11

Kat suspiró emocionada cuando el cuerpo de Sin se relajó, indicándole que por fin se había dormido. Le sorprendía haber ganado la discusión y que se durmiera en lugar de meterle mano.

A pesar de que quería estar con él, necesitaba un poco de espacio. Su relación iba demasiado deprisa para ella. Acababa de conocerlo, literalmente, y aunque ya habían compartido muchas experiencias, seguía necesitando un poco de tiempo para tomar aire. Para pensar. Para adaptarse a los cambios.

Así que al final Sin puso un mohín picarón y la abrazó con la simple intención de dormirse. En cierto modo, el gesto era mucho más íntimo que mantener relaciones sexuales con él. Al menos implicaba más confianza, dado que requería que cerrase los ojos y se relajara con ella al lado. Podría hacerle cualquier cosa que él no podría impedírselo.

Podría raparle la cabeza, pintarle las uñas de rosa… Incluso maquillarlo.

Se mordió el labio para contener una carcajada al pensar en él de esa manera tan poco masculina.

—¿Qué haces? —Su voz fue un gruñido soñoliento.

—Creía que estabas dormido.

—Lo estaba hasta que me has clavado la cadera en la entrepierna. —Esos penetrantes ojos dorados se abrieron para mirarla—. Es dificilillo seguir dormido con tu aroma tan cerca y tu cuerpo frotándose contra el mío. —Se puso de espaldas—. Que sepas que es una crueldad en toda regla.

—Lo siento.

Se pegó a su costado. Le apoyó la cabeza en el hombro y aspiró su penetrante olor. Se miró la mano, tan pálida al lado de su piel morena. Tras darle un beso justo encima del pezón, cerró los ojos.

Sin se estremeció por la ternura de sus gestos. Aún no se creía que estuvieran compartiendo cama sin hacer nada más que dormir.

¿Qué coño le pasaba?, se preguntó. Nunca había hecho eso con una mujer.

«Ya estamos los dos creciditos. Sobrevivirás.»

Recordó sus descaradas palabras. No estaba muy seguro de poder sobrevivir a esa experiencia.

Y al mismo tiempo, sin embargo, era maravilloso sentirla contra él. Acarició ese pelo tan claro. No sabía por qué, pero siempre le había fascinado el pelo rubio. El de Kat relucía como oro bruñido. Se lo extendió por los hombros y sonrió al ver su pijama de franela rosa.

Un pijama… en su cama. ¿No acabarían nunca las humillaciones? Al menos podría haberse puesto un picardías.

«Son incómodos. Se te suben por los muslos mientras duermes», fue la explicación de Kat.

«¿Qué más da?», replicó él.

A lo que ella había contestado: «Si tuvieras que ponértelo tú, otro gallo cantaría. Además, si me lo pongo, no podrás mantener las manos alejadas de mí».

Y con ese argumento ganó la discusión.

Suspiró mientras le daba un tironcito a la manga del pijama. Si por él fuera, viajaría al pasado para encontrar a quienquiera que hubiese inventado los pijamas como ropa de dormir y le daría una paliza. Seguro que no era el único hombre de la misma opinión.

Claro que la cosa pintaría mejor si Kat no pudiera materializar su propia ropa. Porque entonces habría insistido en que durmiera desnuda o, si acaso, con una de sus camisetas.

La franela era una mierda.

Duérmete, Sin, se dijo.

Era más fácil decirlo que hacerlo. A decir verdad, ese asunto comenzaba a parecer una nueva forma de tortura. Tenía el cuerpo a mil sin posibilidad de alivio a la vista. Con razón algunos rogaban que los castrasen.

Sin embargo, pasó poco tiempo antes de que el cansancio pudiera con él y volviera a dormirse. Sus sueños revivieron sus batallas, pero luego retrocedieron todavía más en el tiempo…

Vio a Anu, con expresión orgullosa cuando el primero de los gallu nació… no del vientre de su madre, sino de un huevo, para que pudieran sobrevivir y nacer aunque la madre muriera.

Después de copular, una hembra podía poner docenas de huevos fecundados. Huevos que sobrevivirían al calor y al frío. Eran prácticamente indestructibles.

Anu estaba al borde de un precipicio, sobre el nido, mientras los primeros huevos eclosionaban.

—Míralos, Sin. Son el arma definitiva. Que intenten otros panteones atacarnos ahora.

—Son hermosos —había dicho Antum, con una sonrisa perfecta en su rostro de rasgos patricios. No solo era la esposa de Anu, sino también la diosa de la creación. Alta y elegante, verla al lado de su esposo causaba sensación.

También había sido la primera víctima de los gallu. En cuanto salieron de sus huevos, subieron por las paredes de la caverna hacia ellos.

Sin había matado a dos mientras atacaban a Antum. Al final consiguieron liberarla, pero no antes de que le mordieran. Al principio no creyeron que fuera grave. En aquella época no sabían que las mordeduras de los gallu creaban a más seres como ellos.

Como los demonios eran pequeños y su veneno, débil, Antum no se había transformado de inmediato. Solo enfermó. Se percataron del horror de su creación cuando llegó la noche.

Antum atacó a su marido mientras dormía y Anu evitó a duras penas que le mordiera y lo convirtiera. Tras una breve pelea, acabó encerrándola en una jaula.

Aunque eran dioses, no encontraron la manera de salvarla. Y precisamente por sus poderes divinos, era muchísimo más peligrosa que los demás.

Puesto que no había otra alternativa, Sin le pidió ayuda a su hija, Ishtar, y juntos destruyeron a Antum, de modo que Ishtar absorbió sus poderes y la sustituyó en el panteón. Anu quedó destrozado por la pérdida. Destrozado por la culpa al saber lo que había desatado.

Al menos hasta que Enlil decidió actuar.

Gracias a sus poderes sobre los seres demoníacos, Enlil debilitó a los gallu lo suficiente para poder controlarlos.

Momento en el que Sin les suplicó que los destruyeran.

—¿Por qué íbamos a destruir algo tan valioso? —Enlil era un firme defensor de salvar a los gallu—. Son nuestra única arma contra los atlantes. Puedes imaginar lo que pasaría si alguna vez nos atacan.

—No son un panteón guerrero —apostilló él.

—Dile eso a los griegos, que están luchando con ellos ahora mismo.

A pesar de eso, había intentado hacer entrar en razón a su padre.

—Los dioses griegos son los agresores.

—Hazme caso: llegará el día en el que los atlantes vendrán a por nosotros. Y tenemos que dar el primer golpe. Los gallu destruirán a sus demonios carontes antes de que ellos nos echen a los carontes encima.

Sin embargo, él sabía cuál sería el futuro. Lo había visto, pero nadie quiso escucharlo.

—No puedes sujetar a un chacal por la cabeza sin que acabe mordiéndote, padre. No podemos dejar que estas criaturas vivan. Tarde o temprano nos destruirán.

Enlil se había reído de sus palabras.

—Eres un necio, Nanna. Los necesitamos. Ya has visto a los atlantes. Esto los mantendrá alejados de nuestras camas… tú ya me entiendes. —Miró al lugar donde su esposa estaba sentada con Ishtar—. Perfectamente, además.

Humillado a más no poder, estuvo a punto de atacar a su padre. Mientras Enlil tuviera la Estela en su poder, era imposible derrotarlo.

—Mi virilidad no necesita de un ejército de demonios para demostrar su poder. Estás sembrando las semillas de nuestra destrucción.

—Estoy asegurando nuestra supervivencia.

Asqueado por la terquedad de su padre, se marchó. Era imposible convencer a quienes se negaban a ver la realidad.

Cuando se marchaba, pasó junto a su esposa. Ningal lo miró con altivez hasta que él se percató del símbolo solar atlante que llevaba al pecho. El sello de ese panteón. La vio esbozar una sonrisa burlona.

Tuvo la sensación de que acababa de abofetearlo. ¿Cómo se atrevía a alardear de sus aventuras? Claro que Arcón era un dios puro, mientras que él no.

Que así fuera.

—No les hagas caso.

Sin siguió andando con Zakar, invisible para todos los demás, a su lado. Era un truco que su hermano había aprendido de niño. Aunque era peligroso, agradecía su apoyo.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

—Ningal es una zorra despiadada. No te preocupes por ella. Haré que sueñe con serpientes y gorgonas cada vez que intente dormir.

La idea le arrancó una carcajada muy a su pesar. Sin embargo, no lo distrajo de sus preocupaciones.

—Tengo razón en esto, Zakar. Sé que la tengo.

—Estoy contigo. Pero no te van a hacer caso. Le tienen tanto miedo al enemigo de fuera que no ven el enemigo que están creando de puertas para dentro. Nunca es el invasor quien destruye el reino. Siempre es alguien de dentro. La persona en quien se confía sin merecerlo. El mentiroso que te sonríe a la cara pero que escupe sobre tu caridad porque cree que se merece más sin más motivo que el de desearlo.

Zakar estaba en lo cierto. Pero eso no cambiaba nada.

Se detuvo en el jardín para mirarlo.

—¿Qué hago para detener esta locura?

—Sé el último en quedar en pie, hermano. Déjalos jugar a sus cosas y escupir su veneno. Al final serán ellos quienes mueran por ese mismo veneno. Lo negativo no sobrevive demasiado tiempo. Se volverán los unos contra los otros porque no saben hacer ninguna otra cosa.

—¿Y qué pasa con el mundo exterior? ¿Qué me dices de eso, de los humanos que nos piden protección? ¿Qué les pasará cuando los gallu anden sueltos?

—Tendrán a sus paladines. Tú y yo estaremos allí. No dejaremos que los demonios les hagan daño.

El problema era que Zakar ya no podía luchar, ni tampoco los guerreros a quienes entrenaron para luchar contra los gallu. Los humanos estaban todos muertos y los demonios habían atrapado a Zakar y lo habían torturado hasta que solo quedó la carcasa de un hombre que en otra época caminó con los poderes de un dios.

Era algo en lo que pensar, algo aterrador.

De repente, sintió una mano cálida en el brazo. Se giró con una mueca burlona, a la espera de ver el rostro de su esposa.

Sin embargo, era Kat. Parecía un ángel allí a su lado, un ángel que lo excitó al punto. Jamás se había alegrado tanto de ver a alguien.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Yo la he traído.

Se giró para mirar a su hermano, que caminaba rodeándolos.

—No entiendo…

—No estás en un sueño, Sin. Esto es la guerra.

Zakar le lanzó una llamarada.

A pesar de que era un sueño, el ataque lo lanzó por los aires y le quemó el pecho. Rodó por el suelo para apagar el fuego antes de mirar a su hermano.

—¿Qué haces?

Zakar extendió una mano y un látigo de púas se enroscó en el brazo de Sin, que siseó de dolor cuando su hermano tiró y le dislocó el hombro.

Kat se giró hacia Zakar.

—¡No! ¡No le hagas daño!

Zakar hizo ademán de lanzarle una llamarada a Kat, pero ella se agachó y le lanzó una de su propia cosecha.

—¿Tienes más truquitos? A ver qué te parece esto. —Le lanzó una descarga de hielo.

—Kat, para —intervino Sin, que se puso de pie y corrió hacia ella—. Le estás haciendo daño.

—A él no le importa si nos hace daño a nosotros. Por mí, que le den.

Para su sorpresa, Zakar se echó a reír. Lo vio levantarse del suelo para acercarse flotando a Kat, que se tensó, lista para luchar.

—Hazle caso, Sin. Tiene razón. ¿Cómo sabes siquiera si soy yo de verdad? —Adoptó la forma de Kessar—. A lo mejor estoy aquí para destruirte. —La aparición corrió hacia él, lo cogió por el cuello y lo tiró al suelo.

—¿Qué te pasa?

—Estoy arruinado, hermano. He venido aquí porque es el único plano donde soy lo que quiero ser. Ya no tengo control de mis actos cuando estoy en mi propio cuerpo. No puedo fiarme de lo que haga cuando estoy despierto, ni tú tampoco.

—¿Te han infectado? —le preguntó a su hermano al tiempo que se sentaba sobre los talones.

—No exactamente. —Zakar se levantó lo suficiente como para sentarse delante de él—. Gracias a mi inmunidad, los gallu no me controlan del todo, pero yo tampoco. Es algo distinto… algo siniestro y peligroso que vive en mi interior. Ya no sé quién soy, no puedo controlarlo. El único lugar donde te puedes fiar de mí es aquí. —Agachó la cabeza—. Siento haber terminado siendo el cobarde que nuestro padre siempre sospechó que era.

Kat lo miró furiosa.

—¿Cobarde? ¿Lo dices en serio? ¡Por todos los dioses! Sabemos muy bien lo crueles que pueden ser esas criaturas. Te enfrentaste a ellos solo, incluso cuando te retenían prisionero. ¿Cómo puedes decir que eres cobarde?

—Fracasé. —Zakar volvió a mirar a Sin—. Los gallu son peores de lo que crees. Pueden debilitarte en este plano y averiguar cómo atacarte. Aquí es donde descubrirán tus puntos flacos.

Le costaba mucho creerlo.

—¿Por qué nunca me buscaste en sueños para decirme lo que estaban haciéndote?

—No podía. Por su culpa soy débil incluso aquí. Estabas soñando conmigo ahora mismo y me has invocado. Es el único motivo de mi presencia. No podría haberlo hecho solo. Ya no tengo ese poder.

Kat dio un paso para acercarse a ellos mientras esas palabras le atravesaban el corazón.

—Vas a tener que explicarme cómo va todo este asunto. Sé que los dioses del sueño griegos, los Óneiroi, pueden entrar en los sueños de cualquiera cuando les apetece. Incluso tienen pociones para inducir el sueño. ¿Los gallu hacen lo mismo?

Zakar negó con la cabeza.

—A diferencia de tus dioses, estos no se pueden meter en los sueños de los desconocidos. Primero deben haber mantenido contacto físico con la persona en cuestión.

Sin dio un respingo al recordar el encuentro de esa tarde con Kessar. De modo que esa era la razón de que fuera al casino…

—Lo del casino de hoy. Sabía que ese cabrón tramaba algo con su visita.

Su hermano asintió con la cabeza.

—Como te han tocado, ya te pueden encontrar en sueños.

Kat soltó un taco.

—Y yo dejé que me tocara. Muy listo el tío.

Sin le dio unas palmaditas en el brazo.

—No te culpes. No eres la única que metió la pata. —Apretó los dientes mientras la rabia lo consumía—. Me dan ganas de matar a Enlil por esto.

—Les avisaste —dijo Zakar—. Pero se creía demasiado listo como para convertirse en una víctima. Al menos tú no tuviste que ver lo que le hicieron los gallu cuando lo mataron.

Se imaginaba el horror de aquella escena y agradecía enormemente no haberla presenciado.

—¿Qué pasó con sus poderes?

—La mayoría quedaron atrapados en la Estela.

¡Menos mal que pude recuperarla del museo!, exclamó para sus adentros. Con los poderes atrapados en la Estela, era imposible saber qué podrían hacer los gallu si la tuvieran en su poder.

—¿Y el resto?

—Kessar los absorbió. Envió a sus secuaces a por Enlil y lo llevaron a las cavernas. Enlil tuvo el tiempo justo de esconder la Estela antes de que lo capturaran, y en cuanto estuvo delante de Kessar, el demonio lo dejó seco… en más de un sentido. Kessar es mucho más peligroso de lo que crees. Y ahora que está libre…

—¿Quién lo ha liberado? —le preguntó.

—Las cerraduras de su prisión se debilitan al mismo tiempo que las de las Dimme.

Kat frunció el ceño.

—Pero ¿por qué no ha salido hasta ahora?

—Porque estaba retenido en otro lugar de la caverna, con un sistema de sellado independiente. Ahora ese sistema está muy debilitado y sus peores discípulos son capaces de liberarse. Kessar busca el caos total, un baño de sangre. Pero lo que más desea es verte sufrir, hermano, por haber ayudado a encerrarlo.

Kat se estremeció con fingida felicidad.

—¡Estoy segura que nadie te ha querido tanto nunca, Sin! —Se puso seria—. Voto porque liberemos a mi abuela y dejemos que se los coma a todos.

—¿Tu abuela? —preguntó Zakar.

Sin soltó una carcajada ronca.

—Apolimia.

Zakar se quedó blanco.

—¿Está bien encerrada?

—Lo bastante como para que no pueda hacerte nada —contestó, aunque añadió con un brillo travieso en los ojos—: Aunque puedo invocar sus poderes si es necesario.

Sin y Zakar la miraron boquiabiertos.

—¿En serio? —preguntó Sin. Acababa de enterarse de que tenía ese poder.

—Fue el regalo de mi decimosexto cumpleaños —le explicó ella—. Quien se meta conmigo recibe una ración de destrucción atlante. Por eso te dije que Deimos no es ningún problema para mí. Puedo machacarlo con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda.

Sin se alegró de saberlo. Sin embargo, eso tenía una pega.

—Pero tenemos que evitar que te dejen sin poderes.

—Siempre viene bien —comentó ella al tiempo que asentía con la cabeza.

—Estupendo —dijo Zakar—. Al menos tenemos un as en la manga. Pero tenéis que recordar que nada es lo que parece en sueños. Pueden atacaros como demonios, pero no necesariamente. Pueden acercarse a vosotros con la apariencia de vuestros mejores amigos. —Miró a Kat—. Con la de tu madre. Tu hermano. Con la de cualquier persona o cosa con la que mantengas una estrecha relación. Son unos maestros en estos temas y tienen mucha práctica. No pueden haceros daño, pero sí destrozar vuestros sueños de modo que seáis más débiles una vez despiertos.

Sin se pasó la mano por la cara mientras pensaba en lo que acababa de decir su hermano. ¡Mierda!, pensó.

—¡Kytara! —gritó Kat de repente. Su voz reverberó por la estancia.

—¿Qué haces? —le preguntó él con el ceño fruncido.

—Quiero dormir tranquila por las noches —contestó ella, cruzando las manos por delante del pecho—. Antes muerta que dejar que un demonio de pacotilla como Kessar no me deje descansar. ¿Se cree un tío duro? Pues yo conozco a unos cuantos. —Se detuvo antes de gritar de nuevo—: ¡Kytara!

—Deja de llamarme a gritos —dijo una mujer casi tan alta como Kat que apareció detrás de ella. Tenía el pelo largo y negro, la piel como el alabastro y unos ojos enormes y tan azules que parecían irreales. Iba vestida con un mono de cuero negro, un cinturón plateado y botas de tacón altísimo.

Kat sonrió mientras se giraba para mirarla.

—Por fin estás aquí, mi malévola amiga.

A Sin no le gustó ese recibimiento.

—¿Malévola?

—Malévola y podrida hasta la médula.

—Cierto —convino Kytara—. No hay nada como una zorra con tacones, y yo soy la mejor. —Miró a Kat—. Sé que me has llamado por algo, dado que estás en un sueño con dos gemelos de toma pan y moja pero nadie está desnudo. Esto no es lo que yo te enseñé, Katra.

Sin cruzó los brazos por delante del pecho y miró a Kat con los ojos entrecerrados.

Kat levantó las manos, como si se rindiera.

—No se refiere a eso. Nunca he hecho nada parecido.

—Mmm —murmuró él, que no la creyó. Con razón había sido tan buena en la cama.

—Es verdad. Kytara, díselo.

—¿Que le diga qué? —preguntó su amiga con expresión inocente—. Kat es una ninfómana descontrolada.

—¡Kytara!

—Vale, vale —replicó la susodicha—. Es tan blandita que a su lado el zumo parece whisky.

La frustración de Kat aumentó al escucharla.

—Muchas gracias.

Kytara se echó a reír.

—Es verdad, lo eres. Demasiado buena y sensata. Llevo años pinchándote para que te sueltes la melena. Bueno, ¿para qué me has llamado si no es para ayudarte a desnudar a estos dos y divertirnos como adultos?

Zakar dio un paso hacia ella.

—Creo que me gusta su sugerencia.

La mirada de Sin lo paró en seco.

Hasta cierto punto.

—Oye, he pasado siglos soportando los mordiscos de esos cabrones en la caverna. Estaría bien que me mordiera una diosa para variar.

Pasó por alto el comentario de su hermano porque le tenía lástima.

—Unos demonios quieren atacarnos mientras dormimos.

—¿Skoti? —preguntó Kytara.

—No —respondió ella—. Gallu.

—¡Oooh! —La sola mención de los demonios pareció estar a punto de provocarle un orgasmo—. Son sangrientos. Me gusta.

Semejante alegría dejó perplejo a Sin.

—Creía que los Óneiroi carecían de emociones.

—Y así es —convino Kat—. Pero Kytara es una skoti. Roba las emociones de los que sueñan y se apropia de ellas.

La susodicha sonrió.

—Es la única manera de vivir. De verdad. Los Óneiroi son unos plastas de cuidado.

Sin no sabía qué decir, así que se quedó callado.

—No queremos que los gallu nos ataquen de noche —dijo Kat, al tiempo que hacía un gesto que los abarcaba a los tres—. ¿Puedes cuidarnos las espaldas mientras dormimos?

Kytara se mordió el labio y meneó las caderas, como si la idea le gustara más de la cuenta.

—Voyeurismo… Perversiones. Me gusta muchísimo.

Kat meneó la cabeza.

—Eres de lo peor.

—Claro que sí. ¿Me habrías llamado si no lo fuera?

De repente, Sin llegó a la conclusión de que la presencia de la skoti no iba a ayudarlos mucho. Que un Óneiroi se metiera en sus sueños era ir buscándose problemas.

—Una curiosidad… ¿Puedes hacerles una visita a los gallu y espiarlos mientras duermen?

Kytara le pasó un dedo por la barbilla y le lanzó una sonrisa seductora.

—Cariño, en sueños puedo hacer lo que me dé la gana.

Kat la apartó de un empujón.

—Ya puedes quitarle las manos de encima a este, si no quieres que un monstruo comemanos te las arranque de cuajo.

Su amiga le lanzó una mirada elocuente.

—Como usted diga.

Aunque a Sin le gustaron los celos de Kat, sabía que tenían cosas más importantes de las que preocuparse. Carraspeó para que retomaran el tema.

—¿Eso quiere decir que los vigilarás?

—Depende. —Kytara se detuvo para darle emoción antes de preguntar—: ¿Es guapo el demonio?

Kat asintió con la cabeza.

—Mucho.

—¡Uf, voy a comprobarlo! ¡Hasta luego! —Y se desvaneció al punto.

Sin volvió a cruzar los brazos por delante del pecho, aliviado por la marcha de la skoti.

—Tienes unos amigos muy interesantes, Kat.

—Cierto, y de vez en cuando son muy útiles.

Zakar se quedó sin aliento de pronto, como si algo lo hubiera golpeado en el pecho.

Preocupado, Sin le colocó una mano en la espalda.

—¿Zakar?

—Están buscándome. —Apartó a su hermano de un empujón y se tambaleó hacia la izquierda—. ¡Corred!

—No te dejaré solo para que te enfrentes a ellos.

Zakar lo fulminó con la mirada.

—Solo es un sueño. Marchaos.

—¿Y qué hay de malo en que me quede si solo es un sueño?

Zakar meneó la cabeza.

—No sabes lo que haces.

—Claro que lo sé —insistió él—. Estoy protegiendo a mi hermano.

—Una preguntita muy rápida —terció Kat, interrumpiendo la discusión—. ¿Puedes matar a los gallu en este plano?

—No —respondió Zakar—. ¿Por qué?

Kat señaló un lugar tras ellos.

—Porque ya están aquí.