—Te podrías haber matado —rezongó Quarry, sentándose frente a Willa, ya de vuelta en su celda.
—Soy una presa, y los presos han de tratar de escapar —le replicó ella—. Es su deber. O sea, todo el mundo lo sabe.
Quarry tamborileó sobre la mesa con sus largos y recios dedos. Le había confiscado a Willa sus ganzúas, así como toda la comida en lata. También había hecho que Daryl y Carlos instalaran un dispositivo de seguridad adicional en la puerta.
—¿Quién es Diane? —preguntó Willa.
—Una mujer —dijo Quarry, cortante.
—Eso ya lo sé. ¿Por qué está aquí?
—No es asunto tuyo —replicó él.
Se levantó para marcharse.
—Por cierto, gracias.
Quarry se volvió, sorprendido.
—¿Por qué?
—Me ha salvado la vida. De no ser por usted, ahora estaría en el fondo de ese barranco.
—De nada. Pero no vuelvas a intentar nada parecido.
—¿Puedo volver a ver a Diane?
—Tal vez.
—¿Cuándo?
—No lo sé.
—¿Por qué no lo sabe? Es una petición muy sencilla.
—¿Por qué te empeñas en hacer tantas preguntas cuando yo no te contesto ninguna? —dijo Quarry, exasperado e intrigado a partes iguales por la tenacidad de la niña.
—Porque no pierdo la esperanza de que algún día empiece a responderlas —dijo ella alegremente.
—No había conocido a ninguna niña como tú. Mejor dicho, sí. Me recuerdas a alguien.
—¿A quién?
—A alguien.
Quarry cerró la puerta y volvió a colocar el grueso tablón por la parte de fuera. Aunque Willa se las arreglase otra vez para forzar la cerradura, no podría abrir la puerta.
Mientras caminaba, se sacó del bolsillo unos volantes de papel. Esos papeles eran el motivo de que hubiera venido hoy con la avioneta. Llegó a la puerta y llamó.
—¿Quién es? —dijo Diane con voz temblorosa.
—Tengo que hablar con usted —dijo a través de la puerta—. ¿Está visible? ¿Se ha aseado después de su excursioncita?
—Sí.
Abrió con la llave y entró.
Igual que en la habitación de Willa, había un catre, una mesita, un farol, un lavabo portátil, agua y jabón para bañarse y algunas prendas. Diane se había cambiado la ropa que llevaba durante el intento de huida y se había puesto una blusa blanca y otros pantalones.
Quarry cerró la puerta a su espalda.
—Acabo de hablar con Willa.
—Por favor, no le haga daño por lo que ha hecho.
—No pienso hacerle daño. —Y añadió con tono lúgubre—: A menos que vuelvan a tramar las dos algo parecido. Es imposible escapar de aquí aunque salgan de la mina.
—Diga, ¿por qué hace todo esto?
Él se sentó a la mesa y le tendió los volantes de papel.
—Aquí está el motivo. —Señaló la otra silla—. ¿Quiere sentarse?
—Quiero irme a casa.
—Tiene que ver estos papeles.
Armándose de valor, Wohl se acercó unos pasos.
—Si lo hago, ¿me soltará?
Su voz era suplicante y sus ojos se fueron llenando de lágrimas. Era como si necesitara desesperadamente que él le permitiera albergar alguna esperanza de liberación.
—Bueno, no voy a mantenerla aquí mucho tiempo, eso seguro.
—¿Por qué me trajo aquí? ¿Y a Willa?
—Las necesitaba a ambas —dijo Quarry simplemente—. Nada de lo que debía hacer podía realizarse sin ustedes. —Alzó los papeles—. Envié la sangre que le extraje a un centro donde se hacen montones de análisis de ese tipo. De ADN. Podría haber tomado una muestra del interior de su mejilla, pero mis lecturas sobre el tema me convencieron de que trabajar con la sangre era igual de eficaz, si no mejor. No quería cometer ningún error.
—¿ADN?
—Sí. Como las huellas dactilares, solo que todavía mejor. Ahora las usan continuamente para sacar del corredor de la muerte a tipos que eran inocentes.
—Yo no he cometido ningún crimen.
—Nunca he dicho lo contrario. —Examinó los volantes de papel, leyendo en silencio los resultados una vez más—. Pero usted dio a luz a una niña hace doce años. Dio a luz, pero la abandonó. ¿Le ha gustado verla hoy de nuevo?
Diane se quedó totalmente lívida.
—¿Qué está diciendo?
—Willa es su hija. Willa Dutton, se llama ahora. Acaba de celebrar sus doce años. El nombre de su madre es Pam Dutton. Es decir, de su madre adoptiva. Hice analizar también la sangre de la señora Dutton por si la de usted no coincidía. Pero sí coincidía. Y también la de Willa. Usted es sin duda su madre.
—Imposible —dijo ella débilmente, casi incapaz de articular.
—Usted se quedó embarazada, tuvo el bebé y luego los Dutton lo adoptaron. —Agitó los papeles en el aire—. El ADN no engaña, señora.
—¿Por qué hace todo esto? —murmuró Diane, llena de pavor.
—Tengo mis motivos. —Se puso de pie—. ¿Le gustaría volver a ver a su hija?
Wohl apoyó una mano en la mesa para sostenerse.
—¿Cómo? —jadeó.
—Sé que acaban de conocerse, pero he pensado que tal vez desearía volver a verla, ahora que lo sabe.
Ella miró los papeles.
—No le creo.
Él se los acercó por encima de la mesa.
—Hice que me lo pusieran en un lenguaje sencillo que pudiera comprender una persona como yo. Los resultados de encima son los de Willa. Los de debajo, los suyos. Lea la última línea.
Wohl tomó los papeles y los leyó muy despacio.
—Noventa y nueve coma nueve por ciento de coincidencia entre madre e hija —dijo inexpresivamente.
Arrojó los papeles al suelo.
—¿Quién es usted? —gritó.
—Es una larga historia y no tengo intención de explicársela. ¿Desea ver a la niña, sí o no?
Wohl mecía la cabeza adelante y atrás.
Quarry la observó con una curiosa mezcla de comprensión y repugnancia.
—Habría podido quedarse la criatura. Supongo que entiendo por qué no lo hizo. Aunque eso no significa que esté de acuerdo. Los niños son algo precioso. Hay que aferrarse a ellos. Yo aprendí esa lección de la peor manera.
Ella se irguió.
—No sé quién es usted ni qué quiere, pero no tiene ningún derecho a juzgarme.
—Si me dedicara a juzgar, quizá ya estaría muerta.
Este comentario hizo que la mujer se desplomara de rodillas, hecha un ovillo, y empezara a sollozar.
Quarry se agachó, recogió del suelo los informes de ADN y se quedó mirándola.
—Última oportunidad para ver a la niña —dijo.
Pasó un minuto. Finalmente, Wohl musitó:
—¿Es… necesario que ella me vea?
—Señora, ustedes ya se han conocido.
—Pero yo no sabía que era mi hija —replicó Wohl. Luego añadió, más calmada—: No sabía… que yo era su madre.
—Ya, eso lo comprendo.
A Diane se le ocurrió una idea de golpe.
—¡Dios mío! ¿Ella sabe que soy su madre?
—No. No vi ningún motivo para decírselo. Puesto que usted no ha sido quien la ha criado.
—¿Conoce a esa Pam Dutton?
—No la he visto nunca.
—Pero… ¿sabe si ha sido buena con Willa?
—¿Me está diciendo que usted no conocía a la mujer antes de entregarle a su hija?
—La cosa no fue así. Yo no tenía elección.
—Todo el mundo tiene elección.
—¿Puedo verla sin que ella me vea?
—Sí, hay un modo. Si está dispuesta.
Wohl se incorporó sobre sus piernas vacilantes.
—Me gustaría verla. —Estas palabras sonaron en cierta medida como una confesión de culpabilidad.
—Deme un par de minutos.
Diane se adelantó bruscamente y lo agarró del brazo.
—¿No irá a hacerle ningún daño?
Quarry se zafó lentamente de sus dedos.
—Vuelvo enseguida.
Reapareció a los cinco minutos y le sostuvo la puerta abierta. Ella la miró con aprensión, como temiendo que si la cruzaba ya no regresaría más.
Quarry lo captó.
—Le doy mi palabra: la llevaré a ver a la niña y volveré a traerla aquí.
—¿Y luego?
—Luego habrá que ver. No puedo prometerle más.