Fueron a casa de la cuñada de Tuck, en Bethesda, Maryland, donde se encontraban los niños. John y Colleen Dutton seguían en estado de shock y sabían muy poco. Michelle se había sentado con Colleen, de siete años, y había hecho todo lo posible para sonsacar a la cría, pero en gran parte sin resultados. Ella estaba acostada en su cuarto, según le explicó. La puerta se había abierto de golpe, pero alguien la había sujetado antes de que pudiera mirar y luego había notado una cosa en la cara.
—¿Una mano, un pañuelo? —dijo Michelle.
—Las dos cosas —respondió Colleen. Le subieron las lágrimas a los ojos al decirlo y Michelle decidió no apretarla más. A los dos críos les habían administrado un tranquilizante para mantenerlos sedados, pero era evidente que ambos eran presa todavía de un dolor paralizante.
John Dutton, de diez años, también estaba durmiendo en su cuarto anoche. Se había despertado al notar que había alguien a su lado, pero eso era lo único que recordaba.
—¿Algún olor? ¿Algún sonido? —apuntó Sean.
El niño meneó la cabeza.
Ninguno de los dos sabía con certeza en qué parte de la casa estaba Willa en aquel momento. John creía que con su madre, en la planta baja. Su hermanita creía haber oído a Willa subir la escalera minutos antes de que entraran en su habitación y la atacaran.
Sean les mostró una copia de las marcas que habían aparecido en los brazos de la madre, pero ninguno de los dos sabía qué significaban.
Las preguntas de rutina sobre extraños merodeando en los alrededores, cartas inusuales en el correo o llamadas sospechosas habían resultado inútiles.
—¿Sabéis para qué quería verme vuestra madre? ¿Os dijo algo?
Los dos menearon la cabeza.
—¿Qué hay de vuestro padre? ¿Alguno de vosotros lo vio ayer noche?
—Papá estaba fuera —dijo Colleen.
—Pero volvió por la noche —comentó Michelle.
—Yo no le vi —dijeron John y Colleen al unísono.
La niña estaba desesperada por saber si ellos iban a encargarse de rescatar a Willa.
—Haremos todo lo que podamos —dijo Michelle—. Y somos muy buenos en nuestro trabajo.
Mientras se alejaban en coche de la casa, Michelle preguntó:
—Bueno, ¿y ahora, qué?
—Tengo un mensaje de Jane. Tuck está dispuesto a vernos.
—Podemos hablar con todo el mundo, pero si no tenemos acceso a la escena del crimen y a las pruebas forenses, no creo que contemos con ninguna posibilidad.
—¿Qué ha sido de tu optimismo?
Michelle se miró en el retrovisor.
—Se ha fundido en esa casa. Esos niños están destrozados.
—Claro que lo están. Pero todavía lo estarán más si no encontramos a Willa.
Dos agentes del servicio secreto custodiaban en el hospital la puerta de la habitación de Tuck, pero ya estaban informados de la visita de Sean y Michelle y enseguida les dejaron pasar. Tuck se encontraba sentado en la cama con aspecto aturdido. Tenía al lado un portasueros con una bolsa de medicamentos y una vía intravenosa conectada a su brazo.
Sean le presentó a Michelle y le puso la mano en el hombro.
—Siento muchísimo lo de Pam —dijo.
Las lágrimas se deslizaron por la cara de Tuck.
—No puedo creerlo. No puedo creer que haya muerto.
—Acabamos de ver a John y Colleen.
—¿Cómo se encuentran? —Tuck se irguió con ansiedad.
—Bien, dentro de lo que cabe —dijo Sean con tacto.
—¿Y Willa? ¿Alguna noticia?
Sean le lanzó una mirada a Michelle, cogió una silla y se sentó junto a la cama.
—No. ¿Qué puedes contarnos de lo ocurrido?
Michelle se acercó.
—Tómese su tiempo. No se precipite.
Tuck no tenía mucho que contarles, después de todo. Estaba en el dormitorio cuando oyó un grito. Corrió hacia la puerta y notó un golpe muy fuerte en la cabeza.
—Los médicos dicen que sufro una conmoción brutal, pero sin daños permanentes.
—¿A qué hora sucedió?
—Yo había subido a cambiarme. Había estado en una reunión fuera de la ciudad y llegué tarde a casa.
—¿A qué hora?
—Un poco después de las once.
—Nosotros llegamos a las once y media —dijo Sean.
Tuck lo miró confuso.
—¿Vosotros estabais allí?
Sean se lo explicó en un minuto y continuó preguntándole.
—¿De dónde venías?
—De Jacksonville.
—¿Volviste a casa con tu Mercedes?
—Exacto. ¿Cómo lo sabes?
—¿Volviste directamente? ¿Sin paradas?
—Sí, ¿por qué?
—Bueno, si alguien te estaba siguiendo, tal vez habrías notado algo al hacer una parada.
—¿Por qué habrían de seguirme?
—Lo que Sean trata de decir es que quien atacó a su familia podría haberle seguido hasta su casa.
—¿Quiere decir que fue un ataque al azar?
—No sería tan insólito con alguien que conduce un Mercedes último modelo.
Tuck se puso una mano en la cara.
—Dios mío, no puedo creerlo.
—¿Te importa explicarnos de qué iba tu reunión? —dijo Sean.
Tuck se quitó lentamente la mano de la cara.
—Nada especial. Ya sabes que soy proveedor del ejército. Tenemos una pequeña oficina en Jacksonville. Mi empresa está subcontratada dentro de un equipo que elabora un proyecto de biodefensa para el departamento de Seguridad Nacional. Estábamos puliendo nuestra propuesta, simplemente.
—Y llegó a casa justo a tiempo para que le machacaran la cabeza —dijo Michelle.
Tuck habló muy despacio.
—Me contaron lo de Pam. Cómo había muerto.
—¿Quién?, ¿la policía?
—Unos tipos trajeados. Del FBI, creo que dijeron. La cabeza no me funciona aún del todo bien. Perdonad.
Le hicieron las mismas preguntas de rutina que a los niños, y obtuvieron las mismas respuestas inútiles.
Tuck sonrió débilmente.
—Había sido un gran día para Willa. Fue a Camp David por su cumpleaños. ¿Cuántos niños tienen una ocasión como esa?
—No muchos —asintió Michelle—. Lástima que usted no pudiera asistir.
—El primer cumpleaños que me pierdo. Y también lo de Camp David. Nunca he estado allí.
—Es un lugar muy sencillo —dijo Sean—. Entiendo que la primera dama ha jugado un gran papel en la vida de Willa.
—Ah, sí. En la medida en que se lo permiten sus obligaciones. A veces todavía no puedo creer que esté casada con el presidente. Demonios, no puedo creer que yo sea su cuñado.
—Pero siempre habéis mantenido una relación estrecha, ¿no?
—Sí. Y Dan me cae bien. Incluso voté por él —dijo Tuck esbozando una sonrisa fugaz, antes de ahogar un sollozo—. No entiendo por qué han hecho algo así, Sean.
—Hay un posible motivo bastante obvio, Tuck —respondió él.
—¿Quieres decir que está relacionado con Dan y Jane?
—La gente sabe que sois de la familia. Y vosotros ofrecéis un blanco mucho más fácil.
—Pero en ese caso, ¿qué quieren? Si es dinero, el presidente no puede meter las manos en el Tesoro y pagar un rescate.
Sean y Michelle intercambiaron una mirada. Tuck observó a uno y otro alternativamente.
—Quiero decir… no puede, ¿no?
—Centrémonos por ahora en los hechos, Tuck. Ya habrá tiempo para especulaciones.
—No hay tiempo, Sean. ¿Qué me dices de Willa? Tienen a Willa. Podría estar… —Se incorporó de golpe en su agitación.
Sean le ayudó a recostarse otra vez con delicadeza.
—Mira, Tuck, el FBI está encima del caso y nosotros vamos a hacer también todo lo posible. Lo importante ahora es que todo el mundo mantenga la calma y nos cuente lo que sabe.
Sean sacó la copia de las marcas que habían aparecido en los brazos de Pam.
—¿Reconoces esto?
—No, ¿por qué?
—¿El FBI no te lo ha preguntado?
—No. ¿Qué demonios es?
—Estaba escrito en los brazos de Pam con un rotulador negro.
—¡Dios mío! ¿Es una especie de secta? ¿Se trata de eso? —La expresión de Tuck había pasado de la cólera al terror—. ¿Es un Charlie Manson moderno con algún agravio contra el gobierno el que ha secuestrado a Willa?
La enfermera entró en la habitación y dijo con severidad:
—Voy a tener que pedirles que se marchen. Están perturbando al paciente.
Michelle iba a protestar, pero Sean respondió:
—Está bien, lo siento. —Cogió a Tuck del brazo—. Tú ahora dedícate a reponerte. John y Colleen te necesitan más que nunca, ¿de acuerdo?
Tuck asintió y se echó otra vez en la cama.
Unos minutos después, subían al todoterreno de Michelle.
—Tengo una pregunta —dijo ella.
—¿Solo una? Me dejas impresionado.
—¿Por qué estaba Tuck fuera de la ciudad el día de la fiesta de cumpleaños de su hija en Camp David? O sea, ¿esa reunión en Jacksonville para pulir un contrato no podía esperar? ¿O no podía celebrarse por videoconferencia? ¿Y ha sido solo una impresión mía o parecía querer averiguar si el presidente podría pagar un rescate con dinero del Tesoro?
—También se ha agarrado al asunto de las sectas un poquito demasiado deprisa, diría yo. Por eso no le he preguntado para qué quería vernos Pam, porque es posible que quisiera vernos para hablar de Tuck.
—¿Sospechas de él?
—Sospecho de todo el mundo. Por eso tampoco se lo mencioné a Jane Cox.
—Me ha gustado cómo le has obligado a concretar si había vuelto directamente a casa. Pero ¿de veras piensas que podría ser un ataque al azar?
—No, no lo creo.
—Entonces, ¿crees que tiene que ver con la primera familia?
—Lo creía hasta que Tuck ha dicho eso.
—¿El qué?
—Que está trabajando en un gran proyecto de biodefensa para el Gobierno.