El avión privado aterrizó, bajaron las escalerillas y Peter Bunting salió al encuentro del aire frío de Portland, Maine, procedente del océano. No había usado el jet de la empresa, puesto que era demasiado fácil de seguir. Había volado en un avión alquilado por una de sus empresas. Durante el vuelo había recibido un mensaje de texto del hombre que le suplantaba.
Simplemente decía «LPS», el código que habían acordado para decir «listo para salir». Si el mensaje hubiera sido otro, Bunting habría sabido que les habían descubierto.
Caminó hasta el coche con paso rápido. No incluía chófer ni guardia de seguridad. El volante le esperaba. Se subió al coche y arrancó. Siendo neoyorquino y consejero delegado de una gran empresa, hacía años que no conducía. Era una sensación agradable.
Sean asomó la cabeza por una de las esquinas del edificio. El restaurante Clancy’s estaba al otro lado de la avenida principal. Había poca gente a causa de la hora tardía y el frío. Se envolvió bien en el abrigo y echó un vistazo a la izquierda. Michelle estaba apostada en algún lado con un rifle de francotirador con balas 7.62 OTAN de doce gramos capaces de tumbar lo que fuera. Se había traído el arma de Virginia y había desaparecido en la oscuridad con la bolsa de nylon negra en la que llevaba el rifle y el trípode desmontados. Se comunicaban a través de los auriculares. Cuando trabajaba en el Servicio Secreto, Sean se había pasado la vida con un receptor en la oreja. En esa época su trabajo había consistido en identificar cualquier amenaza para la vida del presidente y, llegado el caso, sacrificar la suya. Ahora las amenazas eran directamente contra él.
Antes de partir hacia Portland, habían trasladado a Megan a la casa donde se alojaban. La policía local solo podía asignar para su protección en Martha’s Inn a un agente a punto de jubilarse. Cuando Sean lo conoció, no le impresionaron ni su aptitud ni su entusiasmo.
Sean llamó a Eric Dobkin y le pidió que vigilara a Megan mientras estaban fuera. El policía acudió de inmediato. Sean le explicó la situación por encima.
—Son gente peligrosa. ¿Seguro que no queréis que os acompañe? —preguntó Dobkin.
—Te necesitamos aquí con Megan. Nadie sabe que estamos aquí, pero no hay garantía alguna de que no nos vayan a encontrar.
—Haré lo que pueda, Sean.
—Eso es todo lo que te pido. Te estoy muy agradecido.
Megan volvió a protestar porque la mantenían al margen de todo. A pesar de que Sean entendía su malestar, no estaba de humor para hablar del tema.
—Cuanto menos sepas, Megan, más segura estarás. Si pasa algo, haz lo que te diga el agente Dobkin, ¿de acuerdo?
Megan lo miró desafiante, de pie en medio de la casa.
—Muy bien, pero para que lo sepas, cuando volváis, yo me largo.
—¿Estás lista? —preguntó Sean a Michelle por el micrófono de muñeca mientras recorría la calle con la mirada.
—Afirmativo —respondió la voz de su socia.
—¿Posición?
—Arriba, a unos treinta metros al oeste de donde estás. Desde aquí lo veo todo. Tengo una visión perfecta de Clancy’s.
—¿Cómo has conseguido subir tan arriba?
—Es un edificio vacío con un cerrojo patético en la puerta de atrás. ¿Todo bien?
—Afirmativo.
—Muy bien. Avísame cuando lo veas.
—Recibido.
Sean volvió a asomar el cuello por la esquina del edificio. Contó los minutos mentalmente y después consultó el reloj. Faltaba un minuto para las diez. Habían llegado temprano por si acaso a Bunting se le ocurría tenderles una emboscada o por si no había logrado zafarse de los hombres que le vigilaban y habían acudido estos en su lugar.
Por la calle apareció un coche que aminoró la marcha y paró al encontrar un sitio libre para aparcar. Del vehículo salió un hombre alto.
Sean lo observó con atención.
—Es él —informó Michelle por el auricular.
—Lo veo. Echa un vistazo y dime algo.
Pasaron treinta segundos.
—Despejado. No hay nadie —dijo Michelle.
Sean salió de su escondite, la vista clavada en el hombre alto al otro lado de la calle. En lugar de cruzar en línea recta hacia él, dio un rodeo, subió a la acera y caminó pegado a las tiendas hasta colocarse a unos quince metros detrás de él.
Sean observó a Bunting mientras escudriñaba el interior de Clancy’s y consultaba la hora una vez.
—Hola, señor Bunting. Me alegra verle de nuevo.
Bunting dio media vuelta con rapidez.
—¡Qué susto! No le he oído llegar.
—Ese es el objetivo —dijo Sean.
—¿Dónde está su socia, Maxwell?
—Por ahí.
—No me ha seguido nadie.
—Es bueno saberlo.
Bunting miró la puerta de Clancy’s.
—Al parecer la cocina está abierta. ¿Entramos?
—Entremos.