquí para espiar, y el único a quien le puede interesar este sitio es Sin.

—De eso nada —lo contradijo muy despacio—. Solo estaba dando un paseo cuando me di cuenta de que aquí abajo hay un montón de gente cabreada. Un skoti sería capaz de alimentarse solo contigo durante mucho tiempo.

Kessar se inclinó sobre él en ese momento y vio lo que necesitaba. La Estela del Destino.

Dorada, redonda y brillante. Preciosa.

Antes de que Kessar adivinara sus intenciones, la cogió, se la arrancó del cuello de un tirón y después le asestó una patada. Acto seguido, se apartó del demonio.

Kessar gritó al tiempo que su rostro adoptaba su verdadera forma e intentaba coger la cadena.

Estaba convencido de que el gallu lo atraparía, pero cuando hizo ademán de cogerlo, algo lo apartó de un tirón.

Zakar lo cogió y tiró de él hacia el trono.

—Dile a Sin que el Cetro está en la casa. Lo entenderá.

Xypher se encontró de vuelta en el Olimpo, en la plaza situada entre los templos de Zeus, Apolo, Artemisa y Ares.

—¡Qué c…!

Se detuvo un instante mientras rememoraba los últimos segundos hasta encontrar la respuesta más plausible.

Para salvarle la vida a fin de poder transmitirle el mensaje a Sin, Zakar acababa de firmar su sentencia de muerte.