80

—Me cuesta creer que nunca se me ocurriera —reconoció Bunting.

Miró a Kelly Paul, mientras tomaba asiento y miraba su teléfono. Acaba de hablar con Sean King. Ella y Bunting estaban en el apartamento «compartido» de Paul en Nueva York, no muy lejos de la fabulosa casa de ladrillo visto de Bunting. La mansión estaba vacía y su familia a salvo, por el momento.

—La cobertura del satélite —dijo Paul.

—Las veinticuatro horas, todos los días —añadió Bunting.

—¿Cortesía del Departamento de Seguridad Interior?

—Supongo. Aunque si fueron ellos, no se molestaron en decírmelo. —Miró por la ventana mientras la lluvia caía de forma incesante contra el cristal—. Pero esos ojos no se mueven a la ligera —dijo—. Edgar habría sido una prioridad para ellos.

—Es muy posible que exigiera la firma de Foster —convino Paul—. Eso deja rastro burocrático.

—Pues se trata de demostrar que el satélite estaba observando y que se dio esa orden.

Paul no dijo nada.

—¿En qué estás pensando, Kelly?

—¿Y si no lo cambiaron de sitio?

Bunting apartó la vista de la ventana.

—¿Qué quieres decir?

—¿Y si el satélite vio exactamente qué ocurría?

—¿Insinúas que tu hermano es realmente un asesino en serie? —preguntó Bunting desconcertado.

—No.

—Vale. O sea que la única conclusión posible es que le tendieron una trampa. Colocaron los cadáveres en ese granero. Si ese era el plan, ¿por qué iban a permitir que los ojos del cielo lo vieran? Eso demostraría la inocencia de tu hermano. Les habría fastidiado el plan. Y lo que es más importante es que ese hecho ya habría salido a la luz.

—No necesariamente. Sabes tan bien como yo que las plataformas de satélite varían mucho entre sí. ¿Y quién se atreve a decir que es una del gobierno?

—¿Te refieres a uno comercial?

—O básicamente privado.

—¿Por qué? —inquirió Bunting.

—Si el satélite fuera propiedad del gobierno, sería más difícil controlar la información, incluso para Foster. Pero ¿y si era privado?

—A lo cual ella habría accedido porque orquestaba toda esta campaña con Quantrell en mi contra y el Programa E fuera de los canales del Departamento de Seguridad Interior.

—O quizá sea más complicado que todo esto.

—¿En qué sentido?

—Mercury tiene una serie de satélites, ¿no?

—Sí. Quantrell fue uno de los primeros en este campo.

—Pues supongamos que también tiene el satélite en la finca de Eddie. Eligen un día laborable cuando Eddie está en Washington D. C. Foster ordena a su satélite que mire hacia otro lado. Llevan los cadáveres allí y los entierran en el granero de tal modo que sean fáciles de descubrir posteriormente. Llaman y dan el soplo a la policía, y a mi hermano le cargan los muertos.

—Pero ¿por qué Quantrell no iba a desconectar también su satélite? —preguntó Bunting. Él mismo se le adelantó antes de que Paul tuviera tiempo de responder—: Si se iba todo a la mierda, tendría esa ventaja sobre Foster.

—Exacto.

—¿Y cómo confirmamos esto?

—Hay maneras. Me pondré a trabajar en ellas.

—Si conseguimos imágenes de lo que ocurrió en realidad, entonces Edgar queda impune.

—Pero eso no nos sacará del túnel.

—No, es solo un paso, tienes razón.

A Bunting le sonó el teléfono. Se lo sacó del bolsillo.

Paul lo miró.

—¿Quién es?

—Avery.

Respondió y activó el altavoz para que Paul también oyera.

—Date prisa, Avery.

El hombre habló con voz tensa.

—Señor Bunting, he recibido una llamada.

—¿De quién?

—No sé. No han dejado el nombre. Pero tenían un mensaje que querían que le transmitiera.

—¿De qué se trata?

—Quieren hacer un intercambio.

—¿Qué tipo de intercambio?

—Una mujer llamada Megan Riley a cambio de Edgar Roy. —Se calló.

—Avery, ¿eso es todo? ¿Roy a cambio de Riley?

—No, señor. También le quieren a usted.

Bunting suspiró rápidamente y miró hacia la ventana, como si «ellos» estuvieran acechándole desde el exterior.

Avery parecía estar a punto de llorar.

—Tranquilízate, Avery, no pasará nada. ¿Te han dado más detalles?

Oyeron cómo contenía un sollozo antes de hablar:

—Pasado mañana en el Mall de Washington D. C. A las doce del mediodía. Enfrente del Museo del Aire y el Espacio. Han dicho que si intentaba algo raro, si llamaba a la policía o algo así, matarían a la señorita Riley y habría un tiroteo en el lugar, que moriría mucha gente.

—De acuerdo, Avery, de acuerdo. Gracias por la llamada. Has hecho bien. Ahora tienes que ir a algún lugar seguro.

Bunting dio un respingo al oír otra voz por el teléfono.

—Demasiado tarde para eso —dijo la voz. Se oyó un único disparo y el sonido de un cuerpo al caer.

—¡Avery! —gritó Bunting mientras agarraba el teléfono.

—Si tú y Roy no estáis en el Mall pasado mañana en el lugar establecido a la hora determinada, Riley morirá y muchas otras personas. ¿Entendido?

Bunting no dijo nada.

Paul le arrebató el teléfono y habló:

—Entendido. Allí estaremos.

La línea quedó en silencio.

Bunting se acercó tambaleante a la ventana y presionó el rostro contra ella.

—Lo siento, Peter —dijo Paul.

Bunting no dijo nada durante un rato y Paul no interrumpió el silencio.

—Era muy joven.

—Es verdad —convino ella.

—No debería estar muerto. No es un agente de campo. Es un hombre de despacho.

—Hay mucha gente que no debería estar muerta, pero lo está. Ahora tenemos que centrarnos en pasado mañana.

—Nuestro plan no ha funcionado. Nos hemos dedicado a ponerlos en contra entre sí pero no habíamos contado con esta posibilidad. —Se volvió para mirarla—. Tienen un ejército, Kelly. ¿Y nosotros qué?

—Podría decir que tenemos la razón de nuestro lado pero parece un poco manido en estas circunstancias. De todos modos tenemos que intentarlo.

—Te juro por Dios que me entran ganas de estrangular a Quantrell y a Foster con mis propias manos.

—Obligaron a Avery a hacer esa llamada con el propósito de despistarte, Peter.

—Pues lo hicieron de puta madre —espetó.

—Esperan que se te nuble el pensamiento. Esperan que no seas capaz de comportarte de forma racional. Esperan que te rindas.

—Ni siquiera conozco a esa Megan Riley. ¿Y me quieren a mí y a tu hermano a cambio?

—Han matado a Avery. A ella también la matarán. Y han abonado el terreno. Matarán a muchas otras personas en el Mall.

Bunting volvió a tomar asiento, se secó los ojos y las mejillas e inspiró largo y con fuerza.

—Bueno, lo mejor que puedo hacer para vengar a Avery es pensármelo todo muy bien. Para empezar, ¿por qué pasado mañana? ¿Por qué esperar?

—El Mall es un lugar muy concurrido.

—Pero pasado mañana, ¿habrá más gente por algún motivo?

Hizo una búsqueda por Internet a través del móvil. Paul miraba la pantalla.

—Tengo que reconocer que no se andan con chiquitas.

—Van a hacer un intercambio de rehenes en medio de una concentración a favor de la paz —dijo Bunting con expresión sombría.