El vuelo de United Airlines que había tomado Tuck Dutton no había llegado con retraso. De hecho, había llegado veinte minutos antes de lo previsto debido a una maniobra directa de aproximación a Dulles y a un recorrido de salida expeditivo en el aeropuerto de Jacksonville.
—Así que tuvo al menos cincuenta minutos libres —dijo Michelle— y no treinta. Tal vez más de una hora.
Estaban sentados, a la mañana siguiente, ante una taza de café, en un local de la calle Reston situado cerca de su oficina. Para quitarse de encima a la prensa, Sean había hecho una declaración que no desvelaba gran cosa, pero que bastó para darles un respiro. De todos modos, no habían vuelto a la oficina y se habían instalado en un hotel, por si los periodistas sentían el impulso de volver al ataque.
—En efecto.
—¿Tú crees que él estaba en el ajo?
—Si lo estaba, ¿por qué no mantenerse al margen? ¿Por qué regresar y hacer que le machacasen la cabeza?
—Para alejar cualquier sospecha.
—¿Y el motivo?
—Los maridos matan a sus esposas con asombrosa regularidad —dijo Michelle—. Es el único motivo que necesito, por mi parte, para no pasar jamás por la vicaría.
—¿Y Willa?
Michelle se encogió de hombros.
—Quizá sea parte del plan. Secuestrar a Willa y dejar que aparezca luego sana y salva.
—Todo eso costaría dinero. Debe de haber registro de ello.
—Estaría bien echar un vistazo a las finanzas de Tuck —apuntó Michelle.
—Yo sé dónde está su despacho.
—¿Vamos?
—Después de ver a la forense. He hablado con ella. Acaba de terminar la autopsia de Pam Dutton.
—¿Así que conoces a esa doctora?
—Soy un tipo con don de gentes.
—Es lo que más miedo me da.
Lori Magoulas, de unos cuarenta y cinco años, era baja y fornida. El pelo, teñido de rubio, lo llevaba en una coleta. Cuando Sean le hubo presentado a Michelle, comentó:
—Me ha sorprendido volver a saber de ti, Sean. Pensaba que habías ido a perderte a ese lago tuyo.
—El D. C. es así de irresistible, Lori.
Ella lo miró con expresión escéptica.
—Ya. Yo me muero de ganas de largarme de aquí y encontrar mi propio lago.
Los guio por el pasillo hasta una sala de baldosas blancas, donde varios forenses con holgado traje verde se inclinaban sobre los cadáveres. Se detuvieron ante la mesa de acero inoxidable en la que yacía el cuerpo de Pam Dutton, marcado con el corte en la garganta y con la incisión en «Y» que Magoulas le había practicado.
—¿Qué has descubierto?
—Gozaba de buena salud. Habría tenido probablemente una larga vida de no ser por esto —dijo, señalando el cuello rajado.
—¿Qué me dices de los niveles de sangre?
Magoulas tecleó en un portátil situado en un escritorio junto a la mesa y examinó las cifras que aparecían en pantalla.
—Según mis cálculos, y contando la sangre derramada en la alfombra y las ropas, le falta medio litro.
—¿Se supone que se la llevaron ellos?
—La herida seccionó la vaina carotídea, y abrió la arteria carótida común y la yugular izquierda. Debió de desangrarse en pocos minutos.
—¿Cuál es tu hipótesis sobre lo sucedido? —preguntó Michelle.
—A juzgar por el ángulo de la cuchillada y por los restos que tenía bajo las uñas, yo diría que la sujetaron por detrás y le cortaron la garganta. Es posible que ella echara las manos hacia atrás y que arañara en la cara a su agresor. Hemos encontrado una cantidad considerable de tejido y sangre bajo sus cutículas. Debió de desgarrar al tipo a base de bien. Lo cual seguramente no contribuyó a calmarlo.
—¿Seguro que era un hombre? —dijo Sean, arrancándole a Michelle una mirada ceñuda.
—Hemos encontrado pelos de barba incipiente entre los tejidos y la sangre.
—Era solo para confirmarlo —le dijo Sean a su compañera.
—Si la yugular y la carótida izquierda resultaron seccionadas, lo más probable es que el atacante fuese diestro, dado que la acuchilló por detrás —dijo Michelle.
—Exacto. —Magoulas tomó un frasco de plástico. En su interior había varias hebras de tejido negro—. Encontramos varios hilos de estos bajo las uñas del pulgar derecho y del índice izquierdo de la víctima, y otro más enredado en su pelo.
Michelle los observó guiñando los ojos.
—Parece nylon.
—¿Un antifaz? —apuntó Sean.
—El tipo al que yo vi llevaba un pasamontañas —dijo Michelle—. Pam echa las manos hacia atrás, le araña en la cara y se queda con varios hilos de nylon bajo las uñas.
—¿Viste algo más? —preguntó Magoulas.
—No, la verdad. Soy bastante observadora, pero el tipo me estaba disparando con una MP5. Solo le faltaron unos centímetros para acribillarme a mí, y no al tronco de un árbol. Yo decidí que era más sensato mantenerme viva que obtener una identificación del agresor.
Magoulas la miró con los ojos muy abiertos.
—Lo encuentro lógico.
—¿Algún dato sobre las letras de los brazos? —preguntó Sean, señalándolas. Ahora costaba más distinguirlas debido a la decoloración de la piel putrefacta. Como si la carne en descomposición absorbiera la tinta del rotulador permanente. Más que letras, parecían una dolencia dermatológica o los símbolos de un sistema demencial de catalogación humana.
—Soy patóloga, no experta en lingüística. Se trata de tinta negra, seguramente de un rotulador de punta gruesa. La escritura, toda en mayúsculas, no indica una gran destreza caligráfica en mi humilde opinión. Yo hablo español con fluidez, pero esto no es español. Ni ninguna otra lengua romance. Ni tampoco chino o ruso, obviamente. No utiliza esos alfabetos.
—¿Tal vez una lengua tribal africana? —apuntó Sean.
—Pero como en el caso del chino y el ruso —dijo Michelle—, no creo que utilizasen el alfabeto inglés. Tal vez se trate solo de un galimatías para despistarnos.
—Está bien. ¿Algún otro dato de interés? —preguntó Sean.
—Sí. Esta mujer tenía el pelo de un rojo increíble. He diseccionado a muchos pelirrojos, pero esta se lleva la palma. Casi he necesitado gafas de sol para hacer la autopsia.
—¿Y en qué afecta eso a la investigación? —dijo Michelle.
—Él me ha pedido un dato interesante, no pertinente. —Y añadió sonriendo—: Los forenses también hemos de relajarnos de vez en cuando. Si no, sería muy deprimente.
—De acuerdo —dijo Sean—. Te acepto la distinción. ¿Algún dato pertinente?
—La mujer tenía hijos.
—Lo sabemos.
—Dos incisiones de cesárea. —Señaló las cicatrices de las suturas en el vientre de Pam. Parecían cremalleras casi borradas.
—Y el tercero vaginalmente —añadió Sean.
—Imposible —replicó Magoulas.
—¿Cómo? —exclamó Sean.
—El examen visual ya mostraba que los huesos de su pelvis estaban configurados de modo inusual y que su canal del parto era anormalmente estrecho. La placa de rayos X confirmó esa conclusión. Y aunque resulta difícil asegurarlo mediante la autopsia, parece que había sufrido una disfunción de la articulación sacroilíaca; probablemente, de nacimiento. En resumen, ningún obstetra-ginecólogo se habría decantado con esta mujer por la vía vaginal a menos que quisiera perder su seguro de mala práctica. Demasiado arriesgado. Tendría que haber dado a luz exclusivamente por cesárea.
Miró a Sean y Michelle, que tenían los ojos fijos en el vientre remendado de Pam Dutton, como si las respuestas que ansiaban fuesen a salir flotando de allí.
—¿Es un dato pertinente? —preguntó Magoulas con curiosidad.
Sean apartó por fin la mirada de las viejas cicatrices quirúrgicas y de la incisión más reciente de la autopsia.
—Podría decirse que es de interés.