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Kelly Paul alzó la vista hacia el monumento a Washington. Si hubiera necesitado un puesto de observación, aquel es el que habría elegido. Mientras seguía observando, su suposición dio sus frutos.

James Harkes salió del monumento, giró a la izquierda, y se dirigió hacia la zona cero. Ella le siguió hasta que desapareció entre la multitud.

Paul caminó un poco más antes de echar una mirada al hombre que tenía al lado.

Peter Bunting llevaba unos vaqueros desteñidos y una sudadera universitaria. Una gorra de béisbol puesta y una pancarta que rezaba: HAZ EL AMOR Y NO LA GUERRA.

—Encajas perfectamente en una concentración a favor de la paz, Peter, sobre todo teniendo en cuenta que eres contratista de defensa —le dijo lacónicamente.

Bunting no sonrió al oír el comentario jocoso.

—¿Cuánta gente crees que tienen aquí?

—Más de la que necesitan. La fuerza abrumadora no es solo una prerrogativa del gobierno.

—¿Crees que Quantrell o Foster están aquí?

—Ni por asomo. Como siempre, los líderes envían a sus lacayos a la guerra.

—¿Crees que habrá violencia?

—No tengo forma de saberlo. Espero que no, pero realmente escapa a mi control.

Él la miró con respeto.

—No se te ve nerviosa.

—Todo lo contrario. Estoy muy nerviosa.

—Lo disimulas bien.

—Sí, y tú deberías hacer lo mismo.

Mientras hablaban, ella observaba todo lo que acaecía a su alrededor.

—¿Qué crees que hicieron con el cadáver de Avery?

—No lo sé.

—Me gustaría que tuviera un entierro digno.

—Vale, Peter, pero ahora centrémonos en los que todavía respiran.

Paul consultó su reloj.

Faltaba una hora.

Megan Riley estaba aprisionada entre dos hombretones que llevaban una pistola bajo la parka. Llevaba el pelo sucio, la cara sin lavar y tenía un moratón en la mejilla izquierda por culpa de un golpe que le habían dado. Tenía las muñecas en carne viva como consecuencia de haber ido esposada. La blusa que llevaba debajo de la chaqueta estaba manchada de sangre. Había adelgazado y tenía la mirada perdida. Caminaba a trompicones, con la cabeza gacha.

En lo alto estaba el Museo del Aire y el Espacio. Riley no dio muestras de reconocerlo.

Solo faltaban diez minutos.

James Harkes avanzó entre la multitud a un paso mesurado. Sabía exactamente dónde estaba ubicado cada uno de sus hombres. La coordinación tenía que ser perfecta. Miró hacia delante y vio a Riley con sus dos guardaespaldas dirigiéndose al museo. A Riley le habían dicho que la matarían si hacía algún ruido.

Él miró en la otra dirección. La mujer era alta y llevaba una trinchera oscura que le llegaba casi hasta los tobillos. El hombre que tenía al lado era más alto. Vestía unos vaqueros y una sudadera y sostenía un cartel. Avanzaban hacia la zona cero.

En el lado norte del Mall, Harkes se fijó en el hombre que iba en silla de ruedas. Su acompañante le empujaba. La mujer de pelo oscuro caminaba a su lado. También parecían encaminarse a la zona cero.

Harkes aceleró el paso y se introdujo la mano en el bolsillo. Tenía que asegurarse de que todos irían armados. De lo contrario, es que eran imbéciles. Pronunció unas cuantas palabras que fueron captadas por un dispositivo de comunicación que llevaba en la oreja.

Consultó su reloj.

Faltaban diez minutos.

Sean y Michelle ya casi habían llegado. Sean le dio un golpecito a Roy en el hombro.

—Un minuto —dijo con voz queda.

Roy asintió y se puso las manos encima de los muslos, tensando el cuerpo.

—¿Habéis visto ya a alguno de ellos? —dijo Michelle.

—Todavía no. Pero están aquí.

Ella le dio un codazo.

—Megan con dos matones a las cinco en punto.

Sean la vio.

—Tiene una pinta horrible.

—Va a ser difícil, ya lo sabes.

—Siempre lo es. ¿Ves a Paul y a Bunting?

Michelle asintió ligeramente.

—En las nueve en punto.

Sean miró hacia ese punto.

—¿Crees que ve a Megan?

—Me parece que la señora no se pierde ni una.

—Ponte en modo Servicio Secreto, Michelle. Calibra las amenazas desde todos los ángulos.

—Es lo que he estado haciendo desde que llegamos al Mall.

Kelly Paul sujetaba a Bunting por el codo.

—Treinta segundos.

—Lo sé —dijo—. ¿Ves a Riley?

—La veo desde hace cuatro minutos. Flanqueada por los chicos de Quantrell.

—¿Cuántos más hay alrededor?

—Diez por lo menos, diría yo. No sé la cantidad exacta.

Bunting se puso tenso cuando vio al hombre.

Iba caminando silenciosamente; sus movimientos parecían sencillos mientras se deslizaba por entre la multitud. Sin embargo, en esta ocasión no llevaba traje negro, corbata y camisa blanca. Llevaba gafas de sol pero Bunting estaba convencido de que no se perdía ni una.

—¡Harkes! Harkes está aquí.

—Pues claro —dijo Paul con voz queda—. ¿Dónde coño te piensas que iba a estar?

—Le tengo un miedo espantoso.

—Es normal. Nos quedan diez segundos.

Bunting empezó a respirar con rapidez.

—Dime que todo irá bien, Kelly.

Ella lo sujetó del brazo con más fuerza.

—Ya falta poco, Peter. Mantén la calma. Ya falta poco.

Consultó la hora y aceleró el paso.

Todo estaba a punto de empezar.

Aquel era su mundo. Aquella era la versión del Muro para Kelly Paul.

Cinco… cuatro… tres… dos… uno.