El 12 de agosto de 1966 escribí unas palabras que iban a figurar al frente de la tercera edición de La Mañosa, y el 31 de agosto de 1968 le daba fin en Benidorm, España, a la primera versión de Composición Social Dominicana. Entre las dos fechas había sólo dos años, pero en esos dos años todo el conjunto de mis ideas había tomado un rumbo nuevo.
En agosto de 1966 me dolía de las interminables guerras civiles que había padecido el país, y «La Mañosa», escrita algo más de treinta años antes de esa fecha, era la expresión novelada de ese dolor; pero para ese mes de agosto de 1966 ignoraba la causa de esas guerras civiles tanto como la ignoraba cuando escribí la novela; y en agosto de 1968 estaba diciendo, en Composición Social Dominicana, que la causa de nuestras guerras intestinas era la lucha de clases, una lucha de clases que carecía de orientación ideológica y que además se llevaba a cabo entre capas diferentes de una numerosa pequeña burguesía que peleaban a muerte porque la guerra civil fue, durante muchísimo tiempo, el canal de ascenso social más seguro que conocía el país. Por la vía de la guerra civil cualquier bajo pequeño burgués pobre o muy pobre, del campo o de los pueblos que llamábamos ciudades, podía llegar a general casi de un salto, y del generalato se pasaba a una posición de privilegio, aunque se tratara, en la mayoría de los casos, de privilegios muy limitados. El general Fello Macario, que tuvo otro nombre, desde luego, nacido en un campo de Bonao de una familia bajo pequeño burguesa pobrísima, se hizo general con dos o tres asaltos audaces, y como tenía presencia y autoridad natural pasó a comandante de armas y a gobernador, pero apenas aprendió a firmar; ahora bien, al morir era dueño de una finca. Por la vía de las guerras civiles había ascendido socialmente desde bajo pequeño burgués muy pobre a propietario rural acomodado. Había luchado para llegar a ese nivel; se había jugado la vida no una sino varias veces, aparentemente por seguir ciertos principios políticos encarnados en su caudillo, y en realidad lo había hecho para obtener lo que alcanzó y para retenerlo.
¿Qué fue lo que le dio a la larga historia de las guerras civiles dominicanas ese aspecto de cadena de violencias sin sentido que todavía hoy es usada para presentarnos a los ojos del pueblo como sanguinarios sin remedio; eso que llevó a uno de los personajes de La Mañosa a decir: «A mi mula le pude quitar las mañas; pero a los hombres nadie se las quita»?
Fue la sensación de inutilidad de nuestras mal llamadas revoluciones. Gracias a ellas hubo hombres que ascendieron socialmente, pero fueron tan contados que no cuajaron en una burguesía, y sin una burguesía que lo dirigiera el país no tenía salida histórica. Esto es lo que explica el desaliento que dejaban las guerras civiles en las capas superiores de la pequeña burguesía, que no veían posibilidad de pasar a la burguesía; eso es lo que explica el desaliento del final de La Mañosa.
Yo no sabía lo que acabo de decir cuando escribí la novela en el año 1935 ni cuando escribí en el 1966 las palabras para su tercera edición; vine a saberlo cuando el conocimiento de lo que es la lucha de clases iluminó para mí la historia del país y me llevó a escribir Composición Social Dominicana.
Ojalá que igual que yo, y por las mismas razones, puedan explicárselo los lectores de esta edición especial de La Mañosa.
J. B.
Santo Domingo, 24 de abril de 1974.