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Mientras Sean revisaba las carpetas, sonó su móvil. Era Aaron Betack.

—Esto yo no te lo he dicho —dijo el agente del servicio secreto.

—¿Has encontrado la carta?

—Fue una buena idea de tu parte, Sean. Sí, estaba en su escritorio. La encontré hace unos días, en realidad. Siento haber tardado en contártelo. Si alguien se enterara, se habría acabado mi carrera. Seguramente iría a la cárcel.

—Nadie lo sabrá por mí, te lo garantizo.

—Ni siquiera se lo he dicho al FBI. No se me ocurre cómo podría hacerlo sin explicar por qué medios la conseguí.

—Lo entiendo. ¿Estaba escrita a máquina como la primera?

—Sí.

—¿Qué decía?

—No mucho. El autor era muy lacónico, pero había material de sobra en esas palabras.

—¿Como qué?

—Algunas cosas ya las sabemos. Que ella debía estar pendiente de ese apartado de correos. Ha ido cada día. Waters ha investigado el apartado. Sin resultados. El plan es que, cuando le llegue a ella la carta, el FBI se la confisque.

—¿Confiscársela por la fuerza a la primera dama?

—Sí, ya lo sé. Preveo un conflicto entre el FBI y el servicio secreto. Nada agradable. Pero lo cierto es que se resolverá entre bastidores. El Hombre Lobo no va a permitir que las elecciones se vayan al garete por este asunto, con sobrina o sin ella.

—¿Qué más decía la carta?

—Bueno, esa era la parte más alarmante.

—¿Alarmante, en qué sentido? —dijo Sean con cautela.

—No sé si toda esta historia está relacionada con los Dutton. Creo que podría tener algo que ver con la primera dama.

—¿Te refieres a que los secuestradores quieren sacarle algo del presidente?

—No. La carta decía que en la siguiente comunicación que ella reciba se desvelará todo. Y que si se la deja leer a alguien, todo habrá terminado para ella y para las personas que le importan. Que no le quedará ninguna salida. Que su única oportunidad de sobrevivir será ocultarle esa carta a todo el mundo.

—¿De veras decía eso?

—No palabra por palabra, pero ese era el sentido inequívoco. Sean, es obvio que tú la conoces desde hace mucho. Yo solo la he tratado durante este mandato. ¿A qué podría referirse el secuestrador? ¿Tal vez algo del pasado de la señora Cox?

Sean recordó la noche en que había conocido a Jane Cox, cuando él había aparecido con su marido borracho (entonces recién elegido senador) y lo había entrado a rastras en su modesta casa. Pero aquello no había tenido consecuencias.

—¿Sean?

—Sí, estaba pensando. No se me ocurre nada, Aaron.

Oyó que el otro suspiraba.

—Si resulta que he arriesgado mi carrera por nada…

—No lo creo. El contenido de la carta cambia las cosas, Aaron. Pero no sé en qué sentido.

—Bueno, si está implicada la primera dama y la mierda empieza a salpicar justo en mitad de la campaña, no quisiera encontrarme cerca.

—Tal vez no tengamos alternativa.

—¿Alguna novedad por tu parte?

—Solo estamos siguiendo algunas pistas con Waters.

—¿Cómo está Maxwell? Me han dicho que murió su madre.

—Está bien. Mejor de lo que podría esperarse.

—Por si te sirve de algo, yo siempre pensé que os trataron injustamente a los dos en el servicio.

—Gracias.

Aaron colgó y Sean volvió a concentrarse en las carpetas, tras unos minutos devanándose los sesos en vano por si se le ocurría algo del pasado de Jane Cox que pudiera explicar lo que estaba sucediendo.

Poco después, se abrió la puerta y entró Michelle.

—¿Has encontrado a tu padre? —le preguntó, levantándose de la mesa.

—Sí, estaba donde yo creía.

—¿En la granja?

Ella lo miró hoscamente.

—Soy detective —dijo Sean con ánimo—. Es mi trabajo.

—A veces me gustaría que no se te diera tan bien, especialmente cuando tiene que ver conmigo.

Él la observó atentamente.

—¿Has estado llorando?

—Las lágrimas no vienen mal a veces. Lo he descubierto últimamente.

—¿Has aclarado las cosas?

—Sí, en gran parte.

—¿Él no ha vuelto contigo?

—No, ha ido a ver a Bobby.

Michelle miró el montón de carpetas.

—Siento haberte dejado aquí plantado. ¿Alguna revelación?

—Todavía no. He trabajado duro cuatro horas, pero no he sacado nada. No obstante, a juzgar por la cantidad de expedientes, parece que las deserciones se están convirtiendo en un verdadero problema para el ejército. He recibido una llamada de Betack. —Le explicó la conversación.

Michelle preparó otra jarra de café, sirvió dos tazas y ambos se sentaron a la mesa de la cocina.

—Eso explicaría el nerviosismo de ella. Y por qué no ha soltado prenda desde el principio.

—¿Hablas de obstrucción a la justicia?

—Sí, también.

Michelle extendió una mano.

—Dame una carpeta y vamos a encontrar a esa cría.

Dos horas más tarde seguían allí.

—Quedan seis —dijo Sean, estirándose y pasándole luego otra carpeta.

Leían cada expediente muy despacio, buscando algún indicio que les permitiera levantar el trasero de la silla y pasar de nuevo a la acción. Se concentraban con el mismo grado de intensidad que si estuvieran en un examen final de la universidad. No había margen para el error. Sabían que si había alguna pista enterrada entre aquellos papeles sería un detalle muy sutil, y no podían permitir que se les pasara por alto.

—¿Qué tal si vamos a cenar algo? —dijo Sean por fin—. Invito yo. Y podemos seguir leyendo.

Fueron en coche a un restaurante de la zona.

—Entonces, ¿crees realmente que las cosas con tu padre se han arreglado?

—Creo que sí. Es decir, los dos tendremos que esforzarnos. Yo no me he portado precisamente como la hija más cariñosa y atenta del mundo.

—Ni como la hermana —señaló él.

—Gracias por recordármelo.

Mientras comían, ella lo miró con nerviosismo.

—Sean, respecto a lo que ocurrió en casa de mi padre.

—¿Qué?

—No volverá a ocurrir.

—Pero si ocurriera, yo estaría a tu lado, ¿de acuerdo? Hay pocas cosas seguras en esta vida, pero esa es una de ellas.

—Y yo haría lo mismo por ti. Espero que lo sepas.

—Por eso somos socios, ¿no? Así que si se presenta cualquier problemilla, lo resolveremos. ¿De acuerdo? Juntos.

—De acuerdo.

Le pasó una carpeta.

—Volvamos a la carga.

Antes de abrirla, ella se inclinó sobre la mesa y le dio un beso en la mejilla.

—¿Y eso por qué? —dijo Sean.

—Por manejar tan bien los problemillas. Y por no aprovecharte de una dama cuando podías hacerlo.