52

Sean llamó a Waters y quedaron en un bar a pocas manzanas del edificio Hoover del FBI.

—No esperaba recibir una llamada suya —dijo Waters mientras ocupaban una mesa del fondo.

—Le dije que le llamaría si teníamos algo de qué informar.

—Adelante, informe.

—Las marcas de los brazos de Pam Dutton son de una lengua nativa americana llamada koasati.

Waters se irguió.

—¿Sabe lo que significan?

—«Una mujer blanca» —repuso Michelle—. Algo que obviamente ya sabíamos.

—No tiene ningún sentido —dijo Waters.

—Seguramente fue un torpe intento de sembrar una pista falsa porque la habían pifiado.

—¿Pifiado, cómo?

—El tipo se dejó llevar por el pánico, mató a la mujer sin pretenderlo y le pintó los brazos para desconcertarnos. Yo no creo que estuviera previsto que muriera nadie aquella noche. Tuck constituía la amenaza más evidente y, sin embargo, pudiendo haberle pegado un tiro, lo noquearon.

—De acuerdo. Hábleme de ese rollo koasati.

Sean le transmitió lo que Phil Jenkins le había explicado sobre la tribu india.

—Bueno, quizás eso estreche el cerco —dijo Waters, escéptico—. Ahora, ¿una tribu india con un agravio tan grave contra el presidente como para secuestrar a su sobrina? Muy inverosímil.

—Segundo punto —dijo Sean—. Pam Dutton solo dio a luz a dos hijos. Creemos que Willa es adoptada.

—Eso ya lo sabía. La forense nos lo comunicó después de que ustedes dos le hicieran reparar en ello.

—Hemos hablado con Tuck y no suelta prenda. Dice que nos hemos vuelto locos. La primera dama alega ignorancia. Asegura que los Dutton vivían en Italia cuando nació Willa. O cuando supuestamente nació.

—Tal vez no sea Willa la adoptada —dijo Waters.

—Los otros dos se parecen mucho a sus padres —observó Michelle.

—Pero según la forense solo tuvo dos, así que, sea cual sea el adoptado, Tuck miente —dijo Sean—. Quizá deban presionarle para arrancarle la verdad.

—Presionar al cuñado del presidente no es tan fácil —comentó Waters con evidente nerviosismo.

—Tiene que haber un registro en alguna parte que pruebe sin lugar a dudas que Willa es adoptada. O aquí, o en Italia. Seguro que el FBI puede averiguarlo.

—Entonces, suponiendo que ella fuese adoptada, ¿usted cree que eso está relacionado con su secuestro?

—¿Cómo no iba a estarlo?

—Pero volvamos atrás un momento —dijo Michelle—. ¿Y qué, si Willa es adoptada? ¿Por qué Tuck no habría de querer reconocerlo? No es que la adopción sea ilegal.

—La cosa cambiaría si la identidad de la madre fuese un problema por algún motivo —dijo Sean lentamente.

—O la del padre —señaló Michelle.

Los tres reflexionaron en silencio unos momentos.

Waters intervino por fin.

—¿Y la primera dama no sabía nada? ¿Tratándose de su propio hermano?

—Eso dice —respondió Sean.

Waters le dirigió una mirada perspicaz.

—¿Pero usted no la cree?

—No he dicho eso.

—Entonces, ¿la cree?

—Tampoco he dicho eso. —Sean se echó hacia atrás y miró al agente del FBI—. Bueno, ¿alguna novedad por su parte?

Waters se quedó desconcertado.

—Vaya, no sabía que esto funcionaba en ambas direcciones.

—Si trabajamos juntos, las posibilidades de encontrar a Willa con vida tal vez aumenten ligeramente.

Waters no pareció muy convencido.

—Oiga, ya se lo dije la otra vez, me tiene sin cuidado quién se lleve el mérito o la gloria. Solo queremos rescatar a la niña.

—Usted no pierde nada con el trato —añadió Michelle.

Waters se terminó su cerveza y la observó con curiosidad.

—¿De veras han asesinado a su madre?

—Sí.

—¿Alguna pista?

—El principal sospechoso es mi padre.

—¡Jesús!

—No, se llama Frank.

—¿No debería centrarse en ese asunto?

—Soy una mujer.

—¿Lo cual significa…?

—Que, a diferencia de los hombres, puedo manejar más de un asunto al mismo tiempo.

Sean le dio unos golpecitos en el brazo al agente.

—Bueno, ¿qué dices, Chuck?

Waters le indicó al camarero con una seña que sirviera otra ronda y dijo:

—En el cuerpo de Pam Dutton encontramos un pelo que no era suyo ni de ningún otro miembro de su familia.

—Yo creía que los restos de ADN no habían arrojado ninguna coincidencia con la base de datos criminal —dijo Michelle.

—Ninguna, en efecto. Así que aplicamos una prueba distinta al pelo. Un examen isotópico para buscar claves geográficas.

Sean y Michelle se miraron.

—¿Qué descubristeis? —dijo Sean.

—Que la persona de quien era ese pelo ha seguido durante años una dieta alta en grasas animales, pero también muy rica en vegetales.

—¿Qué podemos deducir de ello? —preguntó Michelle.

—No mucho, aunque la típica dieta americana ya no incluye demasiados vegetales.

—¿Las grasas y los vegetales eran procesados? —dijo Michelle.

—No lo creo, no. Pero los niveles de sodio también eran altos.

Sean miró a Waters.

—¿Una granja? Ahí comen la carne de sus propios animales. Y la curan con sal quizá. Hacen la cosecha y preparan conservas en lata, también con sal.

—Quizá —dijo Waters—. Hallaron algo más en el análisis. —Vaciló un instante.

—No nos tengas en vilo —bromeó Sean.

—El agua que bebía esa persona. También eso se reflejaba en el isótopo del pelo. El laboratorio lo redujo a un área integrada por tres estados.

—¿Cuáles?

—Georgia, Alabama y Misisipí.

—Encaja con la triangulación del correo —señaló Michelle.

—Tres estados —murmuró Sean, mirando su vaso—. Tres estados contiguos.

—Por lo visto, tanto la lluvia como el agua potable tienen allí unos rasgos muy marcados —dijo Waters—. Y la zona ha sido delimitada de modo exhaustivo a lo largo de los años. De ahí que el laboratorio se sienta muy seguro sobre las conclusiones.

—¿Pudieron determinar si era agua de pozo o de ciudad?

—Bueno —dijo Waters—, no tenía cloro ni aditivos similares.

—Así que estamos hablando de una zona rural.

—Posiblemente, aunque allí hay urbanizaciones con agua de pozo. Yo viví en una de ellas antes de que me destinaran aquí.

—¿También con dietas altas en grasas y vegetales no procesados? —dijo Sean.

—Vale, posiblemente sea rural. Aun así, sigue siendo una región enorme para tratar de abarcarla.

—Hay un problema. Esos tres estados no cuadran con el territorio koasati —dijo Michelle—. Tejas o Luisiana.

—Pero los koasati son originalmente de Alabama —dijo Sean.

—Originalmente, pero ahora ya no.

—¿Podrías investigar aun así el ángulo koasati? —le preguntó a Waters.

Él asintió.

—Haré que los agentes de allí se pongan de inmediato manos a la obra. —Los miró a los dos—. ¿Esto es todo lo que sabéis?

Sean terminó su bebida y se levantó.

—Todo lo que sabemos que valga la pena explicar.

Dejaron a Waters con su segunda cerveza y fueron a buscar el todoterreno. El móvil de Michelle sonó mientras caminaban. Ella miró la pantalla.

—¿Quién es? —preguntó Sean.

—Según el identificador, una tal Tammy Fitzgerald.

—¿Te suena de algo?

—No, no la conozco.

Michelle guardó el teléfono y dijo:

—No le has hablado a nuestro amiguito del FBI de la carta que recibió la primera dama.

—Cierto.

—¿Por qué?

—Porque estoy esperando a que ella entre en razón antes de entregarla a los federales bajo una acusación de obstrucción. Lo cual seguramente también acabaría con las posibilidades del presidente en las elecciones. Y él ha hecho un buen trabajo.

—¿Bromeas? ¿A quién le importan las consecuencias políticas para la primera pareja? ¿Y si eso le cuesta la vida a Willa? ¿No decías que lo único que te importa es rescatarla? ¿O eran solo chorradas lo que le has dicho antes a Waters?

Sean dejó de caminar y se volvió hacia ella.

—Michelle, lo estoy haciendo lo mejor que puedo, ¿de acuerdo? Es complicado. Complicado de cojones.

—Solo es complicado si tú te complicas. A mí me gusta mantener las cosas bien simples. Encontrar a Willa a toda costa.

Él iba a decir algo, pero se detuvo y fijó la mirada más allá.

Michelle se volvió para ver qué estaba mirando.

Dos hombres con uniforme de camuflaje del ejército caminaban por la acera de enfrente.

—Maldita sea.

Michelle se volvió de nuevo hacia él.

—¿Qué pasa?

—Dijiste que te había parecido que el tipo de la MP5 llevaba un chaleco antibalas de categoría militar.

—Eso es.

—Sí, eso es —dijo Sean.