Ellen Foster estaba sentada en su sillón del búnker situado bajo la central del Departamento de Seguridad Interior. Por encima de ella miles de funcionarios se dedicaban a las tareas necesarias para mantener al país a salvo de todo tipo de ataques. Normalmente, Foster se implicaba al máximo en la estrategia innata a esta batalla diaria. La vivía en sus propias carnes, pensaba en pocas cosas fuera de ella.
En esos momentos, le importaba un bledo.
James Harkes estaba delante de ella medio cuadrado.
Ella le había contado lo que Kelly Paul le había dicho en aquel baño del Lincoln Center. Él le había formulado unas cuantas preguntas relevantes pero había guardado silencio la mayor parte del tiempo. Alzó la mirada hacia él con la expresión de una persona que calibra su última y mejor esperanza.
—Esto lo cambia todo. ¿Qué podemos hacer? —preguntó ella.
—¿Qué desea conseguir?
—Quiero sobrevivir, Harkes, ¿acaso no es obvio? —espetó ella.
—Pero hay muchas formas de sobrevivir, señora secretaria. Solo necesito saber por cuál quiere que optemos.
Ella parpadeó y entendió lo que quería decir.
—Quiero sobrevivir con mi carrera intacta, como si nada hubiera pasado. Lo puedo decir más alto pero no más claro.
Él asintió lentamente.
—Eso será muy difícil de conseguir —dijo con sinceridad.
Foster se estremeció y se rodeó con los brazos.
—Pero no es imposible, ¿no?
—No, no es imposible.
—Quantrell intenta conseguir un trato, aislarme, es lo que me dijo Kelly Paul.
—No me extraña lo más mínimo, sabiendo cómo es él. Pero tiene un acceso limitado a los peces gordos. Usted no.
—Pero el problema es que ya he recurrido al presidente y le he puesto en contra de Bunting. El presidente me dijo que me encargara del asunto. Me dio la autoridad expresa para hacer lo que sea necesario.
—¿Y volver a recurrir a él para contarle un rollo contra Quantrell le haría perder credibilidad ante el presidente?
—Exacto. Sería como el cuento del lobo.
—Quizás haya encontrado la respuesta al problema con lo que acaba de decir.
Ella lo miró con severidad.
—¿A qué te refieres?
—El presidente le dio autoridad expresa para hacer lo que fuera necesario.
—Pero ¿Quantrell?
—Daños colaterales. Y no es tan difícil como parece. Si Quantrell queda fuera de juego, sus problemas están solucionados. No habrá dejado nada incriminatorio sobre la mesa. Si él desaparece, el camino está despejado.
Foster se quedó sentada cavilando al respecto.
—Podría funcionar. Pero ¿cómo funcionará lo de los daños colaterales?
—Le hemos echado la culpa de todo lo demás a Bunting, ¿por qué no también de esto? No es descabellado. Son enemigos acérrimos. Lo sabe todo el mundo. La prueba de la obsesión de Bunting con Quantrell será fácil de crear.
—¿O sea que eliminamos a Quantrell y le echamos la culpa a Bunting?
—Sí.
—Pero Kelly Paul me dijo que hacía tiempo que se había marchado.
—¿De verdad se creyó todo lo que le contó?
—Bueno… es decir… —Se calló con expresión avergonzada—. Estoy perdiendo un poco el control, ¿no? —dijo tímidamente.
—Está sometida a mucha presión. Pero tiene que salir adelante, secretaria Foster, si realmente quiere sobrevivir a esto.
—Siéntate, por favor, James. Te veo incómodo ahí de pie.
Harkes se sentó.
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó con gravedad.
—Aquí es donde se reestructura el terreno de juego, por lo menos tal como yo lo veo —dijo Harkes—. Bunting debe de rondar todavía por aquí.
—¿Por qué?
—No es de los que huye con el rabo entre las piernas. Que yo sepa está trabajando con Kelly Paul y su equipo.
—¿Paul? Pero ¿por qué?
—Bunting se reunió con Sean King. Después de eso, lo senté y le amenacé a él y a su familia si volvía a repetirlo. Entonces trama el intento de suicidio falso de su esposa y se larga. Si pensara huir, se habría llevado a su familia. Hasta usted ha reconocido que quiere de verdad a su familia.
—Supongo que tiene sentido —reconoció Foster.
—Y piense en el hecho de que se reuniera con King y planeara aquel subterfugio con su familia poco después.
—¿No es casualidad? —preguntó Foster.
—Ni por asomo. Los otros puntos relevantes se presentan bien. King y Maxwell trabajan para ayudar a Edgar Roy. Llegaron a visitar Cutter’s Rock con Kelly Paul. Es obvio que están juntos en esto. Y Bunting está en esto con ellos.
—¿Su motivación?
—Para no andarnos con rodeos, señora secretaria, es inocente. Lo sabe y probablemente también les haya convencido de que lo es. Y ahora es posible que King y Maxwell sepan que Roy no mató a nadie. A Bunting le quedan pocas opciones. Paul y posiblemente King y Maxwell le hayan ofrecido una salida. Pero todavía no sé de qué se trata.
—Ojalá tuviéramos la confirmación de tu teoría de que trabajan todos juntos.
—El hecho de que Paul fuera a Nueva York lo confirma.
—¿A qué te refieres? —preguntó con sequedad.
—Ella aprovechó la entrada de la señora Bunting para colarse en el acto de captación de fondos. Sabíamos que Paul, King y Maxwell se habían aliado y ahora tenemos una relación directa entre Paul y Bunting: la entrada.
—Oh, mierda. Me cuesta creer que no se me ocurriera antes.
—Para eso estoy yo —dijo Harkes.
Ella sonrió y le tocó la mano.
—Sí, sí, tienes razón.
—Ojalá tuviéramos algún anzuelo que echarles. Algo que valoren. Me ayudaría muchísimo a enderezar esta situación. —Él la miró expectante.
—Creo que quizá tenga lo que necesitamos —reconoció ella.
Encendió la tableta electrónica que tenía delante, pulsó unas cuantas teclas y giró la pantalla para que Harkes viera. Era la imagen de una sala con una persona en el interior.
—Mi as en la manga —dijo ella.
Las paredes y el suelo eran de cemento. Había una litera y un lavabo en el centro. La persona estaba sentada en la cama.
Megan Riley estaba irreconocible.