10

Kat se giró al escuchar ese gruñido tan parecido a la voz de Kessar. El demonio se le parecía mucho, pero tenía el pelo más oscuro y los ojos negros como el carbón. Por si eso no bastaba para alegrarle el día, había seis demonios más detrás de él. Cinco hombres y una mujer.

—Qué tierno —dijo la mujer cuando rodeó a los hombres para ponerse al frente—. El esclavo de sangre tiene amigos.

En un abrir y cerrar de ojos, los demonios se desvanecieron y reaparecieron delante de cada uno de ellos.

Salvo en el caso de Sin, que acabó rodeado por el líder y dos de sus secuaces.

Kat intentó ver cómo les iba a Simi y a Xirena, que habían desplegado las alas para atacar a los demonios que les habían plantado cara, pero la mujer que tenía delante le bloqueaba la visión.

¡Qué asco!, pensó, porque en su forma demoníaca los gallu eran feísimos de narices. Sus ojos eran desagradables y pequeños, y tenía la boca desfigurada por la doble hilera de colmillos. Enrollarse con uno de los gallu sería como darse el lote con la momia de Stephen Sommers después de haber matado solo dos veces.

¡Qué asquito!, pensó.

La mujer ladeó la cabeza y sonrió, enseñándole los colmillos.

—Qué bien. Una atlante de almuerzo.

Kat resopló.

—Qué bien. Una zorra a la que arrancarle las uñas.

La mujer se abalanzó sobre ella, pero Kat se apartó al punto, la cogió del brazo y la estampó contra la pared de la caverna. Eso tenía que doler. Bien. Casi le arrancó una sonrisa.

Con un grito, la gallu se giró, pero ella le dio una patada que la arrojó de nuevo contra la pared. Acto seguido, le clavó una daga en el corazón y esperó a que estallara.

No lo hizo.

—Entre los ojos —rugió Sin—. No puedes matarlos como si fueran daimons.

¡Por todos los dioses! ¿Cómo había podido olvidarlo tan pronto? Sí que le había servido el entrenamiento…

La gallu se lanzó a por ella justo cuando recuperaba la daga, que le clavó entre los ojos. El demonio soltó un chillido ensordecedor antes de estallar sobre ella.

¡Asqueroso del todo!, pensó. Prefería un daimon de los de toda la vida. Al menos los daimons no apestaban el lugar cuando estallaban.

Asqueada, Kat se desentendió de la idea y volvió la cabeza. Simi y Xirena se estaban «comiendo» a sus respectivos gallu. No volvería a pedir pizza después de semejante espectáculo.

Apunte personal: Para la próxima vez, pedirle a Simi que traiga un babero junto con la salsa barbacoa.

Intentó olvidar que estaban dándose un banquete con los gallu, cuyos cuerpos estaban desmembrados e irreconocibles, y se acercó para ayudar a Zakar, que no paraba de acuchillar a ciegas a un demonio que lo atormentaba como un gato que estuviera jugando con un ovillo de lana. Sin tenía a dos de sus atacantes muertos a sus pies y estaba dándole una buena tunda al tercero cuando ella atravesó la estancia.

Zakar no la hirió por los pelos.

El demonio se echó a reír.

—Muy bien, esclavo. Mata a tu salvadora.

El demonio se abalanzó sobre ella, pero le retorció los brazos y lo levantó del suelo. En vez de ser ella la que acabara encima de Zakar, como era la intención del gallu, fue él quien lo hizo. Zakar le rebanó la garganta. El demonio gritó.

Kat tiró de la muñeca de Zakar y le quitó el cuchillo de la mano antes de usarlo para rematar al demonio. Acababa de matarlo cuando Zakar la agarró por detrás y le clavó los dientes en el hombro. Soltó un chillido y estuvo a punto de golpearlo, pero se contuvo a tiempo.

Sin se acercó en ese instante para apartar a Zakar, que se debatió como un poseso, presa de una furia irracional. Cogió a Sin del pelo y tiró con todas sus fuerzas.

—¡Ya vale! —le gritó Sin al oído—. Soy tu hermano.

—¡Vete a la mierda, gallu! ¡A la mierda!

Al darse cuenta de que no podía hacer otra cosa, Kat extendió las manos y le lanzó a Zakar una descarga muy suave, aunque no por ello fue menos efectiva. Zakar se desmayó en los brazos de su hermano.

Su mirada se cruzó con la de Sin y vio la gratitud reflejada en sus ojos mientras levantaba en brazos a su hermano.

—Salgamos de aquí antes de que aparezcan más.

Asintió con la cabeza.

—¿Simi? Cárgate a todos los demonios y vámonos de aquí.

Simi hizo un puchero.

—Pero Simi todavía tiene hambre.

—Compraremos circonitas en cuanto volvamos.

El rostro ensangrentado de Simi se iluminó al instante.

—¡Eso está mucho mejor que los gallu!

Simi y Xirena se apresuraron a quemar a los demonios antes de que Kat y Sin los teletransportaran a todos de vuelta al ático.

Kat utilizó sus poderes para materializar una enorme bolsa de circonitas que les dio a Simi y a Xirena. Los demonios salieron corriendo entre chillidos hacia su habitación del hotel para zamparse las piedras, dejándola a solas con Sin y con su hermano.

Dio las gracias a los dioses por las circonitas, que mantendrían ocupadas a Simi y a Xirena durante un buen rato.

Con expresión triste y amargada, Sin llevó a su hermano al sofá, que se desplegó solo para convertirse en una cama de matrimonio. Las sábanas se apartaron un segundo antes de que dejara a Zakar encima del colchón.

—¿Va a ponerse bien?

Sin ni siquiera podía hablar mientras contemplaba las espantosas cicatrices que cubrían el cuerpo de su hermano. ¿Qué le habían hecho? Parecía que llevaran siglos alimentándose de él.

Quería que pagaran con sangre lo que habían hecho. Quería que Kessar pagara… Que pagaran los gallu.

Aunque más que nada quería que pagara Artemisa. De no ser por ella, habría podido evitar la tortura. Habría tenido el poder de proteger a Zakar de su brutalidad.

No, se corrigió enseguida. No era culpa de Artemisa. Era culpa suya, y lo sabía muy bien. Si no hubiera buscado que lo aceptaran… Si no hubiera buscado compañerismo… Si no hubiera buscado nada, eso no habría sucedido. Fue su propia debilidad lo que había herido a su hermano. Él era el único culpable de todo lo que había pasado.

El dolor y la culpa le provocaron un nudo en el estómago.

Sintió que Kat lo apartaba de su hermano con suavidad. Estuvo a punto de pagarlo con ella, pero la expresión decidida que vio en su cara le hizo morderse la lengua. Vio que Kat se acercaba a Zakar mientras se frotaba las manos; acto seguido, colocó las palmas sobre los ojos de su hermano y comenzó a susurrar en atlante.

Un translúcido resplandor amarillo brotó de sus manos y cubrió el cuerpo de su hermano. A medida que el resplandor se movía sobre Zakar, fue cerrando las heridas y curando las profundas cicatrices que desfiguraban su cuerpo… Incluso reconstruyó el dedo que le faltaba.

El alivio y la gratitud lo inundaron mientras observaba cómo Kat sanaba a su hermano.

El hecho de que lo estuviera haciendo sin que se lo hubiera pedido significaba mucho para él.

Cuando Kat se apartó, vio que su hermano ya no tenía los párpados quemados. Estaban cerrados normalmente, en reposo. Salvo por el pelo sucio y enredado, era el mismo que él recordaba.

—Gracias —murmuró, agradecido por lo que había hecho.

La vio inclinar la cabeza antes de que se apartara de la cama.

—Le habían perforado los tímpanos. Por eso no respondió cuando le dijiste quién eras. Estaba sordo.

La ira se apoderó de él y soltó un taco.

—Los quiero muertos. A todos. Sin excepción.

La expresión de Kat le indicó que ella era de la misma opinión.

—Detesto tener que decirlo, pero admito que respeto en parte a Stryker después de esto. Al menos tiene cierto código del honor, por más retorcido que sea, y lo sigue. No me lo imagino haciendo algo así.

—Por eso no podemos permitir que los gallu campen a sus anchas entre los humanos. No tienen compasión, piedad ni decencia.

—Sí, tienes razón. Pero no creo que Zakar pueda ayudarnos ahora. Está destrozado, y a saber lo que le han hecho a su cabeza. Pueden haberle hecho cosas que un simple hechizo sanador no arregle.

Por mucho que le pesara admitirlo, tal vez llevara razón. El hombre que yacía en la cama no estaba en condiciones de luchar. Estaba demacrado y débil. Tendrían suerte si Zakar podía ponerse en pie sin ayuda.

—Me pregunto cuánto tiempo habrá estado en su poder.

—No lo sé. Pero da la sensación de que lleva mucho —dijo Kat, apartándole el pelo de la cara antes de masajearle la base de la espalda—. ¿Estás bien?

Bajó la cabeza para mirarla con el alma en los pies.

—Si fuera tu hermano, ¿qué contestarías?

No dudó en darle una respuesta.

—Querría venganza.

—Pues ya sabes cómo me siento.

Kat asintió con la cabeza, tras lo cual le dio un apretón en el brazo.

—Y yo estaré justo aquí, ayudándote a que te vengues.

Una miríada de emociones, entre ellas la ternura, lo invadió al escuchar sus palabras. Al ver que había estado a su lado todo ese tiempo. Al ver que había curado a Zakar.

Había sido una especie de sueño muy raro.

Incapaz de soportar el tumulto que lo embargaba, la estrechó contra su cuerpo y la besó con pasión.

Kat suspiró al saborear a Sin. Percibía el torbellino emocional que lo consumía mientras la abrazaba como si fuera lo más importante en el mundo para él, y deseó de todo corazón poder consolarlo. Sin había tenido un día de perros y, a pesar de eso, besarlo le sabía a gloria. Ojalá las cosas hubieran salido bien para Zakar y para él. Aún tenían que lidiar con los gallu y con Deimos. Y ninguno descansaría hasta ver a Sin muerto.

Daba la sensación de que todo el mundo estaba en su contra. Sin embargo, en ese preciso momento, mientras estaba en sus brazos, se sentía con fuerzas para enfrentarse (y vencer) a todos.

Sin gimió al separarse de sus labios y enterró la nariz en su pelo. Le encantaba el olor de su piel y de su aliento, el roce de su cuerpo. Por primera vez no tenía que inclinarse para besar a una mujer. Tenía la altura perfecta para él, y su fuerza lo dejaba maravillado.

—Creo que te estás convirtiendo en una adicción para mí.

La oyó soltar una carcajada.

—Apenas me conoces.

—Cierto —convino él con una sonrisa picarona—, pero conozco partes de ti mejor que ninguna otra persona.

Kat se ruborizó.

—Lo tuyo no tiene arreglo.

—Ni hablar. Lo mío se arregla de una forma muy sencilla…

Kat le besó la mejilla antes de apartarse.

—Es increíble que estés tan juguetón con la que está cayendo.

Sin soltó un suspiro cansado antes de pasarse las manos por el pelo.

—Intento no pensar en el pozo de miseria, culpa y dudas que me consume. Y que sepas que estaba funcionando… por un segundo, pero funcionaba.

Se acercó de inmediato a él y le colocó una mano en su duro estómago y otra en la espalda. Lo miró con expresión arrepentida.

—Lo siento, corazón. ¿Quieres que nos desnudemos ahora?

Lo vio poner los ojos en blanco al escuchar el comentario sarcástico.

—Olvídalo. He tenido un momento de bajón.

Se apartó de él con una carcajada.

—Mmm, ¿estás de bajón? Qué curioso. —Le sonrió con picardía—. A lo mejor necesitas que te levanten la moral… ¿Quieres que ponga a trabajar mis habilidades lingüísticas?

Sin se retractó de su anterior idea. Era digna hija de su madre. Podía torturar a cualquier hombre como la mejor.

—Eres mala por incitarme de esta manera.

—Lo sé. Y lo siento, pero ha merecido la pena por ver la cara de angustia que has puesto.

Sin levantó la mano para acariciar su melena rubia. Era tan suave como la seda. Acarició los mechones con los dedos y recordó lo que había sentido al tenerla sobre él.

—Todavía no te entiendo. ¿Por qué estás aquí conmigo? Ayudándome. No tiene sentido.

—Tal vez porque tu arrolladora personalidad me atrae como una llama atrae a una polilla.

Resopló al escucharla.

—Dirás «repelente personalidad» más bien.

Kat enarcó una ceja, como si sus palabras la hubieran sorprendido.

—¿Estoy oyendo cómo un dios se menosprecia?

—Dios depuesto.

—Da igual, no es algo normal entre vosotros.

Sin le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, deleitándose con el suave tacto de su piel.

—Tampoco es normal tener corazón o alma. Pero tú pareces tener las dos cosas —replicó.

Kat se estremeció al ver la ternura con la que la miraba. Una sensación cálida se extendió por su cuerpo al sentir las caricias de su mano. Estaba para comérselo.

—No dejo de repetirte que yo no soy una diosa.

—Cierto… pero lo habrías sido si tu madre no hubiera tenido miedo de que los otros dioses descubrieran que se estaba acostando con tu padre.

Tal vez, pero a ella no la atraían ni los títulos ni el poder. Se había hartado de la política entre panteones hacía eones. No quería ni oír hablar de ella. Solo quería…

A decir verdad, no sabía lo que quería. Se había pasado casi toda la vida atendiendo los caprichos de su madre. No había nacido en un mundo donde los sueños o los anhelos tuvieran un final feliz. Por regla general, acababan con la humillación de alguien o con una gran carnicería.

Su mayor ambición en la vida había sido ahorrarse el dolor de ambas cosas. La verdad era que nunca había soñado con conocer a un hombre. En ese momento le resultaba inconcebible. Pero había vivido a ciegas, sin pensar en el futuro. El mundo (el suyo al menos) era como era. Sin lo había cambiado todo.

Por primera vez en la vida quería algo, y eso la asustaba porque sabía que nunca se entregaría a ella de esa manera. Su carácter no le permitiría sentar la cabeza y formar una familia. Era un guerrero que no quería tener relación alguna con el panteón de su madre, y aunque ella no era una diosa, seguía formando parte de dicho panteón.

Intentar forzar la situación solo le acarrearía humillaciones. Estaba convencida.

—Bueno, ¿cómo eras en tu vida como dios? —preguntó mientras intentaba imaginarse cómo había sido todos esos siglos atrás. No parecía que la política se le diera mucho mejor que a ella.

Lo vio encogerse de hombros.

—Como el resto, supongo.

No lo creía.

—No, creo que nunca fuiste como ellos. Por lo que he visto de tu pasado, nunca le fuiste infiel a tu mujer a pesar de que ella sí lo fue. ¿Por qué?

La expresión de Sin se volvió impenetrable, como si un velo hubiera caído sobre él para ocultarle sus emociones y sus pensamientos. Solo sintió un inmenso vacío.

—Me acerqué a Artemisa con la intención de ponerle los cuernos.

Kat apartó la mirada mientras invocaba todo lo que había sentido mientras visitó su pasado. Sin mentía.

—Eso es mentira.

—¿Cómo lo sabes?

Como no quería que descubriera lo que estaba haciendo, lo miró a los ojos.

—Después de haberle sido fiel todo ese tiempo no me cuadra que lo echaras todo por la borda por un capricho. Tenías otro motivo para ir a ver a Artemisa.

La furia se apoderó del rostro de Sin antes de que se apartara de ella.

—¿Sin?

Era imposible pasar por alto la ira que inundaba sus ojos cuando la miró.

—¿Qué?

Cualquier persona inteligente que quisiera seguir viviendo habría cambiado de tema, pero ella tenía más tendencias suicidas que la mayoría.

—¿Por qué fuiste al Olimpo?

Vio que sus ojos se quedaban inexpresivos.

—¿Seguro que quieres saber la verdad?

—No te habría preguntado de no querer saberla.

Se alejó de ella para servirse un whisky doble… Una reacción que parecía ser habitual cuando algo le preocupaba más de la cuenta.

Se lo bebió de un trago e hizo una mueca antes de fulminarla con la mirada.

—Me sentía solo. —El dolor de su rostro la dejó sin aliento—. No iba por ahí acostándome con la primera que pillaba por una sencilla razón: me consideraban un ser impuro. Mitad humano y mitad dios. No encajaba en ningún sitio, y te juro que los dioses sumerios estaban encantados de dejármelo bien claro. Ningal, mi esposa, había abandonado nuestro lecho conyugal hacía siglos. Solo se casó conmigo porque era exótico, distinto. Pero en cuanto los demás empezaron a meterse con ella por acostarse con un mestizo, me echó de su cama. A fin de cuentas, ¿qué clase de hijos tendría con alguien que no era un dios puro? —Apretó los dientes como si sintiera más dolor del que podía soportar antes de continuar—: Creía que tenía algo malo. ¿Desde cuándo un dios de la fertilidad no saltaba de cama en cama? ¿Desde cuándo un dios de la fertilidad no compartía cama con su esposa? Pero no estaba dispuesto a convertirme en alguien como mi padre y aprovecharme de las humanas desprevenidas que serían incapaces de resistirse a mí. Está mal usar a la gente de esa manera, y sabía muy bien todo el dolor que mi padre le había causado a mi madre. Y entonces vi a Artemisa un día mientras yo cabalgaba por Ur. Estaba rodeada de ciervos y parecía tranquila y (no te rías) dulce. Nunca había visto a una mujer más hermosa, así que me detuve para hablar con ella. Lo siguiente que recuerdo es que nos estábamos riendo. Nos hicimos amigos enseguida.

Tenía sentido para ella. Ambos eran dioses de la luna. Seguramente tendrían muchas cosas en común.

—¿Qué te hizo ir aquella noche al Olimpo? Y dime la verdad.

Lo vio apartar la mirada.

—La ira. Ningal me había humillado y estaba harto de que se rieran de mí. Era un dios poderoso, pero no el más poderoso de mi panteón. Sabía que no podía enfrentarme a ellos y salir vencedor. Se habrían aliado en mi contra. De modo que acudí a Artemisa para que me ayudara a debilitar a mi propio panteón. Creí que si de verdad me amaba como aseguraba, podríamos aunar nuestras fuerzas contra ellos. —Soltó una carcajada amarga—. Cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad. Quería destruirlos a todos por lo que me habían hecho, y fueron destruidos. Pero no vi mi caída como parte de ese plan.

La culpa se apoderó de ella al escuchar el dolor de su voz, al ver en sus ojos el odio que se profesaba a sí mismo. Nunca fue su intención hacerle daño a él ni a ninguna otra persona.

—Artemisa no podía darte lo que buscabas.

Lo oyó resoplar.

—Gracias por la advertencia, pero aquí entre nosotros, ahora que no nos oye nadie, ya me di cuenta de eso hace tres mil años, cuando me ató y me dejó seco.

Como quería consolarlo, atravesó la estancia y le cogió la mano antes de que se sirviera otro whisky.

—Sabes lo que acabas de hacer, ¿verdad?

—¿Insultar tu intelecto?

—No. —Le dio un apretón en la mano—. Te has sincerado conmigo. Has confiado en mí.

Sin se quedó pasmado al darse cuenta de que era verdad. Le había contado cosas que jamás le había dicho a nadie. Pero era muy fácil hablar con ella. A diferencia de otras personas, no parecía juzgarlo por su pasado ni por sus errores.

Había hecho que se olvidara de mantener la guardia bien alta.

—Supongo que tu madre y tú os echaréis unas buenas risas a mi costa después.

Vio que Kat se indignaba al punto.

—Nunca, jamás de los jamases, le diría a nadie lo que me has contado. ¿Qué clase de persona crees que soy?

No le respondió.

—Creo que lo mejor sería que volviéramos a los insultos. Sería mucho más fácil.

La vio menear la cabeza.

—No, no sería más fácil. Solo más seguro.

¡Joder, qué lista es!, pensó. Bastante más lista de lo que a él le convenía.

—Me gusta la seguridad.

Kat soltó una carcajada.

—¿Y eso lo dice alguien que se enfrenta a los demonios solo? ¿De verdad me tienes miedo?

—Los demonios son pan comido, no como tú. —Porque a los gallu no le apetecía abrazarlos.

—¿En qué sentido?

—Ellos solo te quitan la vida.

La vio enarcar una ceja.

—¿Y yo?

Tú podrías arrebatarme el corazón, pensó. Esa verdad lo dejó paralizado. No había sentido nada parecido en miles de años.

Miles.

Aunque, pensándolo bien, no estaba seguro de haber sentido nada igual por una mujer. Apenas recordaba el cortejo de su esposa. Si en algún momento sintió algo por ella, su crueldad se encargó de aplastar sus sentimientos.

Kat, en cambio…

Era sincera y amable. Dos cosas que su esposa nunca había sido. Cuando Kat lo tocaba, su cuerpo reaccionaba de forma incontrolada. Una simple sonrisa suya bastaba para ponerlo a cien. Una caricia de sus manos podía destrozarlo. Le aterraba pensar en el poder que tenía sobre él. En el hecho de que un simple gesto pudiera afectarlo tanto.

—Sin, no me has contestado —insistió ella, con una expresión juguetona en su precioso rostro.

Se apartó de ella.

—¿Qué te tengo que contestar?

—¿Por qué me tienes miedo?

¿No se cansaba de insistir?, se preguntó intrigado. Como no tenía ganas de confesar lo que sentía, le soltó lo primero que se le ocurrió.

—Controlas a dos demonios mencionando simplemente la salsa barbacoa. ¿Quién en su sano juicio no te tendría miedo?

Kat chasqueó la lengua.

—¿Por qué te escondes de mí?

—¿Quién dice que estoy escondiéndome?

—Te delata esa mirada nerviosa que le lanzas a la puerta, como si estuvieras esperando que llegara alguien para rescatarte. —Empezó a cloquear y a mover los brazos como si fueran alas.

Sus gestos lo dejaron alucinado.

—¿En serio me estás llamando gallina?

La expresión juguetona de Kat era incitante.

—Quien se pica…

Debería enfadarse, pero a una parte desconocida de su persona le hizo gracia su descaro.

—Te encanta atormentarme, ¿verdad?

—Todos debemos tener una misión en la vida, y reconozco que me hace mucha gracia ver la confusión en tus preciosos ojos. Empiezan a brillar cada vez que me meto contigo.

El inesperado cumplido lo dejó pasmado.

—¿Crees que mis ojos son preciosos?

—Sí. Deslumbrantes.

Sus palabras no deberían afectarlo, pero lo excitaron. No sabía por qué la idea de ser atractivo a sus ojos significaba algo para él. Millones de mujeres (literalmente) lo habían encontrado atractivo a lo largo de la historia. Eran miles las que lo adoraban.

Sin embargo, sus palabras le aceleraron el corazón. Le provocaron un sudor frío. Se la pusieron tan dura que pensó en escapar para no seguir escuchándola.

Kat le cogió una mano.

—Vamos. —Tiró de él hacia el dormitorio.

—¿Qué haces?

—Necesitas descansar. Ha sido un día muy largo y voy a meterte en la cama —contestó con una sonrisa torcida que se la puso todavía más dura.

—¿En serio? ¿Y me vas a dejar meterme en otro sitio?

—Si juegas bien tus cartas y dejas de decir tonterías, a lo mejor tienes suerte…

Kessar parpadeó al mirar a Nabium, que había interrumpido su comida. Se levantó, dejando a la corista muerta en el suelo, y se limpió la sangre de los labios con una servilleta de lino.

—¿Qué quieres decir con que el Hayar Bedr ha desaparecido?

El demonio, que era alto y de pelo oscuro, tragó saliva con dificultad al percatarse de la voz furiosa de su jefe.

—El dios Nanna entró en la caverna y…

—Dios depuesto —corrigió Kessar.

El demonio carraspeó.

—El dios depuesto, sí… Bueno, se lo llevó.

Kessar soltó un taco por lo inoportuno del momento. Le cabreaba que Sin hubiera encontrado la manera de colarse en su madriguera y quitarle uno de sus juguetes preferidos. Aunque no importaba. Aún podían liberar a las Dimme, pero tener a la Luna Abandonada les habría facilitado la tarea de convertirse en la fuerza vital dominante en el planeta.

—¿Dónde está mi hermano?

Nabium se quedó petrificado.

Kessar soltó un bufido, disgustado por su hermano menor y su libido. Él siempre tan oportuno…

—Dile que le dé la patada a la mujer con la que esté y que venga aquí. Ahora.

—No… no puedo, milord.

—¿Por qué no?

Nabium retrocedió un paso antes de tragar saliva de nuevo.

—Lo han matado.

La noticia lo dejó sin aliento.

—¿Qué has dicho?

—Murió luchando contra ellos, milord. Lo siento muchísimo.

A medida que la rabia se apoderaba de él le crecieron los colmillos. Quería venganza.

Cuando se acercó al armario, vio que Nabium daba un respingo por el miedo. Aunque él nunca le haría daño a su lugarteniente. No, necesitaba a alguien débil a quien torturar.

Abrió el armario y sacó a la universitaria que había capturado poco después de salir del casino de Sin. Era bajita, con una larga melena castaña y unos claros ojos azules enmarcados por unas gafas redondas. Tenía la boca tapada con cinta adhesiva para que no pudiera gritar y estaba atada de pies y manos. Llevaba unos vaqueros desgastados, botas negras y una camiseta negra de Los elegidos que dejaba al aire sus brazos regordetes.

Sin embargo, lo que más le fascinaba (motivo por el que la había capturado) era el pequeño tatuaje del doble arco y la flecha que llevaba en la muñeca. Antes de raptarla, le había dicho que el tatuaje era para protegerla de las pesadillas. Cosa rara, ya que también era la marca de Artemisa, y eso convertía a la estudiante en un objetivo para ellos.

Utilizó sus poderes para insonorizar la habitación de modo que nadie la escuchara gritar en el hotel y acto seguido le arrancó la cinta de la boca.

La chica gritó y él la lanzó hacia los brazos de Nabium.

—Sujétala.

—Por… por favor —suplicó ella al tiempo que miraba el cuerpo de la otra mujer—. Estoy embarazada.

—¿Crees que nos importa? —Sintió cómo le cambiaba la cara hasta adoptar su verdadera forma demoníaca.

La chica empezó a chillar con fuerza, excitándolo todavía más.

La levantó en vilo y le clavó los colmillos en el cuello, arrancándole la carne para que la sangre le inundara la boca. En cuanto dejó de debatirse, Nabium se unió al festín, mordiéndole el otro lado del cuello.

Cuando estuvo muerta, sin una gota de sangre, la tiraron al suelo. Frunció el ceño al ver la pulsera de cuero que llevaba en la muñeca derecha. Se la arrancó de un tirón para leer el nombre y después la arrojó sobre el cuerpo con un resoplido mientras se limpiaba la boca.

Recuperado ya el buen humor, se quitó la camisa pasándosela por la cabeza y la arrojó sobre el cuerpo, tras lo cual usó sus poderes para ponerse otra.

Nabium repitió su gesto antes de regresar al tema que les ocupaba.

—Las buenas noticias son que hemos inutilizado a Zakar. No les servirá de nada en su estado.

Muy bien, pero él no era de los que confiaba en que las cosas salieran según el plan establecido.

—Nunca subestimes a Nanna. Lo acompaña una atlante.

—¿Seguro?

—Por supuesto. ¿De qué otra forma podría haber destruido a mi hermano? —Su dolor había desaparecido. El asesinato lo había calmado. Si su hermano había sido lo bastante imbécil como para morir a sus manos, se lo tenía bien merecido.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Nabium.

—Tenemos que encontrar el modo de anular los poderes de Sin.

—Ya se los han arrebatado.

—No lo bastante. Es lo único que se interpone en la llegada del Kerir. Tenemos que atrapar a Zakar y a esa zorra atlante para convertirla.

—¿Cómo?

Sonrió al escuchar la pregunta.

—De la misma manera que capturamos a Zakar. La infectamos. Entonces tendremos a Zakar y a Nanna en nuestras manos y nada se interpondrá en nuestro camino.

Nabium se echó a reír, pero guardó silencio al darse cuenta de que las humanas comenzaban a despertarse.

—Hablando de infectados…

Miró a las mujeres.

—Son demasiado feas como para mantenerlas con nosotros, sobre todo la bajita. Córtales la cabeza y tíralas en cualquier sitio.

Observó cómo Nabium cubría a las mujeres con una chaqueta para ocultar la sangre de su ropa antes de sacarlas de la habitación para llevarlas al lugar donde pensaba rematarlas.

Humanos… Qué asco daban.

Claro que pronto todos estarían bajo el yugo de sus amos. Aunque antes tenía que echarles el guante a Sin y a Zakar…