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Sean King estaba sentado en la oscuridad. Una luz destelló repentinamente, obligándole a protegerse los ojos con la mano y a mirar con los párpados entornados.

—Perdona, no sabía que estabas aquí —dijo Michelle, aunque no parecía muy arrepentida.

—He dormido aquí —dijo Sean.

Ella se acomodó en el borde del escritorio.

—Así que te has enfurruñado. Te niegas a responder a las preguntas. Y te quedas a dormir en la oficina, sentado en la oscuridad. ¿Será síntoma de algo o son imaginaciones mías?

Sean le tendió un periódico.

—¿Has visto el reportaje?

—Lo he leído online. La mayor parte de lo que dice es correcto. Has salido en la foto con un aire pensativo muy adecuado.

—Es una fotografía de archivo. La han sacado de mi época en el servicio secreto.

—Ya me parecía que tenías un aspecto muy juvenil.

—Han llamado muchísimos periodistas. No paro de colgarles el teléfono.

—No solo llaman. Están apostados frente a nuestra oficina. Yo he entrado por detrás, pero creo que me han visto, así que esa salida también debe de estar cubierta ahora.

—Fantástico. O sea que estamos atrapados aquí.

Se puso de pie y empezó a pasearse, enfurecido.

—¿Quieres que hablemos ahora? —preguntó Michelle.

Sean se detuvo y le dio una patada con su mocasín a una pelusa de la moqueta.

—Es una situación muy difícil —respondió.

—¿Cuál? ¿Encontrar a una mujer degollada y descubrir que ha desaparecido una niña? ¿O lo que te ronda por la cabeza?

Él volvió a deambular, con el mentón hundido en el pecho.

—Dijiste que conocías a la primera dama. ¿De qué? Tú habías salido del servicio secreto mucho antes de que Cox fuera elegido. Vamos, confiesa.

Sean iba a decir algo cuando sonó el teléfono. Él le dio la espalda, pero Michelle descolgó bruscamente.

—King y Maxwell. Ya nos dedicamos nosotros a fisgonear, así que usted no tiene por qué… —Se detuvo en seco—. ¿Cómo? Eh… Sí, sí, claro. Está aquí.

Le tendió el teléfono.

—No quiero hablar con nadie.

—Con esta persona sí querrás.

—¿Quién es?

—Jane Cox —susurró ella.

Sean tomó el teléfono con ambas manos.

—¿Señora Cox? —Escuchó un momento y, lanzándole a Michelle una mirada incómoda, añadió—: Está bien, Jane.

Michelle arqueó una ceja y lo observó atentamente.

—Lo sé. Es una auténtica tragedia. Willa, sí, claro. Exacto. Eso es. Lo has entendido correctamente. ¿Has hablado con Tuck? Ya veo. Claro, lo comprendo. ¿Cómo? —Consultó su reloj—. Por supuesto que podríamos. —Le echó un vistazo a Michelle—. Es mi compañera. Trabajamos juntos, pero si prefieres… Gracias.

Colgó y levantó la vista hacia Michelle.

—Si cierras el pico —le soltó ella— y empiezas otra vez a pasearte, juro que te voy a dar con la pistola. ¿Qué te ha dicho?

—Quiere que vayamos a verla.

—¿Adónde?

—A la Casa Blanca.

—¿Para qué? ¿Qué quiere de nosotros? ¿Que le contemos lo que vimos anoche?

—No exactamente.

—¿Pues qué, exactamente?

—Creo que quiere contratarnos para averiguar quién ha sido.

—¿La primera dama pretende contratarnos? Pero si tiene a su disposición a todo el maldito FBI…

—No quiere recurrir a ellos, por lo visto. Nos quiere a nosotros.

—No estoy sorda. Te quiere a ti, quieres decir.

—¿Crees que podremos despistar a los periodistas? No me gustaría que nos siguieran hasta la avenida Pensilvania.

Michelle se puso de pie y sacó sus llaves.

—Me ofende que lo preguntes siquiera.