35

Fueron en coche con Bill Maxwell a la comisaría de policía, pero a pesar de la vinculación de Bobby con el cuerpo, pudieron averiguar muy poco y tuvieron que esperar en el vestíbulo, tomando el café malo de una máquina. Dos horas antes del alba, Frank Maxwell, pálido y agotado, apareció arrastrando los pies al fondo del pasillo. Se sorprendió al verlos.

Bill se apresuró a rodearle los hombros con el brazo.

—¿Estás bien, papá? No puedo creer que hayan cometido esta cagada.

—Solo estaban haciendo su trabajo, Billy. Como harías tú.

—¿Qué querían? —preguntó Michelle.

—Lo de siempre: dónde, cuándo, por qué —dijo Frank a la ligera, sin mirarla a los ojos.

—¿Y qué les has dicho?

Entonces la miró con dureza.

—La verdad.

Michelle se acercó aún más a su padre.

—Que era exactamente…

Bill se interpuso entre ambos y le puso la mano en el hombro a su hermana.

—¿Quieres parar un poco? El funeral de mamá es esta tarde, por el amor de Dios.

—Eso ya lo sé —le replicó Michelle, apartándole la mano—. ¿Qué les has dicho, papá?

—Eso queda entre ellos y yo. Y mi abogado.

—¿Tu abogado? —exclamó Bill.

—Me están investigando. Necesito un abogado.

—Pero tú no has hecho nada.

—No seas estúpido, Billy. Muchos inocentes han acabado en la cárcel, tú y yo lo sabemos bien. Tengo derecho a asesorarme como todo el mundo.

Volvieron a casa los cuatro juntos, Frank y Bill en el asiento trasero. Nadie pronunció una palabra en todo el trayecto.

Más tarde, cuando Sean abandonaba la casa de los Maxwell para dirigirse a su hotel, le dijo a Michelle:

—¿Por qué no te quedas con tu padre? Yo puedo llevarme la lista de amigas y tratar de hablar con algunas antes del funeral.

—No. Te acompañaré. Podemos hacerlo más tarde.

—Pero tu familia…

—Él ya tiene a mis cuatro hermanos. No creo que note mi ausencia siquiera. Y quizá sea mejor así, teniendo en cuenta que no nos estamos llevando muy bien precisamente.

—De acuerdo. Voy a ver si duermo unas horas.

—Yo también.

De vuelta en el hotel, Sean saqueó el minibar, durmió cuatro horas y luego hizo unas llamadas. Tuck Dutton había sido dado de alta en el hospital. Llamó a la hermana de Pam Dutton, la que vivía en Bethesda. Tuck había pasado a buscar a sus dos hijos y se los había llevado a una casa alquilada, le dijo. Sean tenía el número de móvil de Tuck, así que lo marcó.

Alguien descolgó al segundo timbrazo.

No era Tuck.

—¿Jane?

—Hola, Sean.

—Me han dicho que Tuck se ha trasladado con los niños a una casa alquilada.

—Así es, estoy ayudándoles a instalarse.

—¿Dónde queda?

—En Virginia, cerca de la estación de metro Viena. El FBI la utiliza a veces para alojar a agentes de paso. El servicio secreto también está aquí, por supuesto.

—¿Cómo se encuentran Tuck y los niños?

—No muy bien. ¿Has hecho algún progreso?

—Sí. ¿Me puedes pasar a Tuck?

—¿No puedes contármelo?

—Tengo que hablar de esto con Tuck.

Ella emitió un sonido con la garganta. Estaba claro que no le había gustado nada el desaire.

Unos instantes después, Sean oyó la voz de Tuck.

—¿Qué hay, Sean?

—¿Jane está a tu lado?

—Sí, ¿por qué?

—Te hará falta cierta intimidad cuando oigas lo que tengo que decirte. Busca un sitio tranquilo.

—Pero…

—¡Búscalo!

—Hum. Espera.

Sean lo oyó musitar algo; luego le llegaron otros ruidos, como si estuviera caminando y después cerrando una puerta. Finalmente, volvió a ponerse al teléfono.

—De acuerdo. ¿A qué viene todo esto?

—Estuve en Jacksonville.

—¿Por qué?

—Me hacía falta un buen bronceado.

—Sean…

—Lo sé todo, Tuck. De hecho, sé mucho más que tú.

—Te dije que…

—Me pasé la tarde con Cassandra la Exhibicionista. Es decir, después de que Greg Dawson terminara de sobornarla.

—¡Greg Dawson! —gritó Tuck.

—Baja los decibelios, Tuck, ya estoy perdiendo el oído bastante deprisa sin tu ayuda. Bueno, ahí va la exclusiva: Dawson descubrió que tú y Cassandra estabais liados y ahora la dama en cuestión está trabajando para él con el objetivo de joderte ese gran contrato del Gobierno. Estoy seguro de que tienen fotografías de vosotros dos en la cama: material de sobra para divertir a base de bien al departamento de Seguridad Nacional.

—Ese hijo de puta… ¡Y esa zorra!

—Sí. Dicho sea de paso, aquí tienes toda una lección sobre lo recomendable que resulta la fidelidad.

—No se lo habrás dicho a Jane…

Sean lo interrumpió.

—No me corresponde a mí. A mi modo de ver, eres un cabronazo integral por haberle hecho esta jugarreta a tu esposa, a la madre de tus hijos, pero ¿qué importa mi opinión?

—Ella se me insinuó, Sean, te lo juro. Me sedujo.

—A ver si creces de una vez, Tuck. Las manipuladoras como Cassandra siempre se insinúan a los bobos como tú. Se dedican a eso. Tu deber como hombre felizmente casado es mandarla al cuerno. Joder, si hasta yo fui capaz de hacerlo cuando me enseñó el culo… ¡y estoy soltero! Habría podido echarle un buen polvo sin ningún remordimiento. Por suerte, me salvó mi buen gusto. Pero, en fin, no soy consejero matrimonial y no te llamo por eso.

—¿Entonces por qué me llamas? —preguntó Tuck, nervioso.

—Cassandra me contó que os peleasteis discutiendo sobre la posibilidad de que Pam tuviera una aventura. ¿Es cierto?

—Bueno…

—O empiezas a decirme la verdad o ya puedes ponerte a buscar a Willa por tu cuenta.

—Sí, es cierto.

—Habría sido de gran ayuda saberlo antes, Tuck —dijo Sean.

—Yo… estaba algo confuso, y eso sin contar el golpe que había recibido en la cabeza.

—Cassandra dice que oíste por casualidad algunas conversaciones y que, de hecho, viste a Pam con un tipo.

—Así es. No podía creer que me estuviera engañando.

—Sí, qué increíble la cara dura de esa mujer, ¿no? Bueno, ahí va la gran pregunta. Sé que tu avión llegó más temprano. Dijiste que no habías hecho ninguna parada. Entonces, ¿dónde pasaste la hora que tuviste de más, aproximadamente, entre que saliste del aeropuerto y llegaste a casa?

—¿Cómo has…?

Sean lo cortó con impaciencia.

—Soy investigador, Tuck, mi trabajo es averiguar cosas. Estamos perdiendo el tiempo y tu hija está en alguna parte en manos de unos tipos tremendamente violentos. ¿Dónde estuviste? Y si se te ocurre mentirme, voy a ir ahí y, con protección del servicio secreto o sin ella, te voy a moler a patadas.

—Estaba delante de mi casa —se apresuró a decir él.

—¿Delante de tu casa?

—Sí. Vigilándola. Se me ocurrió que si Pam creía que yo seguía en Jacksonville, ella y su «amigo» tal vez se encontrarían. Quería pillarlos in fraganti. Pero no se presentó nadie, así que metí el coche en el garaje y entré en casa.

—Y si se hubiera presentado, ¿qué ibas a hacer exactamente?

—¿Hacer? Hum, no sé. Probablemente partirle la cara.

—¿Y después, qué?, ¿confesarle a Pam tu propia infidelidad y dejar que te partiera la cara a ti?

—Mira, tú me has preguntado y yo te he respondido. No necesito un sermón, ¿de acuerdo?

Algo había en sus explicaciones que a Sean no le acababa de convencer.

—Tu casa está al final de un largo sendero bordeado de árboles. ¿Desde dónde estabas vigilando?

—El sendero describe una curva y luego se abre un claro entre los árboles, al este de la parcela. Desde allí tienes una perspectiva clara de la entrada y de la puerta lateral del garaje.

—Era de noche y estaba oscuro.

—Tenía unos prismáticos en el coche.

—¿Por casualidad?

—Está bien, los compré ex profeso.

—Mientras vigilabas tu propia casa, ¿no viste por los alrededores a ningún extraño?

—No, no había nadie.

—Obviamente había alguien, Tuck. No estaban en el interior de la casa mientras tú permanecías fuera, porque seguramente habrías oído gritos. Ellos tenían montado un dispositivo de vigilancia antes de dar el golpe, te identificaron en el acto y esperaron a que entraras para ponerse en marcha.

—Pero yo los habría visto, Sean.

—No, nada de eso. Es evidente que sabían lo que se hacían. Y es evidente que tú no —añadió.

—Mierda —gruñó Tuck.

—¿Qué fue lo que oíste en esas conversaciones telefónicas? Con todo el detalle posible.

—Hubo dos llamadas. En una de ellas, descolgué por causalidad al mismo tiempo que Pam. Oí la voz de un tipo. Dijo algo así como: «Quiero que nos veamos. Y pronto». Pam quería retrasarlo. No oí nada más, porque me puse nervioso y colgué.

—¿Y la otra vez?

—Estaba pasando por delante del dormitorio. Ella debía de creer que ya había salido, pero me olvidé el maletín y volví a subir desde el garaje. Hablaba en voz baja, pero la oí decir que yo salía de viaje en un par de días y que podían verse entonces.

—¿Y qué ocurrió?

—Fingí que me iba de viaje. Cambié el vuelo y la seguí. Fue a un café que quedaba a media hora de casa.

—¿Viste al tipo?

—Sí.

—¿Color de pelo, complexión, raza, edad?

—Un tipo fornido. De tu estatura más o menos. Lo sé porque se puso de pie cuando ella entró. Raza blanca, pelo corto y oscuro con algunas canas. Unos cincuenta tal vez. De aspecto muy profesional.

—¿Qué hiciste?

—Esperé en el coche una media hora. Luego Pam salió y yo me largué.

—¿Por qué no esperaste al tipo y le plantaste cara?

—Te lo he dicho, era muy fornido.

—¿Solo por eso?

Silencio.

—¡Tuck, responde!

—Está bien, está bien. Iba trajeado. Los vi examinando unos papeles. No se hicieron ninguna carantoña. Así que de golpe empecé a pensar…

—¿Qué?, ¿que tal vez no era su amante? ¿Que tal vez era un abogado y que Pam estaba pensando en divorciarse de ti?

—O que era detective privado como tú y que ella lo había contratado para seguirme.

«Por eso probablemente quería verme Pam».

—Un momento. Si creías eso, ¿por qué volviste antes de Florida, la noche en que mataron a Pam? Has dicho que querías pillarlos in fraganti, quizá partirle la cara al tipo. Pero ahora acabas de reconocer que te largaste sin esperar a que saliera del café porque era un grandullón. Y también has reconocido que habías empezado a pensar que no era su amante, sino acaso un detective. Basta de chorradas. Quiero la verdad.

—Es que me da vergüenza, Sean.

—Tuck, ¿quieres recuperar a Willa?

—¡Por supuesto!

—Pues olvídate de la vergüenza y dime la verdad.

Tuck soltó de golpe:

—Pensé que si pillaba al tipo saliendo de casa, podía interceptarlo y tal vez sobornarlo.

—¿Por qué?

—Por la misma razón por la que Dawson hizo lo que hizo, obviamente. Si Pam descubría mi aventura y todo salía a la luz, el contrato se iría a la mierda. No podía permitirlo, Sean. Me había dejado la piel en ese proyecto. Significaba mucho.

Sean tenía cada vez más ganas de atravesar la niebla de señales digitales y derribar a Tuck Dutton de un puñetazo.

—Bueno, obviamente significaba más para ti que tu matrimonio. ¿Y ese cuento que me largasteis tú y Jane en el hospital? ¿Que tu socio trataba de forzarte a vender porque necesitabas dinero? ¡Todo chorradas!

—No era estrictamente la verdad, no.

—¿Jane sabía que no era verdad?

—Ella trataba de protegerme, Sean. Como siempre ha hecho. Y yo no paro de defraudarla.

—Escucha, ¿no crees que Pam podría tener algo anotado que nos ayude a localizar al tipo? O tal vez su tarjeta profesional, si era un abogado o un detective.

—¿Para qué? Él no tiene nada que ver con Willa ni con lo que le ocurrió a Pam. El ataque ha de estar relacionado más bien con mi historia con Cassandra.

—Tuck, ¿quieres sacar los sesos de la bragueta y volver a metértelos en la cabeza un puto segundo? La idea de que el ataque ha de estar relacionado con tu historia con Cassandra es solo una teoría, y muy poco plausible. Piénsalo, ¿de acuerdo? ¿Por qué matar a tu esposa y secuestrar a Willa por un contrato con el Gobierno? Dawson ya estaba decidido a joderte aprovechando el asunto Cassandra. ¿Para qué iba a cometer un acto criminal? ¿Hay algún otro competidor dispuesto a arriesgarse a una condena a muerte por ese contrato?

—Bueno, no; la verdad es que no. El mundo de los contratos gubernamentales es brutal, pero no tanto.

—Muy bien, gracias por usar la lógica. Otra posibilidad es que ese tipo estuviera relacionado con la desaparición de Willa y la muerte de Pam, y no tuviese nada que ver con tus líos.

—Pero ¿qué sentido tendría? ¿Por qué iba a llamar a Pam y a quedar con ella, si pensaba hacer algo así?

—¿No has oído hablar nunca de encuentros concertados con falsos pretextos para sacar información confidencial? Los que trabajáis en contratos gubernamentales parecéis haberlo convertido en un arte.

Tuck respondió lentamente.

—Ah, bueno. Ya entiendo por dónde vas.

—¿Le contaste al FBI algo de esto? ¿Sobre Cassandra y ese tipo al que viste con Pam?

—Por supuesto que no. Un momento… ¿debería?

—A mí no me lo preguntes, no soy tu asesor legal. Y cuando vuelva a la ciudad, tú y yo vamos a aclarar algunas cosas con tu hermana.

—¿Cuando vuelvas, dices? ¿Dónde estás?

—En Tennessee.

—¿Por qué?

—Un funeral.

—Dios mío, acabo de acordarme. Enterraremos a Pam el viernes. Jane se ha encargado de todos los preparativos.

—Me lo imagino.

—¿Habrás vuelto para entonces?

—Sí, habré vuelto. Pero ¿sabes qué, Tuck?

—¿Qué?

—Estaré allí por Pam, ¡no por ti! Ah, y ya que estamos tan sinceros, dime una cosa: ¿Willa era adoptada?

—¿Cómo? —Tuck sonó consternado.

—La autopsia ha confirmado que Pam solo tenía dos incisiones de cesárea y que no podía dar a luz normalmente. Tuvisteis tres hijos, así que… ¿cuál de ellos era? ¿Willa?

Tuck colgó el teléfono.

—Gracias por la respuesta —se dijo Sean a sí mismo.