Esa tarde, a última hora, fueron en coche hasta las inmediaciones de la casa de los Dutton, pero sin doblar por la carretera de acceso, porque estaba cerrada al tráfico con barreras portátiles. Frente a las barreras había coches patrulla y todoterrenos del FBI aparcados en batería. Más allá, la carretera seguía llena de furgonetas de la policía y los forenses.
Por fuera de la zona acordonada, se veían periodistas ansiosos que corrían de aquí para ella con gruesos micrófonos en la mano, seguidos al trote por sus camarógrafos. A uno y otro lado de la carretera principal, había furgonetas de la tele aparcadas con larguísimas antenas elevándose hacia el cielo. Había asimismo un gran número de curiosos que trataban de atisbar algo y acababan convirtiéndose en pasto para los periodistas, que no tenían mucho que hacer, aparte de recoger esos comentarios ociosos, pues las autoridades no soltaban prenda.
—Bueno, olvidémonos de examinar las pruebas forenses —dijo Michelle.
Sean no la escuchaba. Miraba fijamente el pedazo de papel donde había anotado las letras escritas en los brazos de Pam Dutton. Estaba tratando de combinarlas de manera que cobraran sentido.
—Chaffakan. Hatka y Tayyi…
—¿Chaffakan? ¿Como en Chaka Khan? Tal vez sean fans de cantantes pop con nombres guay.
—¿Quieres hacer el favor de tomártelo en serio?
—Está bien. Tayyi suena a japonés o chino. O un arte marcial o una técnica de relajación.
—¿Y qué me dices de un código cifrado?
—En ese caso, nos falta la clave.
Sean sacó su teléfono y dio un toque a la pantalla digital.
—¿Qué haces?
—¿Qué es lo que hace todo el mundo hoy en día? Voy a buscarlo en Google.
Esperó a que se cargase la página y empezó a repasar la lista de respuestas. No parecía muy seguro de lo que hacía.
—Hatka puede ser una actriz o una empresa de entretenimiento. Y Tayyi tiene algo que ver con los árabes del siglo VI, al parecer con ciertos grupos tribales.
—¿Algún asunto de terrorismo?
—No parece lógico. Voy a intentar unas cuantas combinaciones más con las letras.
Fue pulsando las teclas digitales y revisando listas de resultados hasta que una de las entradas le llamó la atención.
—Yi.
—¿Qué pasa?
—He escrito Yi en vez de Tayyi, y mira lo que dice. —Sean leyó de la pantalla—: «Aunque los orígenes del Silabario Yi se desconocen, se cree que recibió la influencia del sistema de escritura chino. Cada carácter representa una sílaba. Se usaba principalmente para escritos religiosos o de naturaleza secreta. La lengua Yi la hablan millones de personas en las provincias chinas de Yunnan y Sichuan».
—¿Así que una sociedad secreta china de tipo religioso, con una extraña lengua, estaría detrás de esto? —dijo Michelle, escéptica—. Las letras son del alfabeto inglés, no del chino.
—No sé. Estoy intentando encontrar una pista. —Marcó un número y alzó una mano cuando Michelle iba a decir algo.
—Eh, Phil, soy Sean King. Sí, cierto, un montón de tiempo, ya lo creo. Oye, estoy otra vez en el D. C. y tengo una duda sobre una lengua. Exacto. No, no la estoy estudiando; solo quiero ver si un texto es de esa lengua o no. Ya, supongo que suena un poco absurdo. Escucha, ¿conoces a alguien en Georgetown que esté familiarizado con la lengua Yi? Es una lengua china.
Michelle tamborileaba en el volante con los dedos.
—Sí, ya sé que no es de las principales, pero ¿podrías mirar si hay alguien de tu departamento que la conozca? Gracias. Te debo una. —Le dejó su número a Phil y colgó.
Michelle lo miró con curiosidad.
—Es un amiguete que está en el departamento de lenguas extranjeras de Georgetown. Va a echar un vistazo y me llamará.
—¡Yupi!
Él la miró, irritado.
—¿Tienes alguna idea mejor?
Michelle iba a responder cuando sonó el móvil de Sean.
—¿Sí? —Se irguió y echó un vistazo por la ventanilla—. ¿Ahora? Bien, de acuerdo.
Cortó la llamada con aire perplejo.
—¿Quién era?
—Waters, el agente especial del FBI. Nos han invitado oficialmente a participar en la investigación.
Michelle puso la primera.
—Uau. Realmente Jane Cox está a la altura de su categoría.