15

Waters los recibió en la puerta principal. Era bastante obvio que al agente del FBI lo habían atado en corto y que la correa no le gustaba lo que se dice nada. Hizo que se calzaran unos zuecos y les explicó que debían pisar solo donde él pisara. Se notaba que hacía un gran esfuerzo para parecer educado, pero todo le salía como un gruñido.

—Debe de ser agradable tener amigos en las alturas —comentó, mientras subían a las habitaciones por la escalera, tras pasar junto a la silueta del cadáver de Pam Dutton pintada en la alfombra de la sala.

—Debería probarlo. Aunque, claro, primero habría de superar ese gran desafío llamado «hacer amigos» —le espetó Michelle. Sean le dio un codazo mientras se detenían frente a la puerta de una de las habitaciones. Waters la abrió. Sean y Michelle la recorrieron con la vista desde el umbral.

Era la habitación de Willa, la que habían visto vacía cuando ellos habían registrado la casa. Una habitación pulcra y limpia, con estanterías llenas de libros y un delgado Mac plateado sobre el escritorio. Las palabras «Territorio Willa» figuraban escritas en una pared que era, de hecho, una pizarra negra.

—John Dutton dice que cree que Willa estaba abajo con su madre cuando ocurrió todo. Pero Colleen ha dicho que le pareció oír a Willa en la escalera —dijo Sean.

—Lo mismo nos contaron a nosotros —dijo Waters secamente.

—¿Cuál de ambas versiones diría que es la correcta?

—Si atacaron a Willa en la escalera, no ha quedado ni rastro. Lo que la niña podría haber oído en la escalera son los pasos de los secuestradores.

—¿Alguna señal de que forzasen la entrada?

—Creemos que accedieron por la puerta trasera. No estaba cerrada. Hay una escalera detrás que sube desde allí al piso superior. —Señaló a la izquierda—. Al fondo de ese pasillo.

—¿Así que la idea es que los agresores entraron por esa puerta abierta de la parte trasera y recorrieron las habitaciones, una a una, de atrás hacia delante? —dijo Michelle.

—Drogaron a Colleen y luego a John, noquearon a Tuck y finalmente mataron a Pam y se llevaron a Willa —remató Sean.

—Esa es una teoría —dijo Waters.

—¿Por qué no drogar también a Tuck? Nos ha dicho que abrió la puerta de la habitación y recibió un golpe.

—Es un adulto, no un niño. Tal vez no querían arriesgarse con esa droga. Darle en la cabeza era más seguro.

—¿Qué droga utilizaron?

—Los forenses tomaron muestras de los residuos que los niños tenían en la cara. Según parece, se trataba de un anestésico general en líquido.

—Y de acuerdo con su teoría —dijo Sean—, ¿Willa era la víctima prevista desde un principio?

—No necesariamente. Es posible que tropezaran primero con ella y la agarraran sin más. Pam Dutton entra en la habitación, ve lo que sucede y empieza a luchar para proteger a su hija. Una reacción natural. Ellos la matan y se llevan a la niña.

Sean meneó la cabeza.

—Pero la sala está en la parte delantera de la casa. Si entraron por detrás como usted cree y fueron recorriendo las habitaciones, habrían tropezado primero con Tuck, luego con John, después con la habitación de Willa y finalmente con Colleen. Y solo entonces habrían llegado a la parte de delante. Y si Willa hubiera estado en su cuarto, la habrían encontrado a ella antes que a Colleen. Y no puedo creer que mataran primero a Pam y que después se tomaran la molestia de noquear a Tuck y drogar a los otros niños.

Michelle añadió:

—Cuando nosotros llegamos, oímos un grito. Seguramente el grito de Pam al recibir la cuchillada. Los asesinos ya estaban en la sala. Y Tuck y los niños ya se encontraban inconscientes.

—Así que lo más probable —dijo Sean— es que Willa no estuviera en su habitación en ese momento. Quizás estaba en la sala de estar. Es la mayor, era el día de su cumpleaños; su madre la dejó quedarse hasta más tarde, o la levantó cuando el padre llegó a casa para que pudiera felicitarla.

Michelle volvió a meter baza.

—La madre sale del salón, quizá va un momento a la cocina; Tuck sube las escaleras para cambiarse. Tal vez los otros niños ya están drogados. Noquean a Tuck, bajan corriendo a la sala, atrapan a Willa, la madre vuelve a entrar, ve lo que ocurre, empieza a luchar y ello le cuesta la vida.

—La cuestión —añadió Sean— es que Willa era el objetivo previsto. Ellos ya habían tenido acceso a los otros críos.

Por la expresión de Waters, era evidente que al tipo aún no se le había ocurrido nada de todo aquello. Con todo el aplomo que pudo reunir, se limitó a comentar:

—Es muy pronto todavía.

La cara de Michelle telegrafió la opinión que le merecía aquel comentario. «Patético».

—¿El forense ha dicho cuánta sangre le faltaba a Pam Dutton?

—Más de la que podría atribuirse a la hemorragia de la herida y a la sangre hallada en la alfombra.

—¿Quién es el forense?

—Lori Magoulas. ¿La conoce?

—Me suena su nombre. ¿Alguna idea de por qué se llevaron la sangre?

—Tal vez sean vampiros.

—¿Qué hay de los restos que tenía bajo las uñas?

—Los estamos analizando —replicó secamente.

—¿Huellas? ¿No las había en los tubos?

—Debían de llevar guantes. Eran profesionales.

—No tanto —dijo Sean—. No pudieron controlar a Pam y tuvieron que matarla. Al menos da esa impresión.

—Quizá sí, quizá no —dijo Waters con tono evasivo.

—¿Han encontrado la Toyota Tundra?

—Está registrada a nombre de los Dutton. La encontramos en un bosque a dos kilómetros de aquí. Arrojaron la maldita camioneta a una zanja. Para esconderla, seguramente.

—¿Algún indicio de hacia dónde se dirigieron después?

—Todavía estamos analizando el vehículo. Debían de tener otro en las inmediaciones, pero no hemos encontrado ningún rastro. Estamos peinando la zona por si alguien vio algo. Aún no ha habido suerte. —Le echó un vistazo a Michelle—. ¿Está segura de que eran dos tipos?

—Uno con una metralleta y un conductor. Al conductor lo vi a través del parabrisas. Alto. Era un hombre, sin la menor duda.

Sean consultó su reloj.

—Con el tiempo que lleva desaparecida la niña, y calculando un radio por carretera en todas las direcciones posibles, ya podrían haber cubierto fácilmente miles de kilómetros.

—Con un jet privado, podrían encontrarse en cualquier parte del mundo —añadió Michelle.

—Entiendo que no se ha recibido todavía ningún mensaje pidiendo un rescate, ¿no?

Waters se volvió hacia Sean. Por su expresión, era evidente que la correa que le habían puesto acababa de soltarse.

—¿Sabe?, he hecho averiguaciones sobre usted. ¿Aún le escuece la patada en el culo que le dieron en el servicio por una cagada que acabó costándole la vida a un tipo? Debe de ser un peso de mierda. ¿Nunca se le ha ocurrido pegarse un tiro? Vamos, sería comprensible.

—Mire, agente Waters. Ya sé que esta situación es incómoda. Y que parece como si le hubieran hecho tragarse nuestra presencia a la fuerza…

—Nada de «parece», me la han hecho tragar a la fuerza —dijo él.

—Bien. Voy a proponerle un trato. Si descubrimos algo o damos con una pista, se la proporcionaremos para que la utilice por su cuenta. Me importa una mierda conseguir un titular en la prensa. Solo quiero encontrar a Willa, ¿de acuerdo?

Waters tardó unos segundos en pensárselo, pero finalmente le tendió la mano. Cuando Sean se la iba a estrechar, sin embargo, Waters la retiró y dijo:

—No necesito que me proporcione nada sobre el caso. Y ahora, ¿quiere que le enseñe alguna cosa más mientras le hago de niñera a usted y a su compañera?

—Sí, ¿qué tal si nos enseña el cerebro? —le espetó Michelle—. ¿Dónde demonios lo tiene?, ¿todavía metido en el culo?

—Este concurso de improperios no nos sirve de nada para encontrar a Willa —señaló Sean.

—Cierto —asintió Waters—. Y cuanto más tiempo pase con ustedes, menos me queda para trabajar en mi caso.

—Entonces no vamos a hacerle perder más tiempo —dijo Sean.

—Gracias por nada.

—¿Le importa que echemos un vistazo antes de marcharnos? —Y cuando Waters parecía a punto de negarse, Sean añadió—: Quiero asegurarme de que mi informe para el presidente Cox sea lo más completo posible. Y me encargaré de informarle de lo servicial que se ha mostrado.

Si Waters se hubiera puesto un poco más lívido, los forenses que deambulaban por allí lo habrían metido en una bolsa y habrían cerrado la cremallera.

—Oiga, King, un momento —dijo con nerviosismo.

Pero Sean ya estaba bajando las escaleras.

—Son los tipos como este los que hacen que me sienta orgullosa de ser americana —dijo Michelle cuando le dio alcance.

—Olvídate de él. ¿Te acuerdas de la bolsa de Tuck, la que tenía una etiqueta de una compañía aérea?

—Un portatrajes azul marino de poliéster ligero. Algo gastado. ¿Por qué?

—¿Tamaño equipaje de mano?

—¿Quieres decir teniendo en cuenta que hoy en día la gente sube al avión con paquetes tan grandes como mi todoterreno? Sí, tamaño equipaje de mano.

Sean sacó el móvil y pulsó unos números. Esperó a que se cargara la página y luego avanzó a través de varias pantallas.

—Vuelo 567 de United Airlines a Dulles desde Jacksonville.

—Exacto.

Él no quitó los ojos de la pantalla.

—Ese vuelo llega diariamente a las nueve y media de la noche. Tuck desembarca, va a buscar el coche y conduce hasta casa. ¿Cuánto tiempo crees que debería llevarle ese trayecto?

—Depende de la terminal a la que llegase. Según cuál fuera, habría tenido que usar la lanzadera para ir al edificio principal. De la terminal A, habría podido salir a pie.

Sean hizo una llamada rápida. Colgó enseguida.

—Llega a la terminal A.

—Así que no tuvo que usar la lanzadera. Y no hay mucho tráfico a esas horas. Yo diría que treinta minutos como máximo para llegar a casa.

—Digamos que tardó quince minutos en llegar al coche y salir del aeropuerto, más otros treinta conduciendo: las diez y cuarto. Redondeemos para estar seguros: las diez y media.

—Siempre que el avión llegase con puntualidad.

—Habrá que comprobarlo. Pero si fue puntual, quedan treinta minutos sin justificar en el relato de Tuck Dutton. Siempre que le creamos cuando dice que llegó a casa hacia las once.

—¿Tú le crees?

—La sangre que tenía en la cara estaba seca cuando nosotros lo encontramos. O sea que sí, le creo.

—Pero ¿qué estuvo haciendo durante esa media hora?