76

Habían escogido un Boeing 757 que utilizaba la secretaria de Estado antes de que le asignasen un 767-300 de fuselaje ancho. El aparato había permanecido desde entonces en la base Andrews de la Fuerza Aérea junto al resto de la flota presidencial. Lo habían despojado de todos sus distintivos oficiales y ahora se utilizaba básicamente para trasladar a agentes, auxiliares y representantes de la prensa, así como para transportar equipos y material.

La secretaria de Estado tenía un despacho privado y un dormitorio en el interior del aparato y esa distribución no había sido modificada. Era en ese despacho donde el presidente y su esposa estaban sentados cuando despegaron de la base Andrews, pocas horas después de que Jane Cox hubiera irrumpido en el Despacho Oval e incrustado una pelota de golf en el ojo izquierdo de Thomas Jefferson. El resto del avión albergaba a un equipo precipitadamente reclutado de agentes del servicio secreto, que contemplaban más desconcertados que otra cosa el desarrollo de los acontecimientos.

El presidente observaba a su esposa, que permanecía en su asiento cabizbaja y con la mirada fija en el suelo. Cuando alcanzaron la altitud de crucero, el presidente se desabrochó el cinturón y echó un vistazo alrededor.

—Magnífico despacho. No tan espacioso como el mío en el Air Force One, pero magnífico.

—Lo siento, Danny. Siento que no hayas podido montar en tu enorme juguete. —Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y lo miraba alternativamente con temor y desesperación.

—¿Piensas que todo se reduce a eso, a simples juguetes?

—La verdad es que no sé qué pensar ahora mismo. No: sí lo sé, en realidad. Pienso que finalmente hemos tocado fondo.

Él se sacó los zapatos, se frotó los pies y empezó a deambular por la cabina.

—Yo ni siquiera lo recuerdo, de hecho.

—Estoy segura. Pero yo sí.

—He cambiado.

—Ya.

—De veras, Jane. Y lo sabes muy bien, maldita sea.

—Muy bien, has cambiado. Pero eso no sirve de nada en este momento.

Él suspiró, se sentó junto a ella y le masajeó los hombros.

—Ya sé que no. Y sé que esto ha sido un infierno para ti.

Ella se volvió lentamente y lo miró.

—Se llevó a Willa por esto.

—Eso me has dicho. Bueno, me lo has gritado más bien.

—Dijiste que no podías poner en peligro el cargo del presidente con el fin de rescatarla.

—Así es, Jane. No puedo. Aun cuando este embrollo no fuese culpa mía, no podría.

—Culpa nuestra.

—Jane…

Ella le estrechó la mano entre las suyas.

—Nuestra —dijo en voz baja.

—No entiendo cómo seguiste conmigo, la verdad.

—Te quiero. A veces no entiendo por qué, pero te quiero. Uní mi estrella a la tuya, Dan. Nos lanzamos juntos al espacio.

—Y tal vez volvamos a caer a la misma velocidad.

—Tal vez.

—Esta elección solo puedo perderla por mis propios errores. No se había producido algo parecido en este país desde hace mucho. —Ella no dijo nada. Él la miró de soslayo—. ¿Crees que mantendrá su palabra si hacemos lo que ha pedido?

—No lo sé. No conozco a ese hombre. Solo sé que parecía tenerlo todo muy claro. No solo sobre nosotros, sino también sobre sus propósitos.

—En el servicio secreto están muy preocupados.

Jane lo miró como si le dieran ganas de reírse.

—Yo también estoy muy preocupada. Y al final, pase lo que pase, ellos conservarán su puesto. En cambio, no puedo decir lo mismo de ti.

—De nosotros —le recordó él.

—Un poco de autocontrol. Con eso habría bastado.

—Era como una enfermedad, tú lo sabes. Para ser sincero, me asombra que no haya salido nada a la luz hasta ahora.

—¿Te asombra?, ¿de veras? ¿Resulta que yo iba detrás recogiendo los platos rotos y te asombra?

—No lo decía en ese sentido.

—¿En qué otro sentido podrías decirlo?

—Ahora no es momento de pelearse, Jane. Hemos de mantenernos unidos. Si es que queremos sobrevivir.

—Ya tendremos todos nuestros años dorados para pelearnos, supongo.

—Si eso es lo que quieres… —dijo él con frialdad.

—Lo que quisiera es no estar a bordo de este avión yendo a donde vamos.

—¿Cómo sonaba el tipo al teléfono?

—Decidido. Lleno de ira y de odio. ¿Acaso puedes culparlo?

—¿Crees que era sincero? Vamos, parece muy poca cosa lo que pide a cambio, ¿no te parece?

—¿Prefieres que mate a Willa? —dijo ella, hoscamente.

—¡No decía eso! No me atribuyas cosas que no he dicho.

Un golpe en la puerta interrumpió la discusión.

Era Larry Foster, el jefe del equipo de seguridad.

—Señor, el piloto tiene previsto llegar a Huntsville en una hora y media aproximadamente. Es una suerte que acaben de abrir una nueva pista para aviones de esta envergadura.

—Estupendo, sí.

—Y luego nos dirigiremos a otro destino.

—Ya se le han facilitado las coordenadas.

—Sí, señor. Las tenemos.

—Bueno, ¿algún problema?

—Señor, ¿puedo hablar con franqueza?

Cox le echó un vistazo a su esposa y se volvió hacia Frank.

—Adelante —dijo secamente.

—Todo este asunto es un problema. No sabemos adónde nos dirigimos, ni con qué vamos a encontrarnos. No tengo efectivos suficientes ni cuento con la cuarta parte del equipamiento y el apoyo habituales. Debo aconsejarle enérgicamente que demos media vuelta y regresemos a Washington.

—Imposible.

—Señor, le recomiendo con la máxima energía que no sigamos adelante.

—Soy el presidente. Y solo pretendía efectuar un viaje no programado. Tampoco tiene tanta importancia.

Foster carraspeó. Sus manos crispadas evidenciaban la furia que sentía pero que trataba con todas sus fuerzas de ocultar.

—El otro problema, señor, es que no disponemos de una flota de vehículos. Y el destino en cuestión queda a ciento treinta kilómetros al sureste del aeropuerto de Huntsville.

—Hemos de estar allí —Cox miró su reloj— exactamente en cuatro horas y siete minutos.

—He enviado por delante a un C-130 con dos helicópteros. Costará un rato sacar los helicópteros y ponerlos a punto.

—Ya tiene los horarios. No podemos rebasar la hora límite.

—Señor, ¿no podría informarme de lo que sucede? Sé que el director ha hablado con usted y que él apoya mi postura, pero…

Cox le apuntó con un dedo.

—El director está a mis órdenes. Puedo relevarlo mañana mismo. Y lo haré si recibo más objeciones de su parte. En cuanto a usted, quiero que se limite a cumplir mis órdenes. Soy el comandante en jefe. Si no está dispuesto, recurriré al ejército para que ocupe su lugar. Ellos no cuestionarán mi autoridad.

Foster se irguió marcialmente.

—Señor presidente, nosotros le proporcionamos protección de acuerdo con la ley federal. —Echó un vistazo a Jane—. Protección para ambos. Lo que está sucediendo carece por completo de precedentes y es potencialmente muy peligroso. No hemos podido explorar el lugar al que nos dirigimos. Sin un reconocimiento del terreno, sin una evaluación de los riesgos, sin…

—Mire, Larry —dijo Cox con tono más calmado—. Ya sé que todo esto es un embrollo del demonio. Yo tampoco desearía estar aquí. —Señaló a su mujer con la barbilla—. Y ella igual. Pero aquí estamos, de todos modos.

—¿Tiene que ver con su sobrina? —Larry hizo la pregunta mirando a Jane Cox—. En tal caso, considero que al menos el FBI debería ser informado de lo que estamos haciendo.

—Imposible.

—Pero…

Cox le puso al tipo una mano en el hombro.

—Confío en usted para protegernos, Larry. Tendrá tiempo para explorar el terreno; tanto tiempo como me sea posible concederle. No soy ningún temerario. No voy a meterme en una situación que pueda acabar con mi vida, ni mucho menos con la de mi esposa. Todo saldrá bien.

Foster dijo lentamente:

—De acuerdo, señor. Pero si las cosas tienen mal aspecto, lo pararé todo. Puedo ejercer esa autoridad, señor. Me corresponde de acuerdo con el estatuto federal.

—Confiemos en que la cosa no llegue a ese punto.

Cuando Foster hubo salido, Jane dijo:

—¿Y si Larry no te permite hacer lo que tienes que hacer?

—Eso no ocurrirá, Jane.

—¿Por qué no?

—Aún soy el presidente. Además, yo siempre he tenido suerte. Y no se ha agotado mi buena estrella. Todavía no.

Jane desvió la vista.

—No estés tan seguro —dijo.

Él la miró furioso.

—¿De qué lado estás tú, en todo caso?

—Me he pasado la noche entera pensándolo. Y aún no he tomado una decisión.

Dicho lo cual, salió de la cabina.

El presidente se quedó sentado ante el escritorio y rezó para que le fuera posible resistir una vez más.