Sean miró por la ventana mientras Michelle limpiaba las pistolas de ambos en la mesa de la cocina. Había llamado a Megan Riley, que estaba molesta por ser relegada de nuevo a un segundo plano.
—Abandono este caso —dijo.
—Megan, no lo hagas, por favor. Te necesitamos.
—Lo que necesitas, Sean, es una patada en el culo.
—Formas parte del equipo.
—No tengo la impresión de formar parte de nada. Ahora ni siquiera me alojo en el mismo lugar que vosotros. ¿Qué sentido tiene esto? Dejaré los papeles del juicio en el hostal. Puedes venir a buscarlos cuando quieras. Yo me vuelvo a Virginia.
—Megan, danos un par de días más, por favor. Realmente te necesitamos.
—Palabras, Sean, nada más que palabras. ¿Qué tal un poco de acción?
—Te prometo que te llegará el momento.
Se produjo un largo silencio.
—Tienes dos días, Sean. Después, me vuelvo a Virginia.
Sean explicó a Michelle lo que había dicho Megan.
—No la culpo. Si abandona el barco, tendremos que encontrar a otro abogado o tendrás que ocupar tú su lugar.
—Pero sabe demasiado, podría estar en peligro.
—Cierto, pero no sé qué podemos hacer al respecto.
Sean se introdujo la mano en el bolsillo y sacó el teléfono. Acababa de recibir un mensaje.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa? —preguntó Michelle levantado la mirada de la labor que tenía entre manos.
—Alguien me ha dejado un mensaje mientras hablaba con Megan.
Escuchó el mensaje de voz.
—¿Quién era?
—Peter Bunting.
—¿Qué dice? —preguntó Michelle.
—Quiere hablar.
—Kelly Paul tenía razón. Él ha venido a nosotros.
Sean le telefoneó. Bunting respondió al segundo ring.
—¿Diga?
—Soy Sean King.
—Gracias por llamar.
—Me ha sorprendido recibir su llamada tras nuestro último encuentro. Mi socia y yo tenemos suerte de seguir vivos.
—No sé lo que les sucedió después de que nos separáramos. Me disculpo si pasaron algún peligro, no era mi intención. Si le sirve de consuelo, el resto de la velada tampoco fue muy agradable para mí.
—Ya.
—No me cree, ¿verdad?
—De hecho, sí.
—Me gustaría verle.
—Eso decía en su mensaje. ¿Por qué?
—Tengo una propuesta.
—¿Ha cambiado de opinión?
—Podría decirse así.
—Le han apretado mucho las tuercas, ¿verdad?
—Necesito saber una cosa. ¿Kelly Paul está de su lado?
—¿Quién?
—No tenemos tiempo para eso. ¿Está con ustedes?
Sean vaciló.
—Sí.
Silencio.
—¿Bunting? —preguntó Sean.
—Tenemos que vernos.
—¿Cómo va a darles esquinazo? Sabe que lo están vigilando. Quizás estén escuchando ahora mismo esta conversación.
—Imposible —dijo Bunting.
—¿Por qué?
—Porque estoy usando una tecnología de codificación mejor que la que emplea el presidente de Estados Unidos para sus llamadas. Ni siquiera la NSA puede tocarla. Y en cuanto usted respondió a mi llamada, esta tecnología se ha extendido a su teléfono.
—Pero eso no responde a la pregunta de cómo se va a escapar físicamente de ellos.
—Déjelo en mis manos. No he creado una empresa de miles de millones de dólares en el sector de la inteligencia por ser imbécil.
—¿Y su familia?
—Ya me ocupo yo de eso. Supongo que ustedes estarán en algún lugar cercano a Edgar Roy. ¿Quedamos a medio camino? ¿Qué tal en Portland, Maine?
—¿Cuándo?
—Mañana por la noche.
—¿En qué lugar de Portland?
—Hay un restaurante en el puerto, Clancy’s. Abren hasta medianoche. Mi mujer y yo solíamos ir allí de novios.
—Si nos está tendiendo una trampa…
—Mi familia está en peligro, señor King, y necesito arreglar este asunto.
Sean guardó silencio un instante. Podía oír la respiración del hombre al otro lado.
—Nos vemos en Portland —dijo Sean.