12

Sin se preparó para la inminente lucha, pero por extraño que pareciera Kessar no lo atacó. El demonio se limitó a observar a Zakar con una sonrisa torcida.

—Veo que has encontrado a mi mascota, Nanna —dijo, desviando la mirada hacia Sin—, y a mi hermano —concluyó, sin rastro ya de la expresión burlona.

Sin se encogió de hombros y fingió una mueca compasiva.

—Nos atacó —comentó con un deje sarcástico—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Invitarlo a cenar?

—Morir. —Kessar lo miró con los ojos entrecerrados—. Habría sido un buen comienzo.

—No sé —dijo meneando la cabeza—. Yo muero y tú te aburres. El mundo llega a su fin. No mola, ¿verdad? Además, no puedo ponerte las cosas fáciles. ¿Qué es la vida sin sufrimiento?

La mirada de Kessar regresó a Zakar.

—Esa pregunta debería contestarla mi mascota, ¿no crees?

La ira ensombreció la mirada de Sin al percatarse de la expresión avergonzada de su hermano. No obstante, antes de que pudiera vengarse, Zakar le lanzó una descarga al demonio.

Kessar la desvió con un simple gesto de la mano.

—¿No vas a aprender nunca, chucho?

Zakar le lanzó una mirada furibunda.

—Lucharé contra ti hasta la muerte.

Kessar soltó una carcajada.

—Pues no te queda mucho. Ni a estos tampoco. Vais a sufrir lo que no está escrito por la muerte de mi hermano.

—Bla… bla… bla —se burló Kat, enfatizando cada sílaba mientras miraba a Sin como si estuviera más aburrida que una ostra—. ¿Soy la única que está harta del manido monólogo del malo? —Levantó los brazos como si fuera un zombi e, imitando el acento de Kessar, dijo—: ¡Uuuh, soy el hombre del saco! Voy a mataros a todos. Os voy a poner la cabeza como un bombo con mis tonterías narcisistas. ¡Soy un demonio encantadísimo de haberse conocido y estoy intentando intimidaros! —Bajó los brazos y clavó la mirada en Kessar—. Si ese es el caso, te aconsejo que le digas a tu madre que no te vista más con esas pintas. Es difícil creer que seas un asesino si vas vestido como un asesor financiero. Así solo asustas a mi fondo de inversiones.

Kessar se pasó la lengua por los afilados dientes mientras la observaba como si fuera un tierno bocadito.

—Nanna, tienes una novia un poquito deslenguada. Voy a disfrutar mucho obligándola a tragarse sus palabras.

Sin lo miró, furioso.

—Yo sí que voy a disfrutar matándote.

Kat puso los ojos en blanco.

—Pero ¡bueno! ¿Estamos en una conferencia o qué? Menudo par de cotorras y eso que sois dos tíos. Si vamos a luchar, ¿a qué esperamos?

Zakar la miró con el ceño fruncido.

—¿Tantas ganas tienes de morir?

Kat se encogió de hombros.

—No muchas, pero prefiero morir peleando con Kessar a hacerlo de aburrimiento.

De repente, se vieron rodeados por diez o doce demonios idénticos a Kessar.

Kat soltó un taco al comprender que había hablado muy pronto. La cosa podía ponerse muy fea en cuestión de segundos, y eso era quedarse corto dado el número de clones del demonio.

—Oye —le dijo a Sin—, no sé tú, pero yo estoy teniendo un flash-back horroroso de la segunda parte de Matrix y no paro de escuchar al señor Anderson en la cabeza y de ver al tío ese que hizo de elfo en El señor de los anillos. ¿Sabes quién te digo?

Sin enarcó una ceja.

—¿Orlando Bloom?

—No, el otro.

Kessar se lanzó a por ella sin previo aviso. Kat se preparó para la pelea, pero antes de que el demonio la alcanzara, alguien la quitó de en medio.

De repente, notó que la zarandeaban. Con fuerza.

—¡Ay! —Parpadeó varias veces hasta abrir los ojos del todo y descubrió a Kytara inclinada sobre ella. Estaba en la cama y Sin seguía durmiendo a su lado—. ¿Qué coñ…?

—Despierta a tu novio. Voy a despertar al otro antes de que Kessar lo haga pedazos. —Y desapareció.

Kat bostezó mientras se giraba en el colchón para hacer lo que Kytara le había ordenado. Sin despertó preparado para luchar.

—¡Oye! —exclamó ella, que se agachó para esquivar el golpe—. Soy yo. Kat.

Sin tardó un segundo en ubicarse y comprender que estaba despierto.

—¿Dónde está Kessar?

—Aquí no. Estaba en nuestros sueños —contestó mientras se sentaba en el borde de la cama—. Kytara acaba de despertarme y se ha ido a despertar a tu hermano. Vamos a ver si nos explica lo que ha pasado.

Salieron del dormitorio y se encontraron con la skoti en el salón, que seguía a oscuras. Sin encendió la lamparita del mueble bar y su luz amarillenta los rodeó.

Kytara estaba arrodillada en el suelo al lado del sofá donde dormía Zakar, mirándolo fijamente.

Sin se acercó para despertar a su hermano, pero la skoti se lo impidió. A la tenue luz, el azul eléctrico de sus ojos brillaba con fuerza.

—No es lo que crees.

—Es mi hermano.

—Sí —susurró Kytara mientras enfrentaba su mirada—, pero pregúntate por qué lo han mantenido con vida.

—Para torturarlo.

Kytara negó con la cabeza.

—Para arruinarlo, Sin. Ya no es un dios onírico. Se ha convertido en uno de ellos.

Sin expresó su desacuerdo meneando la cabeza con énfasis.

—Luchó contra ellos. Yo mismo lo vi.

Kat se acercó, dispuesta a darle la razón. Era imposible que Zakar estuviera de parte de los gallu después de todo lo que había sufrido. Después de lo que Kessar y sus acólitos le habían hecho. Era imposible.

No obstante, su amiga sabía algo… Había visto alto que la tenía aterrorizada. Estaba ocultando algo que creía que Sin no podría asimilar.

De modo que se arrodilló al lado de Kytara.

—Zakar también nos dijo que lo habían arruinado. ¿A qué se refería?

Kytara se sentó un momento sobre los talones y después se puso en pie para mirar a Kat desde arriba.

—Lo han infectado y no puede controlarlo. Es tan capaz de mataros a vosotros como de matar a Kessar.

Kat se levantó nada más escuchar eso. Era imposible que…

—Kat curó sus heridas. —A juzgar por la cara que había puesto Sin, tampoco se lo creía.

—Las externas. Lo letal es lo que lleva dentro. Tu hermano padece la misma sed de sangre que ellos.

—No. Luchó contra Asag y sobrevivió. Eso lo hizo inmune a los gallu.

—Lo hizo más fuerte contra el veneno, no inmune. Han estado siglos alimentándose de él sin descanso. El veneno está en su interior, intentando abrirse camino hasta la superficie en este mismo momento. Es un peligro andante. ¿Por qué crees que lo tenían inmovilizado? Tiene la fuerza de un gallu, los poderes de un dios y un demonio en su interior que matará a cualquiera sin remordimientos.

Las noticias dejaron a Kat descompuesta. No era justo que Zakar hubiera sobrevivido a tanto sufrimiento para morir al final.

—Tiene que haber algo que podamos hacer para ayudarlo.

—Matarlo —dijo Kytara sin más.

—No puedo —confesó Sin con la voz quebrada por la emoción—. Es mi hermano. —Sus ojos delataban la agonía que lo consumía—. Mi gemelo.

Kytara se mostró implacable en su réplica.

—Entonces te matará cuando despierte. —Miró de nuevo a Kat—. No sabéis a lo que os estáis enfrentando. He estado en los sueños de las criaturas más malévolas que os podáis imaginar. Pero esto… —Se estremeció—. A su lado, Stryker es una monja de la caridad. Y ahora os persiguen en sueños. Vais a necesitar un ejército para que os proteja.

—¿Qué ejército?

—Uno muy fuerte.

En fin, su respuesta no les ayudaba mucho, de modo que Kat rodeó el sofá para acercarse a ella.

—No lo entiendo.

Su amiga inspiró hondo antes de hablar:

—He estado muy poco tiempo en contacto con Kessar. No exageraste al hablar de sus poderes, son increíbles. Necesitaremos fuerza bruta en el plano onírico para protegeros mientras dormís. Pueden localizaros cuando quieran en sueños y os debilitarán a través de ellos antes de aparecer en el plano humano para liquidaros. —En ese momento se puso blanca y se cubrió los ojos con la palma de la mano—. Ojalá pudiera borrar de mi mente las imágenes que he visto esta noche. Por su culpa tengo ganas de volver a ser una Óneiroi. —Cuando bajó la mano, Kat descubrió que tenía los ojos llenos de lágrimas—. Ojalá volviera a afectarme la maldición de Zeus para deshacerme de los sentimientos. Ha sido lo más espantoso que he visto en la vida y me ha dejado marcada. Tienes que matarlo, Sin. Hazme caso.

—No —insistió él con vehemencia.

—En ese caso lo haré por ti —replicó al tiempo que sacaba un puñal y se acercaba a Zakar.

Sin la agarró de un brazo y la apartó del sofá de un tirón.

—¡Joder, no! Si quieres hacerlo, tendrás que pasar por encima de mi cadáver. No pienso dejar que vuelvan a hacerle daño.

La mirada que Kytara le echó podría haber congelado el infierno.

—Muy bien, me aseguraré de que lo pongan como epitafio en tu tumba. —Se alejó de él para acercarse a Kat—. Hazte un favor. Sal de aquí antes de que ese se despierte —dijo, señalando a Zakar—. Confía en mí. Ya me lo agradecerás.

Kat hizo oídos sordos a sus palabras. No estaba dispuesta a dejar que Sin cargara a solas con el problema.

—¿Puedes hablar con los Óneiroi para ver si se encargan de los gallu que nos persiguen en sueños?

—Puedo intentarlo. Estoy segura de que a M’Adoc, a M’Ordant y a D’Alerian les encantará tener a alguien más a quien poner en su sitio.

Kat meditó un instante sobre los tres líderes de los Óneiroi que Kytara había mencionado. Su amiga no sabía que había dado en el clavo de lleno. Ella, sin embargo, era una de las pocas personas que sabía que estaban recuperando las emociones, razón por la cual cada vez les resultaba más difícil ocultar los arrebatos. Una misión como la de perseguir a los gallu podría ayudarlos a controlarse. Seguro que se lo agradecían.

—Dile a D’Alerian que me debe una y que así estaremos en paz.

Kytara ladeó la cabeza al enterarse.

—¿D’Alerian te debe un favor?

Kat asintió con la cabeza.

—Desde hace años, aunque sé que no se le ha olvidado.

Un brillo travieso iluminó los claros ojos azules de Kytara.

—¿Qué le hiciste?

—Eso es cosa nuestra. Vete.

Su amiga se desvaneció mientras hacía un mohín.

Kat se acercó a Sin al percibir su preocupación y su tristeza mientras arropaba a su hermano con la manta. El movimiento hizo que le rozara el cuello y Zakar se despertó soltando un taco. Extendió un brazo para agarrarlo del cuello, pero Sin se lo impidió aferrándole la muñeca.

El tiempo pareció detenerse mientras sus miradas, idénticas, se encontraban. Ninguno se movió. Ni siquiera Kat, afectada también por la tensión del momento. Lo único que diferenciaba a Sin de su hermano era el pelo. Sin lo llevaba bien cortado y peinado, mientras que Zakar todavía lo tenía largo y enredado. Por lo demás, era como observar a una persona que se estuviera mirando en un espejo.

Y resultaba muy desconcertante.

—¿Zakar? —murmuró Sin, rompiendo por fin el tenso silencio—. Soy yo. Sin.

Su hermano se zafó de su mano y volvió a tumbarse en el sofá. Recorrió la estancia con la mirada.

—¿Dónde estoy?

—En mi casa. Te sacamos de la caverna.

Aunque había estado con ellos en sueños, Zakar parecía incapaz de creerse lo que acababa de escuchar y lo que estaba viendo.

Kat sintió un cosquilleo extraño mientras lo observaba. Notó algo en él. Algo frío y malévolo. Algo poderoso. Intentó advertir a Sin; pero al ver la ternura con la que contemplaba a su hermano, supo que le haría tanto caso como el que le había hecho a Kytara. Además, ¿por qué iba a hacerlo? Zakar era su hermano.

Lo único que podía hacer era estar atenta a un posible ataque por parte de Zakar.

En ese momento los ojos dorados del gemelo de Sin se clavaron en ella.

—Eres la atlante.

—Medio atlante —puntualizó, preguntándose por qué era importante para él.

Zakar miró otra vez a Sin.

—¿Cómo me curaste?

—No fui yo. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Kat—. Fue ella.

—Gracias —dijo Zakar, mirándola de nuevo.

Ella le correspondió inclinando la cabeza.

—De nada. ¿Cómo te sientes?

—Libre —respondió con una carcajada, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos.

La contestación podía ser buena o mala. Si Kytara tenía razón, era malísima.

—¿Tienes hambre? —preguntó Sin.

—No, pero me muero de sed.

La respuesta no le hizo a Kat ni pizca de gracia, dada la naturaleza de los gallu y las advertencias de la skoti.

—¿Quieres un poco de vino? —le preguntó Sin, como si la situación fuera de lo más normal del mundo.

Zakar asintió con la cabeza.

Kat retrocedió mientras Sin se encaminaba al mueble bar. Zakar la miró con una sonrisa burlona.

—¿Tienes algún problema conmigo? —le preguntó.

—No. Estaba pensando.

—¿En qué?

Kat entrecerró los ojos y le miró el cuello, donde ya no había ni rastro de los mordiscos que antes lo desfiguraban.

—En intercambios de sangre.

—¿Qué sabes sobre ellos? —le preguntó con la misma superioridad que utilizaría un maestro de preescolar para pedirle a un alumno que le resumiera el estado de naturaleza de Hobbes.

—Más de lo que me gustaría —contestó, imitando su prepotencia—. Por ejemplo, sé que normalmente crean un vínculo entre los participantes.

—¿Qué estás diciendo, Kat? —preguntó Sin cuando volvió a acercarse a ellos.

No supo por qué, pero su cercanía la tranquilizó.

—No es el enemigo externo quien causa la destrucción, sino el interno.

Aunque esperaba que Sin rebatiera su argumento, no lo hizo. Se limitó a ofrecerle la copa a Zakar y se sumió en un silencio poco característico en él. Algo en su actitud hizo que Kat cayera en la cuenta de que tal vez Sin hubiera usado esa frase unas cuantas veces.

Zakar se incorporó y apuró el vino de un trago. Después se limpió los labios con el dorso de la mano y le devolvió la copa a Sin mientras a ella la taladraba con la mirada.

—No te fías de mí.

—No te conozco.

Lo vio esbozar una sonrisa muy familiar que al mismo tiempo era extraña. A primera vista eran idénticos, salvo por las cicatrices que Sin tenía. Sin embargo, Zakar no la excitaba. No le aceleraba el corazón, ni le sudaban las palmas de las manos al verlo. No deseaba comérselo a besos… Nada. Era como mirar a cualquier otro tío desnudo. La dejaba fría, y eso le hizo recordar que las demás doncellas de su madre la llamaban frígida.

Zakar ladeó la cabeza para mirar a su hermano, que estaba detrás de ella.

—Creo que no le caigo muy bien a tu mujer, hermano.

Sin la miró y le guiñó un ojo con un gesto picarón que logró ponerla a cien.

—No te lo tomes a pecho. Normalmente no le cae bien nadie y eso me incluye a mí en según qué ocasiones.

—Cierto —convino ella—. La gente es desquiciante. Y yo me incluyo.

En ese momento sonó el móvil de Sin, que se alejó para atender la llamada con una disculpa.

Zakar se reclinó en el respaldo del sofá y colocó un brazo sobre los cojines. Su mirada no abandonó en ningún momento a Kat, que no se inmutó por el escrutinio. En cambio, se lo devolvió y le hizo saber que no la intimidaba en absoluto.

Fue él quien puso fin al silencio.

—Quieres decirme algo, ¿verdad?

—La verdad es que no. Estoy muy tranquila —contestó al tiempo que miraba a Sin, que en ese momento salía a la terraza para seguir hablando por teléfono. ¿Qué habría pasado? Pronto lo sabría. Así que siguió pendiente de Zakar—. Debe de ser un alivio saberte tan lejos de los gallu.

—No sabes cuánto.

—No quiero ni imaginármelo después de haber visto cómo te han mantenido inmovilizado. Supongo que para ti ha sido espantoso.

Nada más escucharla, Zakar desvió la mirada.

—Necesito ropa.

—¿Vas a algún lado? —preguntó ella, extrañada por el tono que había usado.

Zakar no contestó. Se limitó a levantarse, a pesar de que estaba desnudo, y fue hacia el dormitorio como si le importara un pimiento pasearse en bolas por el ático de su hermano con ella presente. Se habría quedado boquiabierta de no saber que los hombres de la antigüedad no eran precisamente pudorosos.

Claro que en la actualidad tampoco había muchos aquejados de ese mal.

Sin volvió de la terraza y recorrió el salón con la mirada.

—¿Dónde está Zakar?

—Ha dicho que necesitaba ropa.

—¿Está en mi dormitorio? —preguntó él, con el ceño fruncido.

—Supongo, porque ha entrado en él.

Sin fue hacia el dormitorio con ella pegada a los talones. Al entrar vieron que la estancia estaba vacía. Pasmada, esperó en balde a que Zakar reapareciera.

No lo hizo.

Sin se acercó al armario y lo abrió, pero no había ni rastro de su hermano. Incluso comprobaron el cuarto de baño. Zakar se había largado usando sus poderes… a saber dónde.

—¿Adónde crees que ha ido?

Sin se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Pero había algo muy raro en él.

—Creí que eran impresiones mías nada más.

—No, yo también lo percibí —le aseguró al tiempo que cerraba con fuerza la puerta del cuarto de baño—. Joder. ¿Qué hemos dejado libre por el mundo?

Kat suspiró.

—La ruina, la destrucción. Al menos no es nuclear, ¿verdad?

Sin esbozó una sonrisilla.

—A estas alturas, ¿quién sabe?

—¡Bien! —exclamó Kat, sonriendo de oreja a oreja—. Don Optimista ha vuelto para jugar con nosotros. Bienvenido de nuevo, los niños te han echado mucho de menos.

Sin sonrió abiertamente muy a su pesar. El humor de Kat debería irritarlo, pero lo encontraba refrescante y aliviaba la seriedad de la situación. A decir verdad, no recordaba ningún momento a lo largo de su vida en el que hubiera disfrutado tanto como desde que estaba con ella. Teniendo en cuenta cómo estaban las cosas, esa debería ser la peor etapa de su existencia, ya que faltaban dos días para el Armagedón. Lo único que hacía soportable las cosas eran la chispa y el valor que Kat demostraba.

—Tú no estás bien, ¿verdad?

Ella resopló antes de contestar:

—Con mi pasado y mi herencia genética, tienes suerte de que haya salido así, colega.

—Ahí le has dado. —Soltó un suspiro cansado mientras intentaba localizar a Zakar, pero no percibió ni rastro de él. Era como si se lo hubiera tragado un agujero negro—. ¿Puedes localizarlo?

—No, no percibo nada. ¿Y tú?

Él negó con la cabeza.

—Por mucho que me reviente, tenemos que esperar a que vuelva.

La mirada de Kat le dejó bien claro que la idea le gustaba tan poco como a él. Pero no tenían otra opción. Necesitaban un rastro, por mínimo que fuera, para seguirlo. Estaba tan cabreado que tenía ganas de matar a Zakar.

Kat se acercó a él por detrás para frotarle la espalda.

—¿Quién te ha llamado?

—Damien. Dice que un gallu intentó entrar, pero que desistió al ver los espejos.

Kat apoyó la barbilla en uno de sus hombros antes de abrazarlo por la cintura. Sí, cualquier hombre podría acostumbrarse a tenerla al lado. Además de resultarle reconfortantes, sus gestos inocentes lo excitaban tanto que lo desconcertaban.

—¿Y si nos ponemos armaduras con espejos? —sugirió—. Como las que llevaban en El secreto de los hermanos Grimm.

—Eran metálicas.

—Sí, pero podríamos añadirles espejos. Así los repeleríamos cuando se acercaran. No sé, a lo mejor creamos tendencia y se empieza a ver ropa con espejitos. Para salvar a la Humanidad. Piénsalo.

Sin se echó a reír por la ocurrencia. Aunque apreciaba sus esfuerzos, era muy poco práctico.

—Y cada vez que se rompa uno de los espejos cuando peleemos, tendremos siete años de mala suerte.

—¡Ah! —exclamó ella al punto—. Somos inmortales. ¿Qué son siete años para nosotros?

—Si son malos, una eternidad.

Kat le sacó la lengua y el gesto resultó adorable en ella. ¿Qué le estaba pasando que no podía dejar de pensar en esas cosas?

—Tú practicas para ser aguafiestas, ¿verdad?

Tal vez lo fuera un poco, supuso. Quería ser desenfadado como ella, pero no le salía. En resumidas cuentas, se pasaba el día pensando en la ruina y la destrucción, así que no podía evitar preguntarse qué estaría tramando su hermano. Adónde habría ido. Se pasó una mano por el pelo, consumido por la culpa.

—¿Qué he hecho?

Kat lo abrazó con más fuerza.

—Has salvado a tu hermano.

—¿Y si no es así? —le preguntó él, que apoyó la cabeza sobre la suya. Aspiró el aroma de su pelo y de su piel—. ¿Y si Kytara tenía razón y lo mejor habría sido matarlo mientras teníamos la oportunidad?

—¿De verdad lo crees?

—A estas alturas ya no sé qué pensar.

Kat le dio un beso abrasador en el omóplato.

—No sé, Sin. Yo me fío de ti y de tus decisiones. Sé que has hecho lo correcto.

Su certeza lo dejó pasmado; de hecho, significó tanto para él que nunca sería capaz de expresarlo con palabras.

—Gracias. Ojalá yo tuviera esa confianza en mí que tú demuestras.

—No te preocupes, me sobra para los dos.

Sonrió aunque estaba preocupado por lo que Zakar pudiera estar haciendo. Sentía la necesidad de buscarlo, pero no sabía por dónde empezar. Al igual que Kat, no percibía ni rastro de él. Nada. Y, además, Zakar no contestaba sus llamadas. Era imposible saber lo que estaba haciendo. Tuvo un mal presentimiento. ¿Lo habrían cegado la lealtad y el amor? ¿Y si había dejado suelto en el mundo un depredador para la Humanidad?

—Deja de preocuparte —le dijo Kat mientras le acariciaba la frente para borrar su ceño fruncido.

—Ya, pero es que no sé lo que está haciendo ni lo que va a hacer.

—Lo sé. —Se quitó la diminuta esfora que llevaba al cuello y se la puso en la palma de la mano—. ¿Quieres que intentemos localizarlo con esto?

Se apartó mientras ella usaba la esfora para invocar a Zakar. Sin embargo, lo dejó al cabo de unos minutos.

—No funciona.

—¿Qué quieres decir?

—Es como si no estuviera en la Tierra. Como si hubiera desaparecido. ¿Crees que ha vuelto a la caverna?

—Con lo que le hicieron, no creo. Pero, aunque así fuera y para contestarte, la esfora lo localizó la última vez justo allí. Si hubiera vuelto, también lo habría localizado esta vez, ¿no?

—Sería lo lógico —contestó ella, que lo miró a los ojos—. ¿Alguna vez tienes la impresión de que el mundo está patas arriba?

—Todos los días.

—En fin, pues para mí es una sensación nueva y me pone de los nervios, la verdad.

Sin le frotó los brazos y le dio un beso fugaz en la frente.

—Lo encontraremos.

Aunque quería creerlo, no estaba tan segura. ¿Qué habían liberado? ¿Era Zakar el demonio del que Kytara les había advertido o quedaría en él suficiente bondad como para luchar contra su influencia?

—Si se ha unido al bando de los gallu…

La expresión de Sin se crispó.

—No lo hará. Me niego a creerlo.

—Pero ¿y si lo han convertido?

—Lo mataré —contestó con una convicción que no dejaba lugar a dudas.

Sin embargo, ella sabía lo mucho que quería a su hermano.

—¿De verdad te crees capaz de hacerlo?

Lo vio titubear como si estuviera sopesando la respuesta. Cuando por fin la miró a los ojos, supo que estaba convencido.

—No me quedaría más remedio que hacerlo. No puedo permitir que las Dimme queden libres ni tampoco puedo permitir que Kessar se salga con la suya. Cueste lo que cueste. Tenga que sacrificar a quien tenga que sacrificar. Lo haré para mantenerlos alejados de los inocentes.

Kat no alcanzaba a imaginar la fuerza que iba a necesitar para llevar a cabo su cometido. Apoyó la cabeza en su pecho y lo abrazó con fuerza mientras intentaba entender cuál era la fuente de su valor. Matar a un ser querido era duro. Matar a un hermano gemelo al que había protegido toda la vida para salvar al mundo…

Era un hombre increíble.

—Eres un buen hombre, Sin.

Él apoyó una mejilla sobre su cabeza.

—No, no lo soy. Solo intento enmendar algo que jamás debí permitir que se torciera.

Kat se alejó un poco para besarlo. No acababa de entender cómo había podido juzgarlo tan mal cuando su madre la envió para matarlo. Nunca había conocido a nadie cuya compasión y generosidad se parecieran tanto a las de su padre.

Hasta que lo conoció a él.

Era todo lo que una mujer podía desear.

Despertaba en ella la esperanza de que lograría salvar el mundo, y quería recompensarlo por ello. Acariciarlo. Darle algo a lo que aferrarse para seguir luchando. Le quitó la camiseta y la arrojó al suelo.

Él la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué haces?

—Voy a seducirte.

—¿No deberíamos buscar a mi hermano?

—¿Qué importan veinte minutos más que menos?

Su pregunta le arrancó una carcajada ronca.

—¿Veinte minutos? Estás subestimando mi resistencia.

Típico de un dios de la fertilidad, pensó.

—Entonces será un aperitivo antes de la cena que vendrá después.

La sonrisa que Sin esbozó mientras le desabrochaba la parte superior del pijama la excitó. En cuanto acabó, apartó la prenda y comenzó a acariciarle los pechos, arrancándole un gemido. Acto seguido, inclinó la cabeza para llevarse un pezón a la boca, y Kat habría jurado que en ese momento vio estrellitas de colores a su alrededor.

Sin era incapaz de respirar por culpa de las caricias de Kat en su pelo. Siguió desnudándola y le bajó los pantalones del pijama por las piernas hasta que cayeron al suelo, en torno a sus pies. Nunca había visto a una mujer tan preciosa como ella. Jamás.

Incapaz de soportarlo, se puso de rodillas para saborearla.

Kat se apoyó en el mueble bar mientras Sin la acariciaba con la lengua. El placer la atravesó por oleadas hasta que no pudo aguantarlo más. ¡Menudo don el suyo! Se aferró con fuerza a la madera y se puso de puntillas. Incapaz de soportarlo, se dejó llevar por un orgasmo cegador y echó la cabeza hacia atrás para soltar un grito.

Sin siguió acariciándola, pero acabó por ponerse de pie para bajarse los pantalones y separarle las piernas.

Kat se mordió el labio cuando la penetró y alzó las piernas para rodearle la cintura. El placer fue tan intenso para ambos que lo escuchó jadear. Decidió tomar las riendas de la situación utilizando el mueble bar que tenía a la espalda como apoyo.

Sin la observó maravillado por lo que veía. Nunca se había encontrado con una mujer tan excitante. Su desinhibición era absoluta mientras tomaba de él lo que quería. Aferrándola por las caderas, contempló su cuerpo bañado por la luz de la luna, que resaltaba sus pechos.

Kat se humedeció los labios mientras Sin embestía contra ella. Cada movimiento lo hacía llegar más hondo que el anterior, llenándola por completo. Con razón la gente arriesgaba la vida por eso…

Volvió a correrse y Sin lo hizo con ella.

La abrazó mientras salía de su cuerpo.

—Creo que acabas de matarme.

Kat se echó a reír.

—Qué va, estás hecho de una pasta más dura.

—No sé yo. —La besó con ternura antes de alejarse de ella—. Vamos a darnos una ducha antes de ir en busca de Zakar.

—Si conseguimos localizarlo antes, claro.

—Eso.

La tomó de la mano y la llevó de vuelta al dormitorio. Una vez en el baño, abrió el grifo y esperó hasta que el agua salió caliente.

Kat se quitó la parte superior del pijama y la dejó caer al suelo mientras lo observaba inclinarse hacia delante para comprobar la temperatura del agua. Los músculos de su espalda compusieron una sinfonía de movimientos.

¡Uf!, exclamó para sus adentros. Estaba como un tren. Desde esos hombros anchos hasta las musculosas piernas, pasando por el culo, que era de escándalo.

Estaba tan bueno que no podía soportarlo.

—Tienes el mejor culo del universo, te lo juro.

Sin se enderezó meneando la cabeza y se volvió para mirarla.

—Si acaso, uno de los dos mejores.

—¿Cómo?

—Tengo un gemelo, ¿recuerdas? Su culo es igual que el mío.

Pues no recordaba que fuera así, la verdad. El culo de Zakar la había dejado fría cuando lo vio pasearse en bolas por el salón. Nada que ver con lo que le pasaba cuando veía el de Sin. Tenía tantas ganas de darle un mordisquito que no podía pensar en otra cosa.

—La verdad es que ni he reparado en sus atributos.

Sin no la creyó ni por asomo. Sabía que las mujeres eran muy rápidas a la hora de examinar los «atributos» masculinos, como los había llamado ella.

—Claro, claro.

Kat lo obligó a volverse de un tirón para que la mirara a la cara. La mirada que le echó hizo que le diera un vuelco el corazón.

—No soy Ningal, Sin. No me interesa ningún hombre que no seas tú.

Sus palabras lo conmovieron más de lo que deberían.

Le tomó la cara entre las manos y le dio un beso desesperado. Ansiaba creerla con todas sus fuerzas. Pero ¿debía arriesgarse? Quedaban muchas cosas por hacer y había muchos otros hombres que podrían despertar su interés, que podrían adueñarse de su corazón. Él era el único con el que se había acostado. ¿Cómo podía asegurar con esa firmeza que nunca sentiría la necesidad de probar con otro?

Al menos le agradeció el esfuerzo, la verdad. Aunque en el fondo de su mente se la imaginó con otro, y la idea le resultó tan dolorosa que le dejó huella.

Ella se apartó para mirarlo a los ojos.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—Déjate de rollos. Lo percibo. Hay algo que te está devorando un trocito de corazón.

—No queda nada de mi corazón, créeme. El sitio que ocupaba está vacío.

Kat no sabía por qué le mentía, pero era obvio que no quería discutir el tema. Se metió en la ducha con un suspiro y Sin la siguió.

Se colocó bajo el chorro de agua y vio que él la observaba con recelo.

—No voy a morderte.

—Eso me lo han dicho antes. —Bajó la mirada hacia uno de sus brazos, marcado con una cicatriz de lo que parecía un buen mordisco.

Ella se lo cogió y cubrió la cicatriz con la otra mano.

—Mis mordiscos no dejan herida ni cicatrices.

—Eso habrá que verlo, ¿no crees?

Kat le besó la mano antes de soltarlo para enjabonarse el pelo. ¿Encontraría el modo de penetrar su armadura?

Aunque claro, ¿cómo iba a culparlo por demostrar ese recelo? ¿Hasta qué punto se podía herir a una persona sin que perdiera la confianza en la bondad de los demás? Era lógico que fuera un hombre desconfiado. Tenía un buen motivo para serlo.

Sin se obligó a alejarse de Kat. Intentó concentrarse en otra cosa que no fuera el agua que resbalaba por su cuerpo, así que abrió el segundo cabezal de la ducha y gritó nada más sentir el chorro de agua helada.

Kat se echó a reír antes de apartarse.

—Si quieres te dejo un ladito, cariño.

El apelativo cariñoso lo dejó petrificado y le atravesó el corazón.

—¿Cariño?

—Sí, ¿pasa algo?

No sabía por qué algo tan tonto lo afectaba de esa forma, pero así era.

—Eres la primera persona que me llama así.

—Sí, bueno, supongo que los demás no han llegado a conocerte tan bien como yo. —Extendió un brazo y le dejó un pegote de espuma en la nariz.

Entre carcajadas, Sin la acorraló contra la pared y la inmovilizó para darle un mordisco en la barbilla. En ese momento comprendió que estaba en la gloria. El roce húmedo y sedoso de su piel, el agua caliente en la espalda, su risa en los oídos…

Era imposible disfrutar de un momento mejor. Y quería saborearlo. Si tuviera sus poderes, detendría el tiempo y haría que ese momento fuera eterno.

Sin embargo, la eternidad quedó muy lejos porque alguien comenzó a aporrear la puerta del cuarto de baño.

—¡Oye, jefe!

La irrupción de la voz de Kish en su felicidad lo apartó de Kat.

—Si valoras tu vida en algo, será mejor que sea importante. Porque si no, voy a matarte.

—Te necesitamos abajo ahora mismo. ¡Un demonio está zampándose a un turista!