Con la ayuda de Daryl, tendió en los puntos estratégicos de la mina una serie de cables que iban a parar a la entrada.
Mientras trabajaban, Daryl comentó:
—Pareces muy contento.
—Tippi ha vuelto a casa. ¿Por qué no habría de estarlo?
—No está realmente en casa, papá. Ella…
No pudo acabar la frase porque su padre le clavó el antebrazo en la tráquea.
Daryl sintió el aliento caliente del viejo.
—¿Por qué no piensas bien lo que ibas decir, muchacho? ¿Y por qué no mantienes la boca cerrada?
Quarry apartó a su hijo de un empujón. Daryl rebotó en la pared de roca. En lugar de alejarse dócilmente, sin embargo, se abalanzó sobre su padre y lo arrastró contra la pared. Quarry metió un brazo bajo el grueso cuello de su hijo y, utilizando la superficie de roca como punto de apoyo, se zafó de él. Forcejearon tambaleantes sobre el suelo desigual, cada uno tratando de imponerse sobre el otro, ambos jadeando ruidosamente y con las axilas manchadas de sudor pese al frío reinante.
Daryl dio un traspié hacia atrás, pero recobró el equilibrio enseguida. Embistió otra vez, rodeando a su padre con los brazos, lo alzó del suelo y lo arrojó brutalmente contra la roca.
Mientras se daba un topetazo en los dientes a través del labio inferior, Quarry notó que el aire abandonaba sus pulmones. Pero cuando Daryl lo soltó, encontró aún energías para lanzarle un rodillazo en el vientre y a continuación le asestó un gancho en la cara con todas sus fuerzas. Daryl cayó de culo, con la mejilla partida y la boca ensangrentada.
Quarry casi había perdido el equilibrio con el ímpetu del puñetazo. Se acuclilló, jadeando y escupiendo sangre.
—No podrías darme una paliza aunque estuviera en una silla de ruedas chupando papilla de avena con una pajita —gritó.
Daryl echó un vistazo al cartucho de dinamita unido a un largo cable que estaba en el suelo de la mina.
—¿También vas a volarme a mí por los aires, viejo?
—¡Haré que volemos todos si es necesario, maldita sea!
—No voy a pasarme la vida haciendo lo que tú me digas.
—No tendrías ninguna vida si no fuera por mí. El ejército vino a buscarte y… ¿quién te salvó el trasero? ¡Yo! Y luego la cagaste con esa mujer. Y has seguido cagándola. Debería haberte pegado un tiro entonces.
—¿Y por qué no lo hiciste, viejo? ¿Por qué? —chilló Daryl, apretando los puños. Las lágrimas rodaban por su rostro mezclándose con la sangre.
—Maté a Kurt.
—¡Y no tenías ningún derecho a hacerlo! Fui yo quien mató a la mujer. No Kurt.
—Debería haberte disparado a ti —volvió a decir Quarry, escupiendo trozos de piel de su labio desgarrado.
—¿Y por qué no lo hiciste, papá? ¿Por qué no me mataste?
Quarry no lo miraba ahora. Apoyó una mano en la pared para levantarse; respiraba entrecortadamente.
—Porque te necesito, por eso —dijo en voz más baja.
Se inclinó y le ofreció una mano a Daryl. Él no la aceptó.
—Te necesito, Daryl; te necesito, muchacho. —Quarry permaneció doblado sobre sí mismo, todavía tambaleante. Miró a su hijo y se lo imaginó de pequeño: un chico cariñoso de ojos azules y sonrisa torcida. «Dime qué hay que hacer, papá».
Cuando su vista se despejó, solo vio a un hombre corpulento, grueso y enojado que se ponía trabajosamente de pie.
—Te necesito, muchacho —repitió Quarry, ofreciéndole otra vez una mano—. Por favor.
Daryl lo apartó de un empujón.
—Acabemos esto —dijo, limpiándose la sangre de la cara con sus manos mugrientas—. Cuanto antes mejor. Luego me largo.
Quarry abrió la puerta y entró en la habitación. La luz del farol que había sobre la mesa estaba al mínimo y no la vio en el primer momento, aunque sintió su presencia.
—Yo no quería abandonarla —dijo Diane Wohl, emergiendo de las sombras.
Quarry entró en el charco de luz.
—Está sangrando —añadió ella, al verle la cara.
—No es nada —respondió Quarry, sentándose a la mesa y pasándose una mano por su pelo tupido y sudoroso. Todavía jadeaba un poco por la refriega con su hijo.
«Malditos cigarrillos».
Diane se sentó frente a él.
—Yo no quería abandonarla.
Quarry soltó un prolongado suspiro y se arrellanó en la silla, mirándola bajo sus cejas enmarañadas.
—Está bien.
—Me da usted pavor. Me aterroriza toda su persona.
—También usted me da miedo —dijo él.
Diane lo miró, estupefacta.
—¿Cómo voy a darle miedo?
—Hay muchas formas de asustar. Física. Mental. O ambas.
—¿Y de cuál de las dos maneras le doy miedo?
Quarry juntó las manos y se inclinó hacia delante, con la cabeza oscilando sobre el centro de la mesa. La sangre de su labio partido goteó sobre la superficie de madera.
—Me hace usted temer que este viejo mundo nunca volverá a ser bueno. Para ninguno de nosotros.
Ella se echó atrás, herida por sus palabras.
—¡Yo soy buena persona! ¡Nunca le he hecho daño a nadie!
—Le hizo daño a esa niña, aunque ella no lo sepa.
—La abandoné para que tuviera una vida mejor.
—Tonterías. La abandonó para no tener que cargar con ella.
Ella alargó el brazo y le dio una bofetada; enseguida se apartó con terror, mirándose la mano como si no fuera suya.
—Al menos tiene arrestos —dijo Quarry, que había encajado el golpe impertérrito.
—¿Así que he arruinado el mundo entero?
—No, dejó que otros lo hicieran. La gente como usted permite que otros la pisoteen. Aunque no tengan derecho; aun sabiendo que no tienen derecho. Eso la convierte en una persona tan mala, tan malvada como ellos. La gente como usted no planta cara cuando ha de luchar por lo que es justo. Se arrastra por el barro. Traga. Traga la mierda que le ofrecen. Se la traga con una sonrisa y dice «gracias, quiero más, por favor».
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Diane y cayó sobre la mesa, mezclándose con la sangre de Quarry.
—Usted no me conoce.
—La conozco. A usted y a la gente como usted.
Ella se restregó los ojos.
—¿Y qué va a hacer conmigo? ¿Matarme?
—No lo sé. No sé qué voy a hacer con usted. —Quarry se levantó lentamente; la espalda le dolía horrores a causa del impacto contra la roca—. ¿Quiere volver a ver a Willa? Quizá sea por última vez. Las cosas están llegando a su punto crítico.
Diane veía borroso a causa de las lágrimas.
—No, no puedo. —Movió la cabeza, mientras crispaba sus manos trémulas.
—¿Otra vez arrastrándose por el barro, señora? ¿Tratando de ocultarse? ¿Y dice que la asusto? Acaba de darme una bofetada, demostrando que tiene agallas. Usted puede plantar cara si quiere. Toda esa gente que se considera fuerte, que parece tenerlo todo… ¿sabe? Los ricos, los poderosos. No tienen una mierda. En cuanto les plantas cara salen corriendo, porque no son fuertes ni duros de verdad. Solo tienen cosas. Se hinchan de orgullo, pero es un orgullo sin ninguna base. —Dio un puñetazo tan fuerte sobre la mesa que el farol se volcó y se apagó. Desde la repentina oscuridad, dijo—: Le he preguntado si quiere ver a su hija. ¿Qué responde?
—Sí.