Sin se teletransportó fuera de la ducha y utilizó sus poderes para vestirse antes de abrir la puerta. Kish estaba al otro lado, en el pasillo.
—¿Qué pasa?
—Abajo, jefe, ahora mismo. Los gallu están merendándose a la gente.
Sin no tenía por costumbre obedecer las órdenes de nadie, pero en esa ocasión ni se lo planteó. Hizo lo que le dijo Kish… bajar directamente.
Una vez en el casino no le costó dar con los gallu. Aunque parecían humanos, su forma demoníaca se reflejaba en los espejos que los rodeaban. Reinaba el caos más absoluto. La gente gritaba y corría hacia las puertas. Los taburetes estaban volcados en el suelo y los empleados humanos corrían junto con los clientes mientras que los daimons y los apolitas intentaban protegerlos a todos. Motivo por el cual les había dado trabajo en el casino. A diferencia de los trabajadores humanos, podía confiar en que ellos mantuvieran la calma y ayudaran en caso de que pasase algo «sobrenatural». Porque debía reconocer que los apolitas y los daimons casi nunca se dejaban llevar por el pánico.
Se alejó de las puertas y se internó en la parte posterior del casino.
Damien y sus vigilantes de seguridad tenían a un gallu atrapado contra una de las ruletas… aunque el término «atrapado» tal vez fuera demasiado optimista, dadas las circunstancias. Llegó junto al demonio justo cuando agarraba a uno de los guardias y le mordía. Por suerte era daimon y no humano… al menos eso pensó hasta que vio que se convertía en un gallu de inmediato.
¡Hostia!, pensó. Su metabolismo aceleraba el cambio. Mientras que un humano tardaba casi un día en completar la conversión, los daimons se transformaban casi al instante.
Las cosas que se aprenden cuando regentas un casino…, se dijo.
En ese momento tenía que enfrentarse a dos gallu.
Damien se quitó la chaqueta.
—Tapadles la cabeza para que no os muerdan y dadles caña.
—¡Y una mierda! —gritó uno de los vigilantes de seguridad, un daimon, antes de echar a correr hacia las puertas.
Bueno, a veces se dejaban llevar por el pánico…
Damien miró con asco al cobarde que huía.
—Eso, tú vete con tu mami, nenaza, ¡y no vuelvas! —Se giró para mirar a su jefe.
Sin no dijo nada y siguió acercándose a sus objetivos. Puso los brazos en cruz e hizo aparecer sus armas en los bíceps y en la cadera.
El daimon convertido fue el primero en abalanzarse sobre él, pero lo volteó en el aire, lo estampó contra el suelo y lo inmovilizó con una rodilla. Después de sacar uno de los puñales, se lo clavó entre los ojos y utilizó un segundo para apuñalarlo en el corazón, por si acaso.
Al ver que el daimon no se desintegraba, supo que el cruce entre daimon y gallu era una putada de proporciones épicas. Pero ya se ocuparía de él más tarde. Los puñales lo mantendrían muerto hasta que pudiera quemarlo. En ese preciso momento tenía que acabar con el otro gallu.
—Ven con papi —le dijo al tiempo que se ponía en pie muy despacio.
Y el demonio lo hizo, aunque era más listo que el anterior. No se abalanzó sobre él, sino que se acercó muy lentamente. Y cuando estuvo lo bastante cerca como para golpearlo, le lanzó un puñetazo. Sin lo esquivó y le devolvió el golpe, que le dio de lleno en el plexo solar, aunque el demonio ni se inmutó. El gallu hizo ademán de morderle, pero él se puso fuera de su alcance.
—¿Quién te enseñó a pelear? ¿Tu hermanita? —se burló al tiempo que lo golpeaba en la espalda.
El gallu se dio la vuelta y le asestó un golpe tan fuerte que lo levantó del suelo y lo tiró de espaldas. El costalazo lo dejó sin aliento, pero volvió a ponerse en pie de un salto, dispuesto para la lucha. Sin embargo y antes de que pudiera atacar, apareció la punta de una pica de acero entre los ojos del demonio.
Cuando la pica desapareció y el demonio cayó al suelo, vio a Deimos detrás.
—Menudos cabrones creó tu familia. Ha llegado la hora de terminar lo que empezamos antes.
—Me muero de ganas.
Deimos le lanzó un golpe que él esquivó, pero el siguiente llegó tan deprisa que casi no tuvo tiempo de pararlo. Apartó la cabeza justo antes de que Deimos lo golpeara. El puño le pasó tan cerca que sintió el escozor en la piel. Respondió intentando darle un puñetazo en la barbilla, pero el Dolofoni apartó la cabeza. Falló por cuestión de milímetros.
Pese a todo, Sin sonrió. Hacía mucho tiempo que no se enfrentaba a alguien a quien pudiera considerar su igual.
Kat apareció en el momento preciso para ver cómo Sin le asestaba una patada brutal a Deimos en el pecho. El Dolofoni trastabilló hacia atrás.
—¿Qué me he perdido? —le preguntó a Damien, junto al que se detuvo para presenciar la pelea.
—No mucho —contestó él con sorna—. Un gallu se ha zampado a un daimon. Sin se ha cargado al daimon/gallu, ese que está tirado en el suelo. Y luego este gilipollas ha aparecido, se ha cargado al gallu y ha atacado a Sin. —La miró de reojo—. ¿Quieres apostar por el ganador?
La sugerencia la dejó de piedra.
—¡Damien!
—¿Qué pasa? —preguntó él con fingida inocencia, como si no supiera qué había dicho de malo—. Gestiono un casino. El juego es mi vida. Si fuera listo, empezaría a correr apuestas ahora mismo. Sin no solo apreciaría mi gesto, sino que lo aprobaría, de verdad.
Lo más triste de todo era que posiblemente tuviera razón.
—Lo tuyo es una falta de principios morales absoluta.
—Cierto. Soy un daimon. La moral no nos sienta bien.
Resopló como si su actitud la ofendiera antes de volver a prestarle atención a la pelea. Saltaba a la vista que Sin, que todavía no había recibido ninguna herida, se las estaba apañando más que bien contra Deimos. No podía decantarse por un ganador.
Al menos no pudo hacerlo hasta que Sin le dio tal patada a Deimos que el Dolofoni salió volando por los aires y acabó estampándose contra uno de los espejos, que se hizo añicos. Dio un respingo al pensar en el dolor que debió de sentir Deimos al caer al suelo.
El Dolofoni la vio en ese momento. Acto seguido, esbozó una sonrisa siniestra y salió disparado hacia ella.
Kat se preparó para repeler el ataque.
Pero Deimos no llegó hasta ella.
Con el rostro demudado por la rabia, Sin salió tras Deimos al tiempo que se desenrollaba un trozo de alambre de espino de la muñeca. Kat estaba a punto de golpear a Deimos cuando él le rodeó el cuello con el alambre y lo apartó de ella.
—Ese ha sido tu peor error —le gruñó al oído al tiempo que apretaba el alambre.
Con los ojos a punto de salírsele de las órbitas, Deimos intentaba con desesperación quitarse el alambre del cuello. Sin no le dio tregua.
—No lo mates —dijo Kat.
—¿Estás loca? —le preguntó con el ceño fruncido—. Es la única forma de detenerlo.
Tal vez, pero Deimos seguía siendo de su familia, por muy loco que estuviera, y no quería verlo morir.
—Deimos, júrame que nos dejarás tranquilos.
—Jamás.
Los bíceps de Sin se tensaron al apretar todavía más. Deimos era hombre muerto. Kat lo sabía, y eso le rompió el corazón.
De repente, la voz de una mujer les llegó desde la puerta:
—¡Damien! Un gallu acaba de coger a una chica en la calle. Su madre está pidiendo ayuda a gritos.
Sin se quedó blanco al escucharla. Kat vio la indecisión en sus ojos mientras miraba a Deimos. Acto seguido soltó un taco, dejó el alambre y echó a correr hacia la puerta.
Deimos cayó de rodillas al suelo y empezó a toser y a escupir mientras se quitaba el alambre del cuello.
Kat dio un respingo al ver que la sangre brotaba de las heridas producidas por las púas. Sin duda alguna, Deimos llevaría las cicatrices toda la eternidad. Meneó la cabeza, apenada por él, antes de salir en pos de Sin, que perseguía al gallu por la calle.
Vio que el demonio se metía por un callejón, arrastrando consigo a una chica, pero de repente se detuvo en seco como si se hubiera topado con un muro invisible. Sin le arrebató a la mujer de los brazos al tiempo que le daba una patada y tras dejar a la chica en manos de Kat se volvió para luchar contra el demonio.
Cuando el gallu se abalanzó sobre él, estalló en llamas.
Kat jadeó.
Deimos salió de las sombras.
—Son criaturas espantosas, ¿verdad?
Sin se tensó a la espera de que Deimos lo atacara. A decir verdad, comenzaba a estar harto. Sin embargo y para su sorpresa, el Dolofoni miró por encima de su hombro a la mujer que sollozaba histérica en brazos de Kat.
—¿Está bien? —preguntó Deimos.
—Aterrada, pero no parece que le haya hecho daño. Creo que Sin llegó a tiempo —contestó ella.
Deimos rodeó a Sin y colocó la mano sobre la cabeza de la chica, que perdió el conocimiento. Acto seguido, la cogió en brazos y la dejó en el suelo con mucho cuidado, justo antes de que su madre se acercara corriendo.
—¿Crystal?
—Está bien —respondió Deimos en voz baja. Miró a Sin—. Él la ha salvado.
La madre lo miró y le dio las gracias entre lágrimas.
—Gracias. Gracias a los dos. No sé qué le habría pasado si no nos hubieran ayudado.
Deimos asintió con la cabeza antes de colocarle la mano en la cabeza para borrar los recuerdos de lo sucedido. Al igual que su hija, la mujer perdió el conocimiento. La colocó junto a ella en el suelo antes de mirarlos por encima del hombro.
—Tenemos un minuto antes de que despierten. Creerán que ha sido obra de un ladrón que luego salió corriendo.
Sin lo miró con recelo.
—¿No vamos a terminar la pelea?
Deimos negó con la cabeza.
—En contra de lo que cree la gente, ni las Erinias ni los Dolofoni somos las mascotas de los dioses griegos. No obedezco órdenes a menos que encuentre un motivo para hacerlo. Estaba dispuesto a matarte porque profanaste restos humanos y parecías estar loco. Ahora estoy dispuesto a perdonarte la vida porque elegiste la vida de una humana inocente por encima de la tuya… —Miró a Kat antes de continuar—: Y por encima de la de alguien muy importante para ti. En mi opinión, eso merece el perdón.
Sin todavía no daba crédito a ese cambio de opinión. No le encontraba sentido.
—¿Vas a retirarte de la lucha?
Deimos resopló.
—Eso de «retirarme» implicaría una caballerosidad de la que carezco. Digamos que, por suerte para ti, no he encontrado lo que necesitaba. Los Dolofoni solo matamos por un motivo, y tenemos que justificarlo ante Temis. Si no lo hacemos, nos ejecuta. —Se limpió la sangre que tenía en el cuello por las heridas del alambre—. No merece la pena morir por haberte matado. Pero sigues teniendo un enemigo que te quiere muerto. Yo que tú me cuidaba las espaldas.
Kat le sonrió.
—Gracias, Deimos.
—No me des las gracias, Katra, no le he hecho ningún favor a nadie. Solo he hecho mi trabajo. —Y se desvaneció en la oscuridad.
Sin la miró con sorna al tiempo que madre e hija comenzaban a despertarse.
Ella se llevó la mano a los labios para que no hablase antes de teletransportarlos a ambos de vuelta al casino, donde habían dejado los cuerpos de los gallu.
Damien los miró con curiosidad.
—Sigues vivo. Bien. ¿Eso significa que vas a ayudarnos a limpiar este estropicio?
—Para eso te pago una pasta gansa, Damien —respondió Sin con una mirada elocuente.
—Ya me parecía a mí. Solo lo preguntaba por curiosidad. —La sonrisa de Damien se esfumó al alejarse de ellos, momento en el que empezó a mascullar.
Kat tenía la sensación de que estaba poniendo a Sin a caldo.
—No puedo creerme que Deimos haya dejado de perseguirte. Te juro que empiezo a respetarlo. Creía que eras hombre muerto cuando apareció, en serio.
—Si no me falla la memoria, era él quien estaba a punto de morir. A lo mejor lo he acojonado.
—Es una posibilidad —dijo ella con una carcajada—. Pero no es un tío fácil de asustar. Y no me sorprendería que se hubiera dejado atrapar para ver qué hacías. No tiene por costumbre abandonar una persecución.
—¿Crees que ha mentido?
—No —respondió con sinceridad—. Es hijo de Alecto, la Erinia encargada de la ira implacable, y lleva la furia de su madre en las venas. Pero no te olvides de que a las Erinias también se las conoce como las Euménides, que quiere decir las «benévolas». Son vengativas, pero también justas. Tal como ha dicho Deimos, creo que has demostrado tu valía a sus ojos.
—Estupendo —murmuró él—. Una cosa menos de la que preocuparme. ¿Cuántas me quedan?
Meditó la respuesta un rato.
—Si contamos a tu hermano… veintitantas. Como poco.
El comentario no pareció hacerle gracia a Sin.
—Gracias por recordármelo.
Sin embargo y a pesar de que había sido un comentario sarcástico, tenía la sensación de que no estaba tan molesto como fingía.
—Lo siento.
Lo vio frotarse los ojos como si estuviera exhausto. Al menos unos segundos, porque acto seguido se puso alerta.
—¿Dónde están los demonios?
—Creo que los has matado a todos.
—Los míos no. Los tuyos. Las carontes. ¿Dónde se han metido?
Buena pregunta, pensó ella. Con todo ese caos se había olvidado de ellas.
—Con un poco de suerte no estarán comiéndose a nadie.
Aterrados por la posibilidad, se teletransportaron a la habitación de Simi y Xirena. Tardó un segundo en ver bien en la oscuridad.
Cuando lo consiguió, tuvo que contener una carcajada al verlas dormidas de tal forma que parecían haber sufrido un accidente aéreo. Simi tenía las piernas apoyadas en la pared, con el cuerpo retorcido y la cabeza y un brazo colgando por el borde del colchón. Xirena estaba bocabajo con la coronilla apoyada en el suelo, atravesada en la cama. Sus alas la cubrían a modo de manta.
Sin ladeó la cabeza con el ceño fruncido, como si intentara encontrar el sentido de sus posturas.
—¿Cómo pueden dormir así? ¿No se les va toda la sangre a la cabeza?
—No tengo ni idea —susurró ella al tiempo que lo empujaba hacia la puerta—. Pero será mejor que las dejemos dormir.
Sin atravesó la puerta sin abrirla, literalmente, y la obligó a hacer lo mismo. Un escalofrío la recorrió de la cabeza a los pies.
—Eso ha sido un poco raro.
—Sí, pero no me negarás que es divertido. Solía hacerlo en Halloween para asustar a los niños.
Soltó una carcajada al ver la expresión traviesa de su apuesto rostro.
—Eres malísimo.
—Nunca lo he negado. —Abrió la puerta de su ático y la invitó a pasar.
Kat sintió su fatiga y la preocupación por su hermano cuando la siguió y cerró la puerta detrás de ellos.
—Ya aparecerá.
—Sí, pero ¿cómo? Este asunto me da mala espina, Katra. ¿Cometimos un error al liberarlo?
Le colocó la mano en la cara para calmar parte de la culpa que lo consumía.
—Sin, sabes que no es así. No habrías sido capaz de dejarlo allí en esas condiciones.
Esos hermosos ojos dorados la miraron con expresión atormentada.
—Lo sé, pero…
—No le des más vueltas —susurró ella al tiempo que le besaba la mejilla, algo áspera por la barba.
Sin asintió con la cabeza mientras Kat se apartaba de él. Se sentía fatal. Y se sintió peor al verla llevarse una mano a la cabeza como si le doliera horrores una zona situada detrás del ojo izquierdo.
—¿Estás bien?
—No sé… de repente, me duele muchísimo la cabeza.
—¿Quieres una aspirina?
Le sonrió con dulzura, mirándolo con un solo ojo abierto.
—Ojalá funcionara. No. Creo que bastará con que me eche un rato.
La llevó al dormitorio y la ayudó a acostarse. ¿Qué le pasaría?, se preguntó.
—¿Mejor?
—No. Me siento fatal. Voy a vomitar.
Cogió la papelera de plástico del suelo y la sostuvo en alto.
Kat gimió al verlo.
—Es un detalle que un hombre te sostenga un cubo para que vomites.
—No te lo tomes a mal, pero si empiezas a vomitar, me van a necesitar abajo a la orden de ya… No lo dudes.
Kat lo fulminó con la mirada a pesar de que solo tenía un ojo abierto.
—Eso no es muy romántico.
—¿Perdona? ¿Me he perdido algo? ¿Qué tiene de romántico vomitar?
—Es el hecho de que un hombre se quede contigo mientras estás enferma. Que te sujete el pelo para que no te caiga sobre la cara… Eso es romántico.
—¿Puede saberse en qué universo paralelo vives? Porque en este lugar al que me gusta llamar realidad, eso es asqueroso. ¿Hay alguien en su sano juicio que diga que eso es romántico?
Kat consiguió abrir los dos ojos para taladrarlo con una mirada muy decepcionada.
—¿Vas a dejarme aquí sola mientras estoy enferma?
—Yo no he dicho eso —respondió él en un intento por defenderse—. En todo caso le diría a Damien que viniera a ver cómo estás.
—Pues vete —le dijo ella con el gesto torcido al tiempo que lo apartaba de un empujón—. Lárgate ahora mismo.
Sin no se apartó de la cama.
—Puedo quedarme. Ahora no estás vomitando.
Al ver que le daba una arcada, dio un paso hacia la puerta.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? No ibas a vomitar.
Kat apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos.
—Eres un gallina.
—¿Yo? Como si tú fueras a quedarte conmigo en caso de que me pusiera a vomitar. ¡Venga ya!
—Pues a lo mejor sí me quedaba.
Sin no la creyó.
—Claro, claro. ¿Por qué no bajamos, me pillo un colocón y ponemos a prueba tu teoría?
Kat se colocó una almohada contra la barriga.
—Eres odioso.
—Soy sincero. Créeme, nadie se acerca a una persona cuando la ve vomitar para preguntarle cómo está.
—Da lo mismo. Tú eres un Cazador Oscuro. Ni te pones enfermo ni puedes pillar un colocón.
No era cierto ni mucho menos, y ahí estaban las resacas para demostrarlo.
—Soy un dios depuesto a quien tu padre le dio un trabajo. Sí que me pongo enfermo y me emborracho, y ambas cosas me han pasado muchas veces.
Kat volvió a abrir los ojos para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Has estado enfermo?
—Sí. Al parecer perdí la inmunidad a los resfriados y a las gripes cuando tu madre me arrebató los poderes.
—¿Y no vinieron a ayudarte Damien o Kish?
—Me trajeron comida. Nada más.
Se le encogió el corazón al pensarlo.
—Lo siento mucho, Sin. Nadie debería estar solo cuando se encuentra mal.
—Bueno, todos salimos del paso como podemos, ¿no?
Eso suponía ella. Sin embargo, le parecía muy cruel. Una oleada de culpa la atravesó. Nadie debería sufrir a solas, sin nadie que se ocupara de sus necesidades. Le destrozaba el corazón pensar en Sin solo en la cama, sin nadie que le llevase comida ni le pusiera el termómetro.
Intentó tocarlo, pero de repente la habitación comenzó a dar vueltas y cayó de nuevo al colchón.
Sin la estrechó contra su cuerpo y soltó un taco al notar el calor que desprendía. Estaba ardiendo.
—¿Kat?
En vez de responder emitió un sonido extraño.
—¿Kat? ¿Estás bien? ¡Dime algo!
—No puede.
Cuando levantó la vista, vio a Zakar en la puerta.
—¿Dónde coño te has metido?
—Por ahí —replicó su hermano con tono hostil.
—¿Dónde es por ahí?
Lo vio encogerse de hombros como si nada.
—Tienes cosas más importantes de las que preocuparte que mi paradero.
—¿Cómo cuáles?
Zakar señaló a Kat con un gesto de la cabeza.
—A tu novia la ha mordido un gallu. Y ahora mismo se está transformando en uno de ellos.