Los dos helicópteros se elevaron y volaron hacia el sureste. En uno de ellos iban el presidente y su esposa con un grupo de agentes del servicio secreto y todo el material que habían podido reunir en el último momento. A bordo del segundo helicóptero iban más agentes, los dos mejores perros rastreadores de explosivos de los federales, más equipos y material, y Chuck Waters, que había recibido de Larry Foster el soplo sobre lo que estaba ocurriendo y, sin el conocimiento del presidente y su esposa, se había unido a la comitiva. Junto a él, estaba Aaron Betack, que también se había sumado a la fiesta sin que lo supiera la primera dama. El cielo se estaba aclarando por momentos, los vientos a baja altura eran suaves y el sol naciente iba disolviendo rápidamente el frío de la madrugada.
Sonó el móvil de Betack.
—¿Sí?
—Aaron, soy Sean King. Tenemos que hablar.
—Me pillas ocupado.
—Estoy en Alabama.
—¿Cómo? Nosotros también.
—¿Qué significa «nosotros»?
Betack miró a Waters y dijo al teléfono:
—Como te he explicado antes, el Hombre Lobo y Lince se han puesto en marcha —dijo, refiriéndose a Dan y Jane Cox por sus nombres en clave—. ¿Qué haces tú en Alabama?
—Si he de arriesgar una hipótesis, diría que siguiendo el mismo rastro que tú. ¿Adónde os dirigís exactamente?
—No lo sabemos, Sean, ya te lo he dicho antes.
—Ya, pero creía que la situación habría cambiado a estas alturas. ¿Estás con el presidente y no sabes adónde te diriges?
—Esto es un desastre monumental. Estamos volando a ciegas, saltándonos todas las normas y protocolos del servicio secreto. Larry Foster, el jefe del equipo de seguridad, está al borde del infarto. Y lo único cierto es que después de la escena en el Despacho Oval, hemos tomado un helicóptero en Alabama y nos dirigimos a unas coordenadas prefijadas.
—Es una locura, Aaron. Quizá vais directos a una trampa.
—Vaya novedad. ¿Crees que el servicio secreto está satisfecho? Pero él es el presidente, Sean.
—¿Me estás diciendo que el director del servicio está informado y ha permitido que esto siga adelante? ¿Qué hay de los asesores del presidente? ¿Y del vicepresidente?
—Ya sabes, siempre hay que hacer malabarismos. Él es el comandante en jefe y nosotros, sus siervos. Entre bastidores hemos removido cielo y tierra, hemos pedido ayuda al FBI y al ejército, y creemos disponer de una burbuja de protección bastante decente dadas las circunstancias.
Waters le lanzó una mirada a Betack y le indicó con una seña que le pasara el teléfono.
—¿King? Aquí Chuck Waters.
—Hola, Chuck, te dejé un mensaje.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Si te lo contara, Chuck, no me creerías. Aaron me ha puesto al corriente de la situación. Es posible que os estéis metiendo en una emboscada.
—Sí, pero lo que no sabe el presidente es que hemos mandado por delante a un par de helicópteros de la Brigada de Rescate de Rehenes. Para cuando nosotros aterricemos, y antes de que el presidente se baje del aparato, habrán registrado la zona y establecido un perímetro que no podría atravesar ni una hormiga. Y si aun así no nos gusta el panorama, nos largamos, diga lo que diga el presidente.
—Pero ¿y si os disparan desde el aire?
—También lo tenemos previsto. Cada helicóptero está equipado con armamento aire-aire y tierra-aire de última generación. Además, tenemos cazas del ejército sobrevolando toda la zona. Y un batallón de helicópteros Apache de combate está recorriendo palmo a palmo el terreno desde el punto cero de las coordenadas que nos han facilitado, con el fin de detectar cualquier amenaza potencial. Y te digo una cosa, King, si ves acercarse un Apache artillado, o te rindes sin más o te cagas encima. O ambas cosas.
—De acuerdo, pero hemos descubierto algo que deberíais saber. Tal vez se trate de un talón de Aquiles.
Sean le habló a Waters de los cilindros metálicos.
—¿Dónde los has encontrado?
—Te lo explicaré más tarde. Espero que tengas algo para contrarrestarlo.
—Veré qué puedo hacer. ¿Por dónde andas ahora?
—Nos dirigimos a una mina abandonada con un chico llamado Gabriel.
—¿Gabriel? ¿Y por qué a una mina?
—Porque creo que quizás haya una niña allí.
—¿Willa?
—Esperemos y recemos para que así sea, Chuck. Sigamos en contacto. Y buena suerte.