Ellen Foster caminaba por el pasillo como si fuera el ama y señora del lugar, saludando y sonriendo a su paso a la gente que conocía. Todos le devolvían la sonrisa. Por un lado, era miembro del gabinete, lo cual infundía respeto de por sí y, por el otro, si bien hasta la fecha ningún secretario de Seguridad Interior había logrado ocupar el despacho del presidente, había algo en la actitud de Foster que inducía a pensar que podía ser la primera en conseguirlo.
El agente del Servicio Secreto la saludó con una respetuosa inclinación de cabeza y le abrió la puerta. Ellen Foster no se encontraba en el Despacho oval, usado sobre todo para actos ceremoniosos, sino en el Ala oeste, en el despacho de trabajo del presidente. Allí era donde se cocía todo.
El presidente se levantó para recibirla. La única otra persona en la sala era el asesor en seguridad nacional, un hombre grandullón con el ceño siempre fruncido que hacía veinte años que se cubría la calva peinándose el pelo de un lado a otro de la cabeza. Se sentaron e intercambiaron varias fórmulas de cortesía que a todos les importaban un comino. Acto seguido empezaron a hablar de trabajo. La reunión se había convocado de improviso y la habían colado entre otras dos, por lo que Foster disponía de un tiempo limitado. Fue al grano en cuanto el presidente se acomodó en la silla, momento que aprovechó para presentar su caso.
—Señor presidente, albergaba la esperanza de traerle mejores noticias, pero me temo que debo informarle de que el Programa E se ha vuelto insostenible.
El presidente se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa. Miró a su asesor en seguridad nacional, cuya expresión no podía ser más triste. El bloc de notas le tembló ligeramente en las manos. Lo depositó sobre una mesa contigua y puso el tapón al bolígrafo. Esta vez no habría notas.
—Dame los detalles esenciales, Ellen —ordenó el presidente.
En cuanto hubo acabado, el presidente se retrepó en la silla.
—Es increíble.
—Estoy de acuerdo, señor, por eso llevo tanto tiempo solicitando un mayor control sobre el Programa E, por su éxito limitado. Peter Bunting tenía carta blanca y no se han implantado las medidas de control habituales. No es culpa del ejecutivo, señor presidente, sino de los órganos del Congreso, pero la situación conlleva riesgos para todos.
El presidente tenía el rostro encendido.
—Que nuestro principal analista esté en Cutter’s Rock acusado de seis homicidios es una pesadilla, pero cuando hablé con Bunting del tema me aseguró que la situación estaba bajo control y que pasara lo que pasase con Edgar Roy, la viabilidad del programa no se vería comprometida.
—No puedo hablar en nombre del señor Bunting, señor, pero desde mi punto de vista la situación no podría estar más descontrolada.
—Y dices que sospechas que Bunting ha orquestado varios asesinatos, incluido el de un agente del FBI. Dios mío —dijo y lanzó otra mirada a su asesor, que estaba sentado con las manos en el regazo sin decir nada.
—Ya sé que es difícil de creer, también lo ha sido para mí cuando me lo dijeron apenas hace una hora, por eso he solicitado esta reunión. Para agravar más la situación, sospechamos que Bunting puede estar implicado en una quinta muerte.
Ambos hombres la miraron inquisitivos a la espera de más detalles.
—Un analista llamado Sohan Sharma se presentó a las pruebas del Programa E y llegó hasta el Muro, pero fracasó estrepitosamente. Se suponía que debía abandonar la empresa siguiendo el protocolo habitual.
—¿Y sospechas que no fue así? —preguntó el presidente.
—Poco después de fracasar en el Muro, Sohan Sharma murió en un accidente de tráfico. He visto el informe de la autopsia y tenía el cuello roto. Según la policía, Sharma estaba muerto antes de producirse el accidente.
—¿Me estás diciendo que Bunting lo mató? ¿Por qué?
—Según mis fuentes, Sharma era su última esperanza de encontrar un sustituto para el Analista. Cuando fracasó, perdió los estribos y ordenó que lo mataran. Bunting se halla bajo una enorme presión por el Programa E, señor. Este es otro de sus inconvenientes. Realmente no creo que Bunting esté mentalmente equilibrado.
—Increíble —dijo el presidente sacudiendo la cabeza—. Qué desastre. Y durante mi legislatura.
El asesor carraspeó.
—Te agradecemos que estés ocupándote del asunto, Ellen —dijo el presidente.
Foster le lanzó una mirada de agradecimiento. Sus palabras no eran casuales. Hacía exactamente sesenta minutos que había estado comentando con él el tema en detalle porque su apoyo era crucial para su objetivo.
—Necesito que estés al corriente de todo, Ellen —prosiguió el presidente—. Sé que has estado muy atada de pies y manos hasta ahora, pero quiero que te pongas con ello en serio.
—Será mi mayor prioridad.
—Me imagino que la CIA ya ha sido informada.
—Sí, he informado al director personalmente. En cuanto resolvamos el asunto del Programa E, es fundamental que se implementen una serie de cambios estructurales.
—¿Qué propones? —preguntó el asesor.
El presidente asintió.
—Llevamos demasiado tiempo jugándolo todo a una carta. Muchas voces afirman que la cooperación entre agencias es un problema, pero no lo es. La clave está en la redundancia, como llevo repitiendo desde que entré en el DHS. Con responsabilidad y un análisis inteligente distribuido a través de múltiples plataformas, la situación actual jamás se hubiera producido y es esencial evitar que se repita en el futuro.
—Estoy totalmente de acuerdo —dijo el presidente—. Tienes razón. A pesar de sus éxitos limitados, jamás me he sentido cómodo con el Programa E.
—Me lo imaginaba, señor, su intuición es siempre muy acertada.
De hecho, el presidente había alabado siempre que podía el trabajo clandestino del Programa E porque sus enormes éxitos habían elevado su popularidad en las encuestas a niveles sin precedentes.
No obstante, las tres personas que estaban en ese despacho sabían que los hechos jamás deben interferir con la supervivencia política.
—¿Y qué pasará con Bunting? —inquirió el presidente.
—Estoy trabajando en el caso con el FBI y lo manejaremos con discreción. Los medios nunca conocerán la historia completa, ni falta que hace. No podemos comprometer la seguridad nacional porque un megalómano haya logrado escalar hasta la cima de la cadena alimentaria de su sector.
—¿Y Edgar Roy? —preguntó el asesor.
—Es un problema distinto —admitió Foster.
—¿Crees que es culpable de haber matado a esas seis personas? —preguntó el presidente.
Foster dio varios golpecitos en la mesa con una uña.
—Roy es un tipo extraño. He coincidido con él en varias ocasiones y no me cuesta imaginar que tenga un lado oscuro. No puedo afirmar con seguridad que él sea el autor de esas muertes, pero aunque al final se le juzgue y se le declare inocente, será un proceso farragoso. Sus abogados presentarán muchas apelaciones que pueden revelar mucha información, demasiada.
—Asuntos que no queremos que se revelen, asuntos que no podemos revelar —agregó el asesor.
—Exacto. Y lo mismo puede decirse de Bunting. Si realmente está implicado en las muertes de esa gente, se montará un circo mediático tremendo. Por lo que sé de Bunting, usará todos los medios que estén en su mano para evitar que se le castigue por sus crímenes.
—¿Crees que incluso sería capaz de revelar información clasificada? —preguntó escandalizado el presidente—. No podemos permitirlo.
—A Peter Bunting solo le preocupa una persona: Peter Bunting. Créame, sé lo que me digo. Puede que no lo parezca, pero al final eso es lo único que le importa.
—Ya, ahora lo veo —comentó.
—Acuérdese del desastre de Wikileaks. ¿Quién podía imaginar que algo así era posible? Tenemos que plantearnos el peor de los escenarios.
El presidente exhaló un hondo suspiro y miró a su asesor.
—¿Alguna sugerencia?
El hombre eligió sus palabras con cuidado.
—Hay diferentes maneras, señor presidente, siempre hay maneras de evitar un juicio y de impedir que se revele información delicada.
Foster observó atentamente al presidente para ver cómo reaccionaba ante la sugerencia. Algunos altos cargos mostraban reparos hacia ese tipo de cosas, mientras que otros tenían las espaldas anchas y la conciencia pequeña y no se lo pensaban dos veces.
—Supongo que podríamos evaluar alguna de esas vías —comentó el presidente.
Foster le dedicó una mirada empática llena de orgullo.
—Este tipo de decisiones son difíciles, señor, pero también resultan fáciles cuando el impacto sobre el país es tan claro.
—No voy a poner nada de esto por escrito. De hecho, oficialmente, esta reunión nunca se ha celebrado —dijo el presidente—. De todos modos, quiero que me presenten todas las opciones antes de emprender ninguna acción.
—Habría que incluir una salvedad, señor presidente —advirtió Foster.
Había llegado el momento de la verdad, el momento que había ensayado tantas veces delante del espejo de su cuarto de baño particular en el DHS.
El presidente le lanzó una mirada penetrante de furia contenida.
—¿Una salvedad?
A los presidentes no les gustaba que se añadieran salvedades a sus decisiones.
—Con respecto a un factor que no tenemos controlado —explicó Foster.
—¿Cuál?
—No sabemos lo que puede estar tramando Bunting.
—Pues vayan a verlo y asegúrense de que no trama nada.
—Debemos actuar con precaución, señor —dijo Foster que no quería «ir a ver» a Bunting—. Es un hombre listo y con recursos y prefiero dejar que juegue sus cartas.
Foster hizo una pausa y miró al asesor.
—Nos estás diciendo que le dejemos hacer para que cave su propia tumba.
—Me ha leído el pensamiento. Exacto, dejémosle hacer para que cave su propia tumba.
—¿Y entonces entraremos en acción? —preguntó el presidente.
—Entonces actuaremos del modo que resulte más ventajoso para nosotros —corrigió Foster—. Hay una cosa más, señor.
El presidente esbozó una sonrisa con expresión irritada.
—Hoy estás hecha una caja de sorpresas.
Foster tomó carrerilla, consciente de que estaba agotando la paciencia del presidente.
—La hermana de Edgar Roy.
—¿Su hermana?
—Hermanastra, para ser más exactos. Su nombre es Kelly Paul —añadió Foster al tiempo que miraba de soslayo al asesor.
—Era una de nuestras mejores agentes de campo, señor presidente. Esta mujer era capaz de ir a cualquier zona conflictiva del planeta y arreglar todo tipo de problemas, fuera lo que fuese —aclaró el asesor.
—Y es la hermana de Roy —dijo el presidente—. ¿Por qué no se me había informado de ello antes?
—Porque usted tiene muchas otras cosas de las que preocuparse y hasta ahora no era importante, pero creemos que ahora está trabajando para el otro lado —explicó Foster.
—¡Dios mío! ¿Va en serio?
—Oficialmente, se ha retirado, pero tenemos indicios de que vuelve a estar en activo, pero no trabaja para nosotros —puntualizó el asesor.
—¿Cuál es su objetivo? —inquirió el presidente.
—Edgar Roy puede ser muy valioso para los enemigos de este país.
—Tiene una enorme cantidad de información sobre la seguridad nacional y los objetivos tácticos y estratégicos del país —añadió el asesor.
—¿Y usaría a su propio hermano? —preguntó el presidente dubitativo.
—No están muy unidos —mintió Foster—. Kelly Paul tiene la reputación, una reputación ganada a pulso, de no dejar que nada se interponga en una misión, ni siquiera la familia. Por lo tanto, si consigue sacar a su hermano de Cutter’s…
—Pero eso es imposible, ¿verdad? —interrumpió el presidente.
—Es un centro muy seguro, pero Paul es muy buena —contestó Foster.
—¿Estás segura de que está implicada en todo esto?
—Sí, de hecho sabemos que fue a visitar a Roy a Cutter’s Rock.
—¿Y por qué no la detuvieron entonces?
—No teníamos pruebas de nada, señor —respondió Foster—. Ni siquiera disponíamos de datos suficientes para interrogarla.
—¿Por qué fue a ver a su hermano si no están unidos? —inquirió el presidente.
Foster vaciló, pero el asesor acudió en su ayuda.
—Quizá fuera por otro motivo, señor, quizás estaba echando una ojeada.
—¿Realmente creéis que va a intentar sacarlo de allí? —dijo el presidente.
—Si se cuenta con la gente adecuada para realizar una extracción, no hay ningún lugar a prueba de fugas —contestó el asesor—. Me imagino que estaréis preparados para esa eventualidad —preguntó a Foster.
—Sí, pero no existe ninguna garantía. Sería conveniente, por lo tanto, que nos planteáramos alguna de las acciones preventivas de las que hemos hablado antes.
—¿Para Roy y Bunting? —preguntó el presidente.
Foster asintió.
—Y para Kelly Paul también —añadió.
El presidente asintió.
—Le daré vueltas al asunto —dijo.
No era exactamente esa la respuesta que Foster deseaba oír, pero la expresión de su rostro permaneció inalterable. De todos modos, había conseguido casi todo lo que quería.
—Bueno, parece que tienes el asunto bajo control, Ellen —comentó el presidente.
Estaba claro que el presidente deseaba pasar a otros asuntos. El Programa E era un tema crítico para el país, pero solo era uno de los cientos de asuntos críticos con los que debía lidiar.
—Gracias por reunirse conmigo, señor —dijo Foster al tiempo que se levantaba para irse.
El presidente le estrechó la mano.
—Muy buen trabajo, Ellen, estupendo.
Mientras Foster se dirigía al grupo de coches que la esperaba, echó un vistazo a la Casa Blanca como si en su mente estuviera midiendo las ventanas para cambiar las cortinas.
En esos momentos, todo le parecía posible.