69

Bunting y Paul siguieron a Sean y Michelle de regreso a Machias. Durante el camino Sean puso al día a su socia sobre lo que habían hablado en el restaurante. Cuando llegaron unas horas más tarde a la casa en medio del bosque y apagaron los faros del coche, Sean fue el primero en darse cuenta de que algo no andaba bien. La puerta de la casa estaba entreabierta, pero eran casi las cuatro de la mañana y todavía era noche cerrada. Michelle también se percató de la puerta abierta y desenfundó la pistola.

Bunting se había quedado dormido en el otro coche y se despertó aturdido.

—¿Ya hemos llegado?

—Silencio —dijo Paul, que estaba sentada al volante del coche de alquiler de Bunting—. Algo va mal.

Cuando Bunting vio que los tres habían sacado las armas, se incorporó de golpe, totalmente despierto, y susurró:

—¿Qué ocurre?

—Quédese aquí —ordenó Michelle al acercase a su vehículo—. Y agáchese.

—Yo me quedo con Peter —decidió Paul.

Bunting se agachó en el suelo mientras Paul observaba la vivienda y el bosque colindante.

Michelle entró por la puerta trasera y Sean por la delantera. Se encontraron en el centro de la única planta de la casa. Michelle levantó una silla del suelo mientras Sean tenía la vista puesta en la vitrina rota que solía estar apoyada contra la pared y en la mesa tumbada en el suelo. Los papeles de Megan estaban esparcidos por el suelo.

Pero todo eso era secundario.

—Joder —masculló Sean.

Eric Dobkin estaba tendido en el suelo junto a la mesa. Iba vestido de paisano porque les estaba haciendo un favor. Su último favor.

Michelle se arrodilló a su lado.

—Parece que tiene una única herida de bala en el pecho —declaró tras examinar el orificio sanguinolento de la camisa y volver el cuerpo de lado—. La bala ha quedado dentro, no hay orificio de salida. —Michelle lo soltó y lo dejó de nuevo como estaba—. No me puedo creer que haya pasado esto.

—Han forzado la puerta —señaló Sean—. Y, evidentemente, Megan no está.

Entonces vio algo detrás del sofá y lo cogió. Era el jersey de Megan manchado de sangre. Metió el dedo por un agujero de la prenda.

—No es una bala, más bien parece una navaja.

—Si está muerta, ¿por qué se han llevado el cuerpo? —preguntó Michelle.

—No lo sé, pero tenemos que avisar a la policía.

—Esperad.

Levantaron la vista. Kelly Paul estaba en la puerta con Bunting.

—No podemos esperar, Kelly —protestó Sean—. Este hombre era policía y nos estaba haciendo un favor. Y ahora está muerto. Tenía mujer y tres hijos. Esto es una pesadilla.

—Además, se han llevado a Megan —dijo Michelle—. Vaya ángeles de la guarda estamos hechos —añadió mirando a Sean.

Llamaron a la policía y Sean y Michelle aguardaron su llegada, pero Bunting y Paul se marcharon. Hubiera sido demasiado complicado explicar su implicación en el caso. Acordaron verse más tarde.

—Está a punto de empezar —advirtió Paul antes de partir.

—¿Cómo van a hacerlo? —preguntó Sean.

—De la única manera que se puede —contestó Paul.

—¿Y cuál será nuestra respuesta?

—Imprevisible —respondió Paul.

—¿Y después? —inquirió Michelle.

—Empezará el trabajo de verdad —declaró Paul, enigmática.

Un instante después, ella y Bunting ya se habían ido.

Al cabo de veinte minutos dos coches de policía aparcaron delante de la casa. Sean y Michelle oyeron el sonido de pasos corriendo y unos segundos más tarde aparecieron dos agentes en la puerta, que recorrieron la estancia con la mirada antes de reparar en Sean y Michelle e, inevitablemente, en el cuerpo de Dobkin, al que se aproximaron con lentitud. Sean recordó haber visto a los dos agentes en el escenario del crimen de Bergin. Supuso que eran buenos amigos de Eric Dobkin; seguramente todos los policías de la zona lo eran.

Llegó otro coche y el coronel Mayhew entró en la casa acompañado de un agente.

Todos contemplaron en círculo el cuerpo de Dobkin hasta que Mayhew se dirigió a Sean y Michelle.

—¿Qué demonios ha pasado aquí? —preguntó en voz queda, pero cargada de emoción.

Entre los dos le explicaron lo sucedido sin mencionar a Peter Bunting ni a Kelly Paul.

—Pedimos a Eric que vigilara a Megan Riley mientras nosotros estábamos fuera. Después de lo sucedido con Bergin, nos preocupaba su seguridad.

—¿Y dónde estaban ustedes? —inquirió Mayhew.

—En Portland, siguiendo una pista —respondió Michelle.

Mayhew exhaló un hondo suspiro.

—Eric es, era, policía. No deberían haberle pedido que les hiciera de guardaespaldas. No era su trabajo.

—Tiene usted razón —admitió Sean—. No esperábamos que ocurriera esto.

—Deberían haber imaginado que esto podía suceder —replicó Mayhew—. Si sospechaban que Riley estaba en peligro, era porque alguien podía hacerle daño, lo cual conllevaba a su vez un peligro para Eric.

—Nos sabe tan mal como a todos —se disculpó Sean.

—Lo dudo —rugió Mayhew—, no tan mal como le sabrá a Sally Dobkin cuando le diga que se ha quedado viuda.

Sean asintió cabizbajo.

—Coronel Mayhew, necesitábamos ayuda. Eric era un gran hombre, por eso acudimos a él, pero no le obligamos, quería ayudar, quería descubrir la verdad.

A Mayhew no pareció satisfacerle la respuesta, pero apartó la mirada del rostro de Michelle y echó un vistazo a su alrededor.

—¿Tienen alguna idea de quién ha hecho esto?

Sean y Michelle intercambiaron una mirada rápida. Habían discutido el tema y decidido la respuesta que iban a dar.

—Desconocemos su identidad, pero creemos que se trata de la misma persona que mató a Bergin —contestó Sean.

Mayhew contempló el jersey ensangrentado.

—¿Y dicen que Megan Riley está desaparecida?

—Ella era el objetivo.

Mayhew asintió distraído.

—El equipo forense está de camino.

—Estaremos encantados de ayudarles en lo que podamos —dijo Sean.

—Hacía mucho que no perdíamos a ningún agente —comentó Mayhew—. A ninguno desde que yo estoy al cargo.

—Es duro —afirmó Michelle.

—Debo comunicárselo a Sally —dijo Mayhew con voz temblorosa.

—¿Quiere que le acompañe? —preguntó Michelle.

—No, no, es tarea mía —replicó Mayhew con firmeza.

Volvió a contemplar el cuerpo de Dobkin.

—Yo recluté a Eric y le vi crecer hasta convertirse en un buen policía.

—No me cabe la menor duda —comentó Sean con voz queda.

—¿Descubrieron la verdad? —preguntó de pronto Mayhew.

—¿Cómo dice? —inquirió Sean.

—En Portland, ¿descubrieron la verdad?

—Estamos más cerca.

—Todo esto es mucho más complicado de lo que parecía en un principio, ¿no? —inquirió Mayhew astuto—. Bergin, Dukes, el agente Murdock. Y Edgar Roy en medio. Dudo mucho que Roy sea quien nos han dicho que es.

—Yo no estaría en desacuerdo con ninguna de sus conclusiones, señor —dijo Sean con diplomacia.

—¿Me harán un favor? —preguntó Mayhew.

—Desde luego.

—Cuando encuentren al que ha hecho esto a Eric, quiero arrestarle personalmente y que sea juzgado aquí por asesinato.

—Haré todo lo posible, coronel Mayhew, se lo aseguro.

—Gracias —dijo antes de dar media vuelta y marcharse.

Debía comunicar la trágica noticia a una mujer joven con tres hijos y un cuarto en camino.