14

Sin se quedó sin respiración mientras las bruscas palabras de su hermano resonaban en sus oídos. Miró a Kat, que seguía en la cama. Aunque estaba ardiendo por la fiebre, no había el menor indicio de que se estuviera transformando en un demonio.

—¿Cómo que se está transformando en un demonio? No la han mordido.

Zakar la señaló con la mano.

—Hazme caso. Conozco los síntomas. Se está transformando en uno de ellos.

Sin la abrazó, acunándola contra su pecho. Estaba inconsciente, aunque tenía los ojos entreabiertos y su cuerpo estaba laxo. Seguía tan guapa como siempre y su expresión era tranquila. Serena.

No se estaba transformando en un demonio. Se negaba a creerlo. Sus dientes no habían cambiado. Ni sus manos. Su aspecto era el de siempre.

Su hermano se equivocaba.

—Solo está enferma.

Zakar se echó a reír.

—¿Una diosa inmortal enferma? ¿Te has vuelto loco?

—Yo me he puesto enfermo a veces —afirmó a la defensiva—. Es posible que a ella también le pase.

—¿Lo dices en serio?

No, pero ansiaba creerlo con desesperación. Francamente no podía asimilar la idea de que Kat se estuviera transformando en un demonio al que tuviera que matar. La abrazó con más fuerza, temeroso de que su hermano tuviera razón.

—¿Qué hago?

—Matarla.

—¡Y una mierda!

La mirada de Zakar no mostró ni pizca de compasión.

—Lo sabes tan bien como yo. No hay cura para esto. No hay forma de detener el proceso. Una vez que la transformación se pone en marcha, la víctima cambia sin remedio. Lo único que puedes hacer es compadecerte de ella y matarla.

Se negaba a creerlo. La idea de matar a Kat…

No podía soportarlo. A pesar del poco tiempo que habían pasado juntos, se había convertido en algo muy importante para él.

—Tú eres inmune al veneno de esos demonios.

—¿Ah, sí?

Sin sintió un escalofrío en la espalda.

—Zakar…

Su hermano se echó a reír.

—Nanna, fuiste un imbécil al liberarme. —Y saltó sobre la cama para abalanzarse sobre él.

Sin soltó a Kat en el colchón y atrapó a Zakar antes de que cayera sobre él. Ambos acabaron estampados contra la pared. La apariencia de su hermano era normal, salvo por los dientes. La furia que lo invadió fue tal que sintió un estremecimiento.

—¿Quién coño eres?

—Tu hermano.

—No —dijo al tiempo que le asestaba un puñetazo en el mentón que lo arrojó al suelo. Ese no era Zakar, era otra cosa—. ¡Kytara! —gritó—. ¡Si me oyes, mueve el culo y ven aquí ahora mismo!

Zakar se levantó muy despacio y chasqueó la lengua mientras se limpiaba la sangre de los labios.

—Qué patético te has vuelto si tienes que llamar a una mujer para que te defienda.

—No va a defenderme —lo corrigió con gesto burlón—. Es tu niñera. —Y golpeó a Zakar con una descarga astral que siguió alimentando para impedir que se levantara.

A pesar de que intentó ponerse en pie para huir, Zakar no lo consiguió. Sin lo mantuvo atrapado en el rincón de esa manera hasta que Kytara apareció.

Al ver que estaba atacando a su hermano, la skoti se alegró.

—Buen chico. Mata a ese cabrón.

Sin embargo, no quería matarlo. No podía hacerle eso a su propio hermano. Como mucho podía darle una buena paliza, siempre y cuando se la mereciera.

En cuanto vio que su hermano perdía el conocimiento después de asestarle una nueva descarga, liberó la energía. Se arrodilló a su lado y comprobó su pulso. Descubrió que era regular y fuerte. Satisfecho al saber que su hermano viviría, lo colocó en una postura más cómoda y lo tapó con una manta. Levantó la cabeza para mirar a Kytara, que estaba al lado de la cama.

—¿Sabes algo sobre la transformación en gallu?

Ella se encogió de hombros.

—No mucho, la verdad. Pertenezco a otro panteón, ¿recuerdas? ¿Por qué lo preguntas?

—Porque creo que uno de ellos ha mordido a Kat. —Se acercó a la cama y la vio tiritar con tanta fuerza que incluso le castañeteaban los dientes. No se despertó ni reaccionó al escucharlo—. Necesito que permanezcas aquí mientras voy en busca de ayuda.

Kytara se quedó blanca al comprender lo que le estaba pasando a Kat.

—No hay ayuda posible. Lo sabes.

Negó con la cabeza. No estaba dispuesto a dejarla morir. No de esa manera.

Y tampoco iba a matarla, cosa que sería peor. Seguro que había algo que podían hacer. Lo que fuera. Y estaba dispuesto a mover cielo y tierra para salvarla.

—Me niego a creerlo. —Cogió a Kat en brazos y se volvió para mirar a Kytara—. Vigila a Zakar. No le quites el ojo de encima. Y hagas lo que hagas, no lo mates.

Ella soltó un chillido indignado.

—¿Estás de coña? ¡Ni que fuera una niñera!

—No, no estoy de coña —le contestó con la mirada más hostil de la que fue capaz—. No quiero que mi hermano muera. Dijiste que estaba arruinado. Si solo es eso, podemos ayudarlo. Pero primero tengo que salvar a Kat.

—Es imposible, y lo sabes, Sin. Es una pérdida de tiempo además de una locura.

—Ya veremos. —Se detuvo un instante antes de marcharse—. Una cosa, Kytara, si mi hermano ha dejado de respirar cuando vuelva, los Óneiroi serán la menor de tus preocupaciones.

La skoti soltó un resoplido indignado.

Sin pasó de ella, cerró los ojos y, con Kat en brazos, se teletransportó al último lugar donde querría estar.

Kalosis.

Y, como era normal, se materializó delante de un caronte que lo miró como si fuera un entrecot de primera en una bandeja. Como no estaba de humor para tonterías, no le hizo ni caso.

—¡Apolimia! —gritó mientras enfilaba el largo y estrecho pasillo sin saber dónde encontrar a la diosa—. Te necesito.

La aludida se materializó frente a él con los brazos en jarras y echando chispas por los ojos.

Hasta que vio que llevaba a Kat en brazos.

Su expresión cambió al instante y se tornó preocupada mientras se apresuraba a colocar una mano en la frente de su nieta.

—¿Qué ha pasado?

Por algún motivo desconocido, la simple pregunta que salió de los labios de Apolimia le tocó la fibra sensible y las emociones que llevaba tanto tiempo reprimiendo lo desbordaron. Sintió un nudo en la garganta por culpa de la preocupación.

Más que preocupación, era miedo a perderla. La idea de que muriera…

Llevaba tanto tiempo sin sentirse de esa manera que le costó la misma vida seguir respirando. No podía perderla. No podía.

Tragó saliva haciendo un gran esfuerzo y susurró:

—Creo que le ha mordido un gallu y se está transformando en una de ellos. Necesito que la cures… por favor.

Los ojos de Apolimia se llenaron de lágrimas mientras lo miraba con una impotencia que lo atravesó como si fuera una llamarada.

—No puedo curar algo así.

La furia lo asaltó de repente.

—Te vi curarla cuando estaba herida. Sí que puedes arreglar esto. Lo sé.

La diosa negó sus palabras con la cabeza.

—Puedo curar heridas, pero esto… esto es una afección de la sangre que se extiende por todo su cuerpo. No puedo arreglarlo. Mis poderes no llegan a tanto.

Fue como si alguien acabara de darle un puñetazo, dejándolo sin aire en los pulmones. Movió a Kat entre sus brazos para acercarla y poder darle un beso en la frente, acalorada por la fiebre. El recuerdo de las carcajadas y de las caricias que habían compartido lo quemaba por dentro.

No podía ni pensar que jamás volvería a escuchar otro de sus ácidos comentarios.

Era imposible que las cosas acabaran así. No podía perderla por algo tan tonto como un mordisco que se les había escapado y, por tanto, no habían cauterizado. Si se encontraba en ese estado, era precisamente porque quería ayudarlo.

No, tenía que haber algo que pudiera hacer para salvarla.

Miró furioso a Apolimia mientras sentía el escozor de las lágrimas en los ojos.

—No permitiré que muera así, Apolimia. ¿Me oyes? Tiene que haber algún modo de salvarla. Lo que sea. No me digas que nuestros panteones son incapaces de dar con la solución.

Apolimia le acarició el pelo a su nieta con ternura.

—Es posible que su padre pueda hacer algo. Comprende la naturaleza demoníaca mejor que yo.

Sus palabras le provocaron un escalofrío. El último paradero conocido de Ash era la cama de Artemisa.

—¿Cómo dices?

Apolimia lo miró a los ojos.

—Tienes que llevarla al Olimpo. Apóstolos es el único que creo que podría dar con la cura para esto.

A título personal, preferiría que le sacaran los dos ojos antes que volver a poner un pie en el Olimpo. La última vez que se le ocurrió ir, le costó todo lo que tenía, incluyendo la dignidad.

Sin embargo, un vistazo al precioso rostro de Kat, donde se reflejaba el dolor que estaba padeciendo, le bastó para saber que estaba dispuesto a atravesar los fuegos del infierno para ayudarla.

—¿Dónde está exactamente?

—En el templo de Artemisa.

¡Cómo no!, pensó. ¿Dónde iba a estar Ash cuando él lo necesitaba? Era injusto. Claro que en esos momentos su pasado no importaba. Lo importante era Kat.

—Vale —murmuró—, pero no puedo ir yo solo. Artemisa me arrebató ese poder para evitar que algún día la matara.

—No caerá esa breva… —replicó Apolimia mientras le tocaba el hombro—. Haz que me enorgullezca de ti —susurró. Y después añadió en voz alta—: ¿Apóstolos?

La respuesta de Ash fue inmediata.

—¿Sí, matisera?

—Sin y Katra están aquí conmigo. Kat está enferma y te necesita, pero no puedo enviarlos a tu lado si no me ayudas.

Sin ni siquiera tuvo tiempo para parpadear antes de que de repente se descubriera en la terraza del templo de Artemisa.

La enorme puerta de doble hoja que tenía a su izquierda se abrió para dejar paso a Aquerón, vestido con unos pantalones de cuero negro y una larga túnica atlante de seda, llamada foremasta, que se agitaba en torno a sus pies al caminar.

—¿Qué le pasa?

Sin se acercó a él y se encontraron en el centro de la terraza.

—Le ha mordido un gallu.

Ash se quedó blanco.

—¿Dónde?

—No lo sé, no estoy seguro. Fuimos a una caverna para liberar a mi hermano y de repente aparecieron algunos y nos atacaron. No se me ocurre otro momento en el que pudiera suceder, pero no me dijo que la hubieran mordido. —La miró y se preguntó por qué no se lo había dicho—. Estaba bien hasta hace un rato. Me dijo que le dolía la cabeza y después empezó la fiebre. Pensaba que estaba enferma hasta que Zakar me dijo que se estaba transformando.

Aquerón se la quitó de los brazos y la llevó al interior del templo, donde la dejó en un diván blanco. La palidez de su piel bastó para que a Sin se le cayera el alma a los pies. Tenía los ojos vueltos, pero al menos ya no le castañeteaban los dientes. Claro que tampoco sabía si ese era un buen síntoma o no.

—¿Katra? —dijo Ash mientras se arrodillaba a su lado.

Al ver que no respondía, le colocó una mano en una mejilla.

En cuanto la tocó, Kat chilló e intentó morderle.

Ash se apartó de un respingo.

Sin soltó un taco al ver los cuatro colmillos afilados. Se estaba transformando de verdad. La idea de perderla fue una agonía. Sentía náuseas y ardía en deseos de matar a Kessar por lo que había hecho.

—Es demasiado tarde, ¿verdad?

Ash alzó la mirada al escuchar el dolor que destilaba la voz de Sin. Fue en ese momento cuando comprendió exactamente la relación que los unía, y le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué si no iba a aparecer Sin en el templo de Artemisa y desaprovechar la oportunidad de matarla?

Podría haber dejado a Kat con Apolimia y volver a su casa, desentendiéndose del problema. En cambio, la había llevado al Olimpo, estaba contemplándola con mirada angustiada y la agonía de su voz era evidente.

Solo había una conclusión.

Sin era el amante de Katra.

Lo consumió la ira, pero supo que era demasiado tarde. Ya habían estado juntos. Lo presentía. Además, ni siquiera conocía a su hija, ¿cómo iba a ejercer de padre a esas alturas y a decirle que no debería haberse acostado con Sin? Ya era una mujer hecha y derecha.

Una mujer con un problema muy gordo.

Por desgracia, no podía sacarla de dicho problema solo. Para curarla necesitaba ayuda. Se incorporó y taladró a Sin con la mirada. Tenía que saber sin género de dudas la naturaleza de la relación que mantenían.

La vida de Katra dependía de ello.

—¿Qué significa Katra para ti?

La pregunta hizo que en el interior de Sin se alzara un muro. Ash prácticamente lo escuchó echar el cerrojo de sus emociones, pero no supo si lo hizo motivado por el recelo, por el miedo o por la culpa.

—¿Por qué me lo preguntas?

Apretó los dientes mientras le echaba un vistazo a su hija, que no paraba de retorcerse en el diván. Solo había un modo de salvarla, y la idea le destrozaba el corazón. Era lo último que le desearía a cualquier persona. Pero era la única forma de librarla del demonio que crecía en su interior.

—Tengo que vincularla a alguien.

Las palabras de Ash y su extraña actitud confundieron a Sin. Su reticencia a prestarle ayuda a Kat era evidente, pero no entendía el motivo. Si de él dependiera, removería cielo y tierra para proteger a los suyos. ¿A qué venía el disgusto de Ash?

—Vale. ¿Cuál es el problema?

Su turbulenta mirada plateada lo abrasó y lo atravesó como si pudiera llegar a lo más hondo de su alma. Cuando le habló, lo hizo con una voz cargada de emoción.

—Sin, escúchame. Tengo que sacarle el demonio… extrayéndole toda la sangre. Si de algo estoy seguro es de que el demonio no la abandonará hasta que le quede tan poca sangre que esté a punto de morir. La única forma de salvarla consiste en vincularla a otra persona, porque necesitará su sangre. En cuanto haya establecido el vínculo, necesitará a esa persona durante el resto de su vida para alimentarse de ella. Será un vampiro.

Titubeó al escucharlo. Quería asegurarse de entender lo que Ash le estaba diciendo.

—Pero no será una gallu.

—No. Seguirá siendo la misma… a menos que pase demasiado tiempo sin comer. En ese caso, se convertirá en un ser sin escrúpulos que se alimentará de cualquiera.

—¿Y a qué esperas?

Ash seguía teniendo dudas. Era obvio que no le gustaba la idea de vincularlos y él no entendió por qué hasta que lo escuchó decir:

—Este tipo de vínculos son muy sexuales. Kat es mi hija. Entenderás que no quiera vincularla a mi persona. Así que solo nos queda… —comentó antes de guardar silencio un instante—. Solo nos quedas… tú.

¿No podía haber mascullado la última palabra con más asco?, pensó.

Sin embargo, comprendía por qué Ash estaba tan mosqueado. Él se sentiría igual si estuvieran hablando de su hija.

—¿Estás ofreciéndome a tu hija?

Ash apartó la mirada al tiempo que aparecía un tic nervioso en su mentón.

—Condené a la muerte a mi mejor amigo por robarle la inocencia a la única hija que creía tener.

Cuando Ash miró a Katra de nuevo con los ojos llenos de lágrimas, el amor que sentía por su hija le provocó a Sin un nudo en la garganta y aumentó el respeto que sentía por él.

—Siempre intento aprender de mis errores —siguió Ash, después de carraspear—. No me gusta lo que has hecho, pero no voy a condenaros a muerte a ninguno de los dos por ello. Mis emociones ya han causado bastante daño a la gente a la que quiero. No obstante, antes de que te confíe la vida de mi hija, tengo que saber qué significa ella para ti.

Sin extendió los brazos con un gesto suplicante mientras admitía algo que ni siquiera había querido admitir para sus adentros. La cuestión era que no podía seguir negándolo.

—Estoy aquí delante de ti en el templo de mi peor enemiga y ni siquiera he intentado matarla. ¿Qué crees que significa Katra para mí?

Ash correspondió a sus palabras asintiendo con la cabeza.

—Lo que voy a hacer no es el típico vínculo de sangre. Una vez que lo haga, no habrá forma de deshacerlo. ¿Seguro que lo entiendes?

Lo entendía a la perfección.

—Cueste lo que cueste, sálvala, Aquerón.

Ash pareció aliviado, pero la expresión desapareció tan rápido de sus ojos que Sin no supo si había sido de verdad o cosa de su imaginación.

—Sujétale las piernas —le dijo.

Se colocó a los pies de Kat y la sostuvo por los tobillos mientras que Ash la tomaba de las manos. En un abrir y cerrar de ojos, Aquerón se transformó. Ya no era humano. Tenía la piel veteada de azul, los labios negros y un par de cuernos. Sus ojos seguían siendo turbulentos, pero en esos momentos eran rojos y amarillos. Los colmillos le crecieron y sus dimensiones se tornaron letales.

En la vida había visto nada semejante.

—¿Qué eres?

Ash soltó una risotada.

—La muerte y la desgracia —respondió y con esas palabras se inclinó hacia delante y le mordió a Kat en el cuello.

Kat gritó y comenzó a forcejear para quitárselo de encima, pero Ash no se detuvo. Sin la mantuvo inmovilizada por los pies, sin hacerle daño, mientras observaba cómo Ash se apartaba de ella y escupía la sangre. En lugar de caer al suelo de mármol, se fue acumulando en una especie de jarra invisible por cuyas paredes se deslizó lentamente hasta llegar al fondo.

El gesto se repitió infinidad de veces, como si estuviera sacando gasolina de un coche. La sangre de la jarra invisible comenzó a coagularse hasta adoptar la forma de un furioso y diminuto demonio que intentó abalanzarse sobre Ash en vano. Parecía estar pegado al fondo de la jarra como una mosca en una tira adhesiva. Aunque no tenía cabeza, de alguna forma se las apañaba para gritar en una lengua desconocida mientras alzaba el puño y golpeaba la jarra exigiendo ser liberado.

Ash hizo oídos sordos a sus palabras.

Sin observó la piel azulada de las manos de Ash, con las que mantenía a Kat inmovilizada. Cada vez que se inclinaba sobre ella su pelo negro los cubría, pero eso no ocultaba el resplandor rojizo de sus ojos.

—Kat no va a volverse azul como tú, ¿verdad?

Esos ojos rojizos y aterradores lo miraron con furia. En comparación, los ojos plateados le parecieron mucho mejores.

—No tengo ni idea —contestó antes de seguir extrayéndole la sangre.

Observó el procedimiento con la esperanza de que a Kat no le resultara doloroso. La idea de que sufriera por su culpa le resultaba insoportable.

Una vez que el demonio estuvo totalmente formado en el interior de la jarra, Ash se sentó sobre los talones y se alejó de Kat, que hacía mucho rato que había dejado de moverse. En ese momento yacía serenamente sobre los almohadones blancos.

Sin contuvo el aliento, asustado. Estaba tan blanca… Su piel no tenía ni rastro de su habitual color, sino un tono grisáceo. Además, los labios se le estaban amoratando.

Estaba muriéndose.

—¿Aquerón? —lo llamó, odiándose por el miedo que escuchó en su voz.

Ash lo agarró de un brazo, que colocó sobre Kat.

—Posiblemente te atacará. No dejes que te quite demasiada sangre o te matará.

—¿Por qué tengo la impresión de que vas a irte?

—Tengo que encargarme del demonio gallu.

Aquerón utilizó una de sus enormes garras negras para hacerle un tajo en la muñeca. Siseó por el dolor mientras le colocaba el brazo sobre la boca de Kat, de modo que la sangre resbaló hasta sus labios. Tan pronto como la primera gota tocó sus dientes, ella abrió los ojos.

En ese instante le aferró el brazo con ambas manos y se llevó la muñeca a la boca para beber con avidez. Su aliento lo abrasaba, y el roce de su lengua le erizó la piel mientras se alimentaba de él con voracidad.

Aquerón ni siquiera los miró. Cogió la jarra con el demonio, que seguía chillando, y se desvaneció.

Sin estaba tan aliviado por la recuperación de Kat que solo atinaba a mirarla. Debería estar asqueado por lo que veía, pero su gratitud era tal que ni siquiera le importó. Si para salvarla tenía que desangrarse, estaba dispuesto a abrirse una vena cada vez que ella lo necesitara.

Al menos eso pensaba hasta que la vio soltarle la muñeca y se abalanzó sobre su cuello, donde le clavó los colmillos. Justo antes de que lo hiciera, percibió la expresión voraz de sus ojos. El dolor fue sustituido por una oleada de placer sensual que lo inundó al instante. Justo entonces comenzó a ver un millón de imágenes en su mente. Imágenes del pasado de Kat. De su niñez, de su adolescencia, de su vida de adulta.

Tardó solo un momento en darse cuenta de que eran sus recuerdos.

El flujo de imágenes se ralentizó un poco, de modo que llegó a escuchar retazos de conversaciones.

La vio en el jardín de Artemisa, riéndose con las otras doncellas. La vio en Grecia, en un barco con una chica llamada Gery con quien discutía en atlante. Después los recuerdos cambiaron y la vio un bar en Minnesota. Estaba bailando con una rubia.

Era tan raro estar en el interior de los recuerdos de otro que de pronto comprendió lo que ella debió de experimentar cuando vio sus sueños. Era una sensación irreal, un poco mareante, y tardó un rato en comprender cómo pasar de recuerdo en recuerdo.

Acunó su cabeza entre las manos y dejó que siguiera alimentándose mientras la veía de adolescente, en un dormitorio blanco y azul. Estaba sentada a una mesa blanca, leyendo un rollo de pergamino.

—¡Katra!

El impaciente grito de su madre la sobresaltó.

—¿Qué querrá ahora? —la escuchó murmurar entre dientes.

—Katra, por favor. Necesito que me ayudes.

Kat se teletransportó hasta el dormitorio de Artemisa. Y se quedó de piedra al ver…

A él en la cama, medio desnudo.

La imagen lo golpeó con tal fuerza que dio un respingo, asaltado por sus propios recuerdos del momento. Sin embargo y movido por la curiosidad, siguió observando lo sucedido a través de los ojos de Kat. Quería saber qué había pasado aquella noche.

Artemisa estaba histérica cuando obligó a Kat a entrar en el dormitorio. Tenía lágrimas en los ojos.

—Katra, tienes que ayudarme. Ha… ha entrado en mi dormitorio y ha intentado violarme.

La diosa estaba cubierta de sangre y con la túnica desgarrada. Por primera vez desde hacía siglos, Sin recordó el pasado que su mente había enterrado.

Recordó a Artemisa sonriéndole y tendiéndole un cáliz.

—Sí, lo de Ningal es vergonzoso. Esta noche la he visto con mi hermano en su templo. Te pone los cuernos a menudo, ¿verdad?

Sin se negó a contestar. Su relación con Ningal no era de la incumbencia de Artemisa y, además, era un tema muy doloroso.

—No quiero hablar de eso.

En parte llegó a sospechar que Artemisa había sacado el tema a colación con el fin de enfurecerlo y de que matara a su mujer para echarle a los ctónicos encima.

Sin embargo, la diosa lo sorprendió con su explicación.

—Tengo una proposición que hacerte, Sin. Tú resuelves mi problema y yo resuelvo el tuyo.

—¿Y cuál es mi problema?

La pregunta hizo que Artemisa arrugara la nariz con asco.

—No seas idiota. Todo el mundo sabe que tu mujer te la pega con el primero al que consigue meter en su cama. Que los hijos que has reconocido como tuyos en realidad no lo son. Que tu propio panteón te mira por encima del hombro, aunque controles la luna, el calendario y su fertilidad. No me imagino lo espantoso que debe de ser que todos se rían de ti, especialmente con el poder que ostentas.

Era mucho más complicado que eso. Por mucho poder que ostentara, sabía que la Estela del Destino podía dejarlo sin él. Y sin sus poderes, sería una presa fácil. Además, la lealtad hacia Zakar lo mantenía a raya. Si él moría, todos descubrirían que su hermano seguía vivo e irían también a por él.

Artemisa se inclinó en ese momento y le susurró al oído:

—¿Nunca has deseado vengarte de ellos?

Más de lo que nunca podrías imaginar, respondió para sus adentros.

Sin embargo, tenía las manos atadas y lo sabía. Mejor ser infeliz que ver cómo mataban a su hermano. Acababa de llegar a esa conclusión cuando comprendió que esa noche no quería estar donde estaba ni en la compañía con la que estaba.

Le parecía un error y sintió deseos de marcharse.

Soltó el cáliz.

—He cometido un error al venir.

Artemisa lo detuvo con una sonrisa como la que hacía siglos que ninguna diosa le dedicaba.

—No, cariño, no lo has hecho. Aquí es donde tienes que estar. —Y lo instó a entrar en su dormitorio—. Al igual que tú, yo también estoy cansada de estar sola todo el tiempo. —Le levantó las manos para besarle los nudillos mientras lo seducía con la mirada—. Quédate conmigo, Sin, y te convertiré en el próximo regente de los dioses.

—No necesito regir sobre nadie.

Artemisa se alejó en aquel momento para servirle más vino.

—Por supuesto que no. Pero piensa en los demás, inclinándose ante ti. Imagínatelos haciendo lo imposible para complacerte. ¿No sería fantástico? —Volvió a su lado y le acercó el cáliz a los labios—. Bebe, corazón. Te sentará bien.

Y apuró el contenido de un trago. Sin embargo, en cuanto se lo hubo bebido, la habitación comenzó a darle vueltas. Comprendió demasiado tarde que lo había drogado.

Intentó caminar, pero cayó de rodillas.

—¿Qué me has hecho?

La expresión de Artemisa se crispó.

—Quiero tus poderes, Sin. Los necesito.

—Zorra mentirosa —masculló, abalanzándose sobre ella.

Artemisa le dio una bofetada, pero él consiguió aferrarla y la arrojó al colchón con la intención de matarla. Sin embargo, perdió el conocimiento cuando comenzaba a estrangularla.

En ese momento se vio en aquella cama con la mirada de Kat. Artemisa tenía el cuello enrojecido después de su ataque. Pero él no le había desgarrado la túnica.

—Tienes que arrebatarle sus poderes, Katra —dijo la diosa, señalándolo con una mano—. Si no lo haces… —se interrumpió, presa de los sollozos—. Volverá en sí. Y que Zeus se apiade de mí si lo hace. Me matará en cuanto despierte. Lo sé.

—Pero matisera

—¿¡Qué!? —la interrumpió con voz furiosa—. ¿Vas a dejar a tu madre indefensa ante un atacante? Míralo ahí despatarrado en mi cama, durmiendo tranquilamente como si esto no fuera con él. ¡Y ahora mírame a mí! Si no lo hubiera alcanzado con una descarga, me habría violado, me habría arrebatado mis poderes y me habría dejado indefensa como un bebé. ¿Quién crees que te protegería de los otros dioses si eso llegara a pasar? —Y comenzó a llorar entre histéricos hipidos.

Sin percibía el sufrimiento de Kat al ver a su madre tan herida y llorando de esa forma. Artemisa nunca lloraba y verla así le partía el corazón. Quería consolarla.

Matisera, por favor, no llores.

—¿Cómo no voy a llorar? Mi hija no me quiere.

—Sí que te quiero.

—¡Pues demuéstramelo! ¡Dame sus poderes!

Sin percibió la indecisión de Kat mientras se acercaba a la cama y le tocaba un brazo. Nada más tocarlo, la asaltó la cólera que albergaba en su interior y apartó la mano al instante.

—Quiere verte muerta.

—¡Ya te lo he dicho! Si sigue siendo un dios cuando despierte, ya no podrás contar conmigo para protegerte.

Kat estaba aterrorizada. Su madre lo era todo para ella. La idea de perderla le resultaba inconcebible.

—No permitiré que nadie te haga daño, matisera. Te lo prometo.

Y así se acercó de nuevo a él a regañadientes al tiempo que extendía un brazo para que su madre la tomara de la mano.

Artemisa se acercó a la cama y aferró la mano de su hija. Kat le colocó a él la mano libre en el pecho y cerró los ojos.

Sin jadeó al sentir cómo sus poderes pasaban de su cuerpo al de Kat y de este al de Artemisa. Cada latido de su corazón lo debilitaba mientras que Artemisa se hacía más fuerte.

La verdad lo dejó consumido por la ira y la traición. Artemisa no le había arrebatado sus poderes.

Fue Kat.

Fue ella quien lo cubrió con la diktion para que su madre pudiera arrojar su cuerpo a…

No quería recordarlo. La herida seguía estando abierta pese a los siglos transcurridos. La humillación era demasiado grande. ¡Y las dos eran culpables!

Incapaz de respirar, abrió los ojos y miró a Kat, que seguía alimentándose. La apartó de su cuello y soltó un taco.

Kat se sentía un poco aturdida cuando alzó la vista para mirar a Sin y descubrió la expresión furiosa de su rostro. Daba igual. La sed de sangre estaba convirtiéndose en algo muy distinto.

Sentía el cuerpo en llamas y lo necesitaba. No podía resistir el impulso. Tenía que poseerlo.

¡En ese mismo momento!

Se levantó del diván y caminó despacio hacia él.

—No me toques —masculló Sin, apartándola.

Kat lo abrazó e intentó acercarlo de nuevo a sus labios, extrañada por la ira que irradiaba.

—Sin, te necesito.

Él se zafó de sus manos y se alejó unos metros.

—Me traicionaste.

Volvió a acercarse a él para enterrarle la cara en el cuello y aspirar el olor de su piel… y de su sangre.

—Sin —susurró sobre su piel al tiempo que le daba un lametón.

Él la alejó de un empujón.

—Me has traicionado. ¿Por qué no me has dicho que fuiste tú quien me arrebató los poderes?

Kat intentaba comprender sus palabras, pero era incapaz de seguir el hilo de una conversación. Olía su sangre, la saboreaba… y el deseo estaba consumiéndola.

Sin intentó marcharse, pero comprendió que no tenía el poder necesario para abandonar el Olimpo.

—Suéltame, Katra. Ahora mismo.

Lo dijo en vano, porque volvió a perseguirlo.

De modo que la agarró por los hombros para mantenerla apartada. Había confiado en ella como en ninguna otra persona desde hacía siglos. Había bajado la guardia a su lado. ¿Y para qué? ¿Para descubrir que le había ocultado algo así? ¿Que lo había engañado y había permitido que siguiera culpando a Artemisa por algo que no había hecho?

¿Cuántas veces le había dicho ella que no podía devolverle sus poderes? ¡Era mentira! Deseó mandarla a la mierda. Se sentía como un imbécil.

—Ahora mismo no soporto que me toques. ¿Lo entiendes? Arruinaste mi vida y no has tenido la decencia de decírmelo, aunque sabías que yo culpaba a Artemisa.

—Lo siento.

—¿Que lo sientes? —No acababa de creer que le fuera con esas—. ¿Eso es lo único que vas a decirme? «Lo siento» no arregla lo que hiciste. Ni por asomo. Toda mi familia está muerta por tu culpa, salvo mi hermano gemelo que ha pasado siglos torturado por esos demonios. Y ahora se ha convertido en uno de ellos. Confié en ti, vine a casa de mi peor enemiga para salvarte la vida y ¿para qué? Para descubrir que eres una mierda, como todos los demás. Para descubrir que la persona con la que bajo la guardia y a la que le permito cubrirme las espaldas es la que más daño me ha hecho de todas. Te odio por lo que has hecho. Me hiciste pensar que podía volver a confiar en alguien y, cuando por fin lo hago, me has jodido vivo.

Kat se apartó de él, espabilada por su diatriba.

—No quería hacerte daño.

—¿Ah, no? ¿Creías que iba a despertarme sin poderes y a darte las gracias por los servicios? Y cuando me seguiste hasta Nueva York ¿qué? ¿Se te ha olvidado? Me parece que eso es lo que has intentado siempre, hacerme daño. —La recorrió de arriba abajo con una mirada fría y furiosa—. Felicidades, Kat. Has rematado la faena.

Kat extendió un brazo, pero él se apartó.

—¡Aquerón! —gritó.

Ash apareció frente a él de inmediato. Ya no estaba azul y su apariencia volvía a ser la de siempre, por lo que se sintió agradecido.

—Envíame a mi ático ahora mismo.

La mirada extrañada de Ash pasó de Sin a Katra.

—Todavía no ha acabado de alimentarse.

Sin lo miró echando chispas por los ojos.

—Me da igual.

Ash se tensó.

—Eso no es lo que me dijiste.

—Sí, bueno, he descubierto algunas cosas sobre ella.

—¿Como por ejemplo?

Sin miró a Kat, que lo observaba con lágrimas en los ojos. Unas horas antes sus lágrimas le habrían importado. Pero en ese momento no quería volver a verla en la vida y si sufría… ¡que le dieran!

—Me robó mi divinidad y le dio mis poderes a su madre.

Ash volvió la cabeza con brusquedad para mirar a Kat, que había clavado la vista en el suelo.

—¿Que hizo qué?

—Ya me has oído y no tienes la menor idea de lo que duele una traición así.

Ash soltó una amarga carcajada.

—Joder, Sin. No tienes ni idea de lo que es una traición, te lo digo yo. Lo que Katra te ha hecho ni siquiera entra en mi escala personal de sufrimiento. —Se acercó despacio a ella, que dio un respingo al verlo cerca—. ¿Eres una transmisora?

Kat asintió con la cabeza.

—Pensé que quería hacerle daño. Solo intentaba proteger a mi madre.

Sin respetaba sus motivos, pero eso no cambiaba las cosas ni lo que le había arrebatado.

—Yo era inocente —le recordó.

Kat levantó la cabeza y vio que las lágrimas relucían en sus ojos verdes.

—Eso lo sé ahora. ¿Cómo crees que me siento cada vez que te miro, sabiendo lo que te hice y lo que te costó? ¿Crees que esto ha sido fácil para mí?

—En ese caso, devuélveme mis poderes.

Al ver que una solitaria lágrima resbalaba por la mejilla de Kat, Sin descubrió muy a su pesar que le dolía verla llorar. Claro que ¿cuántas lágrimas había derramado él por su culpa? No, no iba a permitir que la compasión lo ablandara.

—¿Crees que no te los devolvería si pudiera? Mi madre sabe qué hacer para bloquearme. Los únicos poderes que podría darte son los míos.

La información hizo que Sin enarcara una ceja.

—No —dijo ella con rotundidad—. Aquerón, dile que no puedo.

—Estoy segurísimo de que te ha oído.

Sin meneó la cabeza, cada vez más furioso.

—Ash, quiero irme a casa. Es lo menos que puedes hacer.

Ash se sentía dividido entre la lealtad hacia un amigo y la lealtad hacia una hija que no conocía. Sin embargo, sabía que lo mejor que podía hacer era alejar a Sin de Katra por un tiempo. Ambos necesitaban tranquilizarse.

Aunque antes tenía que recordarle a Sin el trato al que habían llegado.

—Me dijiste que estabas dispuesto a hacer cualquier cosa para salvarla. Que su vida era lo único que te importaba en el mundo.

—Eso fue antes de descubrir que fue ella quien me traicionó. Eso no se lo podré perdonar jamás.

El orgullo antecede a la caída, pensó Ash.

—Llévalo a casa —susurró Kat.

Confundido por su reacción, Ash la miró.

—¿Estás segura?

Ella asintió con la cabeza.

—No lo quiero aquí.

Bueno, eso zanjaba el asunto. Si lo quería fuera de su vista…

Antes de acercarse a ella, envió a Sin a su ático.

—No has acabado de alimentarte.

—Sobreviviré.

—Sí, pero cuanto más tiempo pases sin alimentarte, más amoral te volverás. Y al final serás como un gallu… pero peor.

Lo miró con esos ojos de expresión sabia e inocente a la vez.

—¿Por eso toleras a Artemisa?

Él asintió con la cabeza. No hacía falta ocultarle algo así a Katra cuando era tan obvio.

No obstante, su relación con su madre no era la que le importaba en ese momento.

—Katra, Sin te quiere. Deberías haber visto su cara cuando te trajo. Estaba aterrorizado por la posibilidad de perderte.

Kat se limpió la lágrima que había resbalado por su mejilla.

—Eso tampoco me sirve de mucho, porque fui yo quien metió la pata.

Tiró de ella para abrazarla y aplacar en parte el dolor que sentía.

—No sé si sabes que lo más sorprendente de los corazones es su inmensa capacidad de perdón. Te sorprendería saber lo que la gente es capaz de pasar por alto cuando ama a alguien.

Kat lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza en su pecho.

—¿Has perdonado a Nick por haberse acostado con Simi?

Ash se desentendió del dolor agudo que le provocó la pregunta. Seguía sin aceptarlo, pero había superado el asunto.

—Sí.

—Pero él no te ha perdonado.

No. Y no estaba seguro de que Nick llegara a perdonarle algún día la muerte de su madre. Sin embargo, prefería que su antiguo amigo lo culpara a que intentara vivir con la culpa de haber contribuido a su muerte. Que los dioses lo ayudaran si alguna vez intentaba llevar ese peso sobre los hombros, porque acabaría con él.

—No tengo control sobre los sentimientos de Nick.

Kat tragó saliva antes de decir con un hilo de voz:

—¿Y qué hay de mamá? ¿La has perdonado por lo que te ha hecho?

La pregunta lo hizo inspirar hondo. Porque tocaba una fibra excesivamente sensible.

—Eso es un poco más complicado, Katra. No estamos hablando de un error puntual que perdonar. Cada vez que creo que he superado su última traición, descubro una nueva. Como por ejemplo, haberme ocultado tu existencia.

Kat se apartó de él para mirarlo.

—Pero tú la quieres, ¿no?

No contestó. No podía.

—¿Papá?

—No puedo contestar una pregunta si no sé la respuesta —afirmó con una sonrisa hueca—. El odio que siento por Artemisa no sería tal si no la hubiera amado antes. Así que, si dejo de odiarla, ¿seguirá ahí el amor? La verdad es que no tengo ni idea. —Le apartó el pelo de la cara y le acarició las mejillas con las palmas de las manos. Quería darle el regalo que le habría gustado que alguien le diera a Artemisa. Katra necesitaba comprender la encrucijada en la que se encontraba—. Lo que sí sé, Katra, es que podría haberle perdonado la primera traición, a pesar de lo dolorosa que fue, si me hubiera pedido perdón de verdad. Si me hubiera prometido que jamás volvería a hacerme daño, habría dado mi vida por ella. En cambio, se dejó llevar por el orgullo. Estaba más interesada en castigarme por la supuesta humillación que había sufrido que en el futuro que podríamos haber tenido juntos.

Kat lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres decir?

—Katra, vi la cara de Sin cuando llegó a suplicarme por tu vida. Nadie hace algo así si no quiere mucho a la otra persona. Todavía estás a tiempo. Puede perdonarte.

—Pero su pasado…

—Es doloroso, razón por la que este tipo de cosas lo afectan tanto. Pero precisamente por eso te necesita.

Kat contuvo la respiración al escuchar que su padre le decía justo lo que quería oír. Aunque no sabía si creerlo o no.

—¿Estás seguro?

—Confía en mí, cariño. Todo el mundo desea tener a alguien a quien abrazar y a quien querer. Alguien que esté ahí cuando las cosas se desmoronan. Sin no es una excepción.

Kat notó el escozor de las lágrimas en los ojos al darse cuenta de que su padre hablaba por experiencia y desde su propio sufrimiento. Estaba intentando ayudarla, evitarle los siglos de angustia que él había sufrido.

—Te quiero, papá.

Ash la cogió de la mano y la besó con ternura en la mejilla.

—Si quieres a Sin aunque sea un poco, no lo dejes en la oscuridad. No es justo enseñarle a alguien el sol para sumirlo en la oscuridad más absoluta al poco tiempo. Hasta el diablo puede llorar si echa un vistazo por el infierno y se da cuenta de que está solo.

Kat asintió con la cabeza y le dio un apretón en la mano.

—Gracias, papá. Espero que Sin me escuche.

Ash esbozó una sonrisa torcida.

—Si no lo hace, ya sabes dónde guarda Artemisa las redes.

Kat jadeó al escucharlo.

—No creo que eso me ayudara precisamente.

—No, pero lo mantendría a raya.

—Voy a intentarlo —dijo ella, soltando la mano de Ash y apartándose de él.

—No, nena. Intentarlo es de tontos. —Su mirada la atravesó—. Tú vas a conseguirlo.

La confianza y la sabiduría que demostraba hicieron que sonriera.

—Deséame suerte.

—No, mejor te deseo que seas feliz.

El amor por su padre la inundó al tiempo que asentía con la cabeza, tras lo cual se teletransportó del Olimpo al ático de Sin.

Nada más materializarse, algo la golpeó con fuerza. Jadeó al darse un costalazo contra el suelo. Se movió e intentó quitarse el peso de encima.

En ese momento fue cuando comprendió lo que la había tirado de espaldas.

Era Sin, y estaba sangrando muchísimo.