Sean y Michelle habían cargado el todoterreno y se estaban despidiendo de Frank y Bobby Maxwell.
Ella los abrazó.
—Te llamaré pronto, papá —dijo—. Y vendré a pasar una temporada contigo. Así podremos…
—¿Volver a conocernos de nuevo?
—Sí.
Cuando ya iban hacia la puerta, Frank dijo:
—Ah, casi se me olvidaba. Ha llegado antes un paquete para Sean. Está en la sala de estar. Un momento.
Reapareció enseguida con una caja de cartón. Sean exclamó al ver el remitente:
—Mi amigo de dos estrellas lo ha vuelto a conseguir. Más expedientes de desertores.
—¿Desertores? —dijo Bobby.
—Un caso en el que estamos trabajando —explicó Michelle.
Salieron y caminaron hacia el todoterreno.
—Yo revisaré las carpetas mientras tú conduces, Sean. Así ganamos tiempo. No nos sobra precisamente.
—Gracias, Michelle —dijo él—. Eres muy amable.
—No es por ser amable. Es que tú te mareas si lees en el coche. Y no quiero que vomites sobre mi tapicería.
Bobby sonrió.
—Esa es mi hermanita.
Se pusieron en marcha y atravesaron la ciudad para tomar la autopista. Michelle abrió la caja y sacó el primer expediente.
—Está bien que tu hermano viva aquí —comentó Sean—. Puede hacerle compañía a tu padre.
—Yo también pienso venir a hacerle compañía. Si algo me ha enseñado esto es que no hay nada seguro en esta vida. Hoy estás y mañana quizá no.
—Voy a parar a comprar café antes de meternos en la interestatal —dijo él—. No sé por qué, pero siempre empezamos estos viajes de noche.
—El mío que sea doble.
Sean compró los cafés y siguieron hacia el norte.
Tras revisar cinco carpetas más, Michelle estiró los brazos.
—¿Quieres que te releve? —dijo él—. Puedo aguantarme las ganas de vomitar.
—No, voy a seguir. Pero si no encontramos nada, ¿qué?
—Tú reza para que aparezca algo en ese montón, porque no tenemos nada más.
Sean miró el reloj del salpicadero, sacó el móvil y tecleó un número.
—¿A quién llamas?
—A Chuck Waters. Quiero ver si hay novedades. Quizá tenga algo y esté dispuesto a contárnoslo.
—Ya. Y yo me voy a presentar en Bailando con las estrellas.
El agente del FBI respondió al segundo timbrazo. Sean habló con él unos minutos y colgó.
—¿Novedades? —preguntó Michelle.
—Jane recibió la carta en el apartado de correos y Waters se la confiscó.
—¿Qué decía?
—Algo de un rescate de diez millones de dólares. Pero Waters cree que ella le hizo una jugarreta y le dio una carta falsa.
—¿Por qué lo cree?
—Varios detalles de la carta no coincidían con la que enviaron al principio con el cuenco y la cuchara. Las máquinas de escribir eran distintas. Y según Waters, había algo raro en el matasellos.
—¿Y por qué iba ella a darle el cambiazo?
—Porque tiene un interés personal en el caso, Michelle. Según lo que Betack descubrió en la segunda carta, toda esta historia afecta directamente a Jane Cox. Y ella no quería que nadie leyera esta última comunicación.
—¿No creerás que Willa es hija suya, no? Tal vez estaba engañando al presidente cuando él aún no lo era. Se quedó embarazada y le pasó el bebé a su hermano y su cuñada.
—Lo creería si no fuera porque yo vi a Jane Cox hace unos doce años más o menos y no estaba embarazada.
—¿Unos doce años más o menos?
—Quiero decir que la vi varias veces en esa época. No podría ser la madre de Willa a menos que hubieran mentido sobre la edad de la niña.
Michelle meneó la cabeza y siguió leyendo. Media hora más tarde dio un grito.
—¡Da media vuelta!
Sean estuvo a punto de estrellar el vehículo con la barrera de hormigón de la autopista.
—¿Qué pasa?
—Da la vuelta.
—¿Por qué?
—Hemos de dirigirnos al sur.
Sean puso el intermitente para empezar a desplazarse al carril de la derecha.
—¿Por qué al sur?
Ella pasó las páginas de la carpeta que tenía en las manos, hablando a borbotones.
—Tres desertores con la misma dirección de Alabama, aunque los tres con distinto apellido. Kurt Stevens, Carlos Rivera y Daryl Quarry. Debían presentarse en su base para ser enviados a Irak, pero no se presentaron. La policía militar fue a buscarlos. Un lugar llamado Atlee, una antigua plantación. El padre, Sam Quarry, veterano de Vietnam, es el propietario. La policía militar no encontró ni rastro de ellos.
—De acuerdo, son desertores y se trata de uno de los estados de la lista de probabilidades del análisis isotópico, pero todo esto no es concluyente, Michelle.
—Hablaron con Sam Quarry, con una tal Ruth Ann Macon y su hijo, Gabriel. Y con un tipo llamado Eugene.
—¿Y qué, otra vez, Michelle?
—Es de admirar la atención a los detalles del ejército. El informe dice que Eugene se identificó ante la policía militar como miembro de la tribu india koasati.
Sean atravesó los carriles restantes, entre bocinazos y un rechinar de neumáticos, y tomó la siguiente salida. Dos minutos después, se dirigían a toda velocidad a Alabama.