18

Una hora después, entraron en el parking de un edificio de dos pisos situado en una zona de oficinas de Loudon County.

—¿Cómo sabías dónde trabajaba? —preguntó Michelle.

—Soy amigo de la familia. —Hizo una pausa—. Y birlé una tarjeta del dormitorio de Tuck.

—Así que uno de los hijos no era de Pam… Pero ¿cuál?

—Ella era pelirroja, Tuck es rubio. Willa tiene un pelo extraordinariamente oscuro. Los otros dos son muy rubios.

—Así pues, aunque se trate de un gen recesivo, tal vez lo del pelo rojo era un dato pertinente.

—Y de interés.

Entraron y se acercaron al mostrador de recepción.

—Mi nombre es Sean King y esta es mi compañera, Michelle Maxwell. Representamos a Tuck Dutton en este desgraciado asunto de su familia.

La recepcionista, una joven de pelo castaño corto y grandes ojos tristones, dijo:

—Oh, Dios, ya lo sé. Nos hemos enterado. Es horrible. ¿Cómo se encuentra él?

—No muy bien, de hecho. Nos ha pedido que viniéramos a su despacho a recoger algunas cosas.

—Espero que no esté inquieto por el trabajo en un momento como este.

Sean se inclinó hacia ella.

—Yo creo que es lo único que lo mantiene en pie. Venimos directamente del hospital.

—¿Y dice que ustedes lo representan? —dijo la mujer lentamente—. ¿Son abogados?

Sean le mostró sus credenciales.

—Investigadores privados. Estamos trabajando para averiguar quién lo ha hecho y también para rescatar a Willa.

—Dios mío, les deseo buena suerte. Willa vino por aquí varias veces. Qué niña más espabilada.

—Totalmente de acuerdo —dijo Michelle—. Y en los casos de secuestro, el tiempo es esencial. Por eso quería Tuck que viéramos si alguno de los asuntos en los que estaba trabajando podría tener relación con el caso.

Ella parecía incómoda.

—Ah, ya veo. Bueno, muchos de los asuntos en los que trabaja el señor Dutton son, en fin, confidenciales. Ya me entienden, temas de patentes y demás.

Sean sonrió.

—Lo entiendo perfectamente. Él mismo nos lo dijo. ¿No habrá alguien aquí que pueda ayudarnos?

La mujer sonrió, obviamente aliviada ante la perspectiva de pasarle el problema a otro.

—Por supuesto. Déjeme llamar al señor Hilal.

Descolgó el teléfono y unos minutos después apareció en el vestíbulo un hombre alto, delgado y medio calvo, de unos cuarenta y tantos años.

—Soy David Hilal. ¿En qué puedo ayudarles?

Sean le explicó el motivo de su visita.

—Ya veo. —Hilal se frotó la barbilla—. Vengan conmigo.

Lo siguieron a su despacho. Él cerró la puerta y tomó asiento frente a ellos.

—¿Cómo está Tuck?

—Físicamente, se recuperará —respondió Sean—. La parte emocional ya es otra cosa.

—Qué horrible. No podía creerlo cuando me enteré.

—Sé que su empresa está metida en proyectos muy delicados de biodefensa. Tuck nos explicó que se encuentran en plena negociación para obtener un gran contrato en esta materia.

—Así es. Somos una de las compañías subcontratadas de la propuesta presentada al Gobierno. Si nos dan el proyecto, será importantísimo para nosotros. Varios años de trabajo. Tuck estaba dedicando mucho tiempo al asunto. Como todos nosotros.

—¿Por eso estaba en Jacksonville el día de autos?

—Así… es —dijo Hilal, titubeando.

—¿Fue así o no? —dijo Michelle.

Hilal parecía incómodo.

—Esta empresa realmente es de Tuck. Yo solo soy su socio.

—Nosotros trabajamos con Tuck —le dijo Sean—. Solo queremos descubrir la verdad. Averiguar quién mató a Pam Dutton. Y encontrar a Willa. Doy por supuesto que Tuck también lo quiere.

—Esto es muy incómodo —dijo Hilal—. Quiero decir, no es de mi incumbencia.

Michelle se echó hacia delante y dio unos golpecitos con el dedo en el escritorio.

—Estamos hablando de la vida de una niña pequeña.

Hilal se desplomó en su silla.

—Vale. Creo que Tuck estaba con alguien en Jacksonville.

—¿Con alguien? Él dijo que había ido a la oficina que tiene la empresa allí para trabajar en el proyecto. ¿No es así?

—No. Tenemos un despacho allí, es cierto. Pero con una sola persona. Una mujer.

Sean y Michelle se miraron.

—¿Tiene nombre esa mujer? —preguntó él.

—Cassandra. Cassandra Mallory. Ella estaba trabajando en la propuesta. La contratamos hace seis meses. Tiene contactos increíbles en el departamento de Seguridad Nacional. Mucha gente deseaba ficharla.

—¿Porque podía ayudarles a conseguir contratos?

—Las agencias del gobierno funcionan como cualquier empresa. Los contratos se obtienen mediante relaciones y confianza. A los altos cargos de la administración les gusta la familiaridad, saber que pisan terreno conocido. El hecho de que Cassandra forme parte de la propuesta nos ayuda enormemente.

—Y Tuck estaba allí con ella. ¿De un modo que iba más allá de lo estrictamente profesional, quiere decir?

—Cassandra es una mujer muy atractiva. Muy brillante. Rubia, bronceada. Le gusta llevar minifalda —añadió, incómodo—. Los dos hicieron muy buenas migas enseguida. Ella no dominaba tanto el lado técnico como las ventas. Y esa mujer sabe vender, vaya que sí. Prácticamente cualquier cosa.

Sean se echó hacia delante.

—¿Tenía Tuck una aventura con ella?

—Si me pregunta si tengo alguna prueba, la respuesta es que no. Son solo pequeños detalles. Como el hecho de que él viajase allí tan a menudo. Cosas que he oído.

—¿Nada concreto, dice? —preguntó Michelle.

—Hubo varios cargos de la tarjeta de crédito que llegaron hace más o menos un mes. Yo vengo a ser aquí el jefe financiero de un modo extraoficial. Reviso las facturas, firmo los cheques.

—¿En qué consistían esos cargos?

—Había algo raro en los gastos de Tuck allí, simplemente.

—¿Flores, dulces, lencería para la sexy Cassandra? —preguntó Michelle.

—No, me ha entendido mal. No era lo que había gastado, sino lo que no había gastado.

—No le sigo —dijo Sean.

—No tenía ningún gasto de hotel en la tarjeta de la empresa.

Sean y Michelle volvieron a mirarse.

—Tal vez utilizó otra tarjeta de crédito —apuntó Michelle.

—Él siempre utiliza la tarjeta de la empresa. Cuando trabajas en contratos gubernamentales has de ser muy meticuloso con los gastos. Nosotros solo utilizamos esa tarjeta para temas de trabajo. Además, Tuck obtiene con ella todos sus puntos. La utiliza para sacar los billetes de avión y obtener ventajas de vuelo. Todos hacemos lo mismo. —Hilal se apresuró a concluir—. En Jacksonville él siempre se aloja en el mismo sitio. Un hotel bonito, pero no muy caro. Y obtiene todos los puntos y beneficios adicionales con esa cadena de hoteles. Pero esa vez pasó tres noches allí y no figuraban gastos de hotel en su tarjeta.

—¿Cassandra tiene una casa en Jacksonville?

—Un apartamento frente al mar. Dicen que muy bonito —añadió rápidamente.

—¿Y no había ninguna otra persona con la que Tuck hubiera podido alojarse?

—Él no conocía a nadie en la ciudad. El único motivo por el que abrimos esa oficina fue que Cassandra vivía allí y no quería trasladarse ni trabajar fuera de casa. Creo que había alguna cláusula en los documentos de su bloque de apartamentos que excluía esa posibilidad. Además, Jacksonville es importante en temas de defensa y tal vez podía interesarnos buscar otro proyecto allí. Así que tenía sentido poner un pie en la zona.

Sean se arrellanó en su silla.

—¿Qué pensó realmente cuando se enteró de lo sucedido con su familia? —preguntó—. Sinceramente.

Hilal dejó escapar un largo suspiro.

—No es un secreto que él y Pam no eran la pareja más unida del mundo. Él llevaba la empresa y ella mantenía el hogar y se ocupaba de los niños. Ahora, ¿asesinar a su esposa y secuestrar a su propia hija? Tuck no es un santo, pero no me lo imagino haciendo una cosa así.

—¿Cree que Pam albergaba alguna sospecha?

—Francamente, no lo sé. Yo no tenía mucha relación con ella.

—Si él deseaba romper su matrimonio, hay maneras más sencillas de hacerlo —señaló Michelle.

—Exacto. ¿Por qué no se divorció de ella? —preguntó Sean.

Hilal tamborileó con los dedos sobre el escritorio.

—Eso habría resultado problemático.

—¿En qué sentido?

—Ya he explicado que contratamos a Cassandra hace cosa de seis meses. Antes había estado trabajando para el departamento de Seguridad Nacional, en la sección de contratos. Es la misma agencia de la que esperamos obtener ahora el contrato. A eso me refería cuando he dicho que ella tenía unos contactos extraordinarios.

—Es decir, si Tuck intentaba divorciarse de Pam, ¿la aventura podía llegar a hacerse pública?

—A los altos funcionarios, cuando se trata de contratos gubernamentales, no les gusta siquiera la apariencia de un conflicto de intereses. Si el contratista principal que nos subcontrata a nosotros descubriera que hay una aventura con una antigua empleada del departamento de Seguridad Nacional, podríamos tener un grave problema. Quizá no tanto como para romper la relación, en circunstancias normales. Pero estas no lo son.

—¿Qué quiere decir?

—Tuck es cuñado del presidente. Ya está todo el mundo algo nervioso con la apariencia de trato preferente que ello puede dar. Y el gobierno podría creer que había algo sospechoso entre ambos incluso antes de que ella dejara la agencia; y quizás empezase a investigar los contratos anteriores que nos otorgaron. La cosa puede complicarse muy deprisa. Ya es bastante difícil de por sí ganar este tipo de concursos públicos. La competencia se lanzaría a explotar cualquier metedura de pata.

—¿Se da cuenta de que acaba de trazar un escenario muy plausible para que Tuck lo hubiera orquestado todo? —dijo Sean.

—Sigo creyendo que él no habría sido capaz de hacerle algo semejante a su familia.

Sean le dirigió a Michelle una mirada sutil que ella tradujo de inmediato.

—Tenemos algunas preguntas más que hacerle, señor Hilal, pero… ¿no tendrán café por aquí? A usted tampoco le vendría mal una taza, me parece.

Hilal se levantó.

—Desde luego que no. —Miró a Sean—. ¿Quiere uno también?

—No, pero si puede indicarme dónde está el baño…

Hilal los guio por el pasillo y le señaló a Sean el baño mientras él y Michelle se dirigían a la sala de descanso.

En lugar de meterse en el lavabo, Sean volvió sobre sus pasos y se deslizó en el despacho que quedaba dos puertas más allá de la oficina de Hilal. La guarida de Tuck Dutton; había visto el rótulo con su nombre al entrar.

Era un despacho espacioso, pero muy desordenado. Hablaba claramente de alguien que hacía malabarismos con muchas cosas a la vez. Sean no perdió el tiempo y se fue directamente al ordenador que había en el escritorio. Se sacó del bolsillo un lápiz USB que llevaba cargado un programa exclusivo de las fuerzas de seguridad, capaz de apoderarse de un ordenador y de extraer pruebas forenses sin necesidad de desconectarlo. Sean había conseguido escamoteárselo a un amigo del FBI.

Lo insertó en la rendija del teclado, hizo unas maniobras con el ratón y el programa del lápiz se descargó en la pantalla. El software para descifrar la contraseña que tenía incorporado el USB requeriría algo de tiempo, así que decidió buscar un atajo. Tuvo que hacer varios intentos antes de que se le ocurriera.

Tecleó el nombre «Cassandra». Nada. Probó «Cassandra1».

El sistema se desbloqueó. A Sean le bastaron unos comandos para que el software empezara a descargar en el lápiz una selección de los archivos del disco duro de Tuck Dutton.