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—Mira, King, hemos recibido órdenes de mantenerlos a todos aquí —les dijo el agente a Sean y Michelle.

Estaban en la entrada de Blair House. Se había decidido que Tuck y los niños permanecieran al menos de modo provisional en la residencia, donde podrían contar con toda la protección del servicio secreto.

—Lo único que te pido es que avises a Tuck Dutton de que estamos aquí fuera. Si él quiere vernos, tú no puedes poner ninguna objeción, ¿cierto? No es ningún criminal. Ni un testigo protegido. Está aquí por propia voluntad. Y si quiere salir, tendrás que dejar que salga.

Michelle añadió:

—Lo vigilaremos de cerca.

—Ya, pero soy yo quien se la juega ante el presidente si le sucede algo a su cuñado.

—A mí me daría más miedo la primera dama —dijo Sean.

—No voy a traerte a Dutton. Así que te sugiero…

—¿Sean?

Se volvieron todos hacia la puerta principal. Tuck había aparecido allí, sujetando a Colleen con un brazo y con una taza de café en la otra mano.

—Señor Dutton, haga el favor de apartarse de la puerta —le advirtió el agente.

Tuck dejó a Colleen en el suelo y le dijo que fuera a buscar a su hermano. Luego puso la taza de café en la mesa del vestíbulo y salió a la calle.

—¡Señor Dutton! —El agente dio un paso hacia él. Otros dos agentes se adelantaron desde sus puestos en la calle.

Tuck alzó la mano.

—Ya sé, ya sé. Están aquí para protegerme. Pero ¿por qué no se limitan a proteger a mis hijos? No me va a pasar nada.

—Señor Dutton —insistió el agente.

—Escuche, amigo. Solo estoy aquí porque mi hermana cree que es lo mejor. Fantástico, muchas gracias. Pero lo cierto es que esto es América y que yo puedo marcharme con mis hijos cuando me dé la gana, y usted no puede hacer nada para impedírmelo. Así que vaya un rato con mis hijos o fúmese un cigarrillo mientras yo hablo con esta gente. ¿Entendido?

—Habré de informar de esto a la primera dama —dijo el agente.

—Adelante. Para usted será la primera dama, pero para mí no es más que la hermana mayor cuyas bragas dejaba ver a mis amigos a un pavo la miradita.

El agente se sonrojó. Miró enfurecido a Sean y Michelle y, girando sobre sus talones, entró en la casa.

—Ese lado tuyo no lo conocía, Tuck —dijo Sean, mientras paseaban por la calle, frente a la Casa Blanca.

Tuck sacó un cigarrillo, ahuecó las manos y lo encendió, dejando escapar una nube de humo.

—Te pone de los nervios, ¿sabes? No sé cómo aguantan Jane y Dan. ¡Como estar en una pecera, dicen! No, qué va. Es como vivir bajo el objetivo del maldito telescopio Hubble.

—Cada defecto expuesto a la luz —dijo Michelle, barriendo con la mirada, sector por sector, la calle, los costados y también la retaguardia. Podían estar acaso en uno de los lugares más seguros de la Tierra, pero, como ella bien sabía, eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos: en un solo instante explosivo.

—¿Cómo están los niños?

—Asustados, nerviosos, angustiados, deprimidos. Saben que Pam ha muerto, desde luego. Lo cual ya es bastante demoledor. Pero no saber qué ha sido de Willa ya resulta demasiado. Nos está matando a todos. Yo no he pegado ojo desde que me quitaron los sedantes en el hospital. Ni siquiera entiendo cómo sigo funcionando.

Michelle miró el cigarrillo.

—Ahora solo les queda uno de sus padres, Tuck. Hazte un favor a ti mismo y suprime esos canutos cancerígenos.

Tuck tiró el cigarrillo a la acera y lo aplastó con el tacón.

—¿Qué queríais de mí?

—Una cosa.

Tuck alzó las manos.

—Mira, si es sobre esa estupidez de que Willa fue adoptada…

—No, es sobre el tipo al que viste con Pam.

—¿Hablasteis con él? ¿Quién es?

—Un agente del servicio secreto. De alto nivel —dijo Michelle.

—Se llama Aaron Betack. Y lo que dice, en resumen, es que te confundiste, que no es el tipo al que viste con Pam.

—Entonces es un puto mentiroso. Yo lo estaba observando a través de una luna de cristal. A tres metros como máximo. ¡Era él! Lo juro sobre un montón de Biblias.

—Te creemos, Tuck —dijo Michelle.

—Y quizás haya un medio más fácil que lo de la Biblia —añadió Sean.

—¿Qué quieres decir?

Sean señaló al otro lado de la calle.

—Que el tipo está allí en este mismo momento. Lo hemos visto entrar. Por eso hemos venido.

—¿Betack?

—Sí —dijo Sean.

—¿Qué quieres que haga?

—Que llames a tu hermana y le digas que vas a ir a verla con nosotros. Una vez allí, queremos que Jane obligue a Betack a presentarse ante ella. Lo confrontaremos con lo que sabemos. Si quiere mentirle en la cara a la primera dama, que lo haga.

De repente Tuck ya no parecía tan seguro de sí mismo.

—Debe de estar muy ocupada ahora.

Michelle lo agarró del brazo.

—Tuck, acabas de enterrar a tu esposa. Han secuestrado a tu hija mayor. Creo que no debería preocuparte en este momento que tu hermana esté muy ocupada.

Sean lo observó atentamente.

—¿Qué dices?

Tuck sacó su móvil.

—¿Cinco minutos?

—Por nosotros, bien —respondió Sean.