Ya se había ido la gente, se había guardado la comida y se habían derramado todas las lágrimas. Los hermanos Maxwell estaban reunidos en el patio trasero, charlando en voz baja y tomando cerveza. Frank Maxwell seguía en su habitación.
Sean y Michelle se habían sentado en la sala de estar, mientras fuera el atardecer daba paso lentamente a la noche.
—¿Así que te ha acusado de creer que él es el asesino?
Michelle asintió despacio, obviamente tratando aún de asimilar la idea.
—Me imagino que no puedo culparle —dijo—. Y cuando has sido policía, ya lo eres para siempre. Mi padre sabe cómo son estas cosas. Bajo los parámetros habituales, él sería sospechoso.
—Cierto. Cuando una esposa muere violentamente, suele tratarse del marido.
—Yo no creo que se quisieran.
Sean dejó su lata de soda y la miró fijamente.
—¿Por qué?
—Nunca tuvieron nada en común en realidad, aparte de sus cinco hijos. Papá estaba siempre trabajando. Mamá siempre estaba en casa. Cuando él se retiró, apenas se conocían. ¿Recuerdas cuando se fueron a Hawai a celebrar su aniversario? Terminaron volviendo antes de lo previsto. Hablé de ello después con Bill. Papá le contó que se les habían acabado los temas de conversación al cabo de un día. Y ni siquiera había algo que les gustara hacer juntos. Se habían ido alejando.
—¿No se plantearon el divorcio?
—No lo sé. Nunca me lo comentaron.
—Pero tú no tenías mucha relación con tu madre, ¿no?
—Estaba más apegada a mi padre, pero también esa relación se había vuelto tirante con los años.
—¿Por qué?
—No estoy de humor para que me psicoanalicen ahora mismo.
—Está bien, era solo una pregunta.
—¿Quiénes eran los que han entrado justo antes de que papá saliera disparado?
—¿No conocías a ninguno? —dijo Sean.
—No conozco a los amigos de mis padres.
—Yo he ido haciendo la ronda. La mayoría eran amigos de tu madre. Jugaban al golf, a las cartas, salían de compras. Organizaban algún acto de beneficencia.
—¿Nada fuera de lo normal? Parecía como si mi padre no quisiera verles siquiera.
—Nada llamativo. Daban la impresión de estar verdaderamente apenados por la muerte de tu madre.
Se volvieron al oír una puerta a su espalda. Antes de que pudieran levantarse del sofá, Frank Maxwell había pasado de largo y salido afuera.
Michelle se acercó a la entrada y alcanzó a ver a su padre subiéndose al coche y alejándose a mucha más velocidad de la aconsejable.
—¿Qué demonios ha pasado? —dijo Sean, que la había seguido hasta la puerta.
Michelle meneó la cabeza en silencio. Echó un vistazo al pasillo que llevaba al dormitorio.
—Vamos.
Lo primero que advirtió al entrar en la habitación fue que la fotografía de boda no estaba en su sitio.
Sean miró casualmente en un rincón. Se agachó y la recogió.
—¿Por qué habrá tirado esto a la papelera?
—Me está entrando una sensación fatal.
Sean miró la fotografía.
—Tu madre ha muerto y, el día del funeral, él va y tira la foto de la boda a la papelera. ¿Qué le habrá impulsado a hacerlo?
—¿Crees que Pam Dutton tiró alguna vez a la papelera su fotografía de boda?
—¿Porque Tuck la engañaba? ¿Crees que tu madre…? —No se atrevió a terminar la frase delante de ella.
—Yo… No lo sé.
—¿Estás segura de que quieres seguir por este camino?
—Quiero averiguar la verdad. A toda costa.
—En estos casos suele haber signos reveladores —dijo Sean—. Aparte de fotos de boda en la papelera.
Michelle ya estaba abriendo los cajones de la cómoda mientras Sean empezaba a registrar el armario. Unos minutos después, ella tenía en la mano unas prendas de lencería muy atrevidas con la etiqueta todavía pegada; Sean, por su parte, había sacado del armario tres conjuntos nuevos y unas botas con tacón de aguja.
Se miraron el uno al otro, sin expresar en voz alta la idea obvia que les rondaba a ambos.
Dejaron la ropa en su sitio y Michelle lo guio hasta un pequeño estudio que quedaba al otro lado del comedor. Había un escritorio en un rincón. Ella empezó a registrar los cajones. Sacó un talonario de cheques y se lo tendió a Sean.
—Mamá se encargaba de las facturas.
Mientras Sean revisaba el registro de los cheques, Michelle examinó los extractos de las tarjetas de crédito.
Al cabo de unos minutos, levantó la vista.
—Hay gastos recientes de cientos de dólares en ropa de caballero de cuatro tiendas online distintas. No he visto ropa de ninguna de esas marcas en el dormitorio.
Él le mostró el registro del talonario.
—Aquí hay una entrada que corresponde a la tarifa de un torneo de golf. ¿Tu padre jugaba al golf?
—No, pero mamá sí. Así que no es nada fuera de lo normal.
Sean cogió un papel que había sacado del escritorio.
—Esto es el resguardo del impreso de inscripción del torneo. Son cincuenta pavos por persona, pero el cheque era de cien.
—Así que dos personas.
—Michelle, el impreso dice que es un torneo de parejas.
Ella le arrancó el papel de las manos y le echó un vistazo.
Sean la miró, incómodo.
—¿No crees que tu padre podría haber descubierto todo esto fácilmente? A nosotros nos ha costado diez minutos.
—Mamá no parecía esforzarse en disimularlo. A lo mejor le tenía sin cuidado. Y quizás a él, no.
—Tu padre no parece de ese tipo de hombre que acepta mansamente que le pongan los cuernos.
—Tú no conoces a mi padre, Sean. —Se miró las manos—. Y tal vez yo tampoco.
—¿Qué demonios pasa aquí?
Los dos se volvieron. Bill Maxwell los miraba desde el umbral. Echó un vistazo al talonario y a los extractos de las tarjetas de crédito.
—¿Qué estás haciendo, Mik?
—Repasando las facturas. Sé que mamá se ocupaba de ello y no quería que papá se hiciera un lío.
Volvió a meter los papeles en el cajón y se levantó.
—Papá ha salido —dijo.
—¿Adónde ha ido?
—No sé. Y a mí no me ha pedido permiso.
Michelle miró la lata de cerveza que Bill tenía en la mano.
—¿Esto es lo que pensáis hacer todo el tiempo? ¿Beber cerveza y charlar?
—Jo, Mik, acabamos de enterrar a mamá. No seas tan dura.
—Estoy seguro de que no lo decía en ese sentido, Bill.
—Ya lo creo que sí —soltó Michelle.
Cogió sus llaves y se fue hacia la puerta. Sean le dirigió a Bill una mirada de disculpa y se apresuró a seguirla.
La alcanzó cuando ya estaba subiendo a su todoterreno.
—¿Adónde vamos?
—A ver otra vez a Donna Rothwell.
—¿Por qué?
—Si mamá tenía una aventura, seguramente ella debe de saber con quién.